Asurbanipal
Será en Octubre
Estados Unidos y Eurasia, reflexiones geopolíticas en un momento de crisis mundial
Por Pierre Rousset | 08/09/2022 | Economía
Fuentes: Viento sur
Desde Ucrania hasta Taiwán, Eurasia se ha convertido de nuevo en el epicentro de un gran enfrentamiento entre grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia). Para analizarla, debemos liberarnos del software mental heredado de la Guerra Fría, pensar en nuevos términos y tener plenamente en cuenta el contexto planetario: el de una crisis global y multidimensional. Esta contribución no pretende ser exhaustiva, sino una invitación al debate.
La situación política internacional está permanentemente dominada por el conflicto entre una nueva potencia emergente, China, y la potencia actual, EE UU. En este texto analizamos este enfrentamiento como un conflicto interimperialista. Es cierto que la estructura social de China es muy particular (que no es poca cosa), pero el alcance de la ruptura en la continuidad entre el régimen maoísta y el de Xi Jinping está bien documentado[1]. Evidentemente, hay cierta controversia en este ámbito, y la propia noción de imperialismo tiene varias acepciones legítimas (como cuando se evoca el imperialismo de la Rusia zarista). Es perfectamente posible estudiar los conflictos geopolíticos actuales manteniendo la reserva sobre el estado de evolución de la sociedad china (o rusa) sin que esto altere el análisis, a menos que se piense que los regímenes de Xi Jinping y pilinguin, nacidos de contrarrevoluciones, siguen siendo progresistas.
El conflicto entre la potencia emergente y la actual constituye un escenario clásico. Pero hay que analizarlo en su contexto histórico. El contexto actual es el de la crisis mundial en la que nos ha sumido la globalización capitalista, un contexto sin precedentes por sus implicaciones. Volveremos sobre ello, pero antes subrayemos el lugar singular que ocupa Eurasia en la geopolítica mundial.
Eurasia y los conflictos de grandes potencias
El gran juego entre la potencia emergente y la actual se desarrolla en todo el mundo, pero por razones históricas y geoestratégicas adquiere una agudeza particular en Eurasia. Zona económica de máxima importancia (con China en el centro), el continente limita con el Atlántico Norte al oeste y con la zona Indo-Pacífico al este, desde donde China, ¡otra vez China!, puede proyectarse hasta el Pacífico Sur. Este continente fue epicentro de las convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias del siglo XX en las que participaron Europa, Rusia, China, Vietnam y muchos otros países de la región. Y conoció, más intensamente que otras zonas, el nazismo, el estalinismo, la división en bloques y las guerras.
Se trata de un continente marcado por esa época. La amenaza nuclear es mundial, pero Eurasia tiene el monopolio de los puntos calientes, donde quienes poseen esas armas comparten una frontera común: Rusia y los miembros de la OTAN en el oeste, India y Pakistán en el centro, Taiwán en el sur (China-EE UU) y la península de Corea en el este.
Sin embargo, ese pasado ya no existe. En los años 80, la derrota internacional de mi generación militante allanó el camino para la expansión de la contrarrevolución neoliberal y la globalización capitalista. Pero aun cuando el vocabulario y los reflejos de la llamada Guerra Fría (ardiente en Asia) han vuelto a emerger en respuesta a la oleada turística de Ucrania, este marco de análisis es un tanto obsoleto. Rusia y China están integradas en el mismo mercado global que EE UU y Europa. Una de las grandes cuestiones actuales es la de las contradicciones provocadas por los conflictos entre Estados en un mundo interdependiente regido por la libre circulación de mercancías y capitales.
Para pensar mejor la situación actual debemos liberarnos del software analítico más o menos inconsciente de la Guerra Fría: qué hay de nuevo en un momento en el que Eurasia se ha convertido otra vez en el escenario de un agudo enfrentamiento entre las grandes potencias, ya sea en el este en torno a Taiwán desde la llegada al poder de Xi Jinping o en el oeste desde la oleada turística de Ucrania.
Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, la primera potencia militar del mundo, pero esto no significa que esté en una posición de superioridad en todo momento y en todo lugar. Esta superioridad depende de la naturaleza del teatro de operaciones, la fiabilidad de los aliados, la situación política interna, la logística… Así pues, digamos que en todos los frentes euroasiáticos EE UU estaba en una posición débil.
Al presidente Obama le hubiera gustado cambiar el pivote del sistema político-militar estadounidense en Asia. Empantanado en la crisis de Oriente Medio, no pudo hacerlo. Pekín se aprovechó de ello para establecer su dominio, sobre todo, en el Mar de China meridional, sobre el que proclamó su soberanía sin tener en cuenta los derechos marítimos de los demás países ribereños. Explota la riqueza económica del Mar de China meridional y ha construido una serie de islas artificiales sobre arrecifes que albergan una densa red de bases militares. Donald Trump fue incapaz de llevar a cabo una política coherente sobre China. Joe Biden ha conseguido reorientar a EE UU en Asia-Pacífico, pero se enfrenta a un hecho consumado.
La guerra no es solo una cuestión militar, faltaría más, pero el resultado de las batallas no carece de importancia. Probablemente, un conflicto en el Mar de China meridional se volvería ventajoso para Pekín, ya que podría utilizar sus armas más modernas, la potencia de fuego combinada de una zona marítima y una línea costera militarizadas, la proximidad de bases continentales (misiles, aviones, etc.), así como las facilidades logísticas que proporciona una moderna red de carreteras y ferrocarriles (velocidad de tras*porte y desplazamiento de tropas y municiones a la línea del frente, etc.). ¡La guerra de Ucrania va para largo y ya vemos la cantidad de proyectiles que consume! El constante rearme de los frentes es una limitación importante, mucho más fácil de resolver por Pekín que por Washington. El Pentágono se enfrenta a una ecuación complicada de resolver.
Sin embargo, este análisis tiene sus puntos débiles[2]. China no tiene experiencia en la guerra moderna. La estrategia maoísta, con el ejército y la movilización popular como pilares, era defensiva. Xi Jinping está construyendo a marchas forzadas los atributos de una gran potencia militar con la marina como pilar. Sin embargo, sus tropas, su equipamiento, la fiabilidad y precisión de sus armas, su cadena de mando, su organización logística, su sistema de información (dominio del espacio) y su inteligencia artificial nunca se han puesto a prueba en una situación real, y su flota de submarinos estratégicos sigue representando un talón de Aquiles.
En el momento de la oleada turística de Ucrania, Washington también estaba en una posición débil en Europa. Parece que Rusia se venía preparando desde hace al menos dos años, tanto económica como militarmente, para una ofensiva en el frente europeo. Aunque pilinguin esperaba una victoria relámpago en Ucrania (un error que le costó caro) y la posterior parálisis de la OTAN (conocía su estado de crisis), tenía otros objetivos en mente y sabía que la tensión en sus fronteras sería duradera. Por otra parte, la falta de preparación de Washington era evidente.
Tras el fracaso de Afganistán, la OTAN estaba en crisis y sus fuerzas en Europa no se concentraban masivamente en las fronteras rusas. Donald Trump dinamitó los marcos de cooperación multilateral del campo occidental. La impotencia de la Unión Europea, incapaz de tener siquiera una diplomacia coherente hacia China y Rusia, era evidente.
Con el Brexit, la cooperación entre los dos países que disponen de un ejército de intervención, Francia y Gran Bretaña, se paralizó y sus medios quedaron muy limitados. La jovenlandesal es baja (la sucesión de fracasos sufridos por París en África no es peccata minuta). Las fuerzas francesas no tienen autonomía estratégica, dependen de Washington para el servicio de inteligencia y… de los rusos y ucranianos para desplegarse. Ironías de la historia, París lleva mucho tiempo alquilando jumbos a empresas rusas y ucranianas para tras*portar a sus tropas. Supongo que esto ya no es así (aunque, siendo el capitalismo y el comercio lo que son…).
Ucrania en su contexto
La OTAN no fue la única ni la principal razón de la oleada turística rusa. En palabras del propio pilinguin[3], el objetivo era borrar del mapa a Ucrania, un Estado que, desde su punto de vista, nunca debió existir. Es imposible saber qué habría pasado si una guerra relámpago hubiera permitido a Rusia conquistar el país, balcanizarlo y establecer un gobierno títere en Kiev. En todo caso no ocurrió así, ya que la ofensiva rusa fue frustrada por una resistencia nacional masiva en la que participaron el ejército, las fuerzas territoriales y la población.
En estas condiciones, la guerra de Ucrania se ha convertido en un hecho geopolítico de primer orden que está provocando realineamientos geoestratégicos mucho más complejos de lo que cabría imaginar.
Pekín y el escenario que no se produjo
¿Hasta qué punto los dirigentes del PCC estaban informados de los planes rusos? En vísperas de la oleada turística, Xi Jinping y pilinguin anunciaron a bombo y platillo un acuerdo de cooperación estratégica ilimitada. Sin embargo, Pekín no atacó Taiwán, abriendo un segundo frente, a pesar de que la oportunidad podía parecer favorable y de que Xi había hecho de la reconquista de este territorio un elemento fuerte de su reinado. De hecho, China empezó mostrando una postura prudente en la ONU, sin desvincularse explícitamente de Moscú, pero sin vetar la primera condena de la oleada turística e incluso afirmando que debían respetarse las fronteras internacionales. Hay que recordar que para los dirigentes del PCCh (y la ONU), Taiwán es una provincia china y no un Estado extranjero.
Hay que recordar que para los dirigentes del PCCh (y la ONU) Taiwán es una provincia china y no un Estado extranjero
¿Por qué esta contención? Consideremos varias razones. La primera es militar: Taiwán es un enorme escollo en el corazón del Mar de China meridional del que Pekín querría desembarazarse, pero los 120 kilómetros de ancho del estrecho hacen que una oleada turística sea muy peligrosa. Probablemente, Taiwán dispone de los medios para resistir mientras llegan en su apoyo las fuerzas estadounidenses. Independientemente de los progresos realizados, la fuerza aeronaval de China no está en condiciones de afrontar esa situación. Sin duda, Xi Jinping no ha olvidado los fracasos del pasado, cuando Mao, al final de la guerra civil, intentó atacar en tres ocasiones al Kuomintang (Guomindang) de Chiang Kai-shek, que se había retirado a la isla. Lo contrario también es cierto: una oleada turística estadounidense de China parece impensable.
La segunda razón es que los intereses rusos y chinos no coinciden siempre. Su alianza tiene sentido en un contexto defensivo y Rusia acumula una experiencia que China ha intentado aprovechar, por ejemplo, cuando participó en ejercicios militares conjuntos en Siberia. Sin embargo, la disputa histórica entre Moscú y Pekín, que está en el trasfondo de la ruptura chino-soviética de 1969, es de calado (en su momento se tradujo en un conflicto armado por el control de la frontera del río Amur). Con la gran iniciativa de Xi Jinping de la Nueva Ruta de la Seda, la influencia china se ha reforzado considerablemente en Asia Central, en una región que pilinguin considera suya. La oleada turística de Ucrania pone en cuestión los intereses chinos en Europa Oriental (incluida Ucrania) y Occidental. No resulta nada evidente abandonar las propias ambiciones europeas en nombre de las ambiciones imperiales de Moscú. Sin embargo, el peor escenario posible para Pekín sería encontrarse solo frente a Washington.
En tercer lugar, la posición de Xi Jinping dentro del PCC no está consolidada. Se critica su gestión de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de la el bichito-19. El Estado Mayor del Ejército no ha digerido las purgas a las que fue sometido. Las fracciones que fueron eliminadas despiadadamente de los órganos de poder están esperando la revancha. Xi ha impuesto una reforma constitucional que le permite continuar como presidente todo el tiempo que quiera, pero ¿podrá hacerlo? Un partido con 90 millones de afiliados en un país-continente no se maneja a golpe de silbato y su situación es probablemente más frágil de lo que parece.
Una crisis de gobernanza generalizada
La situación de Joe Biden en EE UU ya era crítica en el momento de la oleada turística de Ucrania, sin una mayoría funcional en el Congreso y bajo la amenaza de un fuerte retorno del trumpismo. Desde entonces, las cosas han ido de mal en peor, con el rastrero golpe de estado judicial llevado a cabo por los seis miembros hiperconservadores (frente a tres mentalmente sanos) del Tribunal Supremo.
Ahora sabemos cómo la extrema derecha (especialmente la evangelista) se ha estado preparando durante décadas para hacerse con las instituciones, formando y colocando a abogados y jueces en puestos claves[4]. Conocemos el alcance del complot trumpista que llevó al asalto del Capitolio[5]… y, sin embargo, no puedo entender cómo en Estados Unidos seis personas (¡seis!) pueden imponer su dictadura rompiendo con el funcionamiento tradicional del Tribunal Supremo[6], atacando los derechos reproductivos, bloqueando el programa (aunque bien moderado) de lucha contra el calentamiento global y anunciando que esto es solo el principio y que su ofensiva oscurantista continuará en otros ámbitos, incluidas las elecciones.
En EE UU hay importantes controles y equilibrios, como el papel de los distintos Estados. No es el caso de Francia, país del hiperpresidencialismo donde Macron intenta imponer un sorpasso autoritario de la democracia burguesa, proyecto afortunadamente frustrado (por el momento) con motivo de las recientes elecciones legislativas. La situación no es menos desastrosa al otro lado del Atlántico que en Europa (la payasada de Boris Johnson…). Estamos atravesando una crisis de agonía democrática.
(continúa abajo)
Por Pierre Rousset | 08/09/2022 | Economía
Fuentes: Viento sur
Desde Ucrania hasta Taiwán, Eurasia se ha convertido de nuevo en el epicentro de un gran enfrentamiento entre grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia). Para analizarla, debemos liberarnos del software mental heredado de la Guerra Fría, pensar en nuevos términos y tener plenamente en cuenta el contexto planetario: el de una crisis global y multidimensional. Esta contribución no pretende ser exhaustiva, sino una invitación al debate.
La situación política internacional está permanentemente dominada por el conflicto entre una nueva potencia emergente, China, y la potencia actual, EE UU. En este texto analizamos este enfrentamiento como un conflicto interimperialista. Es cierto que la estructura social de China es muy particular (que no es poca cosa), pero el alcance de la ruptura en la continuidad entre el régimen maoísta y el de Xi Jinping está bien documentado[1]. Evidentemente, hay cierta controversia en este ámbito, y la propia noción de imperialismo tiene varias acepciones legítimas (como cuando se evoca el imperialismo de la Rusia zarista). Es perfectamente posible estudiar los conflictos geopolíticos actuales manteniendo la reserva sobre el estado de evolución de la sociedad china (o rusa) sin que esto altere el análisis, a menos que se piense que los regímenes de Xi Jinping y pilinguin, nacidos de contrarrevoluciones, siguen siendo progresistas.
El conflicto entre la potencia emergente y la actual constituye un escenario clásico. Pero hay que analizarlo en su contexto histórico. El contexto actual es el de la crisis mundial en la que nos ha sumido la globalización capitalista, un contexto sin precedentes por sus implicaciones. Volveremos sobre ello, pero antes subrayemos el lugar singular que ocupa Eurasia en la geopolítica mundial.
Eurasia y los conflictos de grandes potencias
El gran juego entre la potencia emergente y la actual se desarrolla en todo el mundo, pero por razones históricas y geoestratégicas adquiere una agudeza particular en Eurasia. Zona económica de máxima importancia (con China en el centro), el continente limita con el Atlántico Norte al oeste y con la zona Indo-Pacífico al este, desde donde China, ¡otra vez China!, puede proyectarse hasta el Pacífico Sur. Este continente fue epicentro de las convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias del siglo XX en las que participaron Europa, Rusia, China, Vietnam y muchos otros países de la región. Y conoció, más intensamente que otras zonas, el nazismo, el estalinismo, la división en bloques y las guerras.
Se trata de un continente marcado por esa época. La amenaza nuclear es mundial, pero Eurasia tiene el monopolio de los puntos calientes, donde quienes poseen esas armas comparten una frontera común: Rusia y los miembros de la OTAN en el oeste, India y Pakistán en el centro, Taiwán en el sur (China-EE UU) y la península de Corea en el este.
Sin embargo, ese pasado ya no existe. En los años 80, la derrota internacional de mi generación militante allanó el camino para la expansión de la contrarrevolución neoliberal y la globalización capitalista. Pero aun cuando el vocabulario y los reflejos de la llamada Guerra Fría (ardiente en Asia) han vuelto a emerger en respuesta a la oleada turística de Ucrania, este marco de análisis es un tanto obsoleto. Rusia y China están integradas en el mismo mercado global que EE UU y Europa. Una de las grandes cuestiones actuales es la de las contradicciones provocadas por los conflictos entre Estados en un mundo interdependiente regido por la libre circulación de mercancías y capitales.
Para pensar mejor la situación actual debemos liberarnos del software analítico más o menos inconsciente de la Guerra Fría: qué hay de nuevo en un momento en el que Eurasia se ha convertido otra vez en el escenario de un agudo enfrentamiento entre las grandes potencias, ya sea en el este en torno a Taiwán desde la llegada al poder de Xi Jinping o en el oeste desde la oleada turística de Ucrania.
Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, la primera potencia militar del mundo, pero esto no significa que esté en una posición de superioridad en todo momento y en todo lugar. Esta superioridad depende de la naturaleza del teatro de operaciones, la fiabilidad de los aliados, la situación política interna, la logística… Así pues, digamos que en todos los frentes euroasiáticos EE UU estaba en una posición débil.
Al presidente Obama le hubiera gustado cambiar el pivote del sistema político-militar estadounidense en Asia. Empantanado en la crisis de Oriente Medio, no pudo hacerlo. Pekín se aprovechó de ello para establecer su dominio, sobre todo, en el Mar de China meridional, sobre el que proclamó su soberanía sin tener en cuenta los derechos marítimos de los demás países ribereños. Explota la riqueza económica del Mar de China meridional y ha construido una serie de islas artificiales sobre arrecifes que albergan una densa red de bases militares. Donald Trump fue incapaz de llevar a cabo una política coherente sobre China. Joe Biden ha conseguido reorientar a EE UU en Asia-Pacífico, pero se enfrenta a un hecho consumado.
La guerra no es solo una cuestión militar, faltaría más, pero el resultado de las batallas no carece de importancia. Probablemente, un conflicto en el Mar de China meridional se volvería ventajoso para Pekín, ya que podría utilizar sus armas más modernas, la potencia de fuego combinada de una zona marítima y una línea costera militarizadas, la proximidad de bases continentales (misiles, aviones, etc.), así como las facilidades logísticas que proporciona una moderna red de carreteras y ferrocarriles (velocidad de tras*porte y desplazamiento de tropas y municiones a la línea del frente, etc.). ¡La guerra de Ucrania va para largo y ya vemos la cantidad de proyectiles que consume! El constante rearme de los frentes es una limitación importante, mucho más fácil de resolver por Pekín que por Washington. El Pentágono se enfrenta a una ecuación complicada de resolver.
Sin embargo, este análisis tiene sus puntos débiles[2]. China no tiene experiencia en la guerra moderna. La estrategia maoísta, con el ejército y la movilización popular como pilares, era defensiva. Xi Jinping está construyendo a marchas forzadas los atributos de una gran potencia militar con la marina como pilar. Sin embargo, sus tropas, su equipamiento, la fiabilidad y precisión de sus armas, su cadena de mando, su organización logística, su sistema de información (dominio del espacio) y su inteligencia artificial nunca se han puesto a prueba en una situación real, y su flota de submarinos estratégicos sigue representando un talón de Aquiles.
En el momento de la oleada turística de Ucrania, Washington también estaba en una posición débil en Europa. Parece que Rusia se venía preparando desde hace al menos dos años, tanto económica como militarmente, para una ofensiva en el frente europeo. Aunque pilinguin esperaba una victoria relámpago en Ucrania (un error que le costó caro) y la posterior parálisis de la OTAN (conocía su estado de crisis), tenía otros objetivos en mente y sabía que la tensión en sus fronteras sería duradera. Por otra parte, la falta de preparación de Washington era evidente.
Tras el fracaso de Afganistán, la OTAN estaba en crisis y sus fuerzas en Europa no se concentraban masivamente en las fronteras rusas. Donald Trump dinamitó los marcos de cooperación multilateral del campo occidental. La impotencia de la Unión Europea, incapaz de tener siquiera una diplomacia coherente hacia China y Rusia, era evidente.
Con el Brexit, la cooperación entre los dos países que disponen de un ejército de intervención, Francia y Gran Bretaña, se paralizó y sus medios quedaron muy limitados. La jovenlandesal es baja (la sucesión de fracasos sufridos por París en África no es peccata minuta). Las fuerzas francesas no tienen autonomía estratégica, dependen de Washington para el servicio de inteligencia y… de los rusos y ucranianos para desplegarse. Ironías de la historia, París lleva mucho tiempo alquilando jumbos a empresas rusas y ucranianas para tras*portar a sus tropas. Supongo que esto ya no es así (aunque, siendo el capitalismo y el comercio lo que son…).
Ucrania en su contexto
La OTAN no fue la única ni la principal razón de la oleada turística rusa. En palabras del propio pilinguin[3], el objetivo era borrar del mapa a Ucrania, un Estado que, desde su punto de vista, nunca debió existir. Es imposible saber qué habría pasado si una guerra relámpago hubiera permitido a Rusia conquistar el país, balcanizarlo y establecer un gobierno títere en Kiev. En todo caso no ocurrió así, ya que la ofensiva rusa fue frustrada por una resistencia nacional masiva en la que participaron el ejército, las fuerzas territoriales y la población.
En estas condiciones, la guerra de Ucrania se ha convertido en un hecho geopolítico de primer orden que está provocando realineamientos geoestratégicos mucho más complejos de lo que cabría imaginar.
Pekín y el escenario que no se produjo
¿Hasta qué punto los dirigentes del PCC estaban informados de los planes rusos? En vísperas de la oleada turística, Xi Jinping y pilinguin anunciaron a bombo y platillo un acuerdo de cooperación estratégica ilimitada. Sin embargo, Pekín no atacó Taiwán, abriendo un segundo frente, a pesar de que la oportunidad podía parecer favorable y de que Xi había hecho de la reconquista de este territorio un elemento fuerte de su reinado. De hecho, China empezó mostrando una postura prudente en la ONU, sin desvincularse explícitamente de Moscú, pero sin vetar la primera condena de la oleada turística e incluso afirmando que debían respetarse las fronteras internacionales. Hay que recordar que para los dirigentes del PCCh (y la ONU), Taiwán es una provincia china y no un Estado extranjero.
Hay que recordar que para los dirigentes del PCCh (y la ONU) Taiwán es una provincia china y no un Estado extranjero
¿Por qué esta contención? Consideremos varias razones. La primera es militar: Taiwán es un enorme escollo en el corazón del Mar de China meridional del que Pekín querría desembarazarse, pero los 120 kilómetros de ancho del estrecho hacen que una oleada turística sea muy peligrosa. Probablemente, Taiwán dispone de los medios para resistir mientras llegan en su apoyo las fuerzas estadounidenses. Independientemente de los progresos realizados, la fuerza aeronaval de China no está en condiciones de afrontar esa situación. Sin duda, Xi Jinping no ha olvidado los fracasos del pasado, cuando Mao, al final de la guerra civil, intentó atacar en tres ocasiones al Kuomintang (Guomindang) de Chiang Kai-shek, que se había retirado a la isla. Lo contrario también es cierto: una oleada turística estadounidense de China parece impensable.
La segunda razón es que los intereses rusos y chinos no coinciden siempre. Su alianza tiene sentido en un contexto defensivo y Rusia acumula una experiencia que China ha intentado aprovechar, por ejemplo, cuando participó en ejercicios militares conjuntos en Siberia. Sin embargo, la disputa histórica entre Moscú y Pekín, que está en el trasfondo de la ruptura chino-soviética de 1969, es de calado (en su momento se tradujo en un conflicto armado por el control de la frontera del río Amur). Con la gran iniciativa de Xi Jinping de la Nueva Ruta de la Seda, la influencia china se ha reforzado considerablemente en Asia Central, en una región que pilinguin considera suya. La oleada turística de Ucrania pone en cuestión los intereses chinos en Europa Oriental (incluida Ucrania) y Occidental. No resulta nada evidente abandonar las propias ambiciones europeas en nombre de las ambiciones imperiales de Moscú. Sin embargo, el peor escenario posible para Pekín sería encontrarse solo frente a Washington.
En tercer lugar, la posición de Xi Jinping dentro del PCC no está consolidada. Se critica su gestión de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de la el bichito-19. El Estado Mayor del Ejército no ha digerido las purgas a las que fue sometido. Las fracciones que fueron eliminadas despiadadamente de los órganos de poder están esperando la revancha. Xi ha impuesto una reforma constitucional que le permite continuar como presidente todo el tiempo que quiera, pero ¿podrá hacerlo? Un partido con 90 millones de afiliados en un país-continente no se maneja a golpe de silbato y su situación es probablemente más frágil de lo que parece.
Una crisis de gobernanza generalizada
La situación de Joe Biden en EE UU ya era crítica en el momento de la oleada turística de Ucrania, sin una mayoría funcional en el Congreso y bajo la amenaza de un fuerte retorno del trumpismo. Desde entonces, las cosas han ido de mal en peor, con el rastrero golpe de estado judicial llevado a cabo por los seis miembros hiperconservadores (frente a tres mentalmente sanos) del Tribunal Supremo.
Ahora sabemos cómo la extrema derecha (especialmente la evangelista) se ha estado preparando durante décadas para hacerse con las instituciones, formando y colocando a abogados y jueces en puestos claves[4]. Conocemos el alcance del complot trumpista que llevó al asalto del Capitolio[5]… y, sin embargo, no puedo entender cómo en Estados Unidos seis personas (¡seis!) pueden imponer su dictadura rompiendo con el funcionamiento tradicional del Tribunal Supremo[6], atacando los derechos reproductivos, bloqueando el programa (aunque bien moderado) de lucha contra el calentamiento global y anunciando que esto es solo el principio y que su ofensiva oscurantista continuará en otros ámbitos, incluidas las elecciones.
En EE UU hay importantes controles y equilibrios, como el papel de los distintos Estados. No es el caso de Francia, país del hiperpresidencialismo donde Macron intenta imponer un sorpasso autoritario de la democracia burguesa, proyecto afortunadamente frustrado (por el momento) con motivo de las recientes elecciones legislativas. La situación no es menos desastrosa al otro lado del Atlántico que en Europa (la payasada de Boris Johnson…). Estamos atravesando una crisis de agonía democrática.
(continúa abajo)