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Madmaxista
<div style='text-shadow: 2px 2px 1px #CCC; font-size:25px'>Esta crisis que nadie entiende</div>
<div style="font-size:13px; font-family:'lucida grande',tahoma,verdana,arial,sans-serif; line-height:150%">
Lo siento por todos nosotros pero cuando oigo al presidente del gobierno español, a los políticos de la oposición y a los medios de comunicación defender la subida de impuestos, la reducción de salarios y la liberalización del mercado de trabajo como las medidas adecuadas para recuperar la estabilidad presupuestaria, el empleo y el crecimiento económico, me temo lo peor. Cuanto iletrado incapaz hay con poder.
Cuando en 1999 terminé mi doctorado en Política Económica, me juré que nunca más permitiría que unos gobernantes incultos e incapaces volvieran a poner en peligro el bienestar de tanta gente en nuestro país. Mi generación había sufrido más de 20 años de una situación económica tan imposible como pueda imaginarse. En 1996 había en España 40.000 personas menos trabajando que en 1970. Y ello habiendo crecido la población en edad de trabajar un 30%. Terrible. Datos del INE cuando era fiable. Gracias a Boyer, Solchaga, Solbes y compañía se consiguió algo tan duro como difícil de comprender.
Pues bien, comencé a cumplir cuando poco después dirigí dos seminarios para FAES sobre la reducción de jornada a 35 horas -otoño de 1999- y trabajé todo lo que pude hasta convencer a sindicatos y políticos para que esta perjudicial medida no nos afectara. Fué de las pocas tonterías que el equipo de Manuel Pimentel no llevó a cabo durante su período como Ministro de Trabajo. Estuvimos entre los escasos países de Europa que no aplicamos dicha medida y eso nos lanzó, entre otras pocas pero acertadas iniciativas de política económica, a la cabeza de Europa en lo que a creación de empleo y bienestar se refiere.
Es curioso que mientras el resto del mundo -y Europa en particular- se debatía en un sinfín de crisis económicas nuestro país se convirtiera en un referente de creación de empleo. La demanda interna se convirtió en el motor de nuestra economía. Claro, mi generación, que no había podido establecerse por su cuenta durante esa gran crisis, entró en tromba en el mercado de trabajo y se dedicó a comprar todo aquello que le había sido imposible hasta entonces. El boom de la vivienda y del consumo no era más que el reflejo de un ajuste.
Los años que van de 1997 a 2004 fueron buenos para mucha gente, aunque los gobernantes económicos se acunaron en los éxitos iniciales y no supieron o no quisieron estar atentos a todo lo que había que modificar para que la economía no dejara de funcionar. El poder es lo que tiene cuando se aísla de la realidad. Las comisiones de Economía del PP dejaron de reunirse al poco de subir este partido al poder. Y estas eran el único foro donde podían oírse voces críticas de economistas independientes. Las burbujas especulativas aparecieron y el crecimiento económico basado en el consumo interno se ralentizó.
En 2004 un terrible atentado alteró la historia y los incapaces volvieron al poder de forma imprevista. Seguro que pensaron que todo iría bien mientras no tocaran nada de lo heredado en terreno económico. Pero no basta con no tocar, hay que percibir y comprender los cambios de la realidad para adaptar a ella la política económica y que no se rompa el modelo. Y eso es mucho pedir para estos ineptos.
<img src="http://ralpherns.files.wordpress.com/2010/09/pedro_solbes.jpg?w=220&h=300" align="left" style="margin:20px; margin-left:0px; border:1px solid #333">
Muy a pesar de todos los que le sufrimos en la primera etapa, Pedro Solbes volvía a dirigir la política económica Ministro de Economía durante los primeros año de la crisis. Este tipo me recuerda mucho a otros como él. Regulares memorias con incapacidad total de razonar a cierto nivel económico. Carlos Berzosa ó Horst Siebert son claros ejemplos. Pero hay muchos más. Fabricación universitaria típicamente europea.
Como era de esperar con estos cerebros, las cosas se fueron torciendo. Desde el año 2005 venía yo diciendo a quien me quisiera oír, entre ellos mis alumnos, lo que se nos venía encima. Una crisis de capacidad de compra no keynesiana. Acababa yo de presentar mi Tesis Doctoral sobre una nueva Función de Consumo y parecía que lo que sucedía venía a confirmar lo que en ella se argumentaba. Y es que la gran crisis venía avisando para el que quisiera estar atento. Nadie parecía escuchar.
<div style='float: right;width: 200px;font-size: 16px;font-weight: bold;margin-left: 20px;border: 1px solid #CCC;padding: 20px;tonalidad: #222;border-radius: 5px;'>La crisis de demanda española comenzó antes que la de las hipotecas subprime</div>
Cuando a esta gran crisis se le unió otra crisis internacional provocada por la dejadez de las autoridades supervisoras del mercado norteamericano, el desarrollo de la primera se aceleró. Los señores Solbes y Zapatero, después de negar primero la crisis durante el otoño del 2007 y la primavera de 2008 para ganar las elecciones, le echaron luego la culpa del parón innegable de nuestra economía a la crisis internacional. El problema es que no sólo eran motivaciones políticas lo que estaba detrás de ese comportamiento, sino la falta de conocimientos de economía que han demostrado repetidamente estos señores.
<hr style="tonalidad:#333">
En fin, voy a dar primero el detalle de lo sucedido para luego exponer una serie de ideas útiles con las que enderezar este desastre esperando que no sea demasiado tarde. Aunque todo dependerá de la capacidad de escuchar que tengan nuestros políticos. Espero que la situación a la que nos han llevado les haga ser algo más receptivos y entiendan que lo que van a hacer es tomar la peor de las medidas posibles.
Para comprender el origen de la crisis, un origen que hasta ahora no he visto que nadie entienda ‑nadie significa nadie, ni de derechas ni de izquierdas‑, hay que entender que no se trata de uno, sino de dos problemas superpuestos. Pues no hay una crisis, sino dos. Solapadas, eso sí, pero claramente diferenciadas. Y si no hacemos algo, la segunda seguro que dura mucho más que la primera.
La primera no es la más llamativa, aunque se iniciara primero, así que empecemos por la segunda. La de los bonos sarama hipotecarios americanos. En América el mercado de la vivienda no funciona como en Europa. Allí alquilar es realmente barato si no te vas al centro de las ciudades. Los suburbios son extensos territorios donde vive la mayor parte de los trabajadores de las ciudades. La vivienda también es barata en los mismos términos.
Pero algunos Estados americanos, viendo que aquella parte de la población que no tenía ahorros ni pensión o renta alguna al finalizar su vida laboral no podía pagar un alquiler y creaba bolsas de pobreza, decidieron ejercitar la solidaridad a su manera. Crearon unas entidades financieras que, con fondos públicos, se dedicaron a dar créditos hipotecarios a tipos inicialmente subvencionados ‑de ahí el término ‘subprime’‑ y sin las garantías que el resto del sistema financiero requería.
Mientras que la economía americana funcionó y los compradores de estas viviendas pudieron pagar sus cuotas mensuales, los intermediarios financieros compraron estos créditos, los trocearon, los empaquetaron y los revendieron como si de hipotecas con todas las garantías se tratase. Como el mercado americano es tan grande, estos créditos fueron a parar a las carteras de inversión de la mayoría de los grandes bancos, fondos de pensiones, aseguradoras y multinacionales como activos poco rentables pero supuestamente seguros. Se repartieron por todo el mundo.
Es decir, fallaron los supervisores del sistema financiero americano que permitieron la reventa con recalificación fraudulenta de estos créditos. ¿Ha dimitido alguno?
Cuando la economía americana se resintió del alza del precio del petróleo, debido a la guerra de Iraq, la enorme demanda China, a los amigos de Chávez y a la especulación, y tras ella, del de los alimentos por la moda de los biocombustibles, empezó la debacle. A ello se le unió el vencimiento de los plazos para la subvención de los tipos de interés de estos créditos ‘subprime’.
Para intentar frenar la inflación, la Reserva Federal comenzó una subida de los tipos de interés y con ellos volvieron a subir los recibos mensuales de estos créditos hipotecarios. Más leña al fuego. Los compradores de viviendas con créditos subvencionados, la mayoría trabajadores con baja cualificación, se vieron atrapados en una situación imposible. Subieron los precios de todos los productos y también los recibos mensuales de los créditos hipotecarios. Los salarios sin embargo no crecieron porque la competitividad internacional de las empresas así lo exige.
Entonces, cuando estos compradores vieron cercenada su capacidad de compra hasta el límite, sencillamente dejaron de hacer frente a los recibos mensuales de sus créditos y entregaron las viviendas a medio pagar a los tenedores de los derechos de dichos créditos. No habían firmado ninguna otra obligación con los prestamistas. Las empresas que habían comprado estos créditos como activos ‘seguros’ y que tenían los derechos de cobro sobre los intereses de los créditos hipotecarios vieron así no sólo como estos dejaban de rentar para siempre y su precio bajaba en los mercados por esta razón, sino que también comprobaron como el precio de las viviendas entregadas como garantía caía en picado como consecuencia de que todas estas viviendas salían al mismo tiempo al mercado. Un agujero de casi un 40% en el valor de dichos activos en unos pocos meses.
Los bancos dejaron de confiar en las empresas y entre sí porque nadie quería reconocer la verdadera pérdida en su capital. El crédito cayó en picado. Y con él la inversión y el consumo.
Menos mal que esta grave enfermedad económica tiene cura y podría estar en vías de sanar. La Reserva Federal americana y otros grandes bancos centrales acordaron una acción conjunta para suministrar a los mercados dinero líquido a bajo precio con el que tapar los agujeros de capital. Poco a poco el dinero y la bajada de tipos de interés que un aumento de la liquidez conlleva van haciendo su efecto. Con todo, aún falta bastante para resolver este problema. ¿Que van a hacer con la ingente cantidad de compradores de vivienda con bajo nivel adquisitivo que aún están al límite y siguen dejando de pagar sus créditos? La bajada de los tipos de interés no ha sido suficiente para compensar la terrible subida de los precios. Las tasas de impagos mensuales son escalofriantes y aún siguen amenazando los mercados internacionales.
Hay dos opciones. Por un lado puede dejarse que el sistema se sanee a base de que todos estos compradores devuelvan sus viviendas y luego se inyecta liquidez para tapar los agujeros de capital de las grandes y pequeñas empresas e instituciones que compraron estos activos. Es la peor de las dos opciones. Demasiada gente inocente sufriría el error intelectual de sus gobiernos.
La otra implicaría recuperar la capacidad de compra de estos prestatarios tan castigados. Habría que reducir el precio de su cesta de la compra liberalizando muchos mercados que aún permanecen controlados con el único objetivo de favorecer y sostener producciones nacionales no competitivas. También habría que apostar decisivamente por energías alternativas al petróleo. No tiene sentido nuestra dependencia económica de un bien tan sujeto a especulación y a cambios bruscos en los precios como el petróleo. Y además es muy contaminante. Existen fuentes energéticas ya económicamente viables como la nuclear u otras aún por mejorar. Por último sería necesaria una bajada de impuestos para animar definitivamente al consumidor a recuperar la confianza. En cualquier caso habría que cambiar el procedimiento de supervisión y a los ineptos supervisores que no se dieron cuenta del problema. El gobierno americano verá.
La otra crisis, la que amenaza en convertirse en la más duradera, es una crisis similar pero de facturación puramente española y afecta a toda la clase media que es el soporte económico de nuestro estado democrático. Se trata de una crisis de capacidad de compra con claras diferencias en sus orígenes respecto a la Americana. Estos se encuentran tanto en la propia evolución de nuestro sistema económico como en la falta de conocimiento económico de nuestros gobernantes.
En pocas palabras, en estos momentos el consumidor medio español llega con mucha dificultad a fin de mes y esto le pone muy difícil conseguir crédito alguno con el que comprar bienes de una cierta entidad como viviendas y coches. Y ello a pesar de la bajada de tipos de interés propiciada por los bancos centrales tanto de EEUU como de Europa y Japón. ¿A que se debe esto?
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<img src='http://ralpherns.files.wordpress.com/2010/09/pib_y_empleo_bde_2005_grande2.png?w=593' align="right" style="margin:20px; margin-left:0px; border:1px solid #333" />
Por un lado, la cantidad de dinero nuevo que cada año pone en circulación el Banco Central Europeo ha estado creciendo a tasas entre el 5% y el 9% desde 1997 hasta 2007, mientras que el PIB -Producto Interior Bruto- de la Zona Euro lo hizo tan sólo a tasas entre el 0,5% y el 4,5% en el mismo período -puede verse un gráfico explicativo más amplio (y actualizado en el año 2012) al final de la página de Estadísticas Económicas de este blog-. La razón de esta sorprendente sinrazón económica –la cantidad de dinero en circulación se supone que ha de crecer a tasas cercanas a las que crece la actividad económica para no generar inflación- está en que el IAPC -Índice de Precios Armonizado de la Zona Euro- no ha crecido en este período a tasas más allá del 3,5%.
A este argumento se han ceñido los dirigentes de la economía europea para inyectar alegremente dinero nuevo hasta hace poco intentando así dinamizar, por la vía de los aumentos artificiales de demanda, de la recesiva economía de los principales países del área euro. Ellos se atienen a lo que indican los medidores de inflación establecidos sin tener en cuenta si estos contemplan o no los cambios en la totalidad de los precios de aquellos bienes que resultan de primera necesidad para los ciudadanos.
El problema está en que, mientras que el dinero nuevo que se ha estado introduciendo no ha ido a aumentar la demanda de lo considerado por las autoridades económicas como bienes de consumo, viendo la evolución de los diferentes mercados, este dinero si que ha sido dedicado por las sociedades de inversión y por los individuos con rentas mas altas a la compra masiva de viviendas y a la especulación, tanto en el mercado inmobiliario como en la bolsa de valores. Como los gastos de comprar una vivienda no son considerados como ‘gasto en consumo’ por las fórmulas de cálculo del IAPC, no quedan, por tanto, reflejados en dicho indicador de inflación. Aprovechando la gran demanda generada por mi generación, los especuladores, disfrutando de un dinero muy barato, se han dedicado a hacer fortuna en el mercado inmobiliario a costa de los necesitados compradores.
La circunstancia de que mucha gente entienda la vivienda como una forma de no tirar el dinero a un pozo sin fondo -el alquiler- y el que las rentas que quedan con la jubilación en España no permiten pagar un alquiler, obligan a todos los que viven de un salario a comprar una vivienda durante su vida productiva. Esto permite entender esa gran demanda generada de repente por mi generación, y nos sirve para comprender el hecho de que el crecimiento interanual de los créditos para adquisición de una vivienda haya sido cuatro puntos porcentuales superior al crecimiento de los créditos al consumo.
Así, en tanto que los gestores de la política monetaria se mantenían tranquilos dado que el indicador establecido para medir la inflación no indicaba subida alguna, la capacidad de compra de las familias se veía muy afectada por la elevación tan fuerte experimentada por el precio de un bien básico como es la vivienda. Y es que, mientras el precio de la vivienda ha subido en nuestro país más de un 15% anual de media durante la mayor parte del período que va desde 1996 hasta 2007 -en algunas ciudades la subida fue algunos años de más de un 40%-, el salario de los españoles no subía más de un 3,5%.
Otra razón de este crecimiento en el volumen de créditos hipotecarios es que la misma subida de los precios de las viviendas derivada del proceso especulativo ha hecho que los préstamos hayan tenido que subir en importe total. Esto ha sido posible gracias a la reducción inicial de los tipos de interés y al aumento de los plazos de pago -en estos últimos años se ha pasado de 25 y 30 años a 40 y 45 años-.
Hay que tener en cuenta que el volumen total de créditos con garantía hipotecaria representa entre un sesenta y un sesenta y cinco por ciento del total de créditos del sector financiero a las familias para comprender la importancia que la subida de precios tiene también para el sector financiero. Respecto a la capacidad de compra de las familias, la dureza de este proceso puede comprobarse al observar como la tasa de endeudamiento de los hogares respecto a sus ingresos ha crecido desde un 70% hasta casi un 95% entre los años 1997 y 2005.
Lo más triste de esta historia es que la merma de bienestar que este incremento tan desorbitado en los precios de las viviendas ha supuesto para las familias se deba en gran parte al mecanismo de cálculo del IPC -IAPC-, índice que fue creado para proteger su capacidad de compra.
Mientras que en los Estados Unidos la adquisición de la vivienda para uso habitual sí se considera como gasto en consumo y su precio en conjunto está muy controlado -con las naturales diferencias por motivos de demanda-, en Europa todavía no es así. ¿Por qué?
La verdadera razón no es, como antes comenté, que la vivienda no se deprecie -tampoco lo hacen algunos muebles u objetos cuya compra sí es considerada gasto en consumo-, sino la falta de conocimiento y de espíritu crítico respecto a los principios económicos en los que se basa el sistema de mercado europeo. Aquí nadie cuestiona nada porque nadie aporta nada. Desde Keynes se ha abierto un desierto intelectual en el campo de la economía del viejo continente. Y, precisamente, nadie se ha cuestionado esta situación pues nadie quiere llevarle la contraria a John Maynard Keynes.
Y es que Keynes fue quien consideró el gasto en una vivienda como una inversión, basando su decisión en dos argumentos que en su día pudieron tener más o menos apoyos reales, pero que hoy en día carecen del sustento necesario para mantenerse. En su libro ‘La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero’, publicado en 1936, afirma que la compra de una vivienda debe ser considerada como inversión “desde el momento en que las viviendas son consideradas normalmente como bienes adquiridos con recursos procedentes del ahorro y no de la renta corriente, y que son a menudo propiedad de personas distintas de los ocupantes”.
Pero, a fecha de hoy, en nuestro país casi el 90% de la población es propietaria, o está en vías de serlo, de la vivienda que habita y las viviendas son adquiridas, en su gran mayoría y para una proporción cada vez mayor del importe total, a través de créditos hipotecarios cuyo pago hay afrontar con los ingresos corrientes.
La consideración actual que se tiene entonces del gasto a realizar para la adquisición de una vivienda queda claramente en entredicho. Se hace imprescindible discernir entre la compra de una vivienda como inversión, especulativa o no, y la compra de una vivienda para uso propio como primera o segunda vivienda. Este segundo tipo de compra debería considerarse como gasto en consumo y las cuotas de los créditos hipotecarios incluirse sin duda alguna en la cesta de la compra de las familias españolas. La vivienda para uso propio debería, por tanto, ser considerada dentro de los bienes cuyo cambio de precio debería quedar incluido dentro del cómputo del IPC.
<div style='float: right;width: 200px;font-size: 16px;font-weight: bold;margin-left: 20px;border: 1px solid #CCC;padding: 20px;tonalidad: #222;border-radius: 5px;'>La vivienda para uso propio es un bien de consumo, no de inversión</div>
Como respaldo a esta afirmación resulta bastante fácil comprobar como las entidades financieras, aunque pidan aval, sólo conceden préstamos hipotecarios si consideran que los tomadores de dichos préstamos van a poder pagar sin problemas, con el dinero procedente de sus ingresos líquidos estables en el tiempo, los importes resultantes de la devolución del principal más los intereses. En ningún caso quieren quedarse con un bien inmobiliario como garantía que, en caso de un entorno económico adverso, como sabemos que puede ser el caso, perdería parte de su valor e incluso puede ser difícil de vender para recuperar no ya el interés perdido sino el principal prestado mediante el crédito con garantía hipotecaria.
Por otro lado, cuando, llegado el otoño de 2007, las empresas intermediarias del sector de la alimentación, por boca de la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB), anunciaron la aproximación de un ‘tsunami’ en los precios de los productos de alimentación, nadie con capacidad de decisión tomó medida alguna para evitar lo que finalmente sucedió.
<div style='text-align:center'><img src='http://ralpherns.files.wordpress.com/2010/09/los-precios-de-los-alimentos.gif?w=593' ></div>
Entre principios del año 2007 y hoy en día, y diga lo que diga el IPC -IAPC-, la cesta de la compra, sin incluir la gasolina, se ha encarecido más de un 100%. La OCU habla de una subida media del 11% de la cesta de la compra en 2008. Dependiendo del lugar la subida ha sido muchísimo mayor. El que hayan bajado los precios de los productos de electrónica no afecta lo más mínimo a la mayoría de los consumidores aunque ello haga disminuir el IPC. Estos sólo ven como su cesta de productos básicos se ha encarecido brutalmente tal y como dijo FIAB.
A este tsunami de precios de productos de primera necesidad se unió entonces la subida ya mencionada de los precios del petróleo impulsada por Chávez y su pandilla de amigos especuladores, ayudados por la inestabilidad en oriente medio, la gran demanda de petróleo procedente de China y la especulación de grandes compañías financieras multinacionales aprovechando los excesos de liquidez internacionales. El precio del barril de crudo Brent pasó así de valer 34 $ en 2004 a 67 $ en abril de 2007 y a 134 $ en julio de 2008. Aunque luego bajara a 39 $ en diciembre de 2008 y se volviera a situar en torno a los 66 $ en julio de 2009, la inestabilidad estaba servida. Las declaraciones de los ministros y jefes de estado de algunos países productores de petróleo queriendo ver el petróleo por encima de los 200$ el barril animó la especulación.
También por aquellas fechas comenzó la subida de tipos de interés que pone en marcha el Banco Central Europeo en 2006 para frenar las tensiones inflacionarias que se estaban dejando ya sentir en los mercados. Entre el primer cuatrimestre de 2006 y el último de 2008 el tipo de interés de referencia pasa de un 2 % a un 4,25 %. Se multiplica por dos.
En este escenario es cuando irrumpe la crisis de las hipotecas americanas con las restricciones al crédito que ella supuso. Cuando los españoles empezaban a encontrar dificultades para acceder a un préstamo por su menguada capacidad de compra aparece la crisis internacional que provoca la desconfianza en el mercado. Los intermediarios financieros guardan la liquidez para hacer frente a los problemas que tienen y tendrán que hacer frente. El grifo del crédito se corta.
Resumiendo, la clase media española se ha visto en la peor de las situaciones posibles. A la subida de precios tan importante de la vivienda durante los años 1998 – 2006 se le fue uniendo la subida de los precios del petróleo (multiplicó sus precios casi por cuatro), de la cesta de la compra (multiplicó sus precios por dos) y de los tipos de interés (que multiplicó el importe de los intereses a satisfacer en cada cuota de los créditos con garantía hipotecaria por dos). Es decir, todos los gastos aumentaron de una forma importantísima mientras que los ingresos apenas aumentaron. En otoño de 2007 la capacidad de compra de la clase media empezó a dar señales de claro agotamiento. Se estaba alcanzando el límite de gasto permitido por la renta corriente más el endeudamiento, limitado este último por la primera. Y es entonces cuando se corta el crédito por la crisis internacional.
Desde entonces todo ha sido un desastre tras otro. Primero vino el parón en las compras de viviendas y de coches, bienes comprados en su mayoría con créditos solicitados a las instituciones financieras. El paso siguiente fue la reducción en la construcción de viviendas por parte de unos promotores que ven caer sus ventas y la reducción en la producción de vehículos por lo mismo. De ahí al cierre de muchas empresas constructoras y al despido de miles de trabajadores va un paso. Tengamos en cuenta que un 25% del PIB español depende directa o indirectamente del sector inmobiliario. La fabricación de coches no tiene tanta importancia pero no es un sector menor. El despido de muchos empleados incide en que la demanda de bienes se reduzca aún más. Empiezan a vivir del subsidio de desempleo y de los ahorros cuando los hay. El drama va en aumento.
Y aquí, después de no hacer nada para evitar la crisis, llegan los intelectos gobernantes para acabar de estropearlo todo. No se les ocurre otra cosa que empezar a gastar a diestro y siniestro, creyendo que el gasto público va a compensar la caída de renta de los desempleados, sin pensar más de veinte segundos en sus consecuencias. ¿Es que alguien cree que el dinero público aparece como el maná que cae del cielo? ¿O como los euromillones que en el anuncio de TV aparecen por la noche en la mesilla de la cama?
Cuanto más simples intelectualmente más peligrosos son. Tienen la memoria de un pez y no recuerdan lo que pasó en la última legislatura de Felipe González con Solbes en la cartera de Economía. Sólo se les ocurre gastar y gastar en cualquier merluzez que a algún iluminado se le ocurra. Sin ahorrar y sin pensar en como ayudar a los ciudadanos a recuperar su perdida capacidad de compra. Pan para unos meses y palos rellenitos para los siguientes.
¿O es que alguien dudaba que en algún momento el estado español fuera a tener que subir los impuestos para intentar tapar el enorme agujero presupuestario creado por estos petulantes? Probablemente se creyeron que la crisis iba a durar unos meses. ¿Es que nadie se acuerda ya de lo que paso en 1995 cuando se lanzaron varias emisiones de deuda que nadie en España quería o podía comprar y al final, después de dejar el mercado interior de crédito seco como la mojama, tuvieron que colocarla en el extranjero? Claro, como no entienden de economía….
<div style='float: right;width: 200px;font-size: 16px;font-weight: bold;margin-left: 20px;border: 1px solid #CCC;padding: 20px;tonalidad: #222;border-radius: 5px;'>Las subidas de impuestos son contraproducentes en esta crisis</div>
Lo peor de todo es que ya han subido todos los impuestos indirectos y los precios de los bienes públicos que han podido subir -el IVA (un 12,5%), los impuestos que afectan al petróleo (la gasolina y el gasóleo están en máximos históricos), el precio de la luz y de los tras*portes públicos, etc- y ahora van directos a por los impuestos directos.
</div>
Dadas las circunstancias / Given the circumstances | Blog de Economía, Política, Ideas y Salud por Prof. Phd/Dr. D. Rafael Hernández Núñez
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Lo siento por todos nosotros pero cuando oigo al presidente del gobierno español, a los políticos de la oposición y a los medios de comunicación defender la subida de impuestos, la reducción de salarios y la liberalización del mercado de trabajo como las medidas adecuadas para recuperar la estabilidad presupuestaria, el empleo y el crecimiento económico, me temo lo peor. Cuanto iletrado incapaz hay con poder.
Cuando en 1999 terminé mi doctorado en Política Económica, me juré que nunca más permitiría que unos gobernantes incultos e incapaces volvieran a poner en peligro el bienestar de tanta gente en nuestro país. Mi generación había sufrido más de 20 años de una situación económica tan imposible como pueda imaginarse. En 1996 había en España 40.000 personas menos trabajando que en 1970. Y ello habiendo crecido la población en edad de trabajar un 30%. Terrible. Datos del INE cuando era fiable. Gracias a Boyer, Solchaga, Solbes y compañía se consiguió algo tan duro como difícil de comprender.
Pues bien, comencé a cumplir cuando poco después dirigí dos seminarios para FAES sobre la reducción de jornada a 35 horas -otoño de 1999- y trabajé todo lo que pude hasta convencer a sindicatos y políticos para que esta perjudicial medida no nos afectara. Fué de las pocas tonterías que el equipo de Manuel Pimentel no llevó a cabo durante su período como Ministro de Trabajo. Estuvimos entre los escasos países de Europa que no aplicamos dicha medida y eso nos lanzó, entre otras pocas pero acertadas iniciativas de política económica, a la cabeza de Europa en lo que a creación de empleo y bienestar se refiere.
Es curioso que mientras el resto del mundo -y Europa en particular- se debatía en un sinfín de crisis económicas nuestro país se convirtiera en un referente de creación de empleo. La demanda interna se convirtió en el motor de nuestra economía. Claro, mi generación, que no había podido establecerse por su cuenta durante esa gran crisis, entró en tromba en el mercado de trabajo y se dedicó a comprar todo aquello que le había sido imposible hasta entonces. El boom de la vivienda y del consumo no era más que el reflejo de un ajuste.
Los años que van de 1997 a 2004 fueron buenos para mucha gente, aunque los gobernantes económicos se acunaron en los éxitos iniciales y no supieron o no quisieron estar atentos a todo lo que había que modificar para que la economía no dejara de funcionar. El poder es lo que tiene cuando se aísla de la realidad. Las comisiones de Economía del PP dejaron de reunirse al poco de subir este partido al poder. Y estas eran el único foro donde podían oírse voces críticas de economistas independientes. Las burbujas especulativas aparecieron y el crecimiento económico basado en el consumo interno se ralentizó.
En 2004 un terrible atentado alteró la historia y los incapaces volvieron al poder de forma imprevista. Seguro que pensaron que todo iría bien mientras no tocaran nada de lo heredado en terreno económico. Pero no basta con no tocar, hay que percibir y comprender los cambios de la realidad para adaptar a ella la política económica y que no se rompa el modelo. Y eso es mucho pedir para estos ineptos.
<img src="http://ralpherns.files.wordpress.com/2010/09/pedro_solbes.jpg?w=220&h=300" align="left" style="margin:20px; margin-left:0px; border:1px solid #333">
Muy a pesar de todos los que le sufrimos en la primera etapa, Pedro Solbes volvía a dirigir la política económica Ministro de Economía durante los primeros año de la crisis. Este tipo me recuerda mucho a otros como él. Regulares memorias con incapacidad total de razonar a cierto nivel económico. Carlos Berzosa ó Horst Siebert son claros ejemplos. Pero hay muchos más. Fabricación universitaria típicamente europea.
Como era de esperar con estos cerebros, las cosas se fueron torciendo. Desde el año 2005 venía yo diciendo a quien me quisiera oír, entre ellos mis alumnos, lo que se nos venía encima. Una crisis de capacidad de compra no keynesiana. Acababa yo de presentar mi Tesis Doctoral sobre una nueva Función de Consumo y parecía que lo que sucedía venía a confirmar lo que en ella se argumentaba. Y es que la gran crisis venía avisando para el que quisiera estar atento. Nadie parecía escuchar.
<div style='float: right;width: 200px;font-size: 16px;font-weight: bold;margin-left: 20px;border: 1px solid #CCC;padding: 20px;tonalidad: #222;border-radius: 5px;'>La crisis de demanda española comenzó antes que la de las hipotecas subprime</div>
Cuando a esta gran crisis se le unió otra crisis internacional provocada por la dejadez de las autoridades supervisoras del mercado norteamericano, el desarrollo de la primera se aceleró. Los señores Solbes y Zapatero, después de negar primero la crisis durante el otoño del 2007 y la primavera de 2008 para ganar las elecciones, le echaron luego la culpa del parón innegable de nuestra economía a la crisis internacional. El problema es que no sólo eran motivaciones políticas lo que estaba detrás de ese comportamiento, sino la falta de conocimientos de economía que han demostrado repetidamente estos señores.
<hr style="tonalidad:#333">
En fin, voy a dar primero el detalle de lo sucedido para luego exponer una serie de ideas útiles con las que enderezar este desastre esperando que no sea demasiado tarde. Aunque todo dependerá de la capacidad de escuchar que tengan nuestros políticos. Espero que la situación a la que nos han llevado les haga ser algo más receptivos y entiendan que lo que van a hacer es tomar la peor de las medidas posibles.
Para comprender el origen de la crisis, un origen que hasta ahora no he visto que nadie entienda ‑nadie significa nadie, ni de derechas ni de izquierdas‑, hay que entender que no se trata de uno, sino de dos problemas superpuestos. Pues no hay una crisis, sino dos. Solapadas, eso sí, pero claramente diferenciadas. Y si no hacemos algo, la segunda seguro que dura mucho más que la primera.
La primera no es la más llamativa, aunque se iniciara primero, así que empecemos por la segunda. La de los bonos sarama hipotecarios americanos. En América el mercado de la vivienda no funciona como en Europa. Allí alquilar es realmente barato si no te vas al centro de las ciudades. Los suburbios son extensos territorios donde vive la mayor parte de los trabajadores de las ciudades. La vivienda también es barata en los mismos términos.
Pero algunos Estados americanos, viendo que aquella parte de la población que no tenía ahorros ni pensión o renta alguna al finalizar su vida laboral no podía pagar un alquiler y creaba bolsas de pobreza, decidieron ejercitar la solidaridad a su manera. Crearon unas entidades financieras que, con fondos públicos, se dedicaron a dar créditos hipotecarios a tipos inicialmente subvencionados ‑de ahí el término ‘subprime’‑ y sin las garantías que el resto del sistema financiero requería.
Mientras que la economía americana funcionó y los compradores de estas viviendas pudieron pagar sus cuotas mensuales, los intermediarios financieros compraron estos créditos, los trocearon, los empaquetaron y los revendieron como si de hipotecas con todas las garantías se tratase. Como el mercado americano es tan grande, estos créditos fueron a parar a las carteras de inversión de la mayoría de los grandes bancos, fondos de pensiones, aseguradoras y multinacionales como activos poco rentables pero supuestamente seguros. Se repartieron por todo el mundo.
Es decir, fallaron los supervisores del sistema financiero americano que permitieron la reventa con recalificación fraudulenta de estos créditos. ¿Ha dimitido alguno?
Cuando la economía americana se resintió del alza del precio del petróleo, debido a la guerra de Iraq, la enorme demanda China, a los amigos de Chávez y a la especulación, y tras ella, del de los alimentos por la moda de los biocombustibles, empezó la debacle. A ello se le unió el vencimiento de los plazos para la subvención de los tipos de interés de estos créditos ‘subprime’.
Para intentar frenar la inflación, la Reserva Federal comenzó una subida de los tipos de interés y con ellos volvieron a subir los recibos mensuales de estos créditos hipotecarios. Más leña al fuego. Los compradores de viviendas con créditos subvencionados, la mayoría trabajadores con baja cualificación, se vieron atrapados en una situación imposible. Subieron los precios de todos los productos y también los recibos mensuales de los créditos hipotecarios. Los salarios sin embargo no crecieron porque la competitividad internacional de las empresas así lo exige.
Entonces, cuando estos compradores vieron cercenada su capacidad de compra hasta el límite, sencillamente dejaron de hacer frente a los recibos mensuales de sus créditos y entregaron las viviendas a medio pagar a los tenedores de los derechos de dichos créditos. No habían firmado ninguna otra obligación con los prestamistas. Las empresas que habían comprado estos créditos como activos ‘seguros’ y que tenían los derechos de cobro sobre los intereses de los créditos hipotecarios vieron así no sólo como estos dejaban de rentar para siempre y su precio bajaba en los mercados por esta razón, sino que también comprobaron como el precio de las viviendas entregadas como garantía caía en picado como consecuencia de que todas estas viviendas salían al mismo tiempo al mercado. Un agujero de casi un 40% en el valor de dichos activos en unos pocos meses.
Los bancos dejaron de confiar en las empresas y entre sí porque nadie quería reconocer la verdadera pérdida en su capital. El crédito cayó en picado. Y con él la inversión y el consumo.
Menos mal que esta grave enfermedad económica tiene cura y podría estar en vías de sanar. La Reserva Federal americana y otros grandes bancos centrales acordaron una acción conjunta para suministrar a los mercados dinero líquido a bajo precio con el que tapar los agujeros de capital. Poco a poco el dinero y la bajada de tipos de interés que un aumento de la liquidez conlleva van haciendo su efecto. Con todo, aún falta bastante para resolver este problema. ¿Que van a hacer con la ingente cantidad de compradores de vivienda con bajo nivel adquisitivo que aún están al límite y siguen dejando de pagar sus créditos? La bajada de los tipos de interés no ha sido suficiente para compensar la terrible subida de los precios. Las tasas de impagos mensuales son escalofriantes y aún siguen amenazando los mercados internacionales.
Hay dos opciones. Por un lado puede dejarse que el sistema se sanee a base de que todos estos compradores devuelvan sus viviendas y luego se inyecta liquidez para tapar los agujeros de capital de las grandes y pequeñas empresas e instituciones que compraron estos activos. Es la peor de las dos opciones. Demasiada gente inocente sufriría el error intelectual de sus gobiernos.
La otra implicaría recuperar la capacidad de compra de estos prestatarios tan castigados. Habría que reducir el precio de su cesta de la compra liberalizando muchos mercados que aún permanecen controlados con el único objetivo de favorecer y sostener producciones nacionales no competitivas. También habría que apostar decisivamente por energías alternativas al petróleo. No tiene sentido nuestra dependencia económica de un bien tan sujeto a especulación y a cambios bruscos en los precios como el petróleo. Y además es muy contaminante. Existen fuentes energéticas ya económicamente viables como la nuclear u otras aún por mejorar. Por último sería necesaria una bajada de impuestos para animar definitivamente al consumidor a recuperar la confianza. En cualquier caso habría que cambiar el procedimiento de supervisión y a los ineptos supervisores que no se dieron cuenta del problema. El gobierno americano verá.
La otra crisis, la que amenaza en convertirse en la más duradera, es una crisis similar pero de facturación puramente española y afecta a toda la clase media que es el soporte económico de nuestro estado democrático. Se trata de una crisis de capacidad de compra con claras diferencias en sus orígenes respecto a la Americana. Estos se encuentran tanto en la propia evolución de nuestro sistema económico como en la falta de conocimiento económico de nuestros gobernantes.
En pocas palabras, en estos momentos el consumidor medio español llega con mucha dificultad a fin de mes y esto le pone muy difícil conseguir crédito alguno con el que comprar bienes de una cierta entidad como viviendas y coches. Y ello a pesar de la bajada de tipos de interés propiciada por los bancos centrales tanto de EEUU como de Europa y Japón. ¿A que se debe esto?
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Por un lado, la cantidad de dinero nuevo que cada año pone en circulación el Banco Central Europeo ha estado creciendo a tasas entre el 5% y el 9% desde 1997 hasta 2007, mientras que el PIB -Producto Interior Bruto- de la Zona Euro lo hizo tan sólo a tasas entre el 0,5% y el 4,5% en el mismo período -puede verse un gráfico explicativo más amplio (y actualizado en el año 2012) al final de la página de Estadísticas Económicas de este blog-. La razón de esta sorprendente sinrazón económica –la cantidad de dinero en circulación se supone que ha de crecer a tasas cercanas a las que crece la actividad económica para no generar inflación- está en que el IAPC -Índice de Precios Armonizado de la Zona Euro- no ha crecido en este período a tasas más allá del 3,5%.
A este argumento se han ceñido los dirigentes de la economía europea para inyectar alegremente dinero nuevo hasta hace poco intentando así dinamizar, por la vía de los aumentos artificiales de demanda, de la recesiva economía de los principales países del área euro. Ellos se atienen a lo que indican los medidores de inflación establecidos sin tener en cuenta si estos contemplan o no los cambios en la totalidad de los precios de aquellos bienes que resultan de primera necesidad para los ciudadanos.
El problema está en que, mientras que el dinero nuevo que se ha estado introduciendo no ha ido a aumentar la demanda de lo considerado por las autoridades económicas como bienes de consumo, viendo la evolución de los diferentes mercados, este dinero si que ha sido dedicado por las sociedades de inversión y por los individuos con rentas mas altas a la compra masiva de viviendas y a la especulación, tanto en el mercado inmobiliario como en la bolsa de valores. Como los gastos de comprar una vivienda no son considerados como ‘gasto en consumo’ por las fórmulas de cálculo del IAPC, no quedan, por tanto, reflejados en dicho indicador de inflación. Aprovechando la gran demanda generada por mi generación, los especuladores, disfrutando de un dinero muy barato, se han dedicado a hacer fortuna en el mercado inmobiliario a costa de los necesitados compradores.
La circunstancia de que mucha gente entienda la vivienda como una forma de no tirar el dinero a un pozo sin fondo -el alquiler- y el que las rentas que quedan con la jubilación en España no permiten pagar un alquiler, obligan a todos los que viven de un salario a comprar una vivienda durante su vida productiva. Esto permite entender esa gran demanda generada de repente por mi generación, y nos sirve para comprender el hecho de que el crecimiento interanual de los créditos para adquisición de una vivienda haya sido cuatro puntos porcentuales superior al crecimiento de los créditos al consumo.
Así, en tanto que los gestores de la política monetaria se mantenían tranquilos dado que el indicador establecido para medir la inflación no indicaba subida alguna, la capacidad de compra de las familias se veía muy afectada por la elevación tan fuerte experimentada por el precio de un bien básico como es la vivienda. Y es que, mientras el precio de la vivienda ha subido en nuestro país más de un 15% anual de media durante la mayor parte del período que va desde 1996 hasta 2007 -en algunas ciudades la subida fue algunos años de más de un 40%-, el salario de los españoles no subía más de un 3,5%.
Otra razón de este crecimiento en el volumen de créditos hipotecarios es que la misma subida de los precios de las viviendas derivada del proceso especulativo ha hecho que los préstamos hayan tenido que subir en importe total. Esto ha sido posible gracias a la reducción inicial de los tipos de interés y al aumento de los plazos de pago -en estos últimos años se ha pasado de 25 y 30 años a 40 y 45 años-.
Hay que tener en cuenta que el volumen total de créditos con garantía hipotecaria representa entre un sesenta y un sesenta y cinco por ciento del total de créditos del sector financiero a las familias para comprender la importancia que la subida de precios tiene también para el sector financiero. Respecto a la capacidad de compra de las familias, la dureza de este proceso puede comprobarse al observar como la tasa de endeudamiento de los hogares respecto a sus ingresos ha crecido desde un 70% hasta casi un 95% entre los años 1997 y 2005.
Lo más triste de esta historia es que la merma de bienestar que este incremento tan desorbitado en los precios de las viviendas ha supuesto para las familias se deba en gran parte al mecanismo de cálculo del IPC -IAPC-, índice que fue creado para proteger su capacidad de compra.
Mientras que en los Estados Unidos la adquisición de la vivienda para uso habitual sí se considera como gasto en consumo y su precio en conjunto está muy controlado -con las naturales diferencias por motivos de demanda-, en Europa todavía no es así. ¿Por qué?
La verdadera razón no es, como antes comenté, que la vivienda no se deprecie -tampoco lo hacen algunos muebles u objetos cuya compra sí es considerada gasto en consumo-, sino la falta de conocimiento y de espíritu crítico respecto a los principios económicos en los que se basa el sistema de mercado europeo. Aquí nadie cuestiona nada porque nadie aporta nada. Desde Keynes se ha abierto un desierto intelectual en el campo de la economía del viejo continente. Y, precisamente, nadie se ha cuestionado esta situación pues nadie quiere llevarle la contraria a John Maynard Keynes.
Y es que Keynes fue quien consideró el gasto en una vivienda como una inversión, basando su decisión en dos argumentos que en su día pudieron tener más o menos apoyos reales, pero que hoy en día carecen del sustento necesario para mantenerse. En su libro ‘La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero’, publicado en 1936, afirma que la compra de una vivienda debe ser considerada como inversión “desde el momento en que las viviendas son consideradas normalmente como bienes adquiridos con recursos procedentes del ahorro y no de la renta corriente, y que son a menudo propiedad de personas distintas de los ocupantes”.
Pero, a fecha de hoy, en nuestro país casi el 90% de la población es propietaria, o está en vías de serlo, de la vivienda que habita y las viviendas son adquiridas, en su gran mayoría y para una proporción cada vez mayor del importe total, a través de créditos hipotecarios cuyo pago hay afrontar con los ingresos corrientes.
La consideración actual que se tiene entonces del gasto a realizar para la adquisición de una vivienda queda claramente en entredicho. Se hace imprescindible discernir entre la compra de una vivienda como inversión, especulativa o no, y la compra de una vivienda para uso propio como primera o segunda vivienda. Este segundo tipo de compra debería considerarse como gasto en consumo y las cuotas de los créditos hipotecarios incluirse sin duda alguna en la cesta de la compra de las familias españolas. La vivienda para uso propio debería, por tanto, ser considerada dentro de los bienes cuyo cambio de precio debería quedar incluido dentro del cómputo del IPC.
<div style='float: right;width: 200px;font-size: 16px;font-weight: bold;margin-left: 20px;border: 1px solid #CCC;padding: 20px;tonalidad: #222;border-radius: 5px;'>La vivienda para uso propio es un bien de consumo, no de inversión</div>
Como respaldo a esta afirmación resulta bastante fácil comprobar como las entidades financieras, aunque pidan aval, sólo conceden préstamos hipotecarios si consideran que los tomadores de dichos préstamos van a poder pagar sin problemas, con el dinero procedente de sus ingresos líquidos estables en el tiempo, los importes resultantes de la devolución del principal más los intereses. En ningún caso quieren quedarse con un bien inmobiliario como garantía que, en caso de un entorno económico adverso, como sabemos que puede ser el caso, perdería parte de su valor e incluso puede ser difícil de vender para recuperar no ya el interés perdido sino el principal prestado mediante el crédito con garantía hipotecaria.
Por otro lado, cuando, llegado el otoño de 2007, las empresas intermediarias del sector de la alimentación, por boca de la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB), anunciaron la aproximación de un ‘tsunami’ en los precios de los productos de alimentación, nadie con capacidad de decisión tomó medida alguna para evitar lo que finalmente sucedió.
<div style='text-align:center'><img src='http://ralpherns.files.wordpress.com/2010/09/los-precios-de-los-alimentos.gif?w=593' ></div>
Entre principios del año 2007 y hoy en día, y diga lo que diga el IPC -IAPC-, la cesta de la compra, sin incluir la gasolina, se ha encarecido más de un 100%. La OCU habla de una subida media del 11% de la cesta de la compra en 2008. Dependiendo del lugar la subida ha sido muchísimo mayor. El que hayan bajado los precios de los productos de electrónica no afecta lo más mínimo a la mayoría de los consumidores aunque ello haga disminuir el IPC. Estos sólo ven como su cesta de productos básicos se ha encarecido brutalmente tal y como dijo FIAB.
A este tsunami de precios de productos de primera necesidad se unió entonces la subida ya mencionada de los precios del petróleo impulsada por Chávez y su pandilla de amigos especuladores, ayudados por la inestabilidad en oriente medio, la gran demanda de petróleo procedente de China y la especulación de grandes compañías financieras multinacionales aprovechando los excesos de liquidez internacionales. El precio del barril de crudo Brent pasó así de valer 34 $ en 2004 a 67 $ en abril de 2007 y a 134 $ en julio de 2008. Aunque luego bajara a 39 $ en diciembre de 2008 y se volviera a situar en torno a los 66 $ en julio de 2009, la inestabilidad estaba servida. Las declaraciones de los ministros y jefes de estado de algunos países productores de petróleo queriendo ver el petróleo por encima de los 200$ el barril animó la especulación.
También por aquellas fechas comenzó la subida de tipos de interés que pone en marcha el Banco Central Europeo en 2006 para frenar las tensiones inflacionarias que se estaban dejando ya sentir en los mercados. Entre el primer cuatrimestre de 2006 y el último de 2008 el tipo de interés de referencia pasa de un 2 % a un 4,25 %. Se multiplica por dos.
En este escenario es cuando irrumpe la crisis de las hipotecas americanas con las restricciones al crédito que ella supuso. Cuando los españoles empezaban a encontrar dificultades para acceder a un préstamo por su menguada capacidad de compra aparece la crisis internacional que provoca la desconfianza en el mercado. Los intermediarios financieros guardan la liquidez para hacer frente a los problemas que tienen y tendrán que hacer frente. El grifo del crédito se corta.
Resumiendo, la clase media española se ha visto en la peor de las situaciones posibles. A la subida de precios tan importante de la vivienda durante los años 1998 – 2006 se le fue uniendo la subida de los precios del petróleo (multiplicó sus precios casi por cuatro), de la cesta de la compra (multiplicó sus precios por dos) y de los tipos de interés (que multiplicó el importe de los intereses a satisfacer en cada cuota de los créditos con garantía hipotecaria por dos). Es decir, todos los gastos aumentaron de una forma importantísima mientras que los ingresos apenas aumentaron. En otoño de 2007 la capacidad de compra de la clase media empezó a dar señales de claro agotamiento. Se estaba alcanzando el límite de gasto permitido por la renta corriente más el endeudamiento, limitado este último por la primera. Y es entonces cuando se corta el crédito por la crisis internacional.
Desde entonces todo ha sido un desastre tras otro. Primero vino el parón en las compras de viviendas y de coches, bienes comprados en su mayoría con créditos solicitados a las instituciones financieras. El paso siguiente fue la reducción en la construcción de viviendas por parte de unos promotores que ven caer sus ventas y la reducción en la producción de vehículos por lo mismo. De ahí al cierre de muchas empresas constructoras y al despido de miles de trabajadores va un paso. Tengamos en cuenta que un 25% del PIB español depende directa o indirectamente del sector inmobiliario. La fabricación de coches no tiene tanta importancia pero no es un sector menor. El despido de muchos empleados incide en que la demanda de bienes se reduzca aún más. Empiezan a vivir del subsidio de desempleo y de los ahorros cuando los hay. El drama va en aumento.
Y aquí, después de no hacer nada para evitar la crisis, llegan los intelectos gobernantes para acabar de estropearlo todo. No se les ocurre otra cosa que empezar a gastar a diestro y siniestro, creyendo que el gasto público va a compensar la caída de renta de los desempleados, sin pensar más de veinte segundos en sus consecuencias. ¿Es que alguien cree que el dinero público aparece como el maná que cae del cielo? ¿O como los euromillones que en el anuncio de TV aparecen por la noche en la mesilla de la cama?
Cuanto más simples intelectualmente más peligrosos son. Tienen la memoria de un pez y no recuerdan lo que pasó en la última legislatura de Felipe González con Solbes en la cartera de Economía. Sólo se les ocurre gastar y gastar en cualquier merluzez que a algún iluminado se le ocurra. Sin ahorrar y sin pensar en como ayudar a los ciudadanos a recuperar su perdida capacidad de compra. Pan para unos meses y palos rellenitos para los siguientes.
¿O es que alguien dudaba que en algún momento el estado español fuera a tener que subir los impuestos para intentar tapar el enorme agujero presupuestario creado por estos petulantes? Probablemente se creyeron que la crisis iba a durar unos meses. ¿Es que nadie se acuerda ya de lo que paso en 1995 cuando se lanzaron varias emisiones de deuda que nadie en España quería o podía comprar y al final, después de dejar el mercado interior de crédito seco como la mojama, tuvieron que colocarla en el extranjero? Claro, como no entienden de economía….
<div style='float: right;width: 200px;font-size: 16px;font-weight: bold;margin-left: 20px;border: 1px solid #CCC;padding: 20px;tonalidad: #222;border-radius: 5px;'>Las subidas de impuestos son contraproducentes en esta crisis</div>
Lo peor de todo es que ya han subido todos los impuestos indirectos y los precios de los bienes públicos que han podido subir -el IVA (un 12,5%), los impuestos que afectan al petróleo (la gasolina y el gasóleo están en máximos históricos), el precio de la luz y de los tras*portes públicos, etc- y ahora van directos a por los impuestos directos.
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Dadas las circunstancias / Given the circumstances | Blog de Economía, Política, Ideas y Salud por Prof. Phd/Dr. D. Rafael Hernández Núñez