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Madmaxista
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Qué inútiles sois.
Estrella de la pintura
Adiós a la abuela valenciana del Paint (con 318.000 seguidores en Instagram) a la que Disney encargó el cartel de Mary Poppins
Actualizado Jueves, 27 julio 2023 - 16:00
Concha García Zaera, en su estudio
Zaera había logrado un éxito atronador con sus dibujos en la pantalla. Sus creaciones adornan pósters, bolsas y cuadros. De estilo naif, cuajado de colores, la mujer, autodidacta, no tuvo acceso a los estudios oficiales hasta que, después de quedar viuda, a los 80 años, se apuntó a la Universidad Popular de Valencia. Había pasado la posguerra en el pueblo familiar, la Vall de Almonacid (Castellón) y, según cuenta la familia, entró a los 16 años a trabajar en un laboratorio fotográfico, en el que iluminaba fotografías con tintas. Allí conoció al que fue su marido, Enrique Igual. Se casaron el 1 de agosto de 1955 y tuvieron cinco hijos (Enrique, Rosa María, Inma, Mar y Eva). Tuvieron una tienda de fotografía y laboratorio fotográfico.
Enamorada de la pintura, con la jubilación comenzó a tomar clases de arte. Le gustaba pintar al óleo, pero Enrique enfermó. Para no molestarlo, invadiendo la casa con el perfume del aguarrás y los pigmentos, dejó de usar sus pinturas. Fue entonces, en 2007, cuando sus hijos le regalaron un ordenador. Descubrió el Paint. «Comenzó a explorar por su cuenta», recuerda Alba, «igual que había aprendido a escribir y a leer sola. Empezó pintando las postales que le enviaba mi abuelo. Le gustaban las escenas que eran muy cotidianas, costumbristas». Diez años después, sus nietas le recomendaron abrir una cuenta en Instagram para publicar sus dibujos.
No era sencillo encontrar un camino. No había modelos a los que remitirse. La informática le resultaba inevitablemente ajena. Pero disponía de un mapa mental y emocional. Una cartografía donde siempre sobresalió su amor por Sorolla, la obsesión por «mostrar la luz de Valencia», el arañazo de la vocación pictórica. «Era muy curiosa», añade su nieta, «aunque le costó encontrar una forma. Convertía la hoja en una cuadrícula. Hacía líneas, para plasmar las proporciones, y cuando tenía hecha la base, con la goma de borrar del Paint borraba la cuadrícula para ponerse a colorear y sombrear. Era curiosísimo». Todo a base de ensayo y error. «Se manejaba muy bien, pero no dejaba de tener 80 años, y claro, a veces, cuando borraba las líneas borraba el dibujo entero, y tenía que volver a empezar».
Su revisión del cartel de Mary Poppins
«No tengo nada de imaginación», le dijo hace unos años a 'Culturplaza', «Se me da muy bien copiar y la inspiración me viene de cualquier sitio, la bolsa de una farmacia o de cualquier tienda, un cuadro en un escaparate, una postal, una caja de un juego o dibujos de una revista».
En una carrera imprevista acumuló estampas dotadas de una pureza de surco efervescente. Postales bañadas de fosforescencia. Fogonazos o ecos de un verano luminiscente y eterno. Imágenes cosidas al cielo del levante con unos trazos profundos, sol y salitre tras la engañosa falta de volúmenes.
Cuando las nietas le aconsejaron abrir cuenta llegaron los enjambres de forofos, enamorados de sus nubes, sus puentes y sus tardes encaladas. Llegaron también las entrevistas, y las exposiciones, y la oferta de Disney... y hasta una falla, que le dedicó el artista Raúl Martínez, del Estudio Chuky, en Valencia, como homenaje.
Concha nunca le dio mucho carrete a su don. Insistía en que cualquiera podía hacerlo. «Tampoco le daba valor económico», certifica Alba, «lo hacía por disfrutar». No prestaba atención al terremoto que suponía contar con cientos de miles de seguidores en internet. «Cuando le explicamos que tenía una barbaridad de seguidores no le daba importancia, no lo entendía bien». Eso sí, «contestaba uno a uno a todos los que la escribían en redes, le dedicaba horas, pero le encantaba. Estos últimos años, entre las horas que dedicó a los dibujos y las que empleó en interactuar con la gente que le seguía le dieron muchísima vida. Disfrutaba mucho con la gente y el cariño».
Hacía lo que hacía por entretenerse. Pero a una edad en la que la mayoría cuelga los trastos cuajó una pintura evocadora y hermosa, un coágulo o chupito de luz cegadora. Normal que hasta Mary Poppins llamara a su puerta.
Adiós a la abuela valenciana del Paint (con 318.000 seguidores en Instagram) a la que Disney encargó el cartel de Mary Poppins
Concha García Zaera, la artista del Paint, nacida en Valencia, un 12 de junio de 1930, 318.000 seguidores en Instagram, donde colgaba sus dibujos, siempre decía que no a los...
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Estrella de la pintura
Adiós a la abuela valenciana del Paint (con 318.000 seguidores en Instagram) a la que Disney encargó el cartel de Mary Poppins
Actualizado Jueves, 27 julio 2023 - 16:00
Concha García Zaera, en su estudio
- El dato que faltaba 50 bolígrafos para 20 cuadros del 'Caravaggio del boli Bic'
Zaera había logrado un éxito atronador con sus dibujos en la pantalla. Sus creaciones adornan pósters, bolsas y cuadros. De estilo naif, cuajado de colores, la mujer, autodidacta, no tuvo acceso a los estudios oficiales hasta que, después de quedar viuda, a los 80 años, se apuntó a la Universidad Popular de Valencia. Había pasado la posguerra en el pueblo familiar, la Vall de Almonacid (Castellón) y, según cuenta la familia, entró a los 16 años a trabajar en un laboratorio fotográfico, en el que iluminaba fotografías con tintas. Allí conoció al que fue su marido, Enrique Igual. Se casaron el 1 de agosto de 1955 y tuvieron cinco hijos (Enrique, Rosa María, Inma, Mar y Eva). Tuvieron una tienda de fotografía y laboratorio fotográfico.
Enamorada de la pintura, con la jubilación comenzó a tomar clases de arte. Le gustaba pintar al óleo, pero Enrique enfermó. Para no molestarlo, invadiendo la casa con el perfume del aguarrás y los pigmentos, dejó de usar sus pinturas. Fue entonces, en 2007, cuando sus hijos le regalaron un ordenador. Descubrió el Paint. «Comenzó a explorar por su cuenta», recuerda Alba, «igual que había aprendido a escribir y a leer sola. Empezó pintando las postales que le enviaba mi abuelo. Le gustaban las escenas que eran muy cotidianas, costumbristas». Diez años después, sus nietas le recomendaron abrir una cuenta en Instagram para publicar sus dibujos.
No era sencillo encontrar un camino. No había modelos a los que remitirse. La informática le resultaba inevitablemente ajena. Pero disponía de un mapa mental y emocional. Una cartografía donde siempre sobresalió su amor por Sorolla, la obsesión por «mostrar la luz de Valencia», el arañazo de la vocación pictórica. «Era muy curiosa», añade su nieta, «aunque le costó encontrar una forma. Convertía la hoja en una cuadrícula. Hacía líneas, para plasmar las proporciones, y cuando tenía hecha la base, con la goma de borrar del Paint borraba la cuadrícula para ponerse a colorear y sombrear. Era curiosísimo». Todo a base de ensayo y error. «Se manejaba muy bien, pero no dejaba de tener 80 años, y claro, a veces, cuando borraba las líneas borraba el dibujo entero, y tenía que volver a empezar».
Su revisión del cartel de Mary Poppins
«No tengo nada de imaginación», le dijo hace unos años a 'Culturplaza', «Se me da muy bien copiar y la inspiración me viene de cualquier sitio, la bolsa de una farmacia o de cualquier tienda, un cuadro en un escaparate, una postal, una caja de un juego o dibujos de una revista».
En una carrera imprevista acumuló estampas dotadas de una pureza de surco efervescente. Postales bañadas de fosforescencia. Fogonazos o ecos de un verano luminiscente y eterno. Imágenes cosidas al cielo del levante con unos trazos profundos, sol y salitre tras la engañosa falta de volúmenes.
Cuando las nietas le aconsejaron abrir cuenta llegaron los enjambres de forofos, enamorados de sus nubes, sus puentes y sus tardes encaladas. Llegaron también las entrevistas, y las exposiciones, y la oferta de Disney... y hasta una falla, que le dedicó el artista Raúl Martínez, del Estudio Chuky, en Valencia, como homenaje.
Concha nunca le dio mucho carrete a su don. Insistía en que cualquiera podía hacerlo. «Tampoco le daba valor económico», certifica Alba, «lo hacía por disfrutar». No prestaba atención al terremoto que suponía contar con cientos de miles de seguidores en internet. «Cuando le explicamos que tenía una barbaridad de seguidores no le daba importancia, no lo entendía bien». Eso sí, «contestaba uno a uno a todos los que la escribían en redes, le dedicaba horas, pero le encantaba. Estos últimos años, entre las horas que dedicó a los dibujos y las que empleó en interactuar con la gente que le seguía le dieron muchísima vida. Disfrutaba mucho con la gente y el cariño».
Hacía lo que hacía por entretenerse. Pero a una edad en la que la mayoría cuelga los trastos cuajó una pintura evocadora y hermosa, un coágulo o chupito de luz cegadora. Normal que hasta Mary Poppins llamara a su puerta.