freegan hinjiniero
Madmaxista
Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (1)
Proclamación de la independencia de Eslovenia: 25 de junio de 1991; Foto: Ukom Archive
Fuente: Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (1)
Carlos González Villa, Eurasian Hub, 4 de septiembre, 2013
Revolución, reforma, conquista (y reconquista), restauración y tras*ición, entre otros, son términos normalmente utilizados para denotar momentos o eventos más o menos prolongados en la evolución política de un Estado. En muchos casos, el significado de esos acontecimientos es utilizado por las nuevas élites dominantes para justificar su permanencia en el poder en el período posterior, estirando el marco temporal del propio hecho hasta el punto de que su propia defensa se convierte en la idea que aglutina a las instituciones del nuevo régimen
Del proceso soberanista esloveno se puede decir algo similar, hasta el punto de que el régimen político esloveno de las últimas dos décadas bien puede ser denominado como ‘régimen de la independencia’. En el período que va desde el proceso de los ‘Cuatro de Ljubljana’, en la primavera y verano de 1988, hasta la proclamación de la independencia, que se materializó en junio de 1991 (y que incluyó un breve conflicto armado con el Ejército Popular Yugoslavo), se desarrolló un proceso secesionista que permitió a las élites marcar el ritmo de sus relaciones con las grandes potencias sin la carga que suponía la pertenencia a la federación yugoslava. Desde entonces, los componentes de esas élites han asumido como forma de legitimación su propia participación en el proceso de independencia, ya sea haciendo gala de ella (y compitiendo por los honores) o renegando de su participación en el anterior régimen (y acusando de lo propio a la parte contraria).
El ‘régimen de la independencia’ consiste en el conjunto de instituciones (formales e informales) y valores que han regulado el acceso al poder en Eslovenia en las últimas dos décadas. Si se atiende a la vertiente más formalista, hay que resaltar que la Constitución de 1991 consagra el principio del pluralismo político y la protección de los derechos y libertades individuales. Ello fue producto de la evolución del régimen anterior, en el que muchos de esos derechos ya estaban garantizados, y de la ruptura constitucional del otoño de 1989, en la que el acceso a las instituciones dejó de efectuarse a través del sistema de elección de delegados para introducir a los nuevos partidos políticos. Dicha evolución, con sus características particulares, no deja de ser similar a la experimentada por otros países del Este de Europa que, en aquellos años, asumieron la democracia liberal como forma de organización del Estado en plena ofensiva geopolítica de Estados Unidos.
Sin embargo, pensar en un cambio de régimen implica tomar nota de la evolución de los elementos que le dieron su forma definitiva: las bases sociales y las élites políticas. Las primeras forman parte de las pequeñas burguesías que, como apunta Francisco Veiga en La Trampa Balcánica, surgieron del socialismo y que se desarrollaron especialmente tras las reformas liberalizadoras de los años sesenta. Su extensión fue un fenómeno que afectó a toda Yugoslavia, aunque en diferente medida. En Eslovenia fueron el sustento del crecimiento del nacionalismo en los años ochenta; un proceso caracterizado por la prevalencia del discurso economicista, derivado del hecho de que la república era la entidad más vinculada a los procesos económicos de centro (i.e. aquellos enfocados en la exportación de bienes industriales) y del relativo atraso de las regiones periféricas a las que, argumentaban, debían subsidiar (a la vez que hacían uso de sus materias primas y recursos humanos).
Aquel discurso era fundamentalmente falaz. Como todo argumentario nacionalista, extraía elementos de la realidad que, no por ser ciertos, explican la complejidad de la situación. Y no sólo fallaba la interpretación del subdesarrollo del determinadas regiones yugoslavas. Aunque Eslovenia ocupaba una posición central en la estructura económica yugoslava y siguió actuando como uno de los principales actores económicos en la región tras la disolución del país, su posición en relación a la economía europea era la de periferia sujeta a los términos comerciales de los países más poderosos.
Ello se intentó compensar con voluntarismo político y un gran entusiasmo de la población acerca de los beneficios de la integración en la UE. Pero, ¿había otra opción? Eslovenia, con sus poco más de dos millones de habitantes (equivalentes a la población de la provincia de Alicante) y sus 20.272 km2 (que exceden por muy poco a la superficie de la provincia de Cáceres), habría tenido serios inconvenientes si no hubiera orientado su camino hacia las instituciones comunes continentales. De hecho, no parece probable que el proceso soberanista se hubiera lanzado con tanto ímpetu (o que se hubiera lanzado en absoluto) de no ser por la existencia de un proyecto capaz de integrar al país fuera de Yugoslavia.
Los primeros tres lustros dejaron claras las relaciones de dominación bajo la pantalla de la política de ampliación que propició el ingreso de doce nuevos países en 2004 y 2007, pero la parafernalia europeísta evitó mayores discusiones sobre lo que realmente se jugaban los eslovenos. Al final, las contradicciones latentes sólo se destaparon con el estallido de una gran crisis mundial y su secuela europea. Hoy en Eslovenia se discute si las reformas estructurales, las privatizaciones y la reforma del sector bancario, se llevaran a cabo sin o con la intervención de la troika, por las buenas o por las malas, en un momento en el que una parte de la población sufre las consecuencias de la precarización.
Todo ello ocurre en un ambiente que dista mucho de ser el de un pequeño país idílico dispuesto a enfrentar bien unido el vendaval. “La intensidad de la crisis actual”, me comentó un periodista hace pocos meses en Ljubljana, “no es muy diferente a la de 1991-1993. Entonces hubo un fuerte incremento del desempleo tras una brutal caída del PIB. Fue un momento difícil desde el punto de vista social, pero al menos se tenía la sensación de que saldríamos de esa situación peleando juntos. Hoy, ese sentimiento no existe”. El crepúsculo del ‘régimen de la independencia’ se observa primero en una población que ya no cree en la existencia de unas instituciones que velen por el futuro de sus ciudadanos. Dos millones de personas que en los últimos años van tomando postura y que se disuelven en grupos de patriotas sin Estado, nostálgicos del régimen anterior, hastiados y algunos, otros, que con aplomo intentan abrirse paso para plantear públicamente sus alternativas.
---------- Post added 23-sep-2013 at 03:39 ----------
Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (2)
Jože Mencinger: “Yo diría que somos una región de Europa. Tenemos menos poder y somos menos independientes que en Yugoslavia. En Yugoslavia éramos relativamente fuertes, pero no en Europa. Económicamente, está claro que perdimos todos los atributos que hacen de un país una entidad económica: no tenemos dinero, casi no tenemos política fiscal, no tenemos nuestro propio sistema económico y tampoco tenemos fronteras”. En la foto: Parlamento Europeo, Estrasburgo
Fuente: Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (2)
Carlos González Villa, Eurasian Hub, 6 de septiembre, 2013
Desde el punto de vista de la legitimidad, el “régimen de la independencia” se fundamenta en la existencia de la democracia liberal como paradigma de lo bueno y deseable tras la experiencia comunista. En este sentido, el caso esloveno es casi indiferenciable de otros en la Europa poscomunista. De hecho, resulta conveniente recordar que entre 1989 y 1991, el gobierno federal yugoslavo intentó poner en marcha su propio proceso de tras*ición. Siguiendo los pasos dados por Polonia y Hungría, Yugoslavia realizó una ambiciosa reforma económica neoliberal e intentó implementar un sistema político homologable a los estándares occidentales. Sin embargo, la élites políticas republicanas se le adelantaron y, tras la convocatoria de las primeras elecciones pluripartidistas en Eslovenia, en abril de 1990, la reforma política federal quedó prácticamente paralizada.
Aquél año, 1990, bien puede ser descrito como una competición entre legitimidades en la que las élites eslovenas tenían que ofrecer algo más que la idea de liberar a su población de una federación opresora que se aprovechaba de la laboriosidad de sus gentes para subvencionar a las regiones pobres del sur. Había que dar una dirección política a la indignación, tomando en cuenta, por un lado, que la pertenencia a la federación yugoslava había dado a Eslovenia su forma, de la que sus habitantes estaban tan orgullosos. A nivel de las élites, el nuevo régimen se construyó no como ruptura, sino como extensión de las élites comunistas locales. A su vez, había que considerar que Eslovenia no tenía precedentes como estado independiente y que su viabilidad como tal era dudosa. Si Yugoslavia, un país de casi 24 millones de habitantes, había sufrido enormemente el período de contracción de la economía mundial iniciado a finales de los sesenta, ¿qué se podría esperar para el futuro de Eslovenia?
En este contexto emerge el proceso de integración europeo como solución a un problema de supervivencia, pero también a la cuestión de la legitimidad del nuevo régimen. Era un buen momento para jugar esa baza. En octubre de 1989, el presidente de la Comisión, Jaques Delors, pronunció un discurso que algunos autores identifican con el primer antecedente de la política de ampliación de la Unión Europea hacia el Este de Europa. En él, el jefe del ejecutivo comunitario se refirió al atractivo que suponía la integración europea para la realización de los cambios políticos y económicos que se estaban desarrollando en Europa del Este. Pero también invitó al grupo de estudiantes universitarios que lo escuchaba, a preguntarse si, en el futuro, la principal cuestión sería preguntarse cómo y cuándo los nuevos países se integrarían en un gran mercado común o si se trataba de perseguir metas más ambiciosas. Aunque sin mencionar la palabra ampliación, las palabras de Delors sonaban a invitación.
Dos meses después, los comunistas eslovenos celebraron su último congreso, en el que cambiaron la denominación de su organización por la de Partido de la Reforma Democrática. En él, su hasta entonces presidente fue nominado a la presidencia de la república y, tras su elección en abril, se dio de baja como militante para representar los intereses de toda la nación. Pero sobre todo interesa recordar el lema de aquel evento, “Evropa zdaj!” (¡Europa ahora!), y el material propagandístico elaborado, llamativo para la época y difundido a todo tonalidad.
En aquellos años, la derecha anticomunista se integraba en las dinámicas de reparto del poder y su referencia era la idealizada ”Europa Central”. En un interesante volumen especial de Nova Revija – la revista de referencia de este grupo – publicado en el verano de 1991, hay puntos de vista que conviene recordar. Especialmente los expresados por el entonces ministro de asuntos exteriores, Dimitrij Rupel, muy bien conectado con las élites alemanas y austriacas: “La política exterior de Eslovenia estará, por encima de todo, dirigida hacia Europa; es decir, persiguiendo la inclusión de Eslovenia en la integración política y económica de Europa con el objetivo de convertirse en un miembro con todos los derechos de la Comunidad Europea. Esta meta realizable a largo plazo a través de la completa adaptación del sistema político y económico de Eslovenia a los estándares establecidos por los países de esta comunidad”.
¿Por qué Eslovenia y no toda Yugoslavia? Se pueden encontrar excusas y razones. Empezando por las primeras, se puede rescatar una reflexión realizada en ese mismo volumen por el filósofo Tine Hribar, muy influyente en los círculos nacionalistas, que descartaba la posibilidad de democratizar Yugoslavia a través del proceso de integración europeo porque aunque “la idea es buena, suena demasiado bien para ser cierta. Los eslovenos no pueden simplemente avanzar del nivel subnacional al tras*nacional. Ellos no pueden saltarse el nivel nacional sin poner en peligro su identidad étnica… Sólo una nación soberana puede entregar parte de su soberanía de una forma soberana y tras*ferirla a una comunidad tras*nacional”. En el apartado de las razones, hacía tiempo que en Yugoslavia se había desencadenado el mecanismo de desapego entre regiones ricas y pobres, especialmente tras el inicio de la crisis sistémica de la federación en los años ochenta. La independencia política con respecto a Yugoslavia permitía romper con la obligación de financiar una parte de las necesidades del sur de la federación a la vez que no se rompía completamente la relación de explotación norte-sur que tanto benefició al desarrollo económico de Eslovenia. Esa posición ayudaría a que el pequeño país se convirtiera, después de 2004, en un “intérprete” de los Balcanes para la Unión Europea, fungiendo en no pocas ocasiones como proxy político de las grandes potencias en la región.
Como contrapartida, fue desde Europa que se facilitó la salida de Eslovenia de la federación yugoslava, primero, dándole trato de igualdad en las negociaciones de Brijuni de julio de 1991. Allí, mientras los mediadores europeos lograron que seconcediera a las autoridades federales una jovenlandesatoria de tres meses a la declaración de independencia, los representantes de Serbia y Eslovenia negociaban una retirada anticipada del ejército federal. Pocos meses después, Alemania terminaría forzando el reconocimiento diplomático del nuevo país utilizando todas sus herramientas de presión en un tenso Consejo Europeo el 15 de diciembre de 1991.
La independencia fue el inicio del camino de Eslovenia hacia Europa y esa misma idea fue una de las que le dio estabilidad al país en las décadas siguientes. Sus cuatro jefes de Estado han sido personas con muy buenas conexiones con las potencias occidentales y todos ellos han apostado fuerte por la UE como referencia para Eslovenia. El discurso de toma de posesión de Borut Pahor en diciembre de 2012 brinda una buena ocasión para entender la importancia del proceso de integración para ellos: “Anticipo una fase en la que una nueva convención constitucional para Europa requrirá las decisiones adecuadas de todas las naciones y Estados de Europa… Ello probablemente implicará una tras*ferencia adicional de elementos de soberanía nacional… ¿Cómo entenderemos y responderemos estos dilemas de importancia estratégica para la nación y el Estado? Yo, como presidente, dedicaré todos mis esfuerzos para preparar a nuestro país para ello”.
Por el otro, en los últimos 23 años, Eslovenia ha carecido de algo parecido a un sistema de partidos estable. A nivel institucional, este período ha sido un ir y venir de elecciones anticipadas, coaliciones imposibles, cambios de socios constantes… y, sin embargo, las élites han permanecido con más bien pocos cambios y han sabido mantenerse pese al baile de siglas. Todas ellas, además, compartiendo la visión en torno a la necesidad de seguir adelante con lo que dictan las instituciones europeas, pues poco puede decir Eslovenia en Bruselas y Estrasburgo con su peso relativo. Normalmente, ello ha sido percibido positivamente por la población. Un 90% de los votantes (con una participación del 60%) aprobó en 2003 el ingreso del país a la UE. Tras el ingreso en la organización, su población se había venido manifestando muy positivamente en los sondeos de opinión acerca de los beneficios de pertenecer a la UE.
Pero el Eurobarómetro de 2008, el año de la presidencia de la UE, es posiblemente una de las últimas pruebas de aquel optimismo. Desde entonces, la confianza en la organización ha descendido hasta los 30 puntos en 2013. Sin embargo, es especialmente revelador para el tema que nos ocupa el hecho de que, aun en las actuales circunstancias, el pueblo esloveno confíe más en la Unión Europea que en su propio Gobierno y su propio Parlamento.
Pero la oposición creciente al régimen de la independencia podría terminar articulándose como oposición al actual proceso de integración europeo. La crisis económica actual es, en buena medida, una consecuencia de la dependencia del país de las exportaciones exportaciones a la UE, como indica Catherine Samary. Pero sobre todo, son las recetas a esa problemática las que más chocantes resultan a la población. Las medidas de austeridad, la subida de impuestos indirectos y la creación del “banco malo”, que parecen haber espantado el fantasma del rescate que sobrevoló el país esta primavera, no son una respuesta acorde a la naturaleza de la crisis eslovena, cuya economía se caracteriza por ser una de las que más presencia estatal tiene en el Este de Europa.
El crecimiento de la oposición al sistema será el de la oposición a esta Europa precisamente por las características de esta Eslovenia, que el profesor Jože Mencinger, vicepresidente económico del gobierno secesionista (aunque abandonó el cargo pocas semanas antes de la independencia, entre otras cosas, por la llegada de Jeffrey Sachs a Eslovenia) definía de este modo: ”Yo diría que somos una región de Europa. Tenemos menos poder y somos menos independientes que en Yugoslavia. En Yugoslavia éramos relativamente fuertes, pero no en Europa. Económicamente, está claro que perdimos todos los atributos que hacen de un país una entidad económica: no tenemos dinero, casi no tenemos política fiscal, no tenemos nuestro propio sistema económico y tampoco tenemos fronteras”.
Proclamación de la independencia de Eslovenia: 25 de junio de 1991; Foto: Ukom Archive
Fuente: Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (1)
Carlos González Villa, Eurasian Hub, 4 de septiembre, 2013
Revolución, reforma, conquista (y reconquista), restauración y tras*ición, entre otros, son términos normalmente utilizados para denotar momentos o eventos más o menos prolongados en la evolución política de un Estado. En muchos casos, el significado de esos acontecimientos es utilizado por las nuevas élites dominantes para justificar su permanencia en el poder en el período posterior, estirando el marco temporal del propio hecho hasta el punto de que su propia defensa se convierte en la idea que aglutina a las instituciones del nuevo régimen
Del proceso soberanista esloveno se puede decir algo similar, hasta el punto de que el régimen político esloveno de las últimas dos décadas bien puede ser denominado como ‘régimen de la independencia’. En el período que va desde el proceso de los ‘Cuatro de Ljubljana’, en la primavera y verano de 1988, hasta la proclamación de la independencia, que se materializó en junio de 1991 (y que incluyó un breve conflicto armado con el Ejército Popular Yugoslavo), se desarrolló un proceso secesionista que permitió a las élites marcar el ritmo de sus relaciones con las grandes potencias sin la carga que suponía la pertenencia a la federación yugoslava. Desde entonces, los componentes de esas élites han asumido como forma de legitimación su propia participación en el proceso de independencia, ya sea haciendo gala de ella (y compitiendo por los honores) o renegando de su participación en el anterior régimen (y acusando de lo propio a la parte contraria).
El ‘régimen de la independencia’ consiste en el conjunto de instituciones (formales e informales) y valores que han regulado el acceso al poder en Eslovenia en las últimas dos décadas. Si se atiende a la vertiente más formalista, hay que resaltar que la Constitución de 1991 consagra el principio del pluralismo político y la protección de los derechos y libertades individuales. Ello fue producto de la evolución del régimen anterior, en el que muchos de esos derechos ya estaban garantizados, y de la ruptura constitucional del otoño de 1989, en la que el acceso a las instituciones dejó de efectuarse a través del sistema de elección de delegados para introducir a los nuevos partidos políticos. Dicha evolución, con sus características particulares, no deja de ser similar a la experimentada por otros países del Este de Europa que, en aquellos años, asumieron la democracia liberal como forma de organización del Estado en plena ofensiva geopolítica de Estados Unidos.
Sin embargo, pensar en un cambio de régimen implica tomar nota de la evolución de los elementos que le dieron su forma definitiva: las bases sociales y las élites políticas. Las primeras forman parte de las pequeñas burguesías que, como apunta Francisco Veiga en La Trampa Balcánica, surgieron del socialismo y que se desarrollaron especialmente tras las reformas liberalizadoras de los años sesenta. Su extensión fue un fenómeno que afectó a toda Yugoslavia, aunque en diferente medida. En Eslovenia fueron el sustento del crecimiento del nacionalismo en los años ochenta; un proceso caracterizado por la prevalencia del discurso economicista, derivado del hecho de que la república era la entidad más vinculada a los procesos económicos de centro (i.e. aquellos enfocados en la exportación de bienes industriales) y del relativo atraso de las regiones periféricas a las que, argumentaban, debían subsidiar (a la vez que hacían uso de sus materias primas y recursos humanos).
Aquel discurso era fundamentalmente falaz. Como todo argumentario nacionalista, extraía elementos de la realidad que, no por ser ciertos, explican la complejidad de la situación. Y no sólo fallaba la interpretación del subdesarrollo del determinadas regiones yugoslavas. Aunque Eslovenia ocupaba una posición central en la estructura económica yugoslava y siguió actuando como uno de los principales actores económicos en la región tras la disolución del país, su posición en relación a la economía europea era la de periferia sujeta a los términos comerciales de los países más poderosos.
Ello se intentó compensar con voluntarismo político y un gran entusiasmo de la población acerca de los beneficios de la integración en la UE. Pero, ¿había otra opción? Eslovenia, con sus poco más de dos millones de habitantes (equivalentes a la población de la provincia de Alicante) y sus 20.272 km2 (que exceden por muy poco a la superficie de la provincia de Cáceres), habría tenido serios inconvenientes si no hubiera orientado su camino hacia las instituciones comunes continentales. De hecho, no parece probable que el proceso soberanista se hubiera lanzado con tanto ímpetu (o que se hubiera lanzado en absoluto) de no ser por la existencia de un proyecto capaz de integrar al país fuera de Yugoslavia.
Los primeros tres lustros dejaron claras las relaciones de dominación bajo la pantalla de la política de ampliación que propició el ingreso de doce nuevos países en 2004 y 2007, pero la parafernalia europeísta evitó mayores discusiones sobre lo que realmente se jugaban los eslovenos. Al final, las contradicciones latentes sólo se destaparon con el estallido de una gran crisis mundial y su secuela europea. Hoy en Eslovenia se discute si las reformas estructurales, las privatizaciones y la reforma del sector bancario, se llevaran a cabo sin o con la intervención de la troika, por las buenas o por las malas, en un momento en el que una parte de la población sufre las consecuencias de la precarización.
Todo ello ocurre en un ambiente que dista mucho de ser el de un pequeño país idílico dispuesto a enfrentar bien unido el vendaval. “La intensidad de la crisis actual”, me comentó un periodista hace pocos meses en Ljubljana, “no es muy diferente a la de 1991-1993. Entonces hubo un fuerte incremento del desempleo tras una brutal caída del PIB. Fue un momento difícil desde el punto de vista social, pero al menos se tenía la sensación de que saldríamos de esa situación peleando juntos. Hoy, ese sentimiento no existe”. El crepúsculo del ‘régimen de la independencia’ se observa primero en una población que ya no cree en la existencia de unas instituciones que velen por el futuro de sus ciudadanos. Dos millones de personas que en los últimos años van tomando postura y que se disuelven en grupos de patriotas sin Estado, nostálgicos del régimen anterior, hastiados y algunos, otros, que con aplomo intentan abrirse paso para plantear públicamente sus alternativas.
---------- Post added 23-sep-2013 at 03:39 ----------
Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (2)
Jože Mencinger: “Yo diría que somos una región de Europa. Tenemos menos poder y somos menos independientes que en Yugoslavia. En Yugoslavia éramos relativamente fuertes, pero no en Europa. Económicamente, está claro que perdimos todos los atributos que hacen de un país una entidad económica: no tenemos dinero, casi no tenemos política fiscal, no tenemos nuestro propio sistema económico y tampoco tenemos fronteras”. En la foto: Parlamento Europeo, Estrasburgo
Fuente: Eslovenia: El crepúsculo del régimen de la independencia (2)
Carlos González Villa, Eurasian Hub, 6 de septiembre, 2013
Desde el punto de vista de la legitimidad, el “régimen de la independencia” se fundamenta en la existencia de la democracia liberal como paradigma de lo bueno y deseable tras la experiencia comunista. En este sentido, el caso esloveno es casi indiferenciable de otros en la Europa poscomunista. De hecho, resulta conveniente recordar que entre 1989 y 1991, el gobierno federal yugoslavo intentó poner en marcha su propio proceso de tras*ición. Siguiendo los pasos dados por Polonia y Hungría, Yugoslavia realizó una ambiciosa reforma económica neoliberal e intentó implementar un sistema político homologable a los estándares occidentales. Sin embargo, la élites políticas republicanas se le adelantaron y, tras la convocatoria de las primeras elecciones pluripartidistas en Eslovenia, en abril de 1990, la reforma política federal quedó prácticamente paralizada.
Aquél año, 1990, bien puede ser descrito como una competición entre legitimidades en la que las élites eslovenas tenían que ofrecer algo más que la idea de liberar a su población de una federación opresora que se aprovechaba de la laboriosidad de sus gentes para subvencionar a las regiones pobres del sur. Había que dar una dirección política a la indignación, tomando en cuenta, por un lado, que la pertenencia a la federación yugoslava había dado a Eslovenia su forma, de la que sus habitantes estaban tan orgullosos. A nivel de las élites, el nuevo régimen se construyó no como ruptura, sino como extensión de las élites comunistas locales. A su vez, había que considerar que Eslovenia no tenía precedentes como estado independiente y que su viabilidad como tal era dudosa. Si Yugoslavia, un país de casi 24 millones de habitantes, había sufrido enormemente el período de contracción de la economía mundial iniciado a finales de los sesenta, ¿qué se podría esperar para el futuro de Eslovenia?
En este contexto emerge el proceso de integración europeo como solución a un problema de supervivencia, pero también a la cuestión de la legitimidad del nuevo régimen. Era un buen momento para jugar esa baza. En octubre de 1989, el presidente de la Comisión, Jaques Delors, pronunció un discurso que algunos autores identifican con el primer antecedente de la política de ampliación de la Unión Europea hacia el Este de Europa. En él, el jefe del ejecutivo comunitario se refirió al atractivo que suponía la integración europea para la realización de los cambios políticos y económicos que se estaban desarrollando en Europa del Este. Pero también invitó al grupo de estudiantes universitarios que lo escuchaba, a preguntarse si, en el futuro, la principal cuestión sería preguntarse cómo y cuándo los nuevos países se integrarían en un gran mercado común o si se trataba de perseguir metas más ambiciosas. Aunque sin mencionar la palabra ampliación, las palabras de Delors sonaban a invitación.
Dos meses después, los comunistas eslovenos celebraron su último congreso, en el que cambiaron la denominación de su organización por la de Partido de la Reforma Democrática. En él, su hasta entonces presidente fue nominado a la presidencia de la república y, tras su elección en abril, se dio de baja como militante para representar los intereses de toda la nación. Pero sobre todo interesa recordar el lema de aquel evento, “Evropa zdaj!” (¡Europa ahora!), y el material propagandístico elaborado, llamativo para la época y difundido a todo tonalidad.
En aquellos años, la derecha anticomunista se integraba en las dinámicas de reparto del poder y su referencia era la idealizada ”Europa Central”. En un interesante volumen especial de Nova Revija – la revista de referencia de este grupo – publicado en el verano de 1991, hay puntos de vista que conviene recordar. Especialmente los expresados por el entonces ministro de asuntos exteriores, Dimitrij Rupel, muy bien conectado con las élites alemanas y austriacas: “La política exterior de Eslovenia estará, por encima de todo, dirigida hacia Europa; es decir, persiguiendo la inclusión de Eslovenia en la integración política y económica de Europa con el objetivo de convertirse en un miembro con todos los derechos de la Comunidad Europea. Esta meta realizable a largo plazo a través de la completa adaptación del sistema político y económico de Eslovenia a los estándares establecidos por los países de esta comunidad”.
¿Por qué Eslovenia y no toda Yugoslavia? Se pueden encontrar excusas y razones. Empezando por las primeras, se puede rescatar una reflexión realizada en ese mismo volumen por el filósofo Tine Hribar, muy influyente en los círculos nacionalistas, que descartaba la posibilidad de democratizar Yugoslavia a través del proceso de integración europeo porque aunque “la idea es buena, suena demasiado bien para ser cierta. Los eslovenos no pueden simplemente avanzar del nivel subnacional al tras*nacional. Ellos no pueden saltarse el nivel nacional sin poner en peligro su identidad étnica… Sólo una nación soberana puede entregar parte de su soberanía de una forma soberana y tras*ferirla a una comunidad tras*nacional”. En el apartado de las razones, hacía tiempo que en Yugoslavia se había desencadenado el mecanismo de desapego entre regiones ricas y pobres, especialmente tras el inicio de la crisis sistémica de la federación en los años ochenta. La independencia política con respecto a Yugoslavia permitía romper con la obligación de financiar una parte de las necesidades del sur de la federación a la vez que no se rompía completamente la relación de explotación norte-sur que tanto benefició al desarrollo económico de Eslovenia. Esa posición ayudaría a que el pequeño país se convirtiera, después de 2004, en un “intérprete” de los Balcanes para la Unión Europea, fungiendo en no pocas ocasiones como proxy político de las grandes potencias en la región.
Como contrapartida, fue desde Europa que se facilitó la salida de Eslovenia de la federación yugoslava, primero, dándole trato de igualdad en las negociaciones de Brijuni de julio de 1991. Allí, mientras los mediadores europeos lograron que seconcediera a las autoridades federales una jovenlandesatoria de tres meses a la declaración de independencia, los representantes de Serbia y Eslovenia negociaban una retirada anticipada del ejército federal. Pocos meses después, Alemania terminaría forzando el reconocimiento diplomático del nuevo país utilizando todas sus herramientas de presión en un tenso Consejo Europeo el 15 de diciembre de 1991.
La independencia fue el inicio del camino de Eslovenia hacia Europa y esa misma idea fue una de las que le dio estabilidad al país en las décadas siguientes. Sus cuatro jefes de Estado han sido personas con muy buenas conexiones con las potencias occidentales y todos ellos han apostado fuerte por la UE como referencia para Eslovenia. El discurso de toma de posesión de Borut Pahor en diciembre de 2012 brinda una buena ocasión para entender la importancia del proceso de integración para ellos: “Anticipo una fase en la que una nueva convención constitucional para Europa requrirá las decisiones adecuadas de todas las naciones y Estados de Europa… Ello probablemente implicará una tras*ferencia adicional de elementos de soberanía nacional… ¿Cómo entenderemos y responderemos estos dilemas de importancia estratégica para la nación y el Estado? Yo, como presidente, dedicaré todos mis esfuerzos para preparar a nuestro país para ello”.
Por el otro, en los últimos 23 años, Eslovenia ha carecido de algo parecido a un sistema de partidos estable. A nivel institucional, este período ha sido un ir y venir de elecciones anticipadas, coaliciones imposibles, cambios de socios constantes… y, sin embargo, las élites han permanecido con más bien pocos cambios y han sabido mantenerse pese al baile de siglas. Todas ellas, además, compartiendo la visión en torno a la necesidad de seguir adelante con lo que dictan las instituciones europeas, pues poco puede decir Eslovenia en Bruselas y Estrasburgo con su peso relativo. Normalmente, ello ha sido percibido positivamente por la población. Un 90% de los votantes (con una participación del 60%) aprobó en 2003 el ingreso del país a la UE. Tras el ingreso en la organización, su población se había venido manifestando muy positivamente en los sondeos de opinión acerca de los beneficios de pertenecer a la UE.
Pero el Eurobarómetro de 2008, el año de la presidencia de la UE, es posiblemente una de las últimas pruebas de aquel optimismo. Desde entonces, la confianza en la organización ha descendido hasta los 30 puntos en 2013. Sin embargo, es especialmente revelador para el tema que nos ocupa el hecho de que, aun en las actuales circunstancias, el pueblo esloveno confíe más en la Unión Europea que en su propio Gobierno y su propio Parlamento.
Pero la oposición creciente al régimen de la independencia podría terminar articulándose como oposición al actual proceso de integración europeo. La crisis económica actual es, en buena medida, una consecuencia de la dependencia del país de las exportaciones exportaciones a la UE, como indica Catherine Samary. Pero sobre todo, son las recetas a esa problemática las que más chocantes resultan a la población. Las medidas de austeridad, la subida de impuestos indirectos y la creación del “banco malo”, que parecen haber espantado el fantasma del rescate que sobrevoló el país esta primavera, no son una respuesta acorde a la naturaleza de la crisis eslovena, cuya economía se caracteriza por ser una de las que más presencia estatal tiene en el Este de Europa.
El crecimiento de la oposición al sistema será el de la oposición a esta Europa precisamente por las características de esta Eslovenia, que el profesor Jože Mencinger, vicepresidente económico del gobierno secesionista (aunque abandonó el cargo pocas semanas antes de la independencia, entre otras cosas, por la llegada de Jeffrey Sachs a Eslovenia) definía de este modo: ”Yo diría que somos una región de Europa. Tenemos menos poder y somos menos independientes que en Yugoslavia. En Yugoslavia éramos relativamente fuertes, pero no en Europa. Económicamente, está claro que perdimos todos los atributos que hacen de un país una entidad económica: no tenemos dinero, casi no tenemos política fiscal, no tenemos nuestro propio sistema económico y tampoco tenemos fronteras”.
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