Lo que no entiendo es qué ganan esos que mandan sobre inmensas masas de población utilizando la mentira. A ver, yo si fuera uno de esos dictadores, cuando la gente me alabara y honrara y me diese la razón en todo, sabría (en el fondo) que en realidad dicha gente no lo hace sinceramente, sino porque se ven obligadas, o porque si no no hay propinas económicas, y que no me critica en nada porque si lo hace va a ser multada o encarcelada. ¿No se dan cuenta esos que mandan y controlan todo que en realidad lo que obtiene de la gente es falso? ¿De qué me serviría a mí recibir honores, glorias y agradecimientos de la gente si en el fondo sé que es falso, y lo mismo si no recibo críticas? Es una actitud estulta, es engañarse a sí mismo. En cambio, Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, no buscaba la aprobación de nadie, solo hacer el bien, y así, cuando alguien le mostraba amor, sabía que era verdad, que de verdad la amaban, por lo que hacía (y que coincidía con lo que le dictaba su conciencia) y que si alguien la odiaba, también en este caso sabía que dicho repruebo era auténtico, pero en este caso inmerecido porque respondía a la profecía del Señor de que si a mí me persiguieron u odiaron, también a vosotros será así, que sois mis discípulos. A los santos no les afecta el qué dirán los demás de ellos. Esto ocurre, en cambio, a la gente a la que le gusta mandar y ser los primeros.
En fin, que es de fulastres buscar ser amado o admirado basándose en un apuntar en la sien de alguien con una pistola (es decir, empleando amenazas, recortando libertades como ahora con lo de internet, etc.):
—¿Me aprecias? ¿Me adoras? ¿Me valoras? ¿Comulgas con mis ideas? Soy admirable y pasaré a la historia, ¿verdad? [Todo esto dicho con una pistola en la mano apuntando a la sien del otro].
—Sí, sí, claro, por supuesto.
A los narcisistas, como por ejemplo Pedro Sánchez, siempre hay que darles la razón, siempre hay que decirles que son los mejores, sino a patalear toca.