Entrevista a Lucifert Boadella

Eric Finch

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Concejalía de Festejos del Ayuntamiento de Sodoma
Entrevista Albert Boadella

Política

Entrevista Albert Boadella

Publicado por juliomurillollerda el 1 septiembre, 2018

Albert Boadella. Barcelona 1943. Realiza estudios teatrales en el Theâtre National de Strasbourg (Francia) y expresión corporal en París. En 1961 funda la compañía Els Joglars. Su actividad teatral como actor, director, escenógrafo y dramaturgo, la desarrolla esencialmente durante 52 años a través de esta compañía con la que ha creado 35 obras, películas y series de televisión. • Algunas obras han sido motivo de encendidas polémicas que han supuesto procesos judiciales, debates políticos e incluso atentados a la compañía. Con motivo de las representaciones de La Torna (1977) sufrió un proceso militar y fue encarcelado. Posteriormente protagonizó una espectacular fuga de la guandoca, exiliándose después a Francia. • Sus obras satíricas, cómicas y trágicas a la vez, han supuesto la creación de un estilo personal reconocido en sus numerosas giras teatrales por toda Europa, EEUU y Latinoamérica. • En el terreno político es cofundador de Ciudadanos en el año 2006. • En el año 2007, como respuesta a la reiterada exclusión del nacionalismo catalán, cortó toda relación artística con Cataluña y aceptó la dirección de los Teatros del Canal de Madrid y del Teatro Auditorio San Lorenzo del guanol. En estos teatros ha creado como autor y director varios musicales y operas. Una noche en el Canal, Amadeu, El Pimiento Verdi, Don Carlo y El Pintor. El diciembre de 2012 cede la dirección de Els Joglars a Ramón Fontseré. • En 2016 deja la dirección de los Teatros del Canal y monta su monólogo personal El Sermón del Bufón con el que recorre toda España. • Ha impartido su actividad pedagógica como profesor de dirección y dramaturgia en numerosos cursos nacionales e internacionales. En 2017 el Ministerio de Exteriores de Francia le nombra “Chevalier des arts et des lettres” Es autor de varios libros de memorias y ensayo entre los que destacan, Adiós Cataluña, Memorias de un bufón, El rapto de Talía, Franco y yo, Dios los cría…, Diarios de un francotirador y Viva Tabarnia.

—Querido Albert, permíteme que todos los que hacemos Ataraxia te agradezcamos el tiempo que nos dedicas. Es un verdadero placer poder conversar contigo; eres un personaje muy querido por todos… ¡Oye, me huelo que preparas bolsa y te vas unos días de vacaciones! ¿Dónde veranea nuestro President, si es que puede saberse y los Cuerpos de Seguridad de la Generalitat de Tabarnia ven factible hacer pública información tan sensible? ¡No me digas que te vas a Doñana o a Waterloo que nos da un soponcio!

—No acostumbro a hacer vacaciones. Eso es para los que no trabajan o lo simulan. Mis descansos son meros cambios de actividad. Durante una semana nos vamos con Dolors al Pazo de Oca. Allí, además de un lugar excelso, se monta durante unos días la única corte que sobrevive en España. Nos reunimos gentes diversas alrededor del Duque de Segorbe que es el último representante de la nobleza que merece esta distinción. Un hombre inteligente, con fino sentido del humor y de un gusto exquisito. En el Pazo repasamos los problemas de este país, desde la perspectiva del buen gusto y la belleza. Una labor inútil, sin duda, pero por ello enormemente eficaz porque nada es tan importante como las cosas consideradas hoy decadentes y marginales en el arte del buen vivir.

—Por si no pisas la milenaria tierra catalana este mes de agosto, te hemos traído, jugándonos la vida, carquinyolis y varios espetecs. La cosa está jodida, porque los tractorianos controlan todos los accesos y carreteras interiores, y si no llevas lacito y no gritas “¡Viva Cocomocho!” te montan un pollo… Bromas al margen: ¿Echas algo en falta de Cataluña, en tu día a día, viviendo en tu exilio madrileño? ¿Con qué frecuencia vuelves a tu casa en Jafre, en el Ampurdán?

—Madrid no ha sido un exilio. Madrid es la ciudad de los desarraigados. Cuando llevas una semana de estancia ya eres madrileño. Es la ciudad más abierta de Europa. No obstante, no he dejado mi masía de Jafre, cosa que hubiera complacido a la mayoría de mis conciudadanos. No les he concedido ese placer. Sigue siendo mi casa en plena “Tractoria” y de esa manera continúo ejerciendo de Presidente exiliado de Tabarnia. Tampoco salgo de los límites de mi propiedad como no sea para viajar fuera de Cataluña. Así pues, se trata de un enclave independiente donde no penetra la contaminación mental del exterior. Un enclave sano, libre y sensato, en medio de la epidemia paranoica que asola la región.

—Hablaremos de política más adelante, si te parece. Me gustaría empezar repasando unas cuantas cosas de tu vida y tu carrera profesional, como director, actor, dramaturgo y escritor. Algunas conocidas, otras no tanto. Viviste hasta los 9 años en Barcelona, y a esa edad te trasladaste a Francia, donde hiciste el bachillerato; tiempo más tarde regresaste allí para estudiar teatro… ¿Qué recuerdos guardas de la Barcelona de aquellos días? ¿Supuso un gran cambio instalarte en Francia? ¿Qué te gustó del país vecino? ¿Resultaba muy distinto, en lo cotidiano, vivir aquí o allí? ¿Te influyó el teatro del absurdo de Ionesco?

—Guardo un recuerdo entrañable de la Barcelona que dejé a mis 10 años. Viví una infancia asilvestrada, llena de libertad, pandillas de chavales cafres, siempre con una piedra en la mano, y con la suerte de que los niños mirábamos a los adultos como nuestros enemigos. Por lo tanto había que tras*gredir su orden. No era como ahora, cuando los adultos tratan de ser amigos de los niños, que bajo esta pedagogía proteccionista se han convertido en blandengues, cursis y futuros consumidores de coca para animarse. La educación es un entrenamiento ante la dureza de la vida. Los hijos no son el juguete de los padres. La escuela en Francia poseía este equilibrio. El París del año 53 era un lugar efervescente aunque yo, de entrada, solo percibí una escuela algo más sensata, muy disciplinada, pero con menos palos que la española. En esta etapa de mi vida el teatro no formaba aún parte de mis ambiciones, porque en aquellos años —¡oh, gran paradoja!— quería ser diplomático.

—Cuando tenías 19 años, y con un grupo de amigos, creaste Els Joglars, compañía de teatro caracterizada por su espíritu vanguardista y tras*gresor. Ha llovido mucho. Y una treintena de obras son muchas obras… ¿Cuáles de ellas recuerdas con especial cariño? ¡Algunas te causaron tremendos quebraderos de cabeza, por meterte en camisa de once varas y arrear estopa a diestro y siniestro! ¿Puedes contarnos algunas anécdotas? ¿Cómo era y evolucionó la relación entre los miembros del grupo a lo largo del tiempo, desde aquellos inicios en la cúpula geodésica en la que ensayabais?

—Cuando no pude estudiar la carrera diplomática en Francia, por cuestiones económicas, me incliné por el teatro. Aun hoy no sé muy bien las razones que me empujaron a tomar este camino. Estudié teatro en Estrasburgo, y allí, más que las clases, me interesó la vida del director de la escuela. Fue la mejor lección. Vivía en el campo en una casa alsaciana, preciosa, tenía una mujer inteligente y guapísima, y hacía teatro en un lugar formidable. Yo me dije “Quiero ser como él” A partir de entonces, todo lo que hice en el futuro estaba pensado para tomar esa dirección. Formé una compañía a mi medida. La desplacé a las montañas. Restauré una casa entrañable, y conseguí seducir a una mujer inteligente y guapa para vivir allí. A partir de aquí todo resultó muy sencillo. Infundí un ánimo alegre, activo y batallador al grupo, porque esta era mi vida personal. Pude reproducir con los actores las mejores vivencias de mi feliz infancia con mi banda de chavales cafres. Tras unas primeras escaramuzas para conseguir la buena armonía en la banda, conseguimos un entendimiento formidable. De allí surgieron obras feroces en lo político como «Ubu President» o «La increíble historia del Dr Floid & Mister Pla». Otras formidables en el plano de la belleza, como «Bye bye Beethoven» o «El retablo de las maravillas», y algunas que dieron la vuelta al mundo, causando gran emoción, como «Yo tengo un tío en América». Cierto que nuestro teatro suscitaba también rechazos muy violentos, por su osadía. Tuvimos de todo: atentados, juicios y el repruebo del nacionalismo, pero nosotros nos tomábamos las agresiones con mucho humor. Este fue el clima que se vivió durante muchos años. Nadie podía con Els Joglars. Éramos inasequibles al desaliento y, sobre todo, éramos la envidia de nuestros colegas del gremio.

—¿Por qué decidiste, tras tanto tiempo al frente, pasar la vara de mando a Ramon Fonserè, en 2012? ¿Influyó el hecho de estar ya al frente de Los Teatros del Canal, en Madrid, desde 2009?

—Después de 52 años al frente de Els Joglars tuve la impresión de que ya no tenía más cosas que decir bajo aquel procedimiento. Quería hacer obras en el mundo de la música, y aquello no era posible con la estructura privada y artesanal de la compañía. Tuve la ocasión de llevar a término estos proyectos al ser director de los Teatros del Canal. Podía disponer de cantantes, orquestas y coros. Entonces decidí pasar el testigo a Ramón, que era un gran actor con treinta años de experiencia en la compañía. Ellos han seguido con ilusión y fuerza, pero por encima de todo con nuevas aportaciones a una tan larga tradición. Para mí es un orgullo su continuidad.

—Entiendo que tu visión y concepto del mundo teatral, más allá de la escenografía, simbolismo, o asunto a tratar, nace de la necesidad de cuestionarlo todo. Cabreaste, y mucho, a los estamentos militares de la época con «La Torna», en 1977, en plena tras*ición, por lo que consideraron injurias a la Guardia Civil. Te llevaron a juicio, ingresaste unos días en la guandoca, te fugaste de un hospital de Barcelona y te refugiaste en Francia… ¡Menudo vodevil, da para una película! ¿Nos puedes contar, con la pátina surrealista que confiere el tiempo, qué ocurrió?

—España es una nación en la que puede suceder de todo. Lo digo también en el sentido más positivo del término. Con el caso de «La Torna» vivimos un desplazamiento a trescientos años antes. Los comediantes perseguidos y encarcelados por un estamento del poder, y nada menos que juzgados en Consejo de Guerra con evasiones de la guandoca y escapada al exilio. Es evidente que no era lo propio del momento. Significaba revivir y hacer presente la historia de conflictos de una farándula que parecía olvidada en la lejanía de los tiempos. En mi caso, no estaba dispuesto a pasarme seis años entre rejas. En este sentido, lo tuve claro. Tenía que aprovechar mis dotes teatrales para simular una grave enfermedad y proyectar una fuga a partir del hospital. Lo realicé con la precisión y la interpretación de una obra de teatro. Incluso el Capitán General de Cataluña que me había encarcelado, dijo en relación a la fuga “Pues ha tenido huevones el tío ese” O sea, que la obra tuvo un éxito indiscutible entre todos los públicos.

—No contento con meterte con los militares, la emprendisteis con los de la mitra y el báculo en «Teledeum», en 1983… ¿Cómo se siente uno cuando los obispos le tildan de sacrílego? ¡Casi te excomulgan! ¿Por qué el escándalo acompañó a esa obra incluso fuera de España?

—La iglesia española de 1983 mostraba ya la decadencia que después ha continuado de manera imparable, hasta llegar a ser un estamento casi marginal. La ignorancia de los curas y prelados era ya monumental comparada con épocas anteriores. Se indignaban por algo que no habían visto, y solo anatemizaban de oídas. Ni siquiera tenían la formación de la Inquisición, que para condenar abría complejos procesos. Eran tan burdos que con sus condenas públicas se convertían en publicistas de la obra. Recuerdo haberle enviado al Cardenal de Santiago un cheque de 25.000 pesetas para incienso del Botafumeiro, como agradecimiento a nuestro negocio. La razón era su publicidad encubierta, dado que después de sus condenas públicas tuvimos que hacer tres representaciones más en Santiago con el teatro a explotar. Este hecho se repetía en todas partes. «Teledeum» era precisamente una sátira a este panorama religioso, tan falto de belleza e inteligencia en que habían convertido sus ceremonias. La decadencia de la forma, que no es más que la desaparición del fondo.

—Como autor, actor, director, escritor y dramaturgo tu espíritu crítico te ha llevado siempre a desnudar a políticos, prohombres y hechos históricos… Le deseaste feliz estancia en la nada a Franco con «¡Buen Viaje, Excelencia!» (2002); le tocaste las narices a Felipe González y a Pascual Maragall; pusiste en tela de juicio la Conquista española en «Yo tengo un tío en América» (1991), donde presentas, en un hospital psiquiátrico, a los indios como locos y a los conquistadores como psiquiatras… ¿Cómo nacen en tu cabeza las ideas y acaban en un libreto? ¿Eres de los que se ríe de todo y todos, a cualquier hora y en pijama? ¿Es la realidad y el esperpento que nos rodea fuente inagotable de inspiración?

—No siempre han sido sátiras malignas. No hay que olvidar la gran apología a Salvador Dalí en «Daaalí». La de Josep Pla, o la de Amadeo Vives en el musical «Amadeu». Sí que es cierto que he desarrollado en ciertos momentos la tradición milenaria de mi oficio, en cuanto a sátiras se refiere. No es cuestión de inventarse nada. La realidad es la mejor inspiración e incluso, a veces, los comediantes tenemos que reducir la realidad para hacerla más creíble… ¿Alguien podía imaginarse a Marta Ferrusola haciendo de progenitora abadesa y trasladando de un convento a otro sus millones? No podemos superar la realidad. Esta ha sido siempre mi fuente de inspiración. Solo tengo que observar el entorno y allí está el mejor teatro. Naturalmente hay que desarrollarlo con el buen oficio, pero el tema nunca se necesita inventarlo. Los teatreros tienen hoy cierto miedo a la realidad y se refugian en la psicología y en los contenidos de otras culturas lejanas. Actualmente proliferan muchos comediantes que no quieren comprometerse, y por eso representan obsesivamente a Shakespeare.

—Muy cierto. De todos modos, aunque siempre te has mostrado justo y equidistante a la hora de arrojarle dinamita a los pollos —¡Aquí hay pólvora para todos!—, reconócelo: eres ante todo un pésimo catalán, porque no has respetado jamás ninguno de los tótems y becerros de oro de nuestro reino milenario. Cierto es que en Cataluña hay más merluzos y cenutrios que en la América profunda, pero lo tuyo es ensañamiento con la tribu, con el clan cavernario… ¡Debería darte vergüenza! ¿Qué hay en el alma, idiosincrasia o forma de ser catalana que te irrita sobremanera, y, del mismo modo, qué virtudes te parecen más remarcables?

—No hay mayor felicidad que tocar las narices a los iluso. Y entre los catalanes existe hoy una mayoría de iluso. Por lo menos dos millones contabilizados. Una mayoría dispuesta a ser engañada por unos sinvergüenzas a los que se les nota la impostura a vista de pájaro ¡Pero es que hay que ser muy burro para dejarse engañar por un Torra o un Puigdemont! Por lo tanto, esta masa de pardillos no me merece respeto alguno, porque si hubiéramos sido alemanes de los años treinta también me hubieran elevado a Hitler en el poder. Son de la misma genética. La parte de pueblo más ignorante y poco apreciable. En todos los países hay ciudadanos y masa al por mayor. Ciudadano es aquel que piensa por su cuenta y no se deja engañar con facilidad. Las masas están como carne de cañón del populismo.

—Lo suscribo, aunque me duele inmensamente. Sigamos. En 1988 presentaste en el circuito catalán de TVE «Som una meravella» —“Somos una maravilla”— una serie de programas en los que buscabas ventilar “los asuntos feos de Cataluña”, y creo que ese mismo año, en el programa de Javier Gurruchaga «Viaje con nosotros», la liaste parda, metiéndote a saco y al unísono con el Barça, la Moreneta y el President Pujol, al que vosotros siempre llamabais “El Excelso”. Recuerdo ese programa, me reí hasta el desternille… ¿No es el Barça algo más sagrado que el candelabro de siete brazos para los judíos? ¿No es La Moreneta superior genéticamente a La Macarena? ¿Cómo le tenías tanta inquina a nuestro gran dictador, a nuestro patufet y a su primera dama xenófoba Ferrusola?

—Pujol ha sido la desgracia de la Cataluña moderna. Tuvimos mala suerte. Cualquier otro, incluso más orate y más corrupto, no hubiera destruido esta región con la minuciosidad y la persistencia con que lo ha hecho Pujol. Este hombre merecería un juicio a lo Núremberg por la destrucción social, cultural y política, que ha realizado en este territorio. Un acto criminal para la armonía y la buena convivencia de una sociedad. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que me he servido de sus aspectos más ridículos para divertir al personal. Pujol trataba de sacralizar los símbolos catalanes —¡y su persona!— y yo me dedicaba a desmontar tales iconos. En los años ochenta y parte de los noventa, había muchos catalanes que se divertían con nuestras sátiras, pero cuando las generaciones educadas en el repruebo a todo lo español empezaron a tomar posiciones en la sociedad, cada vez se ponían más frenéticos con las parodias. Finalmente, perdimos la batalla de la libertad. Sufrimos un auténtico boicot de público que nos obligó a marcharnos con la música a otra parte.

—Pujol ha sido un capítulo especial en tu eterna cruzada contra el afán de poder, el ego y la indigencia jovenlandesal. Le dedicaste dos obras: «Operación Ubú», en 1981, y la revisión «Ubú President», en 1995. No me extraña que el nacionalismo te odie. Desnudaste al prohombre, al Pujol taimado, ladino, al padre de todas las astucias y “astutos” futuros… Recuerdo, y aún me río, que incluso situabas en escena a dos de sus hijos, corriendo por su despacho, con carteras de las que caían fajos de billetes… ¡Admítelo, pese a tu extraordinaria intuición, ahí te equivocaste, porque no movían el botín de su descomunal latrocinio en carteras sino en misales!

—Insisto en que la realidad es insuperable. Afortunadamente, la mayoría de la gente vive en otro planeta en relación a las corrupciones y prebendas de los privilegiados. Pueden saberlo teóricamente, incluso imaginarlo, pero nada más. Digo afortunadamente, porque si vieran en directo la magnitud del asunto, la sangre correría a raudales. No se podría vivir de manera aceptable. Ante ello hay que tener cierta condescendencia en vistas a vivir con cierto relajo. La realidad es tan insuperable que por mucho que en el teatro intentemos superar los límites, no lo conseguimos porque a partir de un cierto punto realista el espectador piensa que hemos penetrado en el mundo de la fantasía. Es como si el público se protegiera, para no entrar en el plano real. A veces, parece refractario a la auténtica y cruda realidad. La maestría de un buen comediante radica en que tiene que saber inocular las dosis exactas para conseguir su objetivo de acercarse a la verdad.

— En «El Nacional» (1993) criticabas de forma tan brillante como inteligente la cultura dirigida desde el poder. En Cataluña sabemos mucho de eso, llevamos años sufriéndolo… ¿Sería Boadella ese excelente Ministro de Cultura que, al estilo de Woody Allen, acabara con ella, la dirigida, de una vez por todas y para siempre?

—Yo solo pude realizar una experiencia en este sentido como director de los Teatros del Canal. Conseguí que allí no entrara la política, a pesar de ser una institución de la Comunidad de Madrid gobernada por el PP. Durante ocho años, jamás recibí una sola indicación de los políticos. Hice lo que me pareció oportuno. Cito esto, porque muchas veces el intervencionismo no solo es responsabilidad del político, sino de quien no se atreve a cortarle el paso. Tras marcharme del Canal ha sucedido todo lo contrario. Hoy es un Consejero de Cultura, histriónico y frívolo, el que dicta lo que hay que hacer, y una directora incompetente que se somete a sus caprichos. De esta forma se ha destruido la labor de ocho años. En Cataluña hemos tenido a todos los directores del Teatre Nacional de Catalunya sometidos a los dictados de la Consejería de Cultura. Estamos en lo de siempre ¿Quien es el más responsable? ¿El que da o el que toma?

—Buena pregunta. Todos deberíamos contestarla, siquiera interiormente. Sigamos… A resultas de meterte tanto con la “Costra Nostra” —versión catalana de la Cosa Nostra siciliana—, el nacionalismo de barretina te condenó al ostracismo, vetó tu trabajo. En 2007, en la presentación de tu libro «Adiós a Cataluña. Crónicas de amor y de guerra», que obtuvo el premio Espasa de ensayo, anunciaste que ante ese boicot no volverías a trabajar más en tu tierra ¿Te resultó muy duro tomar esa decisión? Intuyo que, al menos de entrada, tuvo que ser un exilio un tanto amargo.

—No es agradable cosechar la inquina de los habitantes del lugar donde has nacido. Sin embargo, la vida te enseña que a veces las contrapartidas de una mala situación, te abren caminos insospechados. En los casos de problemas con la propia tribu, salir de allí, casi siempre es para mejorar. Uno debe exiliarse del clima endogámico que provocan las tribus con delirios étnicos, y oxigenarse con lo que sucede en el exterior. Para mí, Madrid fue un renacimiento. La España abierta de la libertad, el buen vivir hablando y hablando sin cesar. La diversidad, y en definitiva, el cachondeo sobre las cosas más serias. Solo lamenté no haberme marchado antes de Cataluña.

—Unos años después, rememorando ese hecho, esa salida profesional de tu tierra, confesaste en una entrevista con César Vidal que dejaste Cataluña “porque me había convertido en un muerto civil” y en “el traidor nacional de Cataluña”… ¡Eso, si no me equivoco, fue en 2011! ¡Imagínate ahora, cuando tras*curridos seis años de abrasador Procés eres el Muy Odiado President de Tabarnia en el exilio!

—La situación actual es de absoluta degradación en todos los terrenos. Nadie podía imaginar un escenario semejante hace unos años. Sin embargo, tengo la impresión que ahora se ha producido un cambio sustancial en relación al repruebo que me profesan los nacionalistas. Antes, la animadversión era porque creían que a mí me tocaba estar con ellos. Yo era un notable de la tribu que había realizado muchas cosas en favor de su cultura en momentos difíciles y no podían aceptar la traición. Actualmente me consideran un caso sin remedio, y me asumen como un grano en el ojo ciego que se ha vuelto crónico. O sea, nada que hacer.

—Imagino que cuando Pujol confesó, y toda la sarama y miseria acumulada bajo la alfombra de su mandato quedó al descubierto, experimentaste un sentimiento muy especial, tal vez no necesariamente grato; un sentimiento extraño, quizá de alivio y tristeza al tiempo…

—¡Más bien todo lo contrario! Me divertí hasta la saciedad. No en relación a Pujol sino a todos los burros que le tenían por el Mesías catalán, y creyeron sus machaconas lecciones de jovenlandesal a través de TV3. No hay que olvidar las mayorías absolutas que obtuvo. También mi vanidad quedó compensada, cierto. Desde el año 81 con «Operació Ubu» venía denunciando al impostor. Unos se reían y otros se cabreaban, pero nadie hizo caso. Ahora algunos me dicen que fui un visionario. Y yo les digo que quizás ellos estaban ciegos.

—Centrémonos, si te parece, en Cataluña y en todo lo que pasa en la actualidad… ¿Te sientes cómodo cuando regresas a tu casa, en Jafre? ¿Detectas hostilidad en el ambiente? ¡Es un pueblo muy pequeño, de menos de 400 vecinos! Y ya te han hecho más de una barrabasada, arrojando basuras en tu jardín y cortándote cipreses… ¿Se ha roto la convivencia definitivamente? ¿Has perdido amistades? ¿Es lo emocional y vivencial la mayor factura que vamos a pagar los catalanes?

—Cuando uno toma una actitud contraria a la masa ya sabe a lo que se expone. Tengo que precisar que siempre me ha gustado vivir muy cerca de la naturaleza, aunque no he sido un adepto de la integración en la vida social de los pueblos en los que he vivido. Simplemente porque las adherencias al terruño comportan unos compromisos de relación con un alto número de primates, cuya única reflexión es que eres un forastero aunque lleves treinta años allí. Aquello es suyo y tu eres un intruso. Cuando las cosas eran menos sectarias, políticamente, puedo decir que nos respetábamos mutuamente, que ya era mucho. Es obvio que a partir de que su ánimo ha derivado hacia el fanatismo y el delirio tribal, yo me convertí en la representación del renegado. El enemigo a batir, pero claro, sin riesgo a ser descubiertos en sus ataques. Siempre a escondidas. Como restauré la masía más bonita del pueblo, con un jardín muy bien cuidado, que hemos levantado a través de los años, a la ideología delirante se ha sumado la envidia de algunos vecinos. Una pequeña miniatura de lo que sucedió en el 36. Siempre había que vigilar al vecino para no acabar en la cuneta. Pues aquí es lo mismo. La historia se repite. Tengo las grabaciones de un vecino muy cercano atacando mi propiedad. Eso no es óbice a la ley natural de los anticuerpos en las epidemias, y algunos lúcidos vecinos no votan independentismo.

—Dame tu opinión… ¿Por qué sólo los constitucionalistas hablamos de fractura social, de pérdida, de conflictos con familiares y amigos? ¿Y por qué ellos niegan sistemáticamente algo tan evidente, tan notorio?

—El nacionalismo solo tiene las medias verdades o las mentiras bien camufladas, para subsistir, porque su ideario al descubierto es impresentable. Ni ellos mismos se atreven a expresar sus motivos profundos. Es xenofobia, repruebo al diferente, apropiación de los sentimientos del ciudadano y, sobre todo, inducción a la paranoia contra un enemigo cercano. Exterior o interior. Para conseguir sus fines lo falsifican todo. La historia, el derecho y la realidad socio-económica. Cuando comparo el nacionalismo catalán con el nacionalsocialismo alemán no es en relación a las consecuencias bélicas o el exterminio. Es en el procedimiento de introducción de la epidemia. En las escuelas, la universidad, los medios, las asociaciones y sus consecuencias sobre amigos, colaboradores y familia. Un bichito que penetra en todos los repliegues sociales y destruye la armonía enfrentando una comunidad.

—No hace muchos meses, en la presentación de tu libro «¡Viva Tabarnia!» dijiste abiertamente que el nacionalismo catalán es en esencia xenofobia, y que se trata de una enfermedad colectiva ¿Lo sigues pensando?

—No solo el nacionalismo sino también lo que se llama el catalanismo. Un movimiento que arranca a finales del siglo XIX con esa lacra camuflada siempre en cultura distinta. La realidad es una mirada de superioridad sobre el resto de españoles. Ese es el núcleo esencial, porque las diferencias, al margen de una lengua muy parecida, son inapreciables. El mestizaje con el resto de españoles solo hay que verlo en los apellidos.

—Permíteme insistir en este punto. Cada vez que hablo con gente con criterio formulo, con distintas palabras, la misma pregunta, porque para mí representa un mysterium magnum: ¿Qué pasa con dos millones de catalanes? ¿Cómo han llegado a este absurdo, a esta situación ridícula y vergonzosa? Sí, ya sabemos que es resultado de una manipulación y un adoctrinamiento feroz, pero ocurre que muchos de ellos son gente culta, formada, analítica… ¿Cómo se entiende, por tanto, que sean incapaces de ver cómo están siendo utilizados? ¿Cómo se explica que caigan en un infantilismo adocenado, en el que pierden hasta el más elemental sentido del ridículo? Personalmente no sé si es una enfermedad colectiva, están aquejados de disonancia cognitiva, les falta un hervor, o son una secta de fanáticos…

—Lo que debemos entender es que los últimos treinta años de Gobierno regional en Cataluña han tras*currido en la inducción a los sentimientos más primarios con referencia al territorio. El estímulo de los bajos sentimientos es de una eficacia letal. Nos toca a todos. Preferimos vivir en la ficción antes que admitir la cruda realidad. La realidad siempre es dura, y mucho más que ser inteligente para aceptarla, hay que ser valiente. Supongamos —¡que es mucho suponer!— que el nacionalismo cuenta con algunos tipos cultos, inteligentes y analíticos ¿Quién no sucumbe al artificio viendo cientos de miles de personas lanzados a ese delirio, con sus símbolos y sus proclamas de populismo victimista? Sobre todo, cuando uno piensa que además tiene posibilidades de convertirse en conductor de esas masas teledirigidas sentimentalmente ¿Quién se atreve a interponerse en el camino del populacho fanatizado? No es una cuestión de inteligencia o de cultura, porque el análisis del fenómeno es muy sencillo. Totalmente primario. Enfrentarse es una cuestión de huevones. Y eso siempre es minoritario en todas las sociedades.

—¿Crees que a la hora de intentar entender, casi desde un punto de vista psiquiátrico, lo que les ocurre a los independentistas, es importante poner el foco en el hecho de que no ríen jamás, de que son incapaces de carcajearse de sí mismos? ¿Por qué no tienen el más mínimo sentido del humor? ¿Por qué viven permanentemente agraviados, zaheridos, sintiéndose víctimas de una conspiración secular y casi universal?

—Una de las características más significativas de la sociedad actual es premiar al débil, al margen de tener o no la razón. Es una sociedad de mimados que viven con un cierto nivel de comodidad, y eso genera muchos complejos que hay que contrarrestar, con actitudes exhibicionistas en el terreno de la solidaridad y el blablablá… Cataluña se ha beneficiado de esto. Se ha situado siempre, desde hace siglos, en esa tesitura. El débil, el oprimido y el perseguido. En suma, la víctima. El fuerte no nos deja votar; nos da porrazos; nos prohíbe la lengua; nos encarcela los políticos y nos roba el dinero. La falsificación perfecta para mover a toda la progresía-caviar de Europa, señalando a los españoles como intolerantes y fascistas ante los pobres catalanes. Los nacionalistas van buscando situaciones vendibles en esos términos, y los Gobiernos de España no sólo caen como pardillos en tales artimañas sino que han acabado asumiendo el complejo de perseguidores… ¡Una de las grandes democracias actuales acomplejada por lo que dicen alemanes o belgas! ¡Manda bemoles!

—¿Es posible que en ellos subyazca un tremendo complejo de inferioridad, y de ahí esa necesidad enfermiza de reivindicar que fueron catalanes los que descubrieron América, crearon el Universo, Roma y el Quijote? ¡Los complejos de inferioridad suelen aflorar con agresividad y arrogancia ilimitada! ¿Cómo lo ves?

—Cuando desde el territorio catalán te sitúas fuera de la herencia española, es obvio que no hay comparación posible, por mucho que valoremos las hazañas de los Almogávares y su dominio Mediterráneo. El complejo proviene de esta insensata e ignorante posición. Ignorante porque precisamente la aportación de Cataluña a la historia general de España es colosal. Hay que ser masoquista para colocarse como enemigo de lo que hemos conseguido en común.

—Mientras que históricamente la izquierda se ha reafirmado en conceptos de fraternidad, equidad, universalismo, derechos y eliminación de fronteras y desigualdades, el nacionalismo siempre ha sido el camino de la ultraderecha más poco apreciable y xenófoba… ¿Los independentistas son ultraderechistas y no se enteran? ¡Puigdemont, Torra y los suyos son una derecha más rancia, franquista y nacionalcatólica que lo más rancio y desfasado del PP! ¡Los de ERC, por su parte, son caciques agrocarlistas, burgueses de pueblo, y los de la CUP y Arran son los hijos tarados de ambos colectivos! ¿Tú qué opinas, Albert? ¿Todo esto es tras*versal? ¿Obedece a un mandato del pueblo llano recogido por sus líderes en las alturas? ¿O simplemente Mas, Puigdemont y Torra son unos mesiánicos que creen estar al frente de una misión divina?

—Hay una inercia soterrada que subyace en las formas y las tradiciones de una comunidad. De aquí la persistencia del problema. Hay que preguntarse: ¿Hubiera sucedido lo mismo si no existiera la lengua catalana? En nuestro caso, tener una lengua distinta, pero muy minoritaria, en un mismo Estado favorece la inducción paranoica por parte de los embaucadores. La estrategia es siempre la misma. Señalar y atribuir a los que tienen la lengua principal una actitud de dominio. Me refiero a que Cataluña ha sido y es un territorio abonado para construir estas ficciones. Unas falsedades que acaban favoreciendo la ambición de los más desvergonzados y corruptos, tal como ha sucedido en la historia moderna. Si la lengua del supuesto dominador hubiera sido el holandés o el sueco, quizá no existiría este síndrome de forma tan acusada, pero se trata de la lengua de quinientos millones de personas. Si no aceptas la realidad sólo se te queda argumentar “ellos son más fuertes, pero nosotros más inteligentes y cultos”

—Desde hace años el independentismo permanece estancado, no crece ni a base de poner a rufianes y a charnegos de Súmate ante ese “Retablo de las maravillas” (que tú conoces bien porque hiciste una adaptación del entremés humorístico de Cervantes) con el que el nacionalismo pretende hipnotizar a los más incautos, vendiéndoles paraísos prêt-à-porter… ¿Cómo se entiende que no desistan, por tanto, de su propósito y se empecinen en un imposible?

—Debemos preguntarnos quienes son los dirigentes del nacionalismo ¿Conseguirían tener la notabilidad que poseen en otro contexto político? En un lugar donde no tuvieran de antemano la adhesión incondicional de la tribu les sería muy difícil competir y gobernar a su antojo. La política de los sentimientos es muy fácil en un reducto regional, pero resulta más complicada de ejercer en la diversidad de la España actual y democrática. Los catalanes en cuestiones cursi-sentimentales son fáciles de embaucar. Tienen de antemano una total predisposición a creerse superiores por el hecho de haber nacido justo aquí. Si al mismo tiempo se creen perseguidos, precisamente, por esta supuesta superioridad, no hay que hacer un gran esfuerzo para liderar estas quimeras. Lo puede hacer el primer indocumentado sin escrúpulos.

—¿Cómo ves tú el papel que ha jugado y sigue jugando el PSC en todo esto? ¿Son culpables, desde los Pactos del Tinell, de haber contribuido a alimentar a esta bestia sin bridas y fuera de control?

—Durante los primeros años de Pujol el PSC significó una oposición frente a las políticas identitarias de Convergencia i Unió. En aquellos tiempos encarnaba un reducto para los catalanes no nacionalistas. A partir de la Presidencia de Maragall en la Generalidad todo se vino abajo. Maragall traicionó al socialismo y a todos los que no éramos nacionalistas. Se ha visto con su propio hermano que fue dirigente de PSC y ahora alineado en el bando más radical del separatismo. El PSC tendrá que cargar con la responsabilidad histórica de haber allanado el camino de la secesión. Jugando siempre a la doblez, como actualmente lo hace Miguel Iceta. Simula situarse en la equidistancia que siempre quiere decir favorecer al nacionalismo. El PSC es un partido del que me avergüenzo de haber militado. El partido de la traición a los ideales de la izquierda y a la Cataluña de la libertad.

—Sigamos con las responsabilidades, porque juraría que aquí no se salva nadie… ¿Cómo es posible que los que dicen ser de izquierda pura (a pesar de que se compran grandes mansiones y reparten prebendas con la misma alegría que la derecha) apoyen al nacionalismo? ¿Qué rédito obtienen populistas como Colau de su tibieza ante el nacionalismo; tibieza que, por otra parte, no le sirve de nada, porque el independentismo la aborrece?

—En España la derecha está anatemizada. Nadie quiere pasar por tener veleidades de derechas. Es un síndrome que afecta desde hace muchos años a la política española y la hace circular por terrenos a veces surrealistas. Ser de derechas está muy mal visto, incluso por los de derechas. Un partido como el PP ha hecho todos los esfuerzos para no parecer de derechas. Sin ningún pudor se ha escorado hacia la socialdemocracia. Ha gobernado subiendo impuestos, y con una ley de aborto que no pasaría en la mayoría de naciones democráticas europeas. No ha defendido con firmeza la unidad y la igualdad de los españoles, para no parecer autoritario. Por el contrario, los nacionalistas han sabido envolver sus fundamentos reaccionarios y de ultra derecha con una pátina progresista e izquierdosa. Eso les ha granjeado una mirada condescendiente, cuando no colaboracionista, de la izquierda española, siempre tentada genéticamente por la destrucción revolucionaria de los estados burgueses.

—Me acabas de traer al pensamiento a Ada Colau… ¿Qué te parece la Barcelona que nos está dejando?

Podemos pensar que Colau es el simple ascenso de la impostura. Incluso de la mentira aupada por una ciudadanía que ha perdido cualquier referencia jovenlandesal ante lo que significa administrar el bien público. Sin embargo, Colau no es el mal en sí mismo sino la demostración palpable de una sociedad a la deriva. El hecho de que una ciudad como Barcelona, que tuvo sus momentos álgidos hace muy pocos años, acabe bajo la ignorancia y la grosería mental de la señora Colau, parece el argumento para una fábula sobre la lentitud de la construcción y la rapidez de la destrucción.

—Volviendo al papel del PP en todo esto… ¿Crees que hay que enviarlos al rincón de pensar durante una buena temporada? ¿Crees que Rajoy, el impasible, ha llevado bien todo el tema catalán, desde el principio, en 2012, con Artur Mas cruzando el Mar Rojo, hasta la aplicación del 155?

—Hay aspectos de Rajoy que me han divertido. Un “Mister Chance” en la Moncloa era gracioso. Un hombre al que no le gusta la política, ni las preocupaciones, actuando de presidente de una nación como España es algo realmente singular. Su fuga hacia el registro de la propiedad es un gag final totalmente inesperado. No obstante, era hombre para otra coyuntura española. Metido entre el problema más grave desde el final de la dictadura, fue incapaz de atajarlo con tiempo, y su languidez, pereza o cobardía, han enquistado gravemente la situación, entregándonos, finalmente, a las frivolidades de un tipo sin más ambición que su propia figura para presidir el Gobierno nacional.

—¿Ha servido de algo el 155? ¡Vuelven a tener el control del dinero, a reabrir embajadas, a untar a medios de comunicación y a reconstruir como termitas su cubil! ¿Cuántos años durará esto?

—Rajoy tuvo en sus manos, sino la solución, por lo menos una buena medicina para frenar el delirio secesionista. Se trataba de aplicar la intervención de la autonomía sin plazo. En dos años se habrían obtenido resultados muy sustanciales. La mayoría de catalanes hubiera percibido que gobernados directamente por la “maléfica” España todo continuaba igual. Funcionaban trenes, comercios, el Barça, industrias, hospitales, escuelas e incluso TV3, aunque con opiniones distintas. Se perdió la gran oportunidad. Una oportunidad también ejemplarizante para el resto de autonomías españolas, cuyos ciudadanos quizá se hubieran planteado la utilidad del sistema autonómico. Un sistema de costes muy elevados en relación a sus supuestas ventajas. En fin… ¡Hay que ser marciano para convocar unas elecciones tres meses después de un golpe de Estado secundado por dos millones de personas!

—¿Lo está haciendo bien Ciudadanos en Cataluña? Quim Torra, que no gasta espejos en su casa, los tilda de fascistas en editoriales vergonzosas, por su actitud al oponerse a la ocupación del espacio público, cosa a la que, por lo visto, sólo ellos tienen derecho…

—Ciudadanos es un partido hecho a la medida de la España actual. Una nación con unos problemas territoriales muy agudizados. Incluso algunos que afectan a la igualdad de los españoles. Véase cupo vasco. Se podría decir que Podemos también es un partido hecho para la actualidad, pero contrariamente al reformismo de Ciudadanos esgrime supuestas intenciones destructivas del sistema. Lo cual, es una fantasía exhibicionista en la Europa actual. PSOE y PP son dos viejas maquinarias que se autoalimentan de su inercia, pero paradójicamente su larga herencia actúa como ancla inmovilista y putrefacta. Ciudadanos es todo lo contrario. Surge en Cataluña ante un PSC y un PP que traicionan a su electorado dejando crecer el nacionalismo. Esta seña de identidad de Ciudadanos ha sido clave para convencer a muchos españoles de que ellos, como partido, están dispuestos y serán implacables para atajar el principal problema de este país. Aquí está su fuerza de convicción.

—¿Y qué pasa con Pedro Sánchez, arreglará algo o aún lo estropeará más? ¿Nos venderá a todos por seguir un rato más en el poder? ¿Debería convocar elecciones de inmediato?

—Sánchez es uno más entre la oleada turística de amoralidad instalada en el conjunto de la política española. No hablo ya de patriotismo, porque es un término enterrado en la nebulosa de los tiempos, pero deberíamos exigir un mínimo sentido de servicio público a los políticos. No creo que Sánchez posea ese mínimo ¿Qué ha hecho este hombre en su vida aparte de medrar en un partido? Uno se pregunta el porqué gente así, que solo conoce la vida a través de las intrigas para ascender a los cargos políticos, puede tomar las complejas riendas de una gran nación como España. Ni siquiera sabe lo que significa ganarse la vida en el libre mercado, como deben hacer con esfuerzo la mayoría de los ciudadanos ¿Cuáles son sus experiencias profesionales fuera del amparo de un partido? Han vivido sin riesgo. Son arribistas de profesión. Gente sin credo ni convicciones. La estratagema que protagonizó para alcanzar la presidencia, uniéndose a los que quieren romper España, solo tenía justificación jovenlandesal bajo una convocatoria inmediata de elecciones. No fue así. Con su permanencia hemos podido comprobar que es un individuo capaz de todo para instalarse en el poder. No es él quien está a nuestro servicio sino nosotros a sus pretensiones.

—A ninguno de nosotros se le escapa el hecho de que Tabarnia, hasta el momento, es un divertimento, un espejo con el que devolver a los independentistas un reflejo nítido de su grotesca antiestéticaldad… ¡Pero lo cierto es que desde un punto de vista legal, de ordenamiento territorial, es factible! ¿Tú, como President, y las personas involucradas en esta plataforma habéis estudiado la letra pequeña y el camino a seguir si esto empeora?

—Si somos realistas, empeorar quiere decir que el “derecho a decidir” se imponga y el Estado permita un referéndum, y que además en éste triunfe el separatismo. Entonces, la situación significaría abrir la caja de truenos. Nos podríamos encontrar con que cualquier comunidad de ciudadanos decidiera mediante referéndum su derecho para andar por su cuenta. Solo se trata de ser autosuficientes. En este escenario, Barcelona y su área metropolitana, que podría extenderse hasta Tarragona, tendrían el mismo derecho a decidir por razones económicas, sociales y políticas, su inclusión como nueva comunidad autónoma de España. Seguro que ganarían el referéndum. Quiero decir con ello, que los nacionalistas, en su huída hacia delante, rompiendo todos los equilibrios que con tanta dificultad se han conseguido construir, pueden provocar situaciones delirantes que los coloquen económicamente cercanos al tercer mundo.

—Personalmente me preocupa, y mucho, la violencia que se pueda generar por el camino. La estamos viendo a pequeñas dosis cada día. En más de una ocasión te he oído decir que no estamos muy lejos del punto en que esta situación pueda salirse de progenitora y acabar en violencia abierta. De ocurrir algo irreparable podría desencadenar un efecto dominó imparable… ¿Estamos todos metidos en una olla a presión? ¿Te preocupa lo que ves?

Todo puede ir a peor. A finales del siglo pasado me preguntaba si la situación en Cataluña podía ir a peor, y ya vemos donde estamos. Cuando las personas pierden el sentido de la realidad pueden acabar en un psiquiátrico. Cataluña es hoy una demencia. En estos momentos la violencia se ejerce jovenlandesalmente. Una fuerte presión desde los medios, la calle y las instituciones públicas. Hay que preguntarse si la violencia física no sería una forma de catarsis que liquidaría el problema de una vez por todas. A veces hay que llegar a la situación límite para iniciar un renacimiento. En cualquier caso, ahora estamos ante un escenario enquistado que se puede eternizar. Lo que no significa una estabilización sino una mayor degradación. Francamente, si tiene que seguir así casi preferiría los mamporros.

—Los Tabarneses lo intentamos llevar lo mejor que sabemos y podemos ¿Qué consejo o recomendación les darías a todos los que en Cataluña viven con impotencia e indignación las tropelías y malos modos del nacionalismo?

—En la época de Franco había una terapia formidable para resistir la dictadura: los chistes contra el régimen. Se inventaron miles y miles. Creo que ahora lo más terapéutico es mofarse de ellos. Sin contemplaciones. Ciscarse en sus símbolos y sus iconos. Si se utilizan los espráis, que sea siempre para la sátira inteligente. El humor es un antídoto muy eficaz contra los fundamentalismos. Con la protección de una España democrática, este humor puede resultar letal.

—Si algún día Tabarnia fuera una realidad, una nueva comunidad autónoma de España, y tú su primer presidente, ¿cuáles serían los tres primeros proyectos de ley que pondrías sobre la mesa a fin de mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía?

—El primero la convocatoria de elecciones para la presidencia. El segundo mi renuncia al cargo, con carácter irrevocable, y el tercero crear un partido de oposición donde sería el primer militante.

—Estoy convencido de que incluso con una mano atada a la espalda serías un presidente infinitamente más digno que lo que tenemos ahora… ¡No te veo ni harto de vino haciendo el patán en Washington, escribiendo editoriales contra la oposición, cerrando el Parlament o poniéndote perdido al beber de un botijo!

—Ser un presidente más digno que el actual no tiene mérito alguno. No obstante, para la mayoría de los ciudadanos debo reconocer que sería todo un esfuerzo comportarse de manera tan grosera y desvergonzada. En la sociedad del bienestar hay que poner mucha tenacidad para acercarse tanto al primate. La realidad es que Barcelona siempre tuvo el mejor zoológico de España y ahora hay una parte que está en régimen abierto.

—Cuéntanos, para terminar: ¿Qué proyectos profesionales tienes entre manos? ¿Están funcionando bien tus libros, especialmente “¡Viva Tabarnia!”? ¿Te sientes feliz tras dejar la dirección de los Teatros del Canal?

—«¡Viva Tabarnia!» es un libro no escrito sino hablado directamente, y después impreso. Un libro escrito en situación de urgencia. Tiene la frescura de la conversación pero, literariamente, mi mejor libro es «Adiós Cataluña», que se vuelve a reeditar de nuevo en noviembre. Se podrá comprobar cómo lo que auguraba hace 12 años se ha cumplido con creces. Después de dejar los Teatros del Canal, hace un par de años, he recuperado mi gusto por la vida asilvestrada, que me permite hacer y decir lo que me pasa por la cabeza. La función pública tiene la contrapartida de tener que controlar lo que uno dice y hace. No estás solo y representas a una institución formada por mucha gente. Ocho años han sido suficientes para contener una parte de mis andanadas. Ahora me siento sin ataduras, interpretando por toda España mi monólogo «El Sermón del Bufón» donde hago un repaso artístico y personal a mi vida, desde la infancia hasta nuestros días. Tiene la singularidad de ser algo insólito en un teatro donde siempre lo que sucede es una ficción. En mi obra todo es verdad. Mi verdad, que es la única que tengo la fuerza jovenlandesal de exponer sin complejos a quien pueda interesar.

—Te agradezco tu tiempo y amabilidad, Albert. Quisiera poner punto y final a esta agradable charla recordando unas palabras tuyas, que creo definen perfectamente la voluntad y el principio vital que te ha animado a lo largo de los años. Son éstas: “Soy un aventurero implicado en el mundo social y político, con bastantes rifirrafes y con una actitud polémica con la tribu (catalana) en la que nací. Siempre que he podido he hecho enfadar a todo el mundo”. Lo mejor que podemos desearte desde Ataraxia es que NO CAMBIES NUNCA.


---------- Post added 03-sep-2018 at 20:50 ----------

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