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Eleuterio Sánchez: “Que un obrero vote al PP es un reflejo de la estupidez humana”
Este merchero salmantino tuvo que ganarse a pulso el apellido que había perdido tras robar unas gallinas. Antes era el Lute, enemigo público número uno del franquismo. Condenado a fin, estudió Derecho en la guandoca, donde se convirtió en un símbolo de la libertad. Ahora escribe libros y diserta sobre la miseria humana y la cultura alienante.
Eleuterio Sánchez, el Lute, en el Circo Price de Madrid. / REPORTAJE GRÁFICO: CHRISTIAN GONZÁLEZ
El primer delito del Lute fue nacer. Una chabola cochambrosa, un frío más severo que la Guardia Civil, una barriada desnutrida donde la nada era de todos. Pizarrales, vomitorio de la ciudad, el niño no duerme porque la imaginaria ronda su estómago. Serafina, sorda y muda, progenitora. David, el padre, escuchó su primer berrido tras los muros de la guandoca. Los Castellanos, familia mercera que alumbraría otras dos bocas, la camada toda mamando del teto. Lo primero que aprendieron fue a tener hambre. Un apetito nómada, que ruge de pueblo en pueblo. Eleuterio Sánchez Rodríguez (Salamanca, 1942), ni etniano ni payo, la otra tercera España.
Cabrero de prestado en Las Hurdes, lo confinaron en el carambuco por robar gallinas. La sopa boba del Estado: crear un mito con el molde de un hambriento. “Duérmete, niño, que viene el Lute”. Salió del talego, dio el palo a una lamería de Bravo Murillo y una bala tasó al biorro. Eran tres bravos quinquis tres a lomos de una moto desvencijada. Cuando los atraparon, un disparo de la policía mató accidentalmente a una niña que pasaba por allí. La llaman bala perdida, como si todos los casquillos del mundo no se echaran a perder. El tiro que tumbó al vigilante no era de su propiedad, pues nada tenía, pero le encalomaron todo: joyas, caídos y leyenda. Víctima de la Ley de Bandidaje y Terrorismo, juzgado por un tribunal militar y defendido por un teniente chusquero, es condenado a fin.
Cuando los hijos la lían parda, sus madres señalan con el dedo acusador a las malas compañías. Del Lute dijeron eso, que se había juntado con quién no debía. ¿Fue así, Eleuterio? “Ya lo he contado tantas veces… He escrito mi vida para no tener que explicarla, mas estoy condenado a hacerlo una y mil veces”, gruñe entre bambalinas. Ha llegado con retraso a la entrevista y advierte de que saldrá pitando, pues tiene que firmar libros. Luego volverá al Circo Price para ilustrar al auditorio sobre la miseria humana y la cultura alienante "que nos domina". Es uno de los invitados al congreso Mentes Brillantes, donde dejará claro que el maniqueísmo va ganando la partida de la vida. “Nos olvidamos de que tenemos un cerebro prodigioso”, eleva la voz. “¡Portentoso!”, grita con las venas empachadas. “Nos comen el coco y apenas manejamos cuatro conceptos”.
A veces, Eleuterio se cabrea. Otras, sonríe. Lo hace bajo la inmunidad que concede la senectud, cuando los arrebatos ciclotímicos ya no te hacen pasar por necio ni por loco, acaso por un sabio que aún caldea la sangre del corazón y del cerebro. “Los mass media funcionáis con etiquetas”. Nunca dice "la prensa", tampoco "los medios". Repite una y otra vez “mass media”, como si se hubiera quedado colgado en McLuhan. El franquismo necesitaba un enemigo interno y, dado que la guano comunista ya estaba entre rejas, forjó un icono que infundiese pavor. El quiosco hizo el resto: del “enemigo público número uno” que le había colgado el régimen a la aureola adjetivada de los periódicos. “El último bandido romántico”, titulaba uno. “Un Luis Candelas del siglo XX”, subrayaba otro.
-A mí me habéis puesto una etiqueta. Que alguien viola o comete un atraco, pues “vamos a ver qué opina el Lute”. ¿Y sabes qué es eso? Es maniqueísmo, es simplicidad, es estupidez, es negar nuestro cerebro... A base de simplificar conceptos complejos, se desnaturalizan las cosas.
- [silencio]
- Así que fíjate si tengo cosas que decir...
- ¿Todo esto también se lo cuenta a sus nietos?
- Bueno, a ellos les digo muy poca cosa [arquea la sonrisa, dulcifica el rictus]. No quiero que me consideren el abuelo cebolleta o el de las batallitas.
- ¿Cuántos tiene?
- Cinco. Yo podría ser bisabuelo, pero hoy los hijos ni se te van de casa, ni se casan, ni tienen hijos. No se mueven de ahí ni aunque los mates a palos. Indudablemente, hay razones objetivas.
Cuando él era hijo, no había casas. La vida era un carromato, una sinfonía de hojalata, un que vienen los mercheros. Su primera fuga fue de la mano de Consuelo, porque los suyos se arrejuntaban así, por ayuntamiento. El primer amor es como un tatuaje: no se va ni con lejía. Luego llegó el láser, también llamado divorcio, si bien él nunca olvidó a la progenitora de José María y David. No los separó un papel sino la guandoca, de la que saldría para casarse con Frasquita, una etnianilla de quince años con la que tuvo un pequeño Eleuterio. Dos más, Ismael y Camino, tendría con Carmen Cañavate, que lo denunció por malos tratos. Con Teresa, su actual pareja, no ha tenido descendencia. Hay paro hasta en la fábrica de parados.
-Engrosan una generación que vivirá peor que sus padres, y no lo digo por usted, que nada tuvo.
-Mucha gente ha dejado la universidad porque no puede pagar la matrícula. Cuando terminas el grado, si no estudias un máster no eres nadie. ¿Pero quién lo puede pagar? Sólo los estudiantes de clase media para arriba. Ese elitismo se lo debemos a Rajoy.
-Lo ve como una regresión.
-La derechona que nos gobierna configura la élite. Son ellos los que se forman y los que están llamados a gobernarnos de nuevo, porque son los que están preparados. Con Felipe González, había acceso a la educación. El hijo del zapatero no tenía por qué ser zapatero, pero ahora sí. O casi.
-Sin embargo, el voto no siempre se corresponde con el poder adquisitivo del elector. ¿Cómo se explica que en los barrios obreros se vote al PP?
-Einstein dijo que hay dos cosas en la vida que no tienen límite: la estupidez humana y el universo, y de lo último no estaba muy seguro.
Eleuterio Sánchez, el Lute, antes de dar una conferencia en el Circo Price de Madrid. / CHRISTIAN GONZÁLEZ
Eleuterio no ha venido aquí a hablar de su libro, que para eso ya lo ha escrito. Camina o revienta. Mañana seré libre. Cuando resistir es vencer. Todo lo de dentro también está grabado en los surcos de su frente. Si acercase la punta de un pañuelo para poner coto al sudor, sonaría el disco rayado de su existencia. Pero no hay aguja que valga porque el otoño se ha acordado de Madrid, al que había dejado olvidado en el paragüero de una taberna de frasca y serrín, como la que frecuentaba el Lute antes del palo rellenito. “El 5 de mayo de 1965 fue el día más neցro de mi vida”, le dijo a la tele, fijando el alumbramiento de la leyenda de color. Un tribunal civil y la aplicación del Código Penal no le hubieran perdonado el castigo de la celda, mas la ley “que se había sacado Franco de la manguita” lo condenó a fin, pena conmutada por cadena perpetua. “Una vez que te llevan a los militares, ya no hay abogados, ni justicia, ni nada”.
Su progenitora no lo había nacido para que se pudriese en la guandoca, por lo que buscó una razón para sobrevivir. Ese motivo estaba fuera: Franco tenía que morirse algún día y una amnistía podría librar de los barrotes a un preso sin delitos de sangre. Había entrado el Lute, aunque de allí tenía que salir Eleuterio Sánchez. Lo primero era aprender a escribir, porque le daba vergüenza que sus colegas conociesen sus intimidades, y Consuelo esperaba sus cartas. Luego entró en contacto con el dirigente comunista Simón Sánchez Montero, que lo animó a estudiar Derecho. Entonces, aquel analfabeto entendió que había sido un chivo expiatorio, y comenzó a redactar sus memorias en cartoncillos del papel higiénico.
Él no podía salir de la guandoca, pero su vida, sí. Le quitaba la entretela a los puños de la camisa y los rellenaba con los rollos manuscritos, que su hermana se llevaba a casa para hacer la colada y, de paso, blanquear su historial. Aquellos cientos de cilindros de doble cara, porque había que aprovechar el espacio, se reciclaron en Camina o revienta, un éxito editorial publicado en 1997 y traducido a diez idiomas. El pueblo, que había convertido en héroe a quien el Estado quiso vender como villano, piensa en Eleuterio Sánchez, si bien visualiza a Imanol Arias con el brazo en cabestrillo. Una foto que, en realidad, es un posado amañado entre los guardias civiles y los reporteros de El Caso, al loro de la detención. Vicente Aranda había llevado su historia al cine y Victoria Abril, su virginidad al huerto. El actor se metió tanto en el papel que, cuando se presentó la película, su bigote competía con el del salmantino.
Tiempo atrás, no había sentido simpatía por él, aunque el libro le permitió descubrir a la persona que se escondía tras el personaje, porque el famoseo de la época abrazaba al Lute, no al autodidacta experto en Derecho Penal que había hecho prácticas en el bufete de Tierno Galván. “Ejercí muy poco la profesión, porque me enfrentaba con el sistema. La delincuencia de hoy es otra cosa, pero en el franquismo era subdesarrollada, una delincuencia de muertos de hambre”, afirma quien llegó sumar 1.022 años de condena, pues le endosaron hasta la fin de Manolete.
-Usted los llama delitos famélicos.
-Es que no eran delincuentes, sino trabajadores del campo que se quedaban en paro cuando se terminaba la temporada. Hay que tener en cuenta que entonces no había subsidio de desempleo. Tú comías y vivías en tanto en cuanto había trabajo. Luego, con una mano delante y otra detrás, tenías que hacerte vividor y trincar lo que pudieras por ahí. Los Bárcenas y todos estos vinieron después.
-¿Calificaría la pobreza como violencia de Estado?
-Esos delitos no deberían pagarse nunca con guandoca, porque se cometen para comer y subsistir. Los delincuentes son quienes crean las necesidades de protomiseria que fuerzan a un padre a robar un saco de trigo para darle de comer a sus hijos. Esos son los verdaderos chorizos. Aquí, el que roba un barco es un ladrón, pero el que roba mil barcos es un conquistador. ¡La leche en bicicleta! ¿Hay alguien más ladrón que los de Bankia y sus tarjetas black?
....................(SIGUE)
Eleuterio Sánchez:
y a mí qué me importan las cuñadeces de El lute.