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El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República
Frente al asedio del Principado por los franquistas, Belarmino Tomás decidió declarar a la región soberana e independiente de España el 24 de agosto de 1937. Concentró todo el poder civil, económico y militar y estableciendo la capital en Gijón durante 57 días. El Gobierno republicano entró en cólera y Franco aprovechó terminar de conquistar el norte
Israel VianaMADRID Actualizado:26/03/2020 23:09hGUARDAR
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Conocemos los tres intentos fallidos de proclamar el Estado catalán durante la Primera y Segunda República, además del actual desafío independentista que ha llevado a muchos de sus líderes al exilio y a la guandoca. También hemos sufrido el separatismos vasco y el pasado sangriento de la banda terrorista ETA, con sus más de 800 muertos. Menos conocido es el episodio en el que Asturias se declaró independiente durante dos meses en plena Guerra Civil española.
Fue proclamada, el martes 24 de agosto de 1937, por el Consejo Interprovincial de Asturias y León, la autoridad regional en la que estaban representados partidos de izquierda como PSOE, Partido Comunista (PCE) e Izquierda Republicana, además de sindicatos como UGT, CNT o FAI. Todos ellos decidieron asumir el poder de su comunidad en contra de la legalidad del Gobierno de Madrid y las órdenes de su entonces presidente, Juan Negrín. Pasó a llamarse el Consejo Soberano de Asturias y León y estableció en Gijón su capital.
La noticia fue dada por la edición madrileña de ABC tres días después: «Quedan íntegramente sometidos a este consejo todos los organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo». Otros diarios como «Nosotros» o «La Libertad» hacían lo propio en titulares como «La lucha en el norte», y daban cuenta del contexto en el que se había producido esta declaración de independencia: «A las tres de la tarde de ayer, nueve aparatos facciosos sobrevolaron Gijón y arrojaron treinta bombas que cayeron en el barrio de La Guía. Causaron algunos destrozos, seis muertos y diez heridos. Más tarde lanzaron otros artefactos en la parroquia de Somió».
El rechazo de la República
Lo primero que hicieron fue crear una serie de comisiones que funcionaban a modo de «ministerios», todos dirigidos por los miembros de los mencionados partidos y sindicatos de izquierdas. Estaban los departamentos de Guerra, Interior, Obras Públicas, Hacienda, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Agricultura, Sanidad, Instrucción Pública, Marina y Pesca.
La razón esgrimida por estos independentistas coyunturales, presididos por el socialista Belarmino Tomás, fue la imposibilidad de comunicarse con el Gobierno republicano instalado en Valencia desde el Principado, puesto que estaba dividido y en su mayor parte rodeado por los franquistas. Aún así, la noticia sacó de sus casillas al ministro de Defensa, Indalecio Prieto. Tal y como escribió Manuel Azaña: «Prieto está indignado y dolido por la disparatada conducta de los asturianos». Él mismo montó en cólera y convocó de inmediato en Valencia al nuevo presidente asturiano, pero este se negó a acudir.
Desde hacía tiempo, los territorios del País Vasco, Santander y Asturias estaban rodeados por las tropas de Franco. Incluso por mar, desde donde los sublevados bombardeaban sin descanso desde sus barcos. El apoyo de la República era cada vez menor y casi había desaparecido, puesto que esta estaba volcada en la defensa de la costa mediterránea y Madrid. De hecho, daban prácticamente por perdido el frente del norte, de ahí que algunos historiadores como Gabriel Jackson calificaran a aquel rincón de España como «La guerra separada».
Por si fuera poco, la colaboración militar entre estas tres comunidades era escasa. Se la prestaban entre reproches, solo por mandato del Ejecutivo central republicano. No había en el norte unidad de acción entre vascos, santanderinos y asturianos. Eran prácticamente tres ejércitos. Todos republicanos, eso sí, pero cada uno combatiendo por su lado. Eso hacía difícil defenderse frente a los nacionales, lo que hizo que Bilbao cayera a mediados de junio de 1937 y, dos meses después, el País Vasco. Santander fue la penúltima etapa de la Campaña del Norte y se libró en solo 12 días, quedando el Principado como el único reducto del Cantábrico.
Uno de los billetes que emitió el Consejo Soberano de Asturias y León, por valor de 25 céntimos
La «soberanía» decretada por Belarmino Tomás fue motivo de muchos disgustos entre las autoridades de la República, que habían sufrido declaraciones similares por parte de Cataluña en 1931 y 1934. A pesar ello, el socialista hizo oídos sordos y decidió seguir adelante. Prieto no se atrevió a intervenir por temor a que un desacato a sus órdenes por parte de los separatistas diese mayor relieve a esa declaración, que solo parecía justificada por el nerviosismo de los asturianos ante la rápida caída de Santander y las deserciones militares.
Una de las primeras órdenes que dio el nuevo Gobierno separado fue prohibir terminantemente la salida de nadie del territorio asturiano, ni siquiera con las bombas cayendo. Según recoge el historiador Octavio Cabezas en su biografía de Indalecio Prieto, la expresión que utilizó Belarmino Tomás fue: «De aquí no sale ni Dios». Y después comenzó a gobernar haciendo oídos sordos de lo que se ordenaba desde Valencia o Madrid, gestionando él mismo la escasez de avituallamiento y armas y el aumento de los refugiados vascos y santanderinos.
Belarmino Tomás
En el tiempo que el Consejo Soberano ejerció el poder en Asturias, entre sus actuaciones más importantes destacaron la emisión de sellos de correos y moneda propia, los billetes conocidos popularmente como «belarminos», que iban firmados por el nuevo presidente. Promulgó 52 edictos, muchos sobre cuestiones económicas o de seguridad ciudadana. Celebró 51 causas políticas que se saldaron con 17 penas de fin, de las cuales al final solo se ejecutaron tres.
También organizó con la vida diaria. Dictaminó el cierre de cafés, restaurantes, bares y tabernas. Estableció el toque de queda a las 22.00 y extendió el Estado de sitio a toda la región. Prohibió la posesión de armas, los aparatos de radio y el traslado por carretera sin el correspondiente permiso. Y por si fuera poco, algunos de sus consejeros iniciaron contactos internacionales con organismos como la Sociedad de Naciones, como si fuera un estado. Comunicaron que, de continuar los bombardeos sobre Gijón, fusilarían a todos los presos políticos. Esto sentó muy mal en el Consejo de Ministros de la República, que hizo llegar a Tomás su «sorpresa y disgusto». Todo este autogobierno llevó al hispanista Hugh Thomas a calificar a la región como la «República de Asturias».
El «Gobiernín»
Jesús Ángel Rojo explica en su libro «Grandes traidores a España» que Tomás y sus camaradas no siempre fueron leales a los diferentes gobiernos de la Segunda República. De hecho, el socialista fue uno de los líderes de la Revolución de 1934 en Asturias, donde murieron cerca de 2.000 personas durante los enfrentamientos con las autoridades y el Ejército español. Fue, incluso, condenado a fin, aunque luego fue amnistiado. Según el historiador, parecía evidente que aprovecharía la coyuntura política de la guerra para alcanzar su beneficio personal.
Los ministros republicanos se movían entre el estupor y la indignación. En Madrid denominaron a aquel Gobierno asturiano, con desprecio, el «Gobiernín». Un apelativo promovido, al parecer, por el propio presidente Azaña, que rechazaba aquella proclamación. Veía en ella el primer paso de una insurrección mucho mayor y criticaba el supuesto ansia de poder de Belarmino, a quien veía como una amenaza secesionista para la República.
A pesar de ello, a lo largo del mes de septiembre, el presidente asturiano envió varios informes al Ejecutivo central en los que exponía la situación que le había llevado a él y sus compañeros a tomar aquella decisión. Hablaba de «un ejército en derrota y carente de jovenlandesal; una retaguardia resignada ante los avances del enemigo y convencida de su impotencia para impedir que continúe el bloqueo que impide el aprovisionamiento, y un inmediato panorama de hambre. Con esto factores puede, en un plazo de horas, producirse un desmoronamiento total».
Este se produjo el 20 de octubre de 1937, 57 días después de haberse formado el Consejo Soberano, con la ciudad apunto de caer en manos de Franco. Ese mismo día celebraron su última reunión. En el acta se recoge el pesimismo del coronel Adolfo Prada: «No es posible resistir más». Y propone concentrar todas las tropas posibles en los puertos de Avilés, Candás y Gijón, para que sean trasladadas en barco, «a ser posible hoy, puesto que mañana será tarde». Belarmino Tomás y el resto de miembros de su Gobierno abandonaron la ciudad en barcos de pesca, en una dura travesía hasta las costas francesas. Al final de la guerra, todos se dispersaron por diferentes países. El presidente del «Gobiernín» se instaló en México y se ganó la vida vendiendo alpargatas.
Miembro de «Gobiernín» de Asturias, en 1937
Frente al asedio del Principado por los franquistas, Belarmino Tomás decidió declarar a la región soberana e independiente de España el 24 de agosto de 1937. Concentró todo el poder civil, económico y militar y estableciendo la capital en Gijón durante 57 días. El Gobierno republicano entró en cólera y Franco aprovechó terminar de conquistar el norte
Israel VianaMADRID Actualizado:26/03/2020 23:09hGUARDAR
8
Conocemos los tres intentos fallidos de proclamar el Estado catalán durante la Primera y Segunda República, además del actual desafío independentista que ha llevado a muchos de sus líderes al exilio y a la guandoca. También hemos sufrido el separatismos vasco y el pasado sangriento de la banda terrorista ETA, con sus más de 800 muertos. Menos conocido es el episodio en el que Asturias se declaró independiente durante dos meses en plena Guerra Civil española.
Fue proclamada, el martes 24 de agosto de 1937, por el Consejo Interprovincial de Asturias y León, la autoridad regional en la que estaban representados partidos de izquierda como PSOE, Partido Comunista (PCE) e Izquierda Republicana, además de sindicatos como UGT, CNT o FAI. Todos ellos decidieron asumir el poder de su comunidad en contra de la legalidad del Gobierno de Madrid y las órdenes de su entonces presidente, Juan Negrín. Pasó a llamarse el Consejo Soberano de Asturias y León y estableció en Gijón su capital.
La noticia fue dada por la edición madrileña de ABC tres días después: «Quedan íntegramente sometidos a este consejo todos los organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo». Otros diarios como «Nosotros» o «La Libertad» hacían lo propio en titulares como «La lucha en el norte», y daban cuenta del contexto en el que se había producido esta declaración de independencia: «A las tres de la tarde de ayer, nueve aparatos facciosos sobrevolaron Gijón y arrojaron treinta bombas que cayeron en el barrio de La Guía. Causaron algunos destrozos, seis muertos y diez heridos. Más tarde lanzaron otros artefactos en la parroquia de Somió».
El rechazo de la República
Lo primero que hicieron fue crear una serie de comisiones que funcionaban a modo de «ministerios», todos dirigidos por los miembros de los mencionados partidos y sindicatos de izquierdas. Estaban los departamentos de Guerra, Interior, Obras Públicas, Hacienda, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Agricultura, Sanidad, Instrucción Pública, Marina y Pesca.
La razón esgrimida por estos independentistas coyunturales, presididos por el socialista Belarmino Tomás, fue la imposibilidad de comunicarse con el Gobierno republicano instalado en Valencia desde el Principado, puesto que estaba dividido y en su mayor parte rodeado por los franquistas. Aún así, la noticia sacó de sus casillas al ministro de Defensa, Indalecio Prieto. Tal y como escribió Manuel Azaña: «Prieto está indignado y dolido por la disparatada conducta de los asturianos». Él mismo montó en cólera y convocó de inmediato en Valencia al nuevo presidente asturiano, pero este se negó a acudir.
Desde hacía tiempo, los territorios del País Vasco, Santander y Asturias estaban rodeados por las tropas de Franco. Incluso por mar, desde donde los sublevados bombardeaban sin descanso desde sus barcos. El apoyo de la República era cada vez menor y casi había desaparecido, puesto que esta estaba volcada en la defensa de la costa mediterránea y Madrid. De hecho, daban prácticamente por perdido el frente del norte, de ahí que algunos historiadores como Gabriel Jackson calificaran a aquel rincón de España como «La guerra separada».
Por si fuera poco, la colaboración militar entre estas tres comunidades era escasa. Se la prestaban entre reproches, solo por mandato del Ejecutivo central republicano. No había en el norte unidad de acción entre vascos, santanderinos y asturianos. Eran prácticamente tres ejércitos. Todos republicanos, eso sí, pero cada uno combatiendo por su lado. Eso hacía difícil defenderse frente a los nacionales, lo que hizo que Bilbao cayera a mediados de junio de 1937 y, dos meses después, el País Vasco. Santander fue la penúltima etapa de la Campaña del Norte y se libró en solo 12 días, quedando el Principado como el único reducto del Cantábrico.
La «soberanía» decretada por Belarmino Tomás fue motivo de muchos disgustos entre las autoridades de la República, que habían sufrido declaraciones similares por parte de Cataluña en 1931 y 1934. A pesar ello, el socialista hizo oídos sordos y decidió seguir adelante. Prieto no se atrevió a intervenir por temor a que un desacato a sus órdenes por parte de los separatistas diese mayor relieve a esa declaración, que solo parecía justificada por el nerviosismo de los asturianos ante la rápida caída de Santander y las deserciones militares.
Una de las primeras órdenes que dio el nuevo Gobierno separado fue prohibir terminantemente la salida de nadie del territorio asturiano, ni siquiera con las bombas cayendo. Según recoge el historiador Octavio Cabezas en su biografía de Indalecio Prieto, la expresión que utilizó Belarmino Tomás fue: «De aquí no sale ni Dios». Y después comenzó a gobernar haciendo oídos sordos de lo que se ordenaba desde Valencia o Madrid, gestionando él mismo la escasez de avituallamiento y armas y el aumento de los refugiados vascos y santanderinos.
En el tiempo que el Consejo Soberano ejerció el poder en Asturias, entre sus actuaciones más importantes destacaron la emisión de sellos de correos y moneda propia, los billetes conocidos popularmente como «belarminos», que iban firmados por el nuevo presidente. Promulgó 52 edictos, muchos sobre cuestiones económicas o de seguridad ciudadana. Celebró 51 causas políticas que se saldaron con 17 penas de fin, de las cuales al final solo se ejecutaron tres.
También organizó con la vida diaria. Dictaminó el cierre de cafés, restaurantes, bares y tabernas. Estableció el toque de queda a las 22.00 y extendió el Estado de sitio a toda la región. Prohibió la posesión de armas, los aparatos de radio y el traslado por carretera sin el correspondiente permiso. Y por si fuera poco, algunos de sus consejeros iniciaron contactos internacionales con organismos como la Sociedad de Naciones, como si fuera un estado. Comunicaron que, de continuar los bombardeos sobre Gijón, fusilarían a todos los presos políticos. Esto sentó muy mal en el Consejo de Ministros de la República, que hizo llegar a Tomás su «sorpresa y disgusto». Todo este autogobierno llevó al hispanista Hugh Thomas a calificar a la región como la «República de Asturias».
El «Gobiernín»
Jesús Ángel Rojo explica en su libro «Grandes traidores a España» que Tomás y sus camaradas no siempre fueron leales a los diferentes gobiernos de la Segunda República. De hecho, el socialista fue uno de los líderes de la Revolución de 1934 en Asturias, donde murieron cerca de 2.000 personas durante los enfrentamientos con las autoridades y el Ejército español. Fue, incluso, condenado a fin, aunque luego fue amnistiado. Según el historiador, parecía evidente que aprovecharía la coyuntura política de la guerra para alcanzar su beneficio personal.
Los ministros republicanos se movían entre el estupor y la indignación. En Madrid denominaron a aquel Gobierno asturiano, con desprecio, el «Gobiernín». Un apelativo promovido, al parecer, por el propio presidente Azaña, que rechazaba aquella proclamación. Veía en ella el primer paso de una insurrección mucho mayor y criticaba el supuesto ansia de poder de Belarmino, a quien veía como una amenaza secesionista para la República.
A pesar de ello, a lo largo del mes de septiembre, el presidente asturiano envió varios informes al Ejecutivo central en los que exponía la situación que le había llevado a él y sus compañeros a tomar aquella decisión. Hablaba de «un ejército en derrota y carente de jovenlandesal; una retaguardia resignada ante los avances del enemigo y convencida de su impotencia para impedir que continúe el bloqueo que impide el aprovisionamiento, y un inmediato panorama de hambre. Con esto factores puede, en un plazo de horas, producirse un desmoronamiento total».
Este se produjo el 20 de octubre de 1937, 57 días después de haberse formado el Consejo Soberano, con la ciudad apunto de caer en manos de Franco. Ese mismo día celebraron su última reunión. En el acta se recoge el pesimismo del coronel Adolfo Prada: «No es posible resistir más». Y propone concentrar todas las tropas posibles en los puertos de Avilés, Candás y Gijón, para que sean trasladadas en barco, «a ser posible hoy, puesto que mañana será tarde». Belarmino Tomás y el resto de miembros de su Gobierno abandonaron la ciudad en barcos de pesca, en una dura travesía hasta las costas francesas. Al final de la guerra, todos se dispersaron por diferentes países. El presidente del «Gobiernín» se instaló en México y se ganó la vida vendiendo alpargatas.