Los años 80 y 90 del siglo pasado trajeron lo que a ojos de los poderosos era una anomalía: la popularización de la enseñanza universitaria y el modo de acceso a ésta puso en peligro su posición privilegiada.
De repente, el hijo del portero de la casa donde vivía un médico, que muy habitualmente era hijo de médico, podía acceder a la carrera de medicina si era estudioso y sacaba buenas notas. El hijo del portero del médico de repente se convirtió en competidor del hijo del médico, ya que la plaza en la universidad pública para estudiar medicina se la iba a llevar aquel que tuviera mejores notas. Y podía darse el caso de que el hijo del portero fuera más listo que el hijo del médico.
Tal cosa iba en contra del "orden natural de la vida" y los privilegiados no podían arriesgarse a perder su posición de privilegio.
Solución: si lo privilegiados no pueden ganar su título de médico por sus propios medios, ¿por qué no montar un chiringuito privado y carísimo donde los hijos de aquellos puedan comprarse un título? Y ya puestos, para eliminar al hijo del portero de la ecuación, ¿por qué no degradar la educación pública para que el "orden natural de la vida" siga prevaleciendo?
Madrid ha visto florecer en los últimos años decenas de universidades privadas y carísimas mientras las universidades públicas han ido perdiendo financiación. De hecho, esta misma semana la Comunidad de Madrid ha estado a punto de dejar pasar más de 150 millones de euros para este fin, pero la presión de la oposición a la "reina de la libertad" no lo ha permitido (aunque ahí sigue poniendo palos en las ruedas).
Nada nuevo bajo el Sol, pero ahí siguen hablando de meritocracia cuando lo que hay es perpetuación de la posición de privilegio.