Cirujano de hierro
Será en Octubre
Los vínculos olvidados entre Vallecas y la Legión afloran en un bar regentado por veteranos y frecuentado por el escritor Guillermo Rocafort
Felix Jimeno, José Bayón y Guillermo Rocafort. Fotos: C. C.
Un antiguo soldado coloca su camisola de legionario sobre su nervudo cuerpo y ajusta su chapiri por encima de unos ojos que dejan entrever al canalla que habitó. José Bayón invoca el tono marcial para atender a la peculiar parroquia que conforma su bar. Un lugar estrecho por cuyas paredes desfilan carteles y fotografías de guerreros que achican más, si cabe, el establecimiento. Estampas descoloridas de legionarios y gorros militares de distintas épocas se camuflan con el habitual entorno de una cantina de barrio. Y una botella de leche de pantera que lo gobierna todo.
Legionarios en activo, soldados veteranos, policías que terminan su ronda, guardias civiles y varias familias moteras comparten refugio a las puertas de Vallecas. El Rincón de la Legión, situado junto al metro de Pacífico, nació hace cuatro años cuando un ex legionario fue operado del corazón y, como consecuencia, perdió su trabajo en una carnicería. Varios integrantes de la Hermandad –asociación conformada por veteranos de la Legión Española– se hicieron cargo de un bar, entonces llamado El Rincón de Briji, y contrataron a su otrora camarada.
Ese es el propósito de la Legión: acudir en ayuda de un camarada y saber que hay alguien que te cuida las espaldas», asegura José, uno de los miembros de la Hermandad implicado en el proyecto. Pasado el tiempo, el desempleado encontró un puesto como conserje y dejó en manos de José la gestión del establecimiento, trasladado hace un año a una zona próxima a Pacífico. «Menuda coincidencia, hemos ido a montar el bar debajo de donde vive un teniente general retirado».
José Bayón y una botella de leche de pantera.
Pero la relación de Vallecas con la Legión tiene poco de casual. Durante muchas décadas, el banderín de enganche de Madrid se ubicaba en la calle Picos de Europa. Para los jóvenes del barrio, la oportunidad que ofrecía la milicia significaba la diferencia entre ser un granuja callejero o unirse a un oficio bien remunerado. «Para mí la Legión lo cambió todo. Me enseñó a ser humilde, a obedecer y a ser buena persona», asevera José.
Miembro de una familia de siete hermanos, José ingresó en el Ejército a los 19 años. El vallecano era un joven «vividor que estaba todo el día tocando la guitarra» y que había pasado la infancia repartiendo hielo en burro. La idea de entrar en la Legión siempre estuvo ahí. Una tarde veraniega de 1973, José junto a cuatro amigos salían del cine París, en Vallecas, y fueron a «vacilar un rato» –varias copas mediante– al banderín de alistamiento. Por allí andaba el sargento Barrios, que convenció a los cinco amigos para enrolarse en la Legión española. Al día siguiente estaban camino de Ceuta. «Éramos cinco piratas que querían ser capitanes generales», relata entre orgullosas y castizas carcajadas.
Tres años fueron suficientes para que el Ejército cambiara su vida. El alistamiento de José sobresaltó a su padre, antiguo legionario y dueño de una fábrica de hielo, donde el verano es la época de mayor trabajo. Las circunstancias le obligaron a volver, pero José nunca abandonó la Legión: «Tuve que volver porque mi padre me necesitaba a su lado, pero rápidamente me metí en la Hermandad y nunca he salido».
Al otro lado de la barra del Rincón de la Legión se atrinchera Rossi, una cubana de voz penetrante que hace las veces de «sargento de cocina». O así la refiere José cuando pasa revista a su tropa. El desfile de mandos, retirados y en activo, no rebaja el entusiasmo de esta cubana que se multiplica para servir cañas, vinos… y leche de pantera. La bebida mítica de la Legión que Millán Astray[/B –fundador de la unidad– encargó al bar Chicote con la consigna de que «fuera barata y se pudiera preparar rápidamente en zonas complicadas». Perico Chicote, famoso coctelero de los años veinte, ideó una bebida inspirada en la leyenda de que los soldados heridos se colaban en el botiquín y mezclaban leche con alcohol etílico. Amigo de la cupletista Celia Gámez, mujer de ojos ligeramente rasgados, el coctelero bautizó la bebida en su honor, la pantera. «Hay quien dice que se mezcla la leche con pólvora o kifi (un tipo de droja). ¡Es una salvajada! Como si le echan albóndigas», aclara José.
«Lo estropeado comienza tras la Legión, esto han sido unas vacaciones»
Un par de calles más abajo vive Guillermo Rocafort, escritor y ex legionario del Tercio Gran Capitán. «Este bar es un reducto espiritual donde los soldados se reencuentran y huyen durante un rato del mundo», explica. El escritor de Enigmas y misterios de los Almogáraves y colaborador del diario ABC se unió a la Legión, en 1993, en condición de remplazo: «Fue una época inolvidable». Para toda una generación, el servicio militar representó una lección acelerada sobre el mundo. «La dureza de la vida empieza después. Nosotros tuvimos un sargento que nos decía: lo estropeado comienza ahora, esto han sido unas vacaciones».
«Las cosas son sencillas en el Ejército. Sabes que si cumples unos parámetros todo irá bien dentro del tercio, pero fuera la vida es una jungla», argumenta Félix Jimeno, quien coincidió con Guillermo Rocafort durante su estancia en Ceuta. La camaradería que surge entre las barracas es aplicable al resto de la vida: «Es una amistad ciega. Cuando nos enteramos de que hay un legionario en apuros acudimos a ayudarle. Si hay que buscarle un abogado, un albergue, poner dinero…».
Y últimamente los legionarios en apuros se multiplican. Desde hace un año, Guillermo Rocafort encabeza un proyecto para asistir a los veteranos que se encuentran en situaciones complicadas, pues a nivel estatal «las ayuda son inexistentes» y las oportunidades escasas. «Los soldados dan lo mejor de su juventud, les echan y luego nadie les ofrece una alternativa. ¿Esto qué es?, ¿quieres lo mejor de mi vida pero luego no me premias? –cuestiona el escritor madrileño–.
«En EE.UU. los veteranos son el centro jovenlandesal de la sociedad, los candidatos políticos se dirigen a ellos en sus discursos. Los veteranos somos millones en España y no tenemos ninguna presencia pública. eremos ser más que nadie, pero tampoco menos que gente que no ha hecho ni la mili. Esa presencia tiene que crecer», opina Rocafort, hombre rocoso de gesto tranquilo, mientras se acomoda en una de las mesas del Rincón de la Legión.
El bar se vio envuelto en un desagradable incidente el día de la Hispanidad, cuando veinticinco miembros de un grupo de extrema-izquierda irrumpieron en el local y comenzaron a destrozar el mobiliario. Hubo cinco detenidos y varios heridos. La batalla campal se evitó debido a que el grueso de los legionarios ya se había marchado. «Se han dado cuenta de que se han equivocado de lugar», afirma José, en cuyo establecimiento paran algunos de los moteros que cuidan los locales nocturnos en Vallecas.
De hecho, en el Rincón de la Legión la ideología política no importa. «Aquí es aceptado todo el mundo. Ese ha sido siempre el espíritu de la Legión. El legionario es un tipo muy tranquilo si no le pisas el callo». José cita, como ejemplos, a dos marineros de tiempos de la II República que frecuentan el establecimiento. O cuando el pasado diciembre un grupo de integrantes de Ultras Sur trató de acceder al bar y José les impidió el paso: «Aquí de temas políticos no se habla».
El refugio del guerrero que esconde Vallecas | Madrilánea
El Rincon de la Legión - Madrid - Bar | Facebook
Felix Jimeno, José Bayón y Guillermo Rocafort. Fotos: C. C.
Un antiguo soldado coloca su camisola de legionario sobre su nervudo cuerpo y ajusta su chapiri por encima de unos ojos que dejan entrever al canalla que habitó. José Bayón invoca el tono marcial para atender a la peculiar parroquia que conforma su bar. Un lugar estrecho por cuyas paredes desfilan carteles y fotografías de guerreros que achican más, si cabe, el establecimiento. Estampas descoloridas de legionarios y gorros militares de distintas épocas se camuflan con el habitual entorno de una cantina de barrio. Y una botella de leche de pantera que lo gobierna todo.
Legionarios en activo, soldados veteranos, policías que terminan su ronda, guardias civiles y varias familias moteras comparten refugio a las puertas de Vallecas. El Rincón de la Legión, situado junto al metro de Pacífico, nació hace cuatro años cuando un ex legionario fue operado del corazón y, como consecuencia, perdió su trabajo en una carnicería. Varios integrantes de la Hermandad –asociación conformada por veteranos de la Legión Española– se hicieron cargo de un bar, entonces llamado El Rincón de Briji, y contrataron a su otrora camarada.
Ese es el propósito de la Legión: acudir en ayuda de un camarada y saber que hay alguien que te cuida las espaldas», asegura José, uno de los miembros de la Hermandad implicado en el proyecto. Pasado el tiempo, el desempleado encontró un puesto como conserje y dejó en manos de José la gestión del establecimiento, trasladado hace un año a una zona próxima a Pacífico. «Menuda coincidencia, hemos ido a montar el bar debajo de donde vive un teniente general retirado».
José Bayón y una botella de leche de pantera.
Pero la relación de Vallecas con la Legión tiene poco de casual. Durante muchas décadas, el banderín de enganche de Madrid se ubicaba en la calle Picos de Europa. Para los jóvenes del barrio, la oportunidad que ofrecía la milicia significaba la diferencia entre ser un granuja callejero o unirse a un oficio bien remunerado. «Para mí la Legión lo cambió todo. Me enseñó a ser humilde, a obedecer y a ser buena persona», asevera José.
Miembro de una familia de siete hermanos, José ingresó en el Ejército a los 19 años. El vallecano era un joven «vividor que estaba todo el día tocando la guitarra» y que había pasado la infancia repartiendo hielo en burro. La idea de entrar en la Legión siempre estuvo ahí. Una tarde veraniega de 1973, José junto a cuatro amigos salían del cine París, en Vallecas, y fueron a «vacilar un rato» –varias copas mediante– al banderín de alistamiento. Por allí andaba el sargento Barrios, que convenció a los cinco amigos para enrolarse en la Legión española. Al día siguiente estaban camino de Ceuta. «Éramos cinco piratas que querían ser capitanes generales», relata entre orgullosas y castizas carcajadas.
Tres años fueron suficientes para que el Ejército cambiara su vida. El alistamiento de José sobresaltó a su padre, antiguo legionario y dueño de una fábrica de hielo, donde el verano es la época de mayor trabajo. Las circunstancias le obligaron a volver, pero José nunca abandonó la Legión: «Tuve que volver porque mi padre me necesitaba a su lado, pero rápidamente me metí en la Hermandad y nunca he salido».
Al otro lado de la barra del Rincón de la Legión se atrinchera Rossi, una cubana de voz penetrante que hace las veces de «sargento de cocina». O así la refiere José cuando pasa revista a su tropa. El desfile de mandos, retirados y en activo, no rebaja el entusiasmo de esta cubana que se multiplica para servir cañas, vinos… y leche de pantera. La bebida mítica de la Legión que Millán Astray[/B –fundador de la unidad– encargó al bar Chicote con la consigna de que «fuera barata y se pudiera preparar rápidamente en zonas complicadas». Perico Chicote, famoso coctelero de los años veinte, ideó una bebida inspirada en la leyenda de que los soldados heridos se colaban en el botiquín y mezclaban leche con alcohol etílico. Amigo de la cupletista Celia Gámez, mujer de ojos ligeramente rasgados, el coctelero bautizó la bebida en su honor, la pantera. «Hay quien dice que se mezcla la leche con pólvora o kifi (un tipo de droja). ¡Es una salvajada! Como si le echan albóndigas», aclara José.
«Lo estropeado comienza tras la Legión, esto han sido unas vacaciones»
Un par de calles más abajo vive Guillermo Rocafort, escritor y ex legionario del Tercio Gran Capitán. «Este bar es un reducto espiritual donde los soldados se reencuentran y huyen durante un rato del mundo», explica. El escritor de Enigmas y misterios de los Almogáraves y colaborador del diario ABC se unió a la Legión, en 1993, en condición de remplazo: «Fue una época inolvidable». Para toda una generación, el servicio militar representó una lección acelerada sobre el mundo. «La dureza de la vida empieza después. Nosotros tuvimos un sargento que nos decía: lo estropeado comienza ahora, esto han sido unas vacaciones».
«Las cosas son sencillas en el Ejército. Sabes que si cumples unos parámetros todo irá bien dentro del tercio, pero fuera la vida es una jungla», argumenta Félix Jimeno, quien coincidió con Guillermo Rocafort durante su estancia en Ceuta. La camaradería que surge entre las barracas es aplicable al resto de la vida: «Es una amistad ciega. Cuando nos enteramos de que hay un legionario en apuros acudimos a ayudarle. Si hay que buscarle un abogado, un albergue, poner dinero…».
Y últimamente los legionarios en apuros se multiplican. Desde hace un año, Guillermo Rocafort encabeza un proyecto para asistir a los veteranos que se encuentran en situaciones complicadas, pues a nivel estatal «las ayuda son inexistentes» y las oportunidades escasas. «Los soldados dan lo mejor de su juventud, les echan y luego nadie les ofrece una alternativa. ¿Esto qué es?, ¿quieres lo mejor de mi vida pero luego no me premias? –cuestiona el escritor madrileño–.
«En EE.UU. los veteranos son el centro jovenlandesal de la sociedad, los candidatos políticos se dirigen a ellos en sus discursos. Los veteranos somos millones en España y no tenemos ninguna presencia pública. eremos ser más que nadie, pero tampoco menos que gente que no ha hecho ni la mili. Esa presencia tiene que crecer», opina Rocafort, hombre rocoso de gesto tranquilo, mientras se acomoda en una de las mesas del Rincón de la Legión.
El bar se vio envuelto en un desagradable incidente el día de la Hispanidad, cuando veinticinco miembros de un grupo de extrema-izquierda irrumpieron en el local y comenzaron a destrozar el mobiliario. Hubo cinco detenidos y varios heridos. La batalla campal se evitó debido a que el grueso de los legionarios ya se había marchado. «Se han dado cuenta de que se han equivocado de lugar», afirma José, en cuyo establecimiento paran algunos de los moteros que cuidan los locales nocturnos en Vallecas.
De hecho, en el Rincón de la Legión la ideología política no importa. «Aquí es aceptado todo el mundo. Ese ha sido siempre el espíritu de la Legión. El legionario es un tipo muy tranquilo si no le pisas el callo». José cita, como ejemplos, a dos marineros de tiempos de la II República que frecuentan el establecimiento. O cuando el pasado diciembre un grupo de integrantes de Ultras Sur trató de acceder al bar y José les impidió el paso: «Aquí de temas políticos no se habla».
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