Egeria, la primera (y desconocida) escritora hispana | Crónica (elmundo.es)
Nació en Gallaecia en el siglo IV y dejó escrito un libro de su viaje a tierra Santa. El rastro de esta romana de aquí no se perdió en la Historia gracias a una carta que envió a unos monjes del Bierzo. El libro 'Romanos de aquí' la recupera ahora
La desconocida dama gallega que fue la primera viajera española de la historia (abc.es)
«
Valiente, fresca y humana que, a través de frases sencillas, se revela como una mujer
de gran coraje y fuerza». Así describe el
periodista Carlos Pascual a la protagonista de su libro: «
Viaje de Egeria» (La Línea del Horizonte). Es el
relato de viajes más antiguo en nuestro país del que se tiene noticia, escritor por una mujer.
Portada del libro «Viaje de Egeria», de Carlos Pascual Gil
«Viaje de Egeria» es una nueva traducción hecha por Carlos Pascual -un histórico del periodismo de viajes en España- del original
códice medieval encontrado en 1884 por un erudito italiano,
Gian Franceso Gamurrini, en la
biblioteca de Arezzo. Las páginas del códice no encajaban unas con otras, pues unas eran
textos de Hilario de Poitiers, un santo padre de la Iglesia, y las otras parecían unas
cartas escritas por una mujer, Egeria, y dirigidas a unas
dominaes sorores (del latín, literalmente se traduce como señoras y hermanas).
Ahora Carlos Pascual ha podido revisar la historia al detalle y ampliar su conocimiento con los nuevos estudios que se han hecho. El
texto original de Egeria, el «
Itinerarium ad Loca Sancta», aún
permanece en la biblioteca de Arezzo y, aunque no está expuesto al público, se puede ver con los permisos necesarios.
Egeria, la primera viajera-escritora
Las cartas descubiertas en Arezzo fueron obra de
Egeria, una valiente viajera que empezó a recorrer mundo en el siglo IV partiendo de la antigua Gaellecia. Estas cartas consistían en una especie de «
diario de viajes», cuenta Carlos Pascual. En sus cartas
narraba a sus amigas lo que iba haciendo, los lugares que iba viendo... Al principio se atribuyó su autoría a otras personalidades hasta que, finalmente, se supo que fue Egeria gracias a otros documentos, como una
carta del siglo VII que hablaba sobre el viaje que habría realizado esta mujer desde el extremo de El Bierzo (antiguamente perteneciente a Gallaecia y actualmente a León), donde está escrita esta carta.
«En aquel momento, lo que ella hizo
se consideraba recorrer el mundo, porque era todo lo que se conocía», asevera Carlos Pascual, quien explica en el libro que no se sabe su edad exacta pero se puede aventurar: «Debía de ser, al realizar su viaje, una
mujer de edad mediana (...) No una mujer joven; no se compaginaría ese hecho con el de viajar acompañada siempre de «santos varones», presbíteros, diáconos e incluso obispos. Tampoco una mujer anciana; pues en tal caso no hubiera podido seguir el ritmo del viaje (...)».
Retrato de Egeria
Egeria, a pesar de ser una mujer de la alta nobleza y poseer grandes conocimientos, redactaba sus cartas en un
latín sencillo y evolucionado a las lenguas romances, por lo que resultaba fácil de traducir. Era un latín casi pobre, el que se hablaba entonces en la calle: el
sermo cotidianus. Usaba un
estilo coloquial, directo, cercano e, incluso, a veces repetitivo y atropellado. A pesar de que algunas versiones han coregido ese «defecto», Carlos Pascual ha decidido mantenerlo en su traducción porque, según él, «
en ese atropello coloquial reside parte del encanto de Egeria».
«Al principio sus cartas eran de lo más farragosas, pero cuando va tomando confianza, demuestra ser un personaje de lo más atractivo», cuenta Carlos Pascual. El periodista quedó impresionado por
la frescura y la naturalidad con la que Egeria contaba todo en las cartas. Por ejemplo, una de las
anécdotas relata que el obispo de Segor sugirió a Egeria visitar el lugar donde supuestamente se encontraba la
mujer de Lot convertida en estatua de sal y ella escribió a sus amigas: «Pero creedme, venerables señoras (...) cuando nosotros inspeccionamos aquel paraje, no vimos la estatua por ninguna parte, no puedo engañaros al respecto».
El itinerario de Egeria
«Egeria hizo su viaje en el
momento oportuno», dice Carlos Pascual. Todos los Santos Lugares que había descubierto Santa Helena en los que se empezaron a construir templos, basílicas e, incluso, hospederías para los peregrinos, cayeron en manos de los
sarracenos (nombre con el que se denominaba a los árabes o fiel a la religión del amores; la palabra es muy anterior a Mahoma). Estos
cerraron las fronteras y ya no se pudo pasar por ahí nunca más.
A pesar de que las cartas están
incompletas, pues faltan hojas del principio y del final, constituyen el
itinerarium o
peregrinatio que realizó Egeria.
Esta mujer viajera pudo ir a
Palestina, Jerusalén o Egipto. Atravesando la Vía Domitia, llega a la capital de la
pars orientis del Imperio,
Constantinopla, y recorre parajes bíblicos, incluido el
Sinaí y algunos lugares de la
Mesopotamia romana. Tan sólo llega a una parte de Mesopotamia debido a que estaba dividida en dos: la Mesopotamia romana civilizada, donde se podía llegar, y la Mesopotamia fuera del Nimes, fuera de esta frontera, donde ni Egeria ni nadie podía entrar. «
Los mundos de entonces eran mundos cerrados a cal y canto», explica Carlos Pascual.
Egeria pudo viajar desde Gallaecia hasta Mesopotamia casi sin problemas gracias a la pax romana. Esto sucedía entre los años 29 a. C. y 180 d.C.
Tras
cuatro años viajando por Tierra Santa, cuando vuelve a Constantinopla (actual Estambul), desde allí escribe la última carta que nos ha llegado en la que dice que si aún le quedan fuerzas, quiere ir a ver el
Martyrium (iglesia sobre el sepulcro de un santo)
de San Juan en Éfeso. «Por ese 'si tengo fuerzas' se ha interpretado que ya estaba mal, pero no se sabe si llegó a ir a Éfeso, murió o regresó a Gaellecia», dice el periodista con incertidumbre.
El comienzo de la investigación
Carlos Pascual se empezó a interesar por esta historia mientras estaba en Gran Bretaña. Estaba haciendo un
reportaje sobre la Muralla de Adriano, una construcción defensiva de costa este a costa oeste que también servía de frontera y de la que aún se conservan los restos. «Cada ciertos kilómetros tenían un puesto, como un cuartel, un destacamento», recuerda Carlos Pascual. Uno de esos destacamentos albergaba un museo y el periodista observó con detenimiento unas
tablillas de madera escritas a mano con tinta. El hecho de que estuvieran escritas a mano fue lo que realmente le llamó la atención: «Todos los documentos que tenemos latinos, como las tragedias, comedias, etc. todos están escritos por monjes de la Edad Media. No tenemos documentos directos de aquella época».
Además, una de las tablillas acaparó su atención al repetir la palabra
soror (del latín, hermana) varias veces. «De ahí vino entonces que a las monjas se les llamara
sorores, pero en aquel momento,
el significado que tenía soror era 'amiga'», explica Carlos Pascual. Para mayor sorpresa, al traducir el escrito, descubrió que era una invitación de cumpleaños, seguramente la primera de la historia. La mujer del jefe del destacamento invitaba a una amiga del mismo cuartel para que fuera a su fiesta de cumpleaños.
Excerpta Matritensia relativos al Viaje a Tierra Santa de la Monja Egeria (folio 188 del Manuscrito 10018 de la Biblioteca Nacional) - BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
Fue a partir de ahí que el curioso periodista empezó a investigar. Y lo primero con lo que se topó fue con una «historieta» que hablaba de la «
monja viajera», algo que según Carlos Pascual es
totalmente «disparatado».
El malentendido de la «monja viajera»
En el texto original se pudo comprobar que las cartas iban dirigidas a unas
dominaes sorores que, literalmente, se traduce como señoras y hermanas. De estas palabras llega la gran confusión:
Egeria no era una monja. Esto es lo que Carlos Pascual quiere dejar claro: «Durante 100 años se ha alimentado esa especie de mito de manera un poco interesada porque quienes estudiaron esto eran frailes y curas».
Pensaron que Egeria se refería a «hermanas monjas», algo que desmiente Carlos Pascual: «Yo enseguida empecé a sospechar que no podía ser así por muchas cosas: era
imposible que una monja se moviera con un séquito imperial de soldados, sacerdotes e incluso obispos y, además, por aquellas fechas
no existían las monjas».
Lo que sí existía, dice el periodista, era un
movimiento precursor de mujeres que querían acercarse a la religión pero, por supuesto, no existían los conventos. Lo más parecido eran las llamadas «
beguinas», unas
asociaciones de mujeres cristianas que ayudaban a los más desamparados, a los pobres, enfermos, mujeres, niños o ancianos. Carlos Pascual explica que eran unas
mujeres piadosas que vivían juntas en una especie de comunidad pero «muy a su aire» y que no eran religiosas. Podían salir de la asociación en cualquier momento y, a menudo, eran viudas jóvenes cuyos maridos habían muerto en combate.
«Este malentendido ha llegado tan lejos hasta el punto de que hace poco se editó un
sello en España en el que aparecía 'la monja viajera'», cuenta Carlos Pascual sin salir de su asombro. Además, en 2005 una congregación de monjas
inició en Alemania el «Proyecto Egeria» para realizar cada año, hasta 2015, una peregrinación a los lugares que visitó esta antigua viajera.
ello español en honor al «XVI Centenario del viaje de la monja Egeria a Oriente Bíblico»
¿Cómo se viajaba en el siglo IV?
Para Carlos Pascual, los viajes en el siglo IV no distaban mucho de como se realizan en la actualidad. «
Las autopistas de entonces eran las vías. El Imperio tenía como 83.000 kilómetros de vías: la Vía Augusta, la Vía Domitia, la Vía Flavia...», explica el periodista.
Por estas vías caminaban las ya mencionadas mujeres piadosas, los pordioseros, comerciantes, estudiosos, maleantes y ladrones... Todo tipo de gente se juntaba por esos caminos.
«Cada 30 kilómetros, más o menos, que es lo que se puede recorrer en un día -explica Carlos Pascual-, había unas
mansiones (plural del término latino
mansio, que significa
casa) donde se hacían paradas para hacer noche, para
encontrar alojamiento». Carlos Pascual las compara con
nuestras gasolineras. Entre mansio y mansio había otras más pequeñas, una especie de
ventas rápidas, llamadas
mutaciones, donde paraban ligeramente para ir al baño, a la cafetería o, básicamente, para cambiar los caballos si venían muy cansados o se habían roto una herradura. Y es que estos eran, lógicamente los «vehículos» de la época: viajaban a lomos de caballería, en barco y, muchas veces, a pie.
Por supuesto, para pasar de unas zonas a otras, de unos territorios a otros,
se necesitaban pasaportes. Pero, ¿cuáles eran los pasaportes de entonces? Antiguamente se usaban los llamados
diplomas para poderse mover por allí, pues «cualquiera no podía ir, igual que ahora», asegura Carlos Pascual. «Te das cuenta de que
los tiempos cambian, pero mucho menos de lo que nos pensamos», añade. Y, por no cambiar, no han cambiado ni las vías, como la Vía de la Plata actual (desde Sevilla hasta Astorga), que sigue el mismo trazado de la antigua Vía de la Plata romana.
Una moda inspirada por Santa Helena
Santa Helena con la Vera Cruz, por Francesco jovenlandesandini
Carlos Pascual dice que la «culpable» de que las mujeres en aquella época viajaran tanto fue
Santa Helena (250-329 d.C.), progenitora del Emperador Constantino. Ella se dedicó a «descubrir» todo lo relacionado con la Pasión de Jesús en Jerusalén: la cruz, el santo sepulcro, etc. Así fue como en los últimos años del Imperio Romano,
se puso de moda entre las mujeres de la alta aristocracia viajar a Tierra Santa. Pero para esto tuvo que pasar medio siglo, pues los viajes empezaron a ponerse de moda alrededor del año 380 d.C.
«Esto tiene
más sentido, empieza a encajar», afirma Carlos Pascual comparándolo con el mito de la «monja viajera».
Además, un profesor de la Universidad de Canadá realizó un estudio sobre este movimiento de mujeres aristócratas que hacían peregrinaciones a los lugares santos descubiertos. Así, pudo comprobar que en la corte del
Imperio Romano de Oriente (actual Estambul) muchas de las
mujeres que viajaban eran hispanas. Esto podría explicarse porque Teodosio el Grande era hispano y, por tanto, las mujeres de su corte también lo eran.
El poder de las mujeres en la época
«En la corte de Teodosio realmente
mandaban las mujeres; incluso su mujer fue la
primera que tuvo el título de 'Augusta'», asegura Pascual. Y es que este título que recibió la mujer de Teodosio, era un título reservado exclusivamente a los emperadores (hombres), que eran considerados Dioses.
«Por lo tanto, este libro es importante también para ver
la fuerza y el poder que tenían en aquel momento las mujeres», dice Carlos Pascual. Y se lamenta de que
no se le haya dado tanta relevancia «porque, primero, se lo apropiaron los curas y, segundo, por el hecho de que era una mujer». Además, hace una pequeña
crítica hacia la falta de curiosidad de los españoles por no indagar o querer saber más sobre la historia.