Big Data: El poder está en manos de quien controla los algoritmos. Noticias de Alma, Corazón, Vida
El poder está en manos de quien controla los algoritmos
En el futuro: la humanidad se dividirá entre una superélite de humanos mejorados y una masa de personas "inútiles"
Yuval Noah Harari (Kiryat Ata, Israel, 1976) se convirtió en el autor de moda en el mundo del ensayo con 'Sapiens. De animales a dioses', un texto que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Pero su nueva obra, 'Homo Deus' (Ed. Debate) va a ser mucho más controvertida. Tiene tesis muy potentes, pero que se resumen en una: el futuro traerá un ser humano muy mejorado. La vida es un cúmulo de interacciones donde las debilidades humanas generan la mayor parte de los problemas. Los accidentes de tráfico están causados a menudo por errores que cometemos, las enfermedades por pautas de vida poco saludables, los malos diagnósticos porque al médico se le pasó algo por alto o porque no estaba prestando suficiente atención, y así sucesivamente. Pero todo eso tiene solución, que la ciencia nos va a proveer de instrumentos para que todas esas decisiones equivocadas desaparezcan. El mundo va a cambiar radicalmente gracias a los algoritmos, el big data y la inteligencia artificial, y de ahí podremos extraer las mejores soluciones.
Según Harari, la ciencia converge en un dogma universal que afirma que los organismos, incluido el ser humano, no son más que algoritmos y que la vida es procesamiento de datos. Pronto los algoritmos nos conocerán mejor que nosotros mismos. ¿Tiene sentido, entonces, que dejemos en sus manos nuestro futuro? ¿Deben tomar ellos nuestras decisiones? La respuesta de Harari es afirmativa. Es más, resulta el escenario más probable, incluso aunque no queramos. Pero eso no ocurrirá sin que se generen problemas. En el nuevo escenario, los humanos perderán su utilidad económica y militar, de modo que el sistema económico y político dejará de atribuirles valor, salvo a aquellos que se convertirán en una nueva élite. El mundo no se dividirá entre ricos y pobres, sino en superhumanos mejorados, humanos que les resultan útiles y una enorme masa prescindible. ¿Ciencia ficción? En absoluto. Según nos cuenta Harari, es una realidad que ya ha empezado a manifestarse.
PREGUNTA. Después de terminar su libro, me he quedado un poco asustado. Lo entiende, ¿no?
RESPUESTA. Es un libro que no hace profecías, intenta analizar diversas posibilidades. Si alguna de ellas no nos gusta, estamos a tiempo de enmendarlas. La tecnología nunca es determinista, abre nuevas opciones. Por ejemplo, los coches, los trenes y el teléfono fueron utilizados por las dictaduras del siglo XX, pero también por los regímenes liberales. Ninguna de ella nos lleva a tomar un camino en concreto. Con las tecnologías del siglo XXI y con la inteligencia artificial pasa lo mismo: pueden generar una masa enorme de personas que no tendrán ningún poder económico ni político, pero si no nos gusta estamos a tiempo de ir por otro camino.
P. Describe en 'Homo Deus' cómo la humanidad se dividirá en dos: una súper élite y una masa de personas que no tendrán ni trabajo ni recursos.
R. Los tratamientos biotecnológicos permitirán que vivamos muchos años más y que tengamos destrezas físicas y mentales que no imaginamos. Pero van a estar destinados a una minoría. Nos vamos a dividir en dos grupos biológicos, unos que simplemente tendrán alimento y refugio y una élite superhumana mejorada gracias a la tecnología.
P. Quizá el libro describa un escenario futuro, pero la tendencia está presente. Esa desigualdad no solo existe, sino que es cada vez más pronunciada. ¿El futuro no será más que la aceleración de lo que ya estamos viviendo?
R. Este proceso no es algo del futuro, está comenzando a ocurrir. Dentro de diez años los coches serán autónomos, más baratos, menos contaminantes y más seguros. En Madrid puede haber 50.000 taxistas y tienen cierto poder económico y político, porque si el Ayuntamiento hace algo que no les gusta pueden ir a al huelga o pueden votar a otro partido. Pero dentro de un tiempo no van a tener ningún poder, porque serán cinco personas los que sean los propietarios de esos coches y del algoritmo que les controla, y ellos estarán sin trabajo. La realidad hoy es que las 60 personas más ricas tienen más dinero que la mitad de la población mundial. Imagina lo que puede causar la tecnología en 20 años
P. Desde su perspectiva, además, no hay demasiado que podamos hacer para frenar esa tendencia. Ni siquiera las teorías que manejamos pueden ayudarnos en eso.
R. No podemos quedarnos en los modelos que tejieron el liberalismo y el socialismo, que estaban adaptados a las condiciones del siglo XX. Necesitamos nuevos modelos económicos y políticos. El marxismo fue una teoría que daba una respuesta a esa realidad radical nueva que fue la revolución industrial. Ahora estamos en una situación análoga, nos hallamos ante cambios enormes y lo que necesitamos es un nuevo modelo: las teorías de Marx no nos sirven para esta nueva realidad. El socialismo estaba basado en la asunción de que la clase trabajadora era la más importante para la economía, y la cuestión era cómo traducir ese poder que estaba en sus manos a la política. Pero si la clase trabajadora desaparece y se sustituye por esta “clase inútil”, como ocurrirá, el pensamiento marxista ya no podrá dar respuestas a nuestras dudas.
P. ¿Vamos a ver una resistencia a la tecnología similar a la que se vivió durante el ludismonbsp?
R. Este cambio no está generado para gobiernos, sino que está causado por nosotros mismos, que cada vez damos poder a las nuevas tecnologías. Si quieres ir a un sitio a menudo sigues las instrucciones de Google Maps; somos nosotros los que dependemos de los teléfonos móviles, nadie nos dice que los utilicemos, es solo que nos damos cuenta de que son eficaces. Reemplazar a los conductores por coches autónomos traerá muchas ventajas: más de 1.300 millones de personas mueren por accidentes de tráfico y la mayor parte se producen por errores humanos, porque hay gente que ha bebido o que conduce mientras escribe un mensaje en el móvil. Nada de eso ocurrirá con los coches autónomos. No podemos limitarnos a decir que esto es terrible, que será el apocalipsis. Hay cosas positivas y negativas y debemos centrarnos en los beneficios e intentar solucionar los problemas.
P. Pero los coches autónomos apenas están presentes en nuestras vidas y todavía no sabemos bien si esas promesas se cumplirán en el futuro. También ha habido accidentes causados por coches autónomos. Es decir, estamos hablando de posibilidades, que se concretarán o no. A veces se actúa como si esas promesas ya se hubieran convertido en hechos.
R. No todas las promesas van a ser reales, muchas de esas visiones nunca se cumplirán, pero hay otras que sí. En los años 50 todo el mundo estaba hablando de que gracias a la energía nuclear iríamos al espacio y colonizaríamos Marte y Júpiter en el año 2.000. Pero también ocurren cosas inesperadas. Cuando se estaba hablando del espacio, le dijeron al CEO de IBM que el futuro estaba en los ordenadores personales y pensó que eso no lo iba a comprar nadie. Es obvio que van a aparecer nuevas tecnologías que revolucionarán la economía y sociedad más que todos los cambios que hemos vivido hasta ahora en la historia, y tenemos que estar preparados para esas revoluciones. Eso no significa que tengamos que creernos todas las predicciones, pero sí hemos de estar listos para aprovecharnos de los beneficios económicos y sociales nunca vistos que aportarán y para protegernos de los impactos peligrosos que van a causar.
P. Cierto. Pero esas promesas en muchas ocasiones las profiere gente que saca partido económico de ellas. Cuando Elon Musk dice que en pocos años iremos más allá de Marte el día después de que un cohete de su empresa explote o cuando la Singularity University afirma que seremos inmortales en 20 años es porque están recaudando mucho dinero con esas ideas, aun cuando sean altamente improbables.
R. Es mucho más que probable que no seamos inmortales en 20 años porque estamos aún muy lejos de entender todos los matices del cuerpo y del cerebro. Pero el problema es el marco temporal. Sí es probable que en 100 o 200 años se pueda entender cómo funciona la fin en el cuerpo y que un grupo reducido de personas ricas apliquen esas técnicas sobre sí mismos. Pero también tenemos que ser escépticos con estas fantasías. Cuando nació Internet, casi todo el mundo pensó que era algo sin importancia. Tiempo después, un montón de expertos aseguraron que el ecommerce iba a ser el futuro y que Internet podía ser una fuente inmensa de generación de negocio, lo que causó la pérdida de muchas inversiones. Muchas de estas ideas no son un sinsentido, pero también hay que guardar un punto crítico.
P. El centro de su libro es la capacidad de los algoritmos para proporcionar mucha más precisión y exactitud. Sin embargo, los algoritmos sirven cuando se trata de operar en situaciones en las que se repiten los patrones del pasado y siempre y cuando cuenten con todos los datos necesarios.
R. Pero eso es lo que hace el ser humano, que es también un algoritmo. Cuando un médico diagnostica, lo hace basándose en patrones que ha observado en su experiencia o lo que ha visto u oído a otros, ya sea directamente o en artículos científicos. Cuando tiene que enfrentarse a enfermedades que desconoce, como ocurrió cuando apareció el sida, no podía diagnosticarlo ni tampoco curarlo. Igual ocurrirá con los robots, que necesitarán tiempo para introducir esos datos y reconocer la enfermedad. Pero tienen una ventaja sobre los humanos: el médico de Madrid reconoce de manera sencilla las enfermedades que está acostumbrado a tratar en Madrid, pero si viene alguien enfermo de Perú no sabrá que hacer. El ordenador sí, porque conoce todas las enfermedades del mundo.
P. Introduce en su libro un término, 'dataísmo', que señala como la religión de nuestro tiempo. Según su definición, se trata de la fe en que “el universo consiste en un flujo de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos”. ¿Cuáles son sus consecuencias?
R. Si se disponen de suficientes datos biométricos y del poder informático necesario, un algoritmo puede tomar mejor que yo decisiones importantes en mi vida. Las grandes cuestiones de nuestra existencia, desde qué puedo estudiar hasta con quién me voy a casar o a quién voy a votar no van a estar basadas en sentimientos y sensaciones sino en datos. Los algoritmos nos dirán qué debemos hacer con mayor precisión. Y no es algo futuro, cada vez más decisiones están basadas hoy en ellos. Hay un estudio de las comisarias de policía de EEUU que señala cómo antes tenían una reunión por las mañanas y el policía con más experiencia decía los lugares de la ciudad a los que debían salir a patrullar; ahora son los algoritmos los que a través de la lectura de los patrones del delito señalan en qué barrios deben estar presentes. Sabemos que a la hora de dictar sentencias los jueces están condicionados por diversas causas, como el tonalidad de la piel: las penas no son iguales para los blancos que para los neցros. Hay una investigación muy famosa según la cual si el juicio se producía antes de la hora de la comida, la pena solía ser más elevada y si era después, más suave. El juez había comido bien, estaba más relajado y eso se trasladaba a sus fallos. Si le damos el poder a los algoritmos estos condicionantes no jugarán ningún papel.
P. Eso entronca con otra de las ideas centrales de su libro. Si el ser humano es un algoritmo y está determinado por procesos bioquímicos, el libre albedrío es una entelequia. Por eso, afirma, tendría sentido que entidades más avanzadas tomasen las decisiones por nosotros, porque nos ayudaría a ser más felices.
R. Vivimos en una sociedad humanista y liberal que nos incita a confiar en nosotros mismos, a seguir a nuestro corazón y a tomar nuestras decisiones, con lo que no queremos dar autoridad a un Big Brother. Esta postura tiene cierto sentido, pero quien la defiende olvida que ya lo estamos haciendo. Si vas al médico y te dice que tienes un cáncer, quizá no notes ningún síntoma, pero le harás caso en lo que te diga. Igual ocurrirá con los algoritmos. Al final todo se va a resumir en algo práctico, si estamos satisfechos con lo que nos diga el algoritmo o vamos a estar satisfechos con lo que nosotros decidamos.
P. Hay una frase llamativa en su libro, “la cabra más inteligente del rebaño es también la que más problemas genera”. Hace pensar que en este mundo en el que todo se convierte en datos, la inteligencia es mucho más un problema que una ventaja. ¿Es asínbsp?
R. A los humanos menos inteligentes o menos capaces es más fácil conectarles en una red que se pueda controlar, de modo que es fácil pensar que se puede estar animando a las personas para que sean menos inteligentes y menos creativas porque de esa forma se las controlará mejor. Ese es es uno de los problemas: saber si estamos mejorando al ser humano o degradándolo.
El poder está en manos de quien controla los algoritmos
En el futuro: la humanidad se dividirá entre una superélite de humanos mejorados y una masa de personas "inútiles"
Yuval Noah Harari (Kiryat Ata, Israel, 1976) se convirtió en el autor de moda en el mundo del ensayo con 'Sapiens. De animales a dioses', un texto que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Pero su nueva obra, 'Homo Deus' (Ed. Debate) va a ser mucho más controvertida. Tiene tesis muy potentes, pero que se resumen en una: el futuro traerá un ser humano muy mejorado. La vida es un cúmulo de interacciones donde las debilidades humanas generan la mayor parte de los problemas. Los accidentes de tráfico están causados a menudo por errores que cometemos, las enfermedades por pautas de vida poco saludables, los malos diagnósticos porque al médico se le pasó algo por alto o porque no estaba prestando suficiente atención, y así sucesivamente. Pero todo eso tiene solución, que la ciencia nos va a proveer de instrumentos para que todas esas decisiones equivocadas desaparezcan. El mundo va a cambiar radicalmente gracias a los algoritmos, el big data y la inteligencia artificial, y de ahí podremos extraer las mejores soluciones.
Según Harari, la ciencia converge en un dogma universal que afirma que los organismos, incluido el ser humano, no son más que algoritmos y que la vida es procesamiento de datos. Pronto los algoritmos nos conocerán mejor que nosotros mismos. ¿Tiene sentido, entonces, que dejemos en sus manos nuestro futuro? ¿Deben tomar ellos nuestras decisiones? La respuesta de Harari es afirmativa. Es más, resulta el escenario más probable, incluso aunque no queramos. Pero eso no ocurrirá sin que se generen problemas. En el nuevo escenario, los humanos perderán su utilidad económica y militar, de modo que el sistema económico y político dejará de atribuirles valor, salvo a aquellos que se convertirán en una nueva élite. El mundo no se dividirá entre ricos y pobres, sino en superhumanos mejorados, humanos que les resultan útiles y una enorme masa prescindible. ¿Ciencia ficción? En absoluto. Según nos cuenta Harari, es una realidad que ya ha empezado a manifestarse.
PREGUNTA. Después de terminar su libro, me he quedado un poco asustado. Lo entiende, ¿no?
RESPUESTA. Es un libro que no hace profecías, intenta analizar diversas posibilidades. Si alguna de ellas no nos gusta, estamos a tiempo de enmendarlas. La tecnología nunca es determinista, abre nuevas opciones. Por ejemplo, los coches, los trenes y el teléfono fueron utilizados por las dictaduras del siglo XX, pero también por los regímenes liberales. Ninguna de ella nos lleva a tomar un camino en concreto. Con las tecnologías del siglo XXI y con la inteligencia artificial pasa lo mismo: pueden generar una masa enorme de personas que no tendrán ningún poder económico ni político, pero si no nos gusta estamos a tiempo de ir por otro camino.
P. Describe en 'Homo Deus' cómo la humanidad se dividirá en dos: una súper élite y una masa de personas que no tendrán ni trabajo ni recursos.
R. Los tratamientos biotecnológicos permitirán que vivamos muchos años más y que tengamos destrezas físicas y mentales que no imaginamos. Pero van a estar destinados a una minoría. Nos vamos a dividir en dos grupos biológicos, unos que simplemente tendrán alimento y refugio y una élite superhumana mejorada gracias a la tecnología.
P. Quizá el libro describa un escenario futuro, pero la tendencia está presente. Esa desigualdad no solo existe, sino que es cada vez más pronunciada. ¿El futuro no será más que la aceleración de lo que ya estamos viviendo?
R. Este proceso no es algo del futuro, está comenzando a ocurrir. Dentro de diez años los coches serán autónomos, más baratos, menos contaminantes y más seguros. En Madrid puede haber 50.000 taxistas y tienen cierto poder económico y político, porque si el Ayuntamiento hace algo que no les gusta pueden ir a al huelga o pueden votar a otro partido. Pero dentro de un tiempo no van a tener ningún poder, porque serán cinco personas los que sean los propietarios de esos coches y del algoritmo que les controla, y ellos estarán sin trabajo. La realidad hoy es que las 60 personas más ricas tienen más dinero que la mitad de la población mundial. Imagina lo que puede causar la tecnología en 20 años
P. Desde su perspectiva, además, no hay demasiado que podamos hacer para frenar esa tendencia. Ni siquiera las teorías que manejamos pueden ayudarnos en eso.
R. No podemos quedarnos en los modelos que tejieron el liberalismo y el socialismo, que estaban adaptados a las condiciones del siglo XX. Necesitamos nuevos modelos económicos y políticos. El marxismo fue una teoría que daba una respuesta a esa realidad radical nueva que fue la revolución industrial. Ahora estamos en una situación análoga, nos hallamos ante cambios enormes y lo que necesitamos es un nuevo modelo: las teorías de Marx no nos sirven para esta nueva realidad. El socialismo estaba basado en la asunción de que la clase trabajadora era la más importante para la economía, y la cuestión era cómo traducir ese poder que estaba en sus manos a la política. Pero si la clase trabajadora desaparece y se sustituye por esta “clase inútil”, como ocurrirá, el pensamiento marxista ya no podrá dar respuestas a nuestras dudas.
P. ¿Vamos a ver una resistencia a la tecnología similar a la que se vivió durante el ludismonbsp?
R. Este cambio no está generado para gobiernos, sino que está causado por nosotros mismos, que cada vez damos poder a las nuevas tecnologías. Si quieres ir a un sitio a menudo sigues las instrucciones de Google Maps; somos nosotros los que dependemos de los teléfonos móviles, nadie nos dice que los utilicemos, es solo que nos damos cuenta de que son eficaces. Reemplazar a los conductores por coches autónomos traerá muchas ventajas: más de 1.300 millones de personas mueren por accidentes de tráfico y la mayor parte se producen por errores humanos, porque hay gente que ha bebido o que conduce mientras escribe un mensaje en el móvil. Nada de eso ocurrirá con los coches autónomos. No podemos limitarnos a decir que esto es terrible, que será el apocalipsis. Hay cosas positivas y negativas y debemos centrarnos en los beneficios e intentar solucionar los problemas.
P. Pero los coches autónomos apenas están presentes en nuestras vidas y todavía no sabemos bien si esas promesas se cumplirán en el futuro. También ha habido accidentes causados por coches autónomos. Es decir, estamos hablando de posibilidades, que se concretarán o no. A veces se actúa como si esas promesas ya se hubieran convertido en hechos.
R. No todas las promesas van a ser reales, muchas de esas visiones nunca se cumplirán, pero hay otras que sí. En los años 50 todo el mundo estaba hablando de que gracias a la energía nuclear iríamos al espacio y colonizaríamos Marte y Júpiter en el año 2.000. Pero también ocurren cosas inesperadas. Cuando se estaba hablando del espacio, le dijeron al CEO de IBM que el futuro estaba en los ordenadores personales y pensó que eso no lo iba a comprar nadie. Es obvio que van a aparecer nuevas tecnologías que revolucionarán la economía y sociedad más que todos los cambios que hemos vivido hasta ahora en la historia, y tenemos que estar preparados para esas revoluciones. Eso no significa que tengamos que creernos todas las predicciones, pero sí hemos de estar listos para aprovecharnos de los beneficios económicos y sociales nunca vistos que aportarán y para protegernos de los impactos peligrosos que van a causar.
P. Cierto. Pero esas promesas en muchas ocasiones las profiere gente que saca partido económico de ellas. Cuando Elon Musk dice que en pocos años iremos más allá de Marte el día después de que un cohete de su empresa explote o cuando la Singularity University afirma que seremos inmortales en 20 años es porque están recaudando mucho dinero con esas ideas, aun cuando sean altamente improbables.
R. Es mucho más que probable que no seamos inmortales en 20 años porque estamos aún muy lejos de entender todos los matices del cuerpo y del cerebro. Pero el problema es el marco temporal. Sí es probable que en 100 o 200 años se pueda entender cómo funciona la fin en el cuerpo y que un grupo reducido de personas ricas apliquen esas técnicas sobre sí mismos. Pero también tenemos que ser escépticos con estas fantasías. Cuando nació Internet, casi todo el mundo pensó que era algo sin importancia. Tiempo después, un montón de expertos aseguraron que el ecommerce iba a ser el futuro y que Internet podía ser una fuente inmensa de generación de negocio, lo que causó la pérdida de muchas inversiones. Muchas de estas ideas no son un sinsentido, pero también hay que guardar un punto crítico.
P. El centro de su libro es la capacidad de los algoritmos para proporcionar mucha más precisión y exactitud. Sin embargo, los algoritmos sirven cuando se trata de operar en situaciones en las que se repiten los patrones del pasado y siempre y cuando cuenten con todos los datos necesarios.
R. Pero eso es lo que hace el ser humano, que es también un algoritmo. Cuando un médico diagnostica, lo hace basándose en patrones que ha observado en su experiencia o lo que ha visto u oído a otros, ya sea directamente o en artículos científicos. Cuando tiene que enfrentarse a enfermedades que desconoce, como ocurrió cuando apareció el sida, no podía diagnosticarlo ni tampoco curarlo. Igual ocurrirá con los robots, que necesitarán tiempo para introducir esos datos y reconocer la enfermedad. Pero tienen una ventaja sobre los humanos: el médico de Madrid reconoce de manera sencilla las enfermedades que está acostumbrado a tratar en Madrid, pero si viene alguien enfermo de Perú no sabrá que hacer. El ordenador sí, porque conoce todas las enfermedades del mundo.
P. Introduce en su libro un término, 'dataísmo', que señala como la religión de nuestro tiempo. Según su definición, se trata de la fe en que “el universo consiste en un flujo de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos”. ¿Cuáles son sus consecuencias?
R. Si se disponen de suficientes datos biométricos y del poder informático necesario, un algoritmo puede tomar mejor que yo decisiones importantes en mi vida. Las grandes cuestiones de nuestra existencia, desde qué puedo estudiar hasta con quién me voy a casar o a quién voy a votar no van a estar basadas en sentimientos y sensaciones sino en datos. Los algoritmos nos dirán qué debemos hacer con mayor precisión. Y no es algo futuro, cada vez más decisiones están basadas hoy en ellos. Hay un estudio de las comisarias de policía de EEUU que señala cómo antes tenían una reunión por las mañanas y el policía con más experiencia decía los lugares de la ciudad a los que debían salir a patrullar; ahora son los algoritmos los que a través de la lectura de los patrones del delito señalan en qué barrios deben estar presentes. Sabemos que a la hora de dictar sentencias los jueces están condicionados por diversas causas, como el tonalidad de la piel: las penas no son iguales para los blancos que para los neցros. Hay una investigación muy famosa según la cual si el juicio se producía antes de la hora de la comida, la pena solía ser más elevada y si era después, más suave. El juez había comido bien, estaba más relajado y eso se trasladaba a sus fallos. Si le damos el poder a los algoritmos estos condicionantes no jugarán ningún papel.
P. Eso entronca con otra de las ideas centrales de su libro. Si el ser humano es un algoritmo y está determinado por procesos bioquímicos, el libre albedrío es una entelequia. Por eso, afirma, tendría sentido que entidades más avanzadas tomasen las decisiones por nosotros, porque nos ayudaría a ser más felices.
R. Vivimos en una sociedad humanista y liberal que nos incita a confiar en nosotros mismos, a seguir a nuestro corazón y a tomar nuestras decisiones, con lo que no queremos dar autoridad a un Big Brother. Esta postura tiene cierto sentido, pero quien la defiende olvida que ya lo estamos haciendo. Si vas al médico y te dice que tienes un cáncer, quizá no notes ningún síntoma, pero le harás caso en lo que te diga. Igual ocurrirá con los algoritmos. Al final todo se va a resumir en algo práctico, si estamos satisfechos con lo que nos diga el algoritmo o vamos a estar satisfechos con lo que nosotros decidamos.
P. Hay una frase llamativa en su libro, “la cabra más inteligente del rebaño es también la que más problemas genera”. Hace pensar que en este mundo en el que todo se convierte en datos, la inteligencia es mucho más un problema que una ventaja. ¿Es asínbsp?
R. A los humanos menos inteligentes o menos capaces es más fácil conectarles en una red que se pueda controlar, de modo que es fácil pensar que se puede estar animando a las personas para que sean menos inteligentes y menos creativas porque de esa forma se las controlará mejor. Ese es es uno de los problemas: saber si estamos mejorando al ser humano o degradándolo.