El poder de Google. Carta abierta de Mathias Döpfner a Eric Schmidt (presidente ejecutivo de Google)

lalol

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El poder de Google (1 de 2). Carta abierta a Eric Schmidt (presidente ejecutivo de Google)

Introducción del Blog del Viejo Topo en "spoiler", para no cansar a los aturdidos internautas:


En un reciente artículo titulado “A chance for growth” (Una oportunidad para crecer), el presidente ejecutivo del imperio Google, Eric Schmidt, alababa las ventajas y bondades de su empresa; se trataba de una réplica de Schmidt al artículo "Miedo a Google", escrito por Robert M. Maier y publicado, como el anterior, en el diario alemán FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung).

Siguiendo el debate, el FAZ a su vez respondió con el artículo que a continuación reproducimos, de Mathias Döpfner, jefe del grupo editorial alemán Axel Springer, y que fue publicado como "carta abierta" con fecha 16.04.2014

Nos ha parecido interesante traducir y reproducir el artículo de Mathias Döpfner, puesto que -con independencia de alguna valoración política que vierte y que resulta discutible- contribuye a un debate urgente, de máxima necesidad social y política y de alcance mundial: el poder de Google y la amenaza que supone. Posteriormente, publicaremos una entrada relacionada, consistente en la traducción del artículo de Jaron Lanier, titulado "Quien tiene los datos, determina nuestro futuro".

Posiblemente, por la influencia y poder que concentra Google, Eric Emerson Schmidt quizás sea la persona más importante de la industria de Internet. En 2011 fue la causa de una fuerte controversia política en la Red; Schmidt aparecía en un vídeo de Youtube como miembro asistente a la reunión que el Grupo Bilderberg celebraba en Suiza. El vídeo fue censurado por Youtube y retirado, lo que generó una amplia polémica.

Mathias Döpfner, autor de la carta, es el director general del gigante alemán de medios Axel Springer SE. Axel Springer Verlag AG "es un grupo editorial alemán, uno de los mayores de Europa, y controla el 25 por ciento del mercado de los periódicos. Maneja 150 periódicos y revistas en 32 países; tiene a su disposición más de 10.000 empleados y unos ingresos superiores a los 2.000 millones de euros" (Wikipedia). Entre los periódicos del grupo está el FAZ Frankfurter Allgemeine Zeitung), el diario alemán de mayor circulación en el extranjero y en el que fue publicada esta carta abierta que reproducimos ahora.

Aportamos estos datos de contexto porque el texto que sigue tiene un valor añadido en función de quién es su autor. No se trata de un activista político o de un intelectual de izquierdas que nos alerta del peligro que supone Google, sino que en este caso quien lo hace es un alto ejecutivo de una gran corporación capitalista del sector editorial y mediático. Esto le otorga un plus de interés al artículo, un valor añadido a la crítica realizada, ya que Axel Springer forma parte, igual que Google, del sistema nervioso del capitalismo.

Como señala el FAZ en el original en alemán, es la primera vez que un ejecutivo alemán reconoce la absoluta dependencia de Google por parte de su compañía, lanzando una especie de aviso a navegantes: muy pronto, toda la industria editorial pertenecerá a Google por la dependencia originada.

Aprovechamos para recomendar el artículo de Zygmunt Baumann, "El fin del anonimato. Lo que los drones y Facebook tienen en común", traducido y publicado anteriormente en el blog y que está relacionado con algunos aspectos mencionados en esta carta abierta de Mathias Döpfner. Igualmente, tiene cierta relación y puede resultar interesante el artículo de Daniel Leisegang, "Un mundo felizmente vigilado", que también se tradujo y publicó en el blog.

https://blogdelviejotopo.blogspot.com/

Ficha técnica
Original: "Offener Brief an Eric Schmidt. Warum wir Google fürchten", en Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), 16 de abril de 2014. El mismo FAZ publica una versión en inglés: "An open letter to Eric Schmidt. Why we antiestéticar Google".
Traducción al español: Tucholskyfan Gabi. La traducción se ha realizado, selectivamente, a partir de ambas versiones (alemán e inglés).
Fuente de esta traducción: Blog del viejo topo (blogdelviejotopo.blogspot.com.es)
Imágenes y negritas: son añadidos nuestros.

Uso de esta traducción, advertencia: los derechos del artículo pertenecen a FAZ y su distribución está pues restringida a las condiciones que señala FAZ. Quien por su cuenta y riesgo decida difundir esta traducción, rogamos al menos que se reproduzca íntegramente esta ficha técnica, conservando los enlaces (hipervínculos) que figuran (tanto a este blog como a la fuente en alemán).




____________

Carta abierta a Eric Schmidt
¿Por qué tememos a Google?
Por Mathias Döpfner



Mathias Döpfner

Querido Eric Schmidt:

Mediante su texto “Una oportunidad para crecer”, publicado en el FAZ, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, usted responde a un articulo publicado pocos días antes en el mismo medio bajo el título “El miedo a Google”. En su texto, usted viene a mencionar una y otra vez a la editora Axel Springer. Obedeciendo al requisito que impone la tras*parencia, quisiera responderle por medio de esta carta abierta.

Usted y yo nos conocemos desde hace muchos años, habiendo podido debatir en muchas ocasiones, como usted escribe, sobre la relación entre las editoras europeas y Google. Como sabe, soy un gran admirador del éxito empresarial de Google, que en muy pocos años, desde 1998, se pudo convertir en una empresa que emplea unas cincuenta mil personas en todo el mundo; cuyas ventas en el ejercicio pasado se cifraron en unos 60.000 millones de US$, y que cuenta con una capitalización de mercado bursátil superior a 350.000 millones US$.

Para Google no existe alternativa.

Google no sólo es el más grande de los motores de búsqueda en el mundo, sino también y junto a Youtube la mayor plataforma de vídeos (que, a su vez, ocupa el segundo lugar en el ranking mundial); con Chrome, el mayor de los navegadores; con Gmail, el más grande de los servicios de correo electrónico y, con Android, el más extendido de los sistemas operativos en telefonía móvil. Con razón, remite usted en su artículo al fabuloso impulso que Google ha dado a favor del crecimiento de la economía digital. En 2013, el beneficio de Google alcanzó los 14.000 millones de US$. Me inclino y me quito el sombrero ante semejante logro empresarial.

Que usted haya mencionado en su texto la cooperación en materia de marketing entre Google y Axel Springer, también es de nuestro agrado. Algún que otro lector, empero, lo interpretó como si Axel Springer fuese esquizofrénico. Me explico: por un lado, estando entre los europeos que presentaron una demanda contra Google por supuesto delito de cartelización [NT1], pugnando nuestro grupo por la protección de la autoría y las prestaciones afines en el ámbito jurídico alemán (Leistungsschutzrecht), que viene a prohibir el robo de contenidos; por otro lado, empero, Axel Springer se beneficia no sólo del tráfico que Google origina, sino también de sus algoritmos a la hora de comercializar su publicidad online en los sitios secundarios remanentes. Lo cual es cierto y puede calificarse de esquizofrénico. O liberal. O, y esa es la verdad, y empleando el término favorito de nuestra canciller: alternativlos (carencia de alternativa).

David y Goliat no están a la misma altura.

No nos consta ninguna alternativa que tan siquiera mínimamente nos pudiera ofrecer las mismas condiciones tecnológicas de automatización comercial de publicidad. Y no podemos renunciar a esta fuente de ingresos, que nos urge obtener para poder financiar nuestra inversión tecnológica. La prueba la tiene en el hecho de que cada vez más editoriales también hagan lo mismo. Tampoco conocemos ningún otro motor de búsqueda capaz de asegurar y ampliar nuestro alcance on-line. Una gran parte de los medios periodísticos de calidad obtiene su tráfico mayormente vía Google. En otros ámbitos, no periodísticos, el cliente viene guiado casi exclusivamente por Google. Dicho claramente: nosotros, y muchos otros, simplemente dependemos de Google. Google, tiene un share actual de 91,2 % en el mercado alemán. Decir entonces: ”si no estáis conformes, os borráis de las listas y os vais a otra parte” viene a ser tan realista como recomendarle al adversario de la energía nuclear que renuncie a la electricidad. A no ser que pretenda vivir entre los Amish, claro, porque en la vida real simple y llanamente no podrá hacerlo.

De parte del equipo de Google siempre recibimos, nosotros y las demás editoras, un trato exquisito, pero nunca estamos a una misma altura. ¿Cómo podría ser de otro modo? Google no nos necesita. Pero nosotros a Google sí. También en términos económicos, nos movemos en galaxias distintas. Con unos beneficios anuales de 14.000 millones, Google obtiene 20 veces más que Axel Springer. Trimestralmente, uno obtiene más beneficio que el que obtiene el otro en todo el año. Las nuestras son relaciones entre el Goliat Google y el David Axel Springer. Si Google cambia un solo algoritmo, a los pocos días, en una de nuestras filiales se hunde el tráfico en un 70 %. Son datos reales. Y que la referida filial nuestra sea competidora de Google es pura casualidad.

Nuestros valores, nuestro concepto del hombre, nuestro orden social.

Google nos da miedo. Así de claro debo decirlo, puesto que apenas ninguno de mis colegas se atreve a ello en público. Y como el mayor de entre los pequeños, quizás debamos ser los primeros en iniciar este debate. Usted mismo lo escribe en su libro:
“estamos convencidos de que portales o plataformas como Google, Facebook, Amazon y Apple resultan incluso mucho más poderosos de lo que la mayoría de la gente pueda suponer. Su poder reside en su capacidad de crecer exponencialmente. Con excepción de los bichito biológicos, no existe nada capaz de extender y expandirse con la misma velocidad, eficacia y agresividad que estas plataformas tecnológicas; lo cual a sus creadores, propietarios y usuarios les vuelve poderosos a su vez."

El debate acerca del poder de Google no es pues ninguna teoría conspiracionista por parte de los eternamente obstinados y anticuados. Usted mismo refiere el nuevo poder de esos creadores, propietarios y usuarios, aunque en caso de éstos últimos no estoy tan seguro si me lo planteo a largo plazo. Puede que el poder, rápidamente, vaya seguido por la impotencia. Y es precisamente por ello que debemos llevar ahora este debate en bien del interés de un ecosistema sano de la economía digital. Y esto afecta y concierne a la competitividad, no sólo económica, sino también política. Afecta a nuestros valores, nuestro concepto del hombre y nuestro orden social en todo el mundo y, desde nuestra perspectiva, a todo el futuro de Europa.

¿A quién pertenecen los datos?

Estando así las cosas, su grupo empresarial está alcanzando en los más diversos ámbitos un papel destacado en nuestras vidas cotidianas, profesionales y privadas, en los domicilios, los vehículos, la sanidad, la robótica, etc. Lo cual supone una enorme oportunidad, pero también una amenaza no menos grande. Estoy temiendo que no sea suficiente afirmar, como usted lo hace, que pretende convertir el mundo en un “lugar mejor”.

El crítico de Internet, Evgeny jovenlandészov, nos describe claramente la postura que deben adoptar las sociedades modernas: no debatimos acerca de la tecnología, cuyas fascinantes posibilidades le constan a cualquiera. Nuestro debate es de carácter político. Los aparatos y los algoritmos de Google, no forman parte de ningún programa político. O al menos no deberían hacerlo. Son los ciudadanos quienes debemos decidir si queremos lo que usted exige de nosotros y, en su caso, a qué precio.

Las editoriales hemos podido experimentar muy pronto, quizás antes que otros ramos e industrias, lo que esto puede suponer. Pero mientras sólo se trataba de expropiar o apropiarse de contenidos de información (por parte de quienes usen los buscadores y agregados, pero no estén dispuestos a pagar por ellos), muy pocos se mostraban interesados. Pero este panorama está cambiando cuando lo mismo sucede con los datos personales de los individuos. Preguntarnos a quién/es pertenecen estos datos será uno de los más importantes planteamientos políticos que nos aguardan.

Un monopolio global.

Usted dice en su artículo que las voces críticas con Google a fin de cuentas “vienen a criticar a Internet y la oferta de información y demanda de cualquiera desde cualquier lugar”, cuando lo cierto es lo contrario. Quien critica a Google, no critica a Internet. Y a quien le importe que la Red funcione, debe criticar a Google. Para la editora que somos, Internet no supone ninguna amenaza, sino la oportunidad más grande de las últimas décadas. El 62 % de nuestro beneficio procede hoy del negocio digital. Por lo tanto, no hablamos de Internet, sino únicamente del papel que Google desempeña en él.

En este contexto, hay que valorar como sumamente relevantes las quejas que diversos grupos editoriales e informáticos europeos presentaron contra Google, ante los órganos responsables de la competencia y competitividad de la Comisión Europea. Google parece ser el paradigma de una empresa dominante del mercado. Google, con su cuota del 70 % en el mercado mundial, viene a determinar la infraestructura de Internet. El siguiente buscador más grande, con un 16,5 %, es el chino Baidu, ya que China es una dictadura que prohíbe el libre acceso a Google. Siguen otros buscadores que por no superar la cuota del 6 % no resultan relevantes.

El mercado está en manos de uno solo. La cuota de Google en la publicidad online en Alemania está aumentando año tras año. En la actualidad se cifra en un 60%. En comparación, el diario Bild (clasificado desde hace décadas como dominante por el Tribunal alemán de Competencia -anticártel-, razón que, por otra parte, le impidió a Axel Springer adquirir las cadenas ProSieben Sat.1 y diversos periódicos regionales) tiene un 9 % en el mercado alemán de publicidad impresa. En comparación, Google, más que dominante, resulta súper-dominante.

Para Internet, Google viene a ser lo mismo que eran la Deutsche Post, los servicios alemanes de correo, para los envíos y el reparto postal; o la Deutsche Telecom para los servicios de telefonía. En aquel entonces había monopolios estatales. Hoy existe un monopolio global en Internet. Por lo tanto, es de suma importancia saber si los resultados de búsqueda en Google obedecen a unos criterios tras*parentes y justos.

Se introducen pagos de “impuestos de protección” que la UE sanciona.

Pero esos deseables criterios no existen. Google facilita información sobre sus propios productos, desde el comercio electrónico, hasta las páginas de su propia red, entrando como competidor, incluso cuando los productos resultan de calidad inferior y no debieran aparecer conforme al algoritmo Google. Ni siquiera se le advierte al usuario que los resultados de su búsqueda obedecen a la autopropaganda de Google. Aun cuando la oferta de Google cuente con menos visitas que la de un competidor, sigue figurando más arriba hasta llegar a equipararse por el número de visitas.

Esto es abusar de la posición dominante en el mercado. Y todo el mundo esperaba que el Tribunal Europeo de Competencia fuera a prohibir dicha práctica. Pero parece que no es así. El comisario competente propone, a cambio, “un arreglo, un compromiso” que a cualquiera con un mínimo de conocimiento le debe de dejar sin palabras. Eric, en su artículo habla usted del arreglo que había buscado pactar con la Comisión Europea. De acceder la Comisión a su propuesta en esos términos, usted habría encontrado otra nueva fórmula para que Google pueda cobrar más en concepto de publicidad. No serían pues concesiones dolorosas, sino ingresos adicionales.

Parece ser que la Comisión Europea propone seriamente que el buscador Google, que ya domina toda la infraestructura, pueda seguir discriminando a otros competidores, colocándolos desfavorablemente en su lista de resultados de la búsqueda. A cambio, sin embargo, y ahí está el truco, se abriría una nueva ventana de publicidad, en la que el competidor discriminado podría comprar un rango más favorable en la lista. A esto no cabe llamarlo compromiso ni arreglo; esto viene a ser la introducción, sancionada por la UE, de aquel modelo de negocio que en círculos menos respetables recibe el nombre de “impuesto de protección”. Léase: si quieres que no te matemos, debes pagar.

Saber lo que estamos pensando.

Usted no ignora que esta medida redunda a largo plazo en una discriminación y en un debilitamiento del concierto competitivo; y que de esto modo, Google puede expandir su súper dominio. Tampoco ignora, que, por lo tanto, se iba a resentir aún más la economía digital europea. Ni con mi mejor voluntad, me puedo imaginar que era esto cuando se refería a llegar a un acuerdo o compromiso. Pero esto no es nada que yo le reproche a usted ni a Google.

Usted, como representante de la empresa, puede y debe defender sus intereses. Mi reproche se dirige pues a la Comisión Europea de Competencia. El comisario Almunia debería volver a reflexionar si resulta sensato “fabricar”, cuasi a modo de último acto de oficio, lo que vendría a ser el último “clavo del ataúd” para la ya esclerótica economía europea de Internet. Pero ante todo, no dejaría de ser una traición al consumidor, al usuario, que ya no encontraría ni lo más indicado, ni lo mejor para él, sino lo que convendría a Google y su beneficio, que acabaría siendo una traición a la idea básica de Google.

Vale decir lo mismo sobre el complejo y difícil tema de la seguridad de los datos y su explotacion y/o evaluación. Desde que las revelaciones de Snowden desencadenaron el escándalo de la NSA, descubriéndonos las estrechas relaciones entre los servicios secretos y las grandes empresas dedicadas en EEUU a los servicios online, el clima social -al menos en Europa- ha sufrido un profundo cambio. Los ciudadanos se han vuelto más sensibles por lo que pueda pasar con sus datos personales de usuarios.

Nadie sabe tanto sobre sus clientes como Google. Hasta los correos privados o profesionales son leídos por Gmail y pueden evaluarse, si se quiere o pretende. Usted mismo dijo en 2010: “Sabemos dónde estás. Sabemos dónde estuviste. Podemos saber más o menos lo que estás pensando en ese momento”. Una sentencia realmente honesta. Pero hay que preguntar si los usuarios quieren que estas informaciones se empleen con fines comerciales -lo cual tiene sin duda muchas ventajas, pero también algún que otro lado siniestro -; preguntar además si consienten que sus datos caigan o que ya estén en manos de los servicios secretos.

El combustible del siglo XXI.

En el libro de Patrick Tucker titulado “The naked Future. What happens in a World that anticipates you every move” [El futuro al desnudo ¿Qué pasa en un mundo que anticipa cada uno de tus pasos?] – un libro cuya visión de futuro el ideólogo jefe de Google, Vint Cert, ya considera ineludible - he leído una escena que se me antoja de ciencia ficción sin serlo realmente: imagínese, dice el autor, que usted despierta una mañana y lee escrito en su móvil:
“Buenos días, al salir del trabajo te vas a encontrar por casualidad con tu ex amiga Vanessa que te contará su compromiso de boda el próximo domingo. Finge que te sorprendes, ya que Vanessa aún no lo ha contado a nadie más. Pero no olvides de mandarle flores el domingo”.​

Supongamos que se sorprende un poco que su móvil sepa todo esto, puede tratarse de una broma, y luego se olvida. Pero por la tarde se cruza realmente con Vanessa. Recordando vagamente el mensaje de la mañana, usted la felicita por su compromiso. Vanessa se alarma. “¿Cómo es que lo sabes?”, le pregunta. Y usted responde: “¿No lo has posteado en Facebook?”. “Todavía no”, responde Vanessa, y se aleja corriendo. ¡Ya no hará falta que le mande flores!

Google registra más de 500 millones de direcciones de Internet. Google sabe más sobre cada ciudadano digital activo de lo que George Orwell hubiese imaginado en sus osadas visiones de “1984”. Google posee el tesoro de datos actuales de toda la humanidad, como su fuera el gigante Fafner en el “Anillo del Nibelungo”: "Hier lieg’ ich und besitz” [aquí me quedo tumbado y poseo]. Espero que sea usted consciente de la enorme responsabilidad de su empresa. Si los combustibles en el siglo XX eran de origen fósil, los del siglo XXI serán los datos de los usuarios y sus perfiles. Hay que preguntarse si la competencia, en general, puede seguir funcionando en la era digital, ya que los datos se encuentran reunidos hasta el extremo en manos de una sola parte.

Sólo las dictaduras quieren que sus ciudadanos sean tras*parentes.

En el contexto que nos ocupa, existe una cita de usted que me preocupa. En 2009, usted dijo: “Si hay cosas que usted no quiere que nadie las sepa, no debería hacerlas”. Sólo más preocupante aún me resulta la frase que Mark Zuckerberg pronunció durante la conferencia de Sun-Valley, mientras usted y yo estábamos sentados entre los oyentes. Preguntado por cómo Facebook almacenaba los datos y protegía la esfera privada de sus clientes, Zuckerberg había contestado: “No entiendo su pregunta. Quien nada tiene que ocultar, nada tiene que temer”.

Una y otra vez he recordado esta frase. La encuentro espantosa. Será que no fuera dicha con esa intención. Pero detrás se esconden una mentalidad y una concepción del hombre que no se emplean en sociedades libres. Una frase así podría haberla dicho el jefe de la Stasi u otro servicio secreto de cualquier dictadura. Y es que la esencia de la libertad consiste precisamente en que yo no esté obligado a decir lo que hago; que tenga derecho a la discreción e, incluso, a tener secretos; que pueda determinar yo mismo lo que revelo sobre mí. En este derecho, que ampara a cada individuo, consiste la democracia. Únicamente las dictaduras prefieren en lugar de una prensa libre al ciudadano tras*parente.

La sumisión voluntaria no puede ser la última palabra.

Las autoridades de Bruselas, para fortalecer los derechos de los usuarios, están valorando cómo evitar su total tras*parencia, mediante la restricción del uso y registro de cookies en Internet (que hoy en día permiten reconstruir, por ejemplo, en qué pagina estuvo alguien el 16 de abril de 2006 a las 16 horas). No sabemos exactamente cómo será esta regulación, ni sabemos si será buena o mala. Pero hay algo seguro: habrá un ganador, Google. Puesto que los expertos consideran que Google es el líder absoluto en el desarrollo de tecnologías que documentan los movimientos y hábitos de los usuarios, sin el empleo de cookies.

Google también ha tomado ya medidas sobre el expediente de competencia ilícita y anti-monopolio pendiente en Bruselas en relación con los sistemas de búsqueda justa [Fair Search]. Se prevé que se falle a favor de Google, y en caso contrario tampoco pasaría nada. Las concesiones y restricciones alcanzadas en largos y duros procedimientos, y limitadas a los dominios europeos de Google, podrían quedar invalidadas desde un principio, puesto que Google podría disponer arbitrariamente, mediante Android o Chrome, que la búsqueda ya no se tenga que realizar por una dirección de Internet, sino mediante el uso de una APP, una aplicación. De esta manera, Google evitaría cumplir los compromisos que ha alcanzado, y que a día de hoy están en vigor para las búsquedas en los dominios de Google en Europa, como google.de.

¿Y qué cabe esperar de la política europea? ¿Piensa claudicar o despertar? Las instituciones europeas nunca fueron tan importantes como hoy. Hay que decidir sobre una arcaica cuestión de poder. ¿Existe una posibilidad para una infraestructura digital europea autónoma o no? En juego están nuestra competitividad y viabilidad futuras. Someternos voluntariamente no puede ser la última palabra del “viejo mundo”. Por el contrario, la voluntad de éxito de la economía digital europea podría ser relevante para la política europea, el estímulo que durante las últimas décadas tanto se echó de menos: una narrativa emocional.

Un supra-estado en un vacío legal.

16 años de almacenamiento de datos y 16 años de experiencia de decenas de miles de desarrolladores de IT, han llevado a Google a una ventaja competitiva que ya no cabe superar con medios económicos. Desde que Google comprara “Nest”, el fabricante de dispositivos para el hogar, sabe con más exactitud que nunca lo que los ciudadanos hacemos dentro de nuestras casas. Además proyecta construir automóviles sin conductor para hacer, a largo plazo, la competencia a la industria del sector, desde Toyota hasta Volkswagen. Con lo cual no sólo sabría a dónde nos dirigimos, sino también en qué nos ocupamos durante el trayecto. ¡Olvidáos de Big Brother: Google es mejor!

Ante este panorama, me confieso preocupado ante el hecho de que Google, que acaba de adquirir al fabricante de drones "Titan Aerospace", lleve tiempo co-fomentando la construcción de enormes barcos y plantas flotantes de producción, que podrán operar en alta mar; es decir, fuera de las respectivas aguas territoriales soberanas. ¿Qué es lo que motiva semejante evolución? No hace falta ser conspiracionista para llegar a preocuparse, sobre todo al escuchar las palabras del fundador y accionista mayoritario de Google, Larry Page.

Page sueña con un lugar sin protección legislada de datos y sin responsabilidad democrática. "Hay un gran cantidad de cosas que nos gustaría emprender, pero que desgraciadamente no podemos hacer", dijo Paga ya en 2013, "ya que existen leyes que nos lo impiden. Deberíamos disponer de un par de lugares donde estar seguros, donde poder experimentar y averiguar los efectos que pudieran surtir en la sociedad".

¿Esto quiere decir que Google esté proyectando poder operar en un vacío legal, sin tener que pelear con las autoridades anti-monopolio y la protección de datos? ¿Una especie de "supra-estado", un imperio flotante que navegue al margen de todo estado nacional y su orden jurídico?

Google podría ser precursora dando buen ejemplo.

Hasta el presente, nos preocupaban cuestiones tales como qué pasará si Google sigue extendiendo su ya absoluto dominio en el mercado. ¿Aún habrá menos competitividad que ahora? ¿Será que la economía digital europea todavía quedará más relegada frente a los grandes super-grupos americanos? ¿Se producirá una situación en la que los usuarios y consumidores se tornen aún más tras*parentes, condicionados y manipulados por terceros y sus intereses económicos y/o políticos? ¿Y cómo van a repercutir estos factores en nuestra sociedad?

Al escuchar estas noticias, uno se debe preguntar preocupado: ¿será que Google, seriamente, ya ha planeado ese supra-estado digital, en el que una única corporación es naturalmente buena para los ciudadanos y nunca resulta “malvada”? Por favor, querido Eric, explíquenos por qué nos equivocamos en nuestra interpretación de lo que Larry Page dice y hace.

Sé que estos problemas causados por las nuevas super-autoridades digitales, como Amazon y Facebook, no pueden ser resueltos solo por Google. Pero sí podría, también en beneficio propio a largo plazo, ser precursor y predicar con su buen ejemplo. Podría crear más tras*parencia, no sólo proporcionando los resultados de búsqueda ordenados por unos claros criterios cuantitativos, sino también publicando todos los cambios en los algoritmos. Podría además dejar de almacenar las direcciones de IP, borrar las cookies después de cada sesión y solo guardar el historial cuando explícitamente es solicitado por el usuario. Y podría explicar qué se propone con esas sedes corporativas flotantes y laboratorios de investigación y desarrollo.

El alto precio de la cultura gratis.

Esa preocupación por la creciente heteronomía de esa araña que todo lo determina en esa red tejida que es Internet, no alcanza tanto al dinosaurio analógico -que lo teme por no haber entendido lo que es el Internet- como a los "nativo-digitales" [los que han nacido ya con esta tecnología]; y entre estos, a los más jóvenes y mejor formados, que consideran cada vez más problemático ese creciente control por parte de Google.

En este contexto hemos de hablar de la "cultura gratis". En Internet, en ese mundo bonito y multicolor de Google, se nos antojan gratuitas muchas cosas: desde las búsquedas hasta los productos editoriales y periodísticos. No obstante, en realidad las pagamos mediante nuestro comportamiento, mediante la previsibilidad y utilidad comercial de nuestra conducta. Quien hoy sufre un accidente de tráfico y así lo comunica en un correo electrónico, puede que reciba mañana en su móvil la oferta de un comercial del ramo. Tremendamente práctico.

Quien hoy navega por los sitios para informarse sobre la hipertensión, quien delata su notoria falta de ejercicio a través de su pulsera Jawbone, a los pocos días ya puede esperar una prima superior en su seguro médico. ¡Nada práctico, sólo horrible! Podría faltar poco para que cada vez más gente se de cuenta del alto precio que paga a través de la cesión de información sobre su conducta y hábitos, el precio del libre albedrío. Así que resulta mejor y más barato pagar, en su caso, con algo totalmente anticuado, simplemente con dinero.

También cabe morir de éxito.

Google es el banco dominante en el mercado internacional negociando con la moneda del conocimiento sobre nuestra conducta o hábitos. Ninguna otra empresa capitaliza su saber y conocimiento sobre nosotros con tanto éxito como Google. Lo cual resulta tan impresionante como peligroso.

Querido Eric Schmidt, usted no necesita de mi consejo y, desde luego, le estoy escribiendo desde la perspectiva de un afectado más. Soy parcial. Me beneficio de Googles Traffic, me beneficio de la publicidad automatizada de Google. Y soy una posible víctima del conocimiento digitalizado y del poder de mercado de Google. Pero aun así: a veces, menos es más. Y también se puede morir de éxito.

A lo largo de toda la historia económica mundial, los monopolios nunca han gozado de una larga vida. Hemos podido comprobar que o bien fracasaron por su autocomplacencia por sus éxitos (lo cual no es probable en el caso de Google), o bien resultaron debilitados en el concierto competitivo (lo cual en el caso de Google tampoco resulta muy probable). O bien resultaron ser limitados y restringidos en virtud de la iniciativa política. He ahí los casos recientes de IBM y Microsoft.

Otro camino sería la voluntaria autolimitación y restricción del vencedor. ¿Es realmente inteligente esperar a que un político pida en serio la disgregación del grupo Google? O, peor aún, ¿a que la ciudadanía se niegue a seguirle el juego? ¿Todavía los ciudadanos pueden negarse? Nosotros ya no estamos en condiciones de hacerlo.

Cordialmente:
Mathias Döpfner



Nota de traducción:

[NT1] Se refiere al "cartel". La cartelización es aquel sistema en el que la mayoría de las empresas de un sector o bien vienen a ser las mismas o bien, a través de pactos informales, alcanzan acuerdos con el fin de eliminar (o al menos minimizar o reducir) la competencia. El resultado es el control casi absoluto del sector en el mercado.
Original: "Offener Brief an Eric Schmidt. Warum wir Google fürchten", en Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), 16 de abril de 2014. Versión en inglés también en FAZ: "An open letter to Eric Schmidt. Why we antiestéticar Google".
Traducción al español: Tucholskyfan Gabi. La traducción se ha realizado, selectivamente, a partir de ambas versiones (alemán e inglés).
Fuente de esta traducción: Blog del viejo topo (blogdelviejotopo.blogspot.com.es)
 
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Pataleta de empresaurio viejuno castuzo, sin novedad en el frente.

Google no fuerza a nadie a usar sus servicios, ni su correo, ni su android, ni su motor de búsqueda ni nada de nada:

Hay alternativas a Android, hay alternativas a gmail, hay alternativas al motor de búsqueda y hay alternativas a todos los servicios de google en general, y además no son servicios/productos esenciales tales como alimentos, vivienda o electricidad, se puede vivir perfectamente sin ellos.

La gente usa google libremente porque considera que sus servicios son mejores que los de la competencia y punto. Si Google empieza a abusar de su poder, la gente sencillamente dejará de usarlos, así de simple, todo lo demás son pataletas castuzas, como cuando Telefónica quería imponerles una tasa.

Espero que google siga pateando culos gerontócratas castuzos por mucho tiempo y que surjan más empresas con el mismo espíritu.
 
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