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Forocochero
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EL PAPA DE HITLER PÍO XII Y EL TERCER REICH
Al igual que buena parte de los políticos europeos de la época, Pío XI quiso pactar con Hitler, apaciguar a la bestia. Ésta es la historia de los difíciles acuerdos entre Hitler y la Santa Sede, de una encíclica perdida que podría haber cambiado la historia del mundo y de la fin poco clara del papa que, demasiado tarde, quiso plantarle cara al mal que se había instalado en Alemania.
Las relaciones entre el movimiento nancy y la Iglesia no habían empezado con buen pie. El marcado sentido pagano del que estaba teñida buena parte de la ideología hitleriana no podía ser visto con buenos ojos por los jerarcas de la Iglesia alemana. Según la teoría nancy, dado que el cristianismo tenía sus raíces en el Antiguo Testamento, quien estaba contra los judíos debía estar igualmente contra la Iglesia católica. Los nazis invocaban «la indispensable arma del espíritu de la sangre y de la tierra contra la peste hebrea y el cristianismo».
En una viñeta publicada en el periódico Der Stürmer, perteneciente a uno de los órganos del partido nancy en 1934, un judío, ante la imagen de Cristo en la cruz, dice: «... Le hemos apiolado, le hemos ridiculizado, pero somos defendidos todavía por su Iglesia...». En otra viñeta del mismo periódico publicada en 1939, un sacerdote católico es presentado mientras estrecha dos grandes manos: una con la estrella judía y la otra con la hoz y el martillo.
No obstante, esta hostilidad era mutua. Prueba de ello es lo publicado en su día en Der Gerade Weg (El Camino Recto), el semanario católico de mayor circulación en Alemania: «Nacionalsocialismo significa enemistad con las naciones vecinas, des potismo en los asuntos internos, guerra civil, guerra internacional. Nacionalsocialismo significa mentiras, repruebo, fratricidio y miseria desencadenada. Adolf Hitler predica la ley de las mentiras. Habéis caído víctima de los engaños de alguien obsesionado con el despotismo. Despertad».1
1. Der Gerade Weg, núm. 37, 11 de septiembre de 1931.
Parecía evidente que el Gott mituns (Dios está con nosotros) que se leía en el emblema de los nazis no se refería al Dios de los católicos. Los diáconos luteranos, en cambio, habían sido mucho más complacientes con el nuevo movimiento. Luteranos eran, por ejemplo, los miembros del Movimiento Alemán Cristiano, de carácter abiertamente antisemita y nacionalista, muchos de cuyos miembros terminaron engrosando las filas del partido nancy. Es algo que no debería sorprendernos si tenemos en cuenta que el mayor antisemita de la historia alemana después de Adolf Hitler fue, precisamente, Martín Lutero, el fundador del protestantismo. El consejo de Lutero relativo a los judíos era:
3. Cornweil, John, op. cit.
A consecuencia de esto, el partido católico Zentrum fue apoyado y votado en masa por los judíos.
No obstante, este panorama iba a cambiar de manera radical con el nombramiento del arzobispo Eugenio Pacelli, antiguo nuncio de Su Santidad en Alemania, y futuro Pío XII, como secretario de Estado del Vaticano.
Inmediatamente después de su ordenación como obispo en 1917, Pacelli tuvo que dejar Roma para establecerse en Alemania, donde permaneció los siguientes trece años. Curiosamente, la nunciatura se encontraba en Munich, frente al edificio que más tarde se convertiría en la Casa Marrón, la cuna del nazismo.
Pacelli se encontró un país desestructurado y destruido por la guerra. Nada más llegar fue testigo de la revolución proletaria en Munich en 1918. En una carta a Gasparri, describió así los acontecimientos:
Para lograr este fin, tuvo que renegociar los concordatos existentes con los Estados regionales alemanes y propiciar una alianza entre todas las fuerzas de la derecha alemana6 con la esperanza de poder negociar un concordato con la propia nación alemana que sirviera para solidificar definitivamente la autoridad del Vaticano.
4. Cornweil, John, op. cit.
5. Ibid
6 Lacroix-Riz, Annie, Le Vatican, lEurope et le Reich, de la premiere guerre mondiale a la guerre froide.Armand Colin, Paris, tercera edición
Al igual que buena parte de los políticos europeos de la época, Pío XI quiso pactar con Hitler, apaciguar a la bestia. Ésta es la historia de los difíciles acuerdos entre Hitler y la Santa Sede, de una encíclica perdida que podría haber cambiado la historia del mundo y de la fin poco clara del papa que, demasiado tarde, quiso plantarle cara al mal que se había instalado en Alemania.
Las relaciones entre el movimiento nancy y la Iglesia no habían empezado con buen pie. El marcado sentido pagano del que estaba teñida buena parte de la ideología hitleriana no podía ser visto con buenos ojos por los jerarcas de la Iglesia alemana. Según la teoría nancy, dado que el cristianismo tenía sus raíces en el Antiguo Testamento, quien estaba contra los judíos debía estar igualmente contra la Iglesia católica. Los nazis invocaban «la indispensable arma del espíritu de la sangre y de la tierra contra la peste hebrea y el cristianismo».
En una viñeta publicada en el periódico Der Stürmer, perteneciente a uno de los órganos del partido nancy en 1934, un judío, ante la imagen de Cristo en la cruz, dice: «... Le hemos apiolado, le hemos ridiculizado, pero somos defendidos todavía por su Iglesia...». En otra viñeta del mismo periódico publicada en 1939, un sacerdote católico es presentado mientras estrecha dos grandes manos: una con la estrella judía y la otra con la hoz y el martillo.
No obstante, esta hostilidad era mutua. Prueba de ello es lo publicado en su día en Der Gerade Weg (El Camino Recto), el semanario católico de mayor circulación en Alemania: «Nacionalsocialismo significa enemistad con las naciones vecinas, des potismo en los asuntos internos, guerra civil, guerra internacional. Nacionalsocialismo significa mentiras, repruebo, fratricidio y miseria desencadenada. Adolf Hitler predica la ley de las mentiras. Habéis caído víctima de los engaños de alguien obsesionado con el despotismo. Despertad».1
1. Der Gerade Weg, núm. 37, 11 de septiembre de 1931.
Parecía evidente que el Gott mituns (Dios está con nosotros) que se leía en el emblema de los nazis no se refería al Dios de los católicos. Los diáconos luteranos, en cambio, habían sido mucho más complacientes con el nuevo movimiento. Luteranos eran, por ejemplo, los miembros del Movimiento Alemán Cristiano, de carácter abiertamente antisemita y nacionalista, muchos de cuyos miembros terminaron engrosando las filas del partido nancy. Es algo que no debería sorprendernos si tenemos en cuenta que el mayor antisemita de la historia alemana después de Adolf Hitler fue, precisamente, Martín Lutero, el fundador del protestantismo. El consejo de Lutero relativo a los judíos era:
El nombramiento de Hitler como canciller fue aplaudido por los protestantes, mientras que los obispos católicos condenaron las teorías nazis mediante las siguientes prohibiciones:«Primero, sus sinagogas o iglesias deben quemarse... Segundo, sus casas deben asimismo ser derribadas y destruidas... En tercer lugar, deben ser privados de sus libros de oraciones y talmudes en los que enseñan tanta idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, sus rabíes deben tener prohibido, bajo pena de fin, enseñar jamás...».2
2. Encyclopedia Judaica, volumen III, McMillan, Nueva York, 1971. Cita de Acerca de los judíos y sus mentiras, Martín Lutero, 1543.• Los católicos no podían pertenecer al Partido Nacionalsocialista ni asistir a sus concentraciones.
• Los miembros del partido no podían recibir los sacramentos ni ser enterrados como cristianos.
• Los nazis no podían asistir en formación a ningún acto católico, incluidos los funerales.3
3. Cornweil, John, op. cit.
A consecuencia de esto, el partido católico Zentrum fue apoyado y votado en masa por los judíos.
No obstante, este panorama iba a cambiar de manera radical con el nombramiento del arzobispo Eugenio Pacelli, antiguo nuncio de Su Santidad en Alemania, y futuro Pío XII, como secretario de Estado del Vaticano.
Inmediatamente después de su ordenación como obispo en 1917, Pacelli tuvo que dejar Roma para establecerse en Alemania, donde permaneció los siguientes trece años. Curiosamente, la nunciatura se encontraba en Munich, frente al edificio que más tarde se convertiría en la Casa Marrón, la cuna del nazismo.
Pacelli se encontró un país desestructurado y destruido por la guerra. Nada más llegar fue testigo de la revolución proletaria en Munich en 1918. En una carta a Gasparri, describió así los acontecimientos:
Pero la misión principal de Pacelli tenía que ver poco con su evidente antipatía personal hacia los revolucionarios judíos. A pesar de su mayoría protestante, Alemania contaba con una de las mayores poblaciones del planeta. Además, la Iglesia había gozado tradicionalmente de una amplia autonomía garantizada por una serie de concordatos con los gobiernos regionales. Una de las principales misiones de Pacelli en Alemania era «la imposición, a través del código de derecho canónico de 1917, de la suprema autoridad papal sobre los obispos católicos, clérigos y fieles».5Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro dando órde medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia judías como todos los demás, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas. La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien [dirigente obrero de Munich], una joven mujer rusa, judía y divorciada [...]. Este Levien es un hombre joven, de unos 30 o 35 años, también ruso y judío. Pálido, sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar, repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada.4
Para lograr este fin, tuvo que renegociar los concordatos existentes con los Estados regionales alemanes y propiciar una alianza entre todas las fuerzas de la derecha alemana6 con la esperanza de poder negociar un concordato con la propia nación alemana que sirviera para solidificar definitivamente la autoridad del Vaticano.
4. Cornweil, John, op. cit.
5. Ibid
6 Lacroix-Riz, Annie, Le Vatican, lEurope et le Reich, de la premiere guerre mondiale a la guerre froide.Armand Colin, Paris, tercera edición