El 5 de octubre de 1802 una flotilla española regresaba del Virreinato del Perú con un rico cargamento de caudales y mercancías.
Navegaban al mando de José de Bustamante y Guerra, uno de aquellos ilustrados marinos que eran a la vez matemáticos, astrónomos, biólogos y sobre todo grandes aventureros.
El propio Bustamante había sido parte fundamental de la expedición Malaspina alrededor del mundo unos años antes. Pocas personas relacionarán a Bustamante con la montaña más bella de Alaska, el monte San Elías (5516 m).
Gracias a aquellos ilustres marinos esta montaña fue puesta en los mapas y medida con notable exactitud. El glaciar que llega del mar a la base de la montaña sigue llevando hoy en día el nombre de Malaspina. Aquellos tipos representaban la ilustración, la razón, la eficiencia y el patriotismo basado en las leyes antes que en los designios divinos.
No es de extrañar que Malaspina sufriera prisión a su regreso a España. Aquel año de 1802, Bustamente y sus compañeros viajaban confiados en que les protegía el tratado de Amiens por el que España, la Francia napoleónica e Inglaterra habían acordado un pacto de no agresión. Pero una vez más, los papeles se demostraron tan débiles como la palabra dada entre gobernantes.
Los ingleses, sin declaración de guerra previa, atacaron la flota hispana cuando se hallaba a la altura de la costa portuguesa del Algarve. Fue un acto fistro, traidor y sin mediar provocación, fuera del comportamiento entre marinos y más propio de piratas, que sería criticado incluso en la propia Inglaterra.
La flota traía un enorme tesoro y sólo la firma del tratado había decidido a las autoridades españolas a traerlo al continente. El combate fue tremendamente violento.
En medio del fragor de las andanadas y el humo de la pólvora el aire se estremeció con una brutal explosión: era la fragata Nuestra Señora de las Mercedes que saltaba por los aires cuando un cañonazo alcanzó su santabárbara. Debió ser especialmente trágico para Diego de Alvear, quien poco antes se había trasladado a otro barco con uno de sus hijos, dejando en la Mercedes a su esposa y sus otros nueve hijos.
Murieron 275 personas y los pocos supervivientes fueron apresados y llevados a Inglaterra mientras la Mercedes se llevaba al fondo del Atlántico su cargamento de oro y plata. Y allí permaneció en paz hasta que en mayo de 2007 la empresa cazatesoros norteamericana Odissey llegó hasta sus restos para apropiarse y llevarse en secreto el tesoro de sus bodegas a EE.UU.
No deja de ser paradójico que un mismo barco, esta vez ya hundido, fuera nuevamente saqueado por piratas sin escrúpulos. Una brillante y coordinada labor de diversas instituciones españolas, como el museo Naval y el Archivo de Indias, entre otras, consiguió convencer a los tribunales norteamericanos que aquello había sido un expolio en toda regla.
Se aportó todo tipo de documentación histórica, que afortunadamente conservan nuestros archivos, y no se escatimó en esfuerzos para defender nuestro derecho sobre lo que es un tesoro cultural, un pedazo de nuestro Patrimonio histórico. Gracias a ese perfecto trabajo de abogados y técnicos ahora podemos disfrutar de algo que representa mucho más que oro y plata, es nuestro pasado rescatado, por fin, del expolio.
Ahora que tanto se habla de la “Marca España” lo logrado con la fragata Mercedes me parece un excelente ejemplo de lo que debiera significar. No se la pierdan. Déjense emocionar, como me ocurrió a mí, por una historia que nos habla de nosotros mismos.