El mayor mentiroso de la historia de España.

Von Riné

Madmaxista
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16 Ene 2014
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Al menos hasta el siglo XX. Cuando la competencia es fuerte. (Ignacio Olague, César Vidal, Instituto Nova historia de Catalunya...)


Jerónimo Román de la Higuera
, de profesión historiador, fue el príncipe de todos estos mentirosos y por eso tardaron siglos en cogerlo. Concretamente los que van desde su fin en 1611 hasta el siglo XVIII, cuando alguien consiguió demostrar definitivamente que los descubrimientos y tras*cripciones que este jesuita toledano hizo de varios autores latinos y medievales son, en realidad, falsificaciones. Y qué falsificaciones, señora. Daban el pego completamente.
Una edición de 1627 del Chronicon Omnimodae Historiae.

Espectacular, claro, según los códigos de finales del siglo XVI. Una de sus sensacionales trolas, por ejemplo, fue que los gobernantes de Irlanda, Escocia e Inglaterra descendían de unos remotos monarcas hispanos de los que nadie más que él —qué cosas, oye— parecía tener noticia. Otra que también fueron de origen nacional una gran colección de santos, mártires y obispos —prácticamente todos aquellos a quienes no se les conocía patria—, amén de varios personajes secundarios de la Biblia y otros que llegaron a entrevistarse con Alejandro Magno, ahí es nada, y a presenciar la fin de Jesús. Otra que Toledo fue fundada por Hércules e invadida por judíos procedentes de Babilonia. Otra que los griegos que huyeron de Troya tras su derrota poblaron Galicia y dieron lugar a varias estirpes ilustres de España, entre ellas —je— la del propio Román de la Higuera. Otra que en cierta ocasión se levantaron tres soles sobre la península Ibérica. Otra que el rey visigodo Leovigildo se convirtió al catolicismo en el siglo VI, precisamente cuando España era uno de los últimos bastiones del arrianismo. Otra que en el país nunca hubo luciferianismo, una doctrina católica que no solo prendió en España, sino que de nuevo tuvo en el reino su último gran bastión. Y así, una detrás de otra durante toda una vida consagrada al estudio de la historia. Llámese estudio, llámese inventársela.
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La obra maestra del padre Román de la Higuera fue el Chronicon Omnimodae Historiae, que presentó en sociedad en 1594. Era un texto de Flavio Lucio Dextro —un autor latino del siglo V natural de Barcelona— cuyos fragmentos había descubierto en Alemania y que había copiado y puesto en circulación, por cierto con gran éxito. Parecido le ocurrió con textos de Máximo de Zaragoza —un obispo del siglo VII— y un tal Eutrando o Luitprando, un religioso toledano del siglo X del que hasta entonces no existía noticia. En los valiosísimos volúmenes inéditos rescatados por Román de la Higuera, los datos aportados por estos autores de diversos siglos pintaban un cuadro evidente para cualquiera capaz de leer entre líneas: el de una España nacional en tiempos incluso de Roma, de integridad cristiana inquebrantable incluso pocos años después de morir Jesucristo y llamada por esto a jugar el papel principal en el concierto de las naciones. Avalado por ellos, Román de la Higuera incluso escribió un libro, la Historia eclesiástica de la imperial ciudad de Toledo, en el que interpretaba y pasaba a limpio las ideas contenidas en los textos históricos que había descubierto y le enmendaba la plana a grandes historiadores consagrados.
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Sus fuentes solo tenían una pega: se las había inventado. De al menos una de ellas —Eutrando— no hay constancia siquiera de que existiese y de las otras dos no legó sus textos, sino falsificaciones de los mismos hábilmente reelaboradas a partir de terceros autores y aderezadas con sus propias invenciones. Del Chronicon de Dextro se cree —y solo se cree, porque vete tú a saber— que sí pudo disponer de una copia, aunque se conoce que no le gustó lo que decía y por eso la copió mejorada con sus propias ocurrencias, que por cierto no eran inocentes. Gregorio Mayans, erudito y uno de los que más lucharon en el siglo XVIII contra las leyendas vertidas dos siglos antes por Román de la Higuera, escribió sobre estos volúmenes que «el Padre Higueras quitò de ellos muchas cosas, añadiò otras muchas, variò no pocas torciendo el sentido, i las ordenò a establecer el Primado de la Iglesia de Toledo desde el principio de la Iglesia Universal, ocultando este fin con la mezcla de muchas cosas pertenecientes a toda España, i engrandeciendo, i alargando los Chronicones con la introduccion de falsos Ciudadanos». Ahí es nada.


No fue Mayans, sin embargo, quien desenmascaró definitivamente al impostor, sino Nicolás Antonio. Este bibliógrafo y estudioso le dedicó al jesuita un magnífico volumen titulado Censura de historias fabulosas escrito al efecto de «encender una Luz a los ojos de las Naciones Politicas de Europa», recurriendo a sus propias palabras, «que claramente les dè a ver los engaños que ha podido introducir en ella la nueva invencion de los Chronicos de Flavio Dextro, i Marco Maximo, i los de Luitprando, i Julian Perez, con los demàs que se les atribuye, fingidos en el todo, o en la mayor parte, con sacrilega temeridad». No llegó a publicarse durante la vida de Antonio pero Gregorio Mayans lo rescató y publicó póstumamente en Valencia en 1742. Por cosas como esta recordamos al segundo como un novator, uno de los pioneros de la Ilustración en España.
Gregorio Mayans –izda.– en un dibujo de Joaquim Giner de 1755 y Nicolás Antonio –dcha.–, retratado por Domingo Martínez en el siglo siglo XVIII.

En su Censura de historias fabulosas, Antonio hace un gran trabajo poniendo el fraude en evidencia, en particular si tenemos en cuenta que no dispuso de una copia auténtica del Chronicon de Dextro y de los demás textos, sino solo de «los demas egemplares que el mismo Higuera esparció, i autorizò, como conformes a su original, del qual diferenciavan notabilissimamente». Tirando solo de su propia erudición —no es que pudiera hacer otra cosa a finales del siglo XVI—, Antonio llegó incluso a pormenorizar qué fragmentos concretos del texto podrían ser reales y cuáles le había querido colar el infeliz jesuita a la posteridad. Veamos un ejemplo.
El lugar de Flavio Dextro se lee hoy, que es el que se sigue: pero con una addicion de tan mal consejo, que a cualquiera leido en Historias le parecerà, que tiene cogida la mano, del que secretamente la puso en los originales (si huvo algunos) de aquel Autor. Gratianus Imperator Cathecumenus VIII. Kalendas Septembris occiditur. Hasta aqui pudo decir Dextro. Lo que le sigue ya tiene los colores, que èl no le puso, ni pudo poner. Flavius Maximus, Vir Catholicus tyrannice a militibus Imperator Galliae, Angliae et Hispaniae salutatur. Inglaterra en èste tiempo se llamava Britannia: I no solo en ese tiempo, sino aun en el que vivia Dextro.
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Es un error rellenito, salta a la vista. Dextro jamás habría denominado «Anglia» a Gran Bretaña, ya que la isla comenzó a recibir ese nombre solo tras la oleada turística anglosajona, que se completó después de su fin. Aunque al jesuita del siglo XVI le resultó relativamente sencillo impostar el estilo y la gramática del latín que hablaba Dextro en el siglo V —parecido ya al que fosilizó como lengua culta de la Iglesia—, los pormenores históricos le patinaban algo más. Por suerte.
La mayoría de pruebas contra Román de la Higuera, sin embargo, no están en sus falsificaciones del Chronicon y de otros textos, que de hecho resistieron el análisis durante siglos y contaron incluso con defensores —como el historiador Juan Tamayo de Salazar, falsificador él mismo de otras piezas históricas—. El verdadero error del jesuita fueron sus libros de historia, en los que invocaba constantemente estos textos fraudulentos para dar cuerda a sus hipótesis por estrafalarias que sonasen, convencido de que nadie pondría en duda la autoridad de sus presuntos autores. Tanto que, por ejemplo, se permitió pintarlos tan antisemitas como él mismo, algo que chirría por una cuestión muy simple: si el repruebo de los cristianos hacia los judíos «y la abominación que hacian los alubio*s, del trato, i la conversacion con los Gentiles» era algo común en la España del XVI, no lo era en la Hispania del siglo V. Pero ni mucho menos.
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Al impostor, sin embargo, no le tembló la pluma al embarcar a estos autores en sus opiniones estrambóticas, la mayor de las cuales expuso en su Historia Eclesiástica de la imperial ciudad de Toledo y rezaba que la ciudad no había sido fundada por judíos, sino invadida por ellos. En el siglo XVI esto constituía, en efecto, una tesis estrambótica, ya que la teoría más aceptada entonces sobre el origen de la ciudad era que había sido fundada durante la cautividad de los judíos en Babilonia por un contingente hebreo liderado por Rodorán —un nieto del mismísimo Noé— y dirigido personalmente por el rey babilonio, Nabucodonosor. No era cierto, pero era lo que los historiadores eclesiásticos convenían.
A Román de la Higuera, sin embargo, no le gustaba el componente semita de esta hipótesis y la cambió ligeramente, pero lo suficiente como para borrar la esencia judía de la capital. Ahora Toledo la había fundado el mismísimo Hércules —a su paso por la península Ibérica durante sus legendarias doce pruebas, se entiende— y fue poblada después por personas procedentes del cautiverio de Babilonia pero no judías, sino gentiles, y no durante el cautiverio, sino después, cuando Persia liberó Babilonia. Aunque admite que grandes autores de historia avalan la tesis de Nabucodonosor, el padre Román de la Higuera asegura que «se puede probar con muy buenos fundamentos que jamas con èl vinieron alubio*s, ni por aventureros ni por Soldados», y que sí lo hicieron más tarde, cuando la ciudad ya existía, dirigidos por un enigmático capitán persa. Que la invadieron, vamos.
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La jugada perseguía un objetivo doble, como todo cuando se trata de este hombre que deontología no conocía ninguna, pero contaba con una inteligencia brillante. Además de negar una presunta naturaleza hebrea de Toledo, Román de la Higuera pretende así desacreditar a estos historiadores consagrados que favorecían la tesis, muchos de los cuales —atención, sorpresa— eran judíos, como Josefo, del siglo I, o Juliano de Toledo, obispo del siglo VII de ascendencia semita.

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Al menos hasta el siglo XX. Cuando la competencia es fuerte. (Ignacio Olague, César Vidal, Instituto Nova historia de Catalunya...)


Jerónimo Román de la Higuera, de profesión historiador, fue el príncipe de todos estos mentirosos y por eso tardaron siglos en cogerlo. Concretamente los que van desde su fin en 1611 hasta el siglo XVIII, cuando alguien consiguió demostrar definitivamente que los descubrimientos y tras*cripciones que este jesuita toledano hizo de varios autores latinos y medievales son, en realidad, falsificaciones. Y qué falsificaciones, señora. Daban el pego completamente.
Una edición de 1627 del Chronicon Omnimodae Historiae.

Espectacular, claro, según los códigos de finales del siglo XVI. Una de sus sensacionales trolas, por ejemplo, fue que los gobernantes de Irlanda, Escocia e Inglaterra descendían de unos remotos monarcas hispanos de los que nadie más que él —qué cosas, oye— parecía tener noticia. Otra que también fueron de origen nacional una gran colección de santos, mártires y obispos —prácticamente todos aquellos a quienes no se les conocía patria—, amén de varios personajes secundarios de la Biblia y otros que llegaron a entrevistarse con Alejandro Magno, ahí es nada, y a presenciar la fin de Jesús. Otra que Toledo fue fundada por Hércules e invadida por judíos procedentes de Babilonia. Otra que los griegos que huyeron de Troya tras su derrota poblaron Galicia y dieron lugar a varias estirpes ilustres de España, entre ellas —je— la del propio Román de la Higuera. Otra que en cierta ocasión se levantaron tres soles sobre la península Ibérica. Otra que el rey visigodo Leovigildo se convirtió al catolicismo en el siglo VI, precisamente cuando España era uno de los últimos bastiones del arrianismo. Otra que en el país nunca hubo luciferianismo, una doctrina católica que no solo prendió en España, sino que de nuevo tuvo en el reino su último gran bastión. Y así, una detrás de otra durante toda una vida consagrada al estudio de la historia. Llámese estudio, llámese inventársela.
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La obra maestra del padre Román de la Higuera fue el Chronicon Omnimodae Historiae, que presentó en sociedad en 1594. Era un texto de Flavio Lucio Dextro —un autor latino del siglo V natural de Barcelona— cuyos fragmentos había descubierto en Alemania y que había copiado y puesto en circulación, por cierto con gran éxito. Parecido le ocurrió con textos de Máximo de Zaragoza —un obispo del siglo VII— y un tal Eutrando o Luitprando, un religioso toledano del siglo X del que hasta entonces no existía noticia. En los valiosísimos volúmenes inéditos rescatados por Román de la Higuera, los datos aportados por estos autores de diversos siglos pintaban un cuadro evidente para cualquiera capaz de leer entre líneas: el de una España nacional en tiempos incluso de Roma, de integridad cristiana inquebrantable incluso pocos años después de morir Jesucristo y llamada por esto a jugar el papel principal en el concierto de las naciones. Avalado por ellos, Román de la Higuera incluso escribió un libro, la Historia eclesiástica de la imperial ciudad de Toledo, en el que interpretaba y pasaba a limpio las ideas contenidas en los textos históricos que había descubierto y le enmendaba la plana a grandes historiadores consagrados.
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Sus fuentes solo tenían una pega: se las había inventado. De al menos una de ellas —Eutrando— no hay constancia siquiera de que existiese y de las otras dos no legó sus textos, sino falsificaciones de los mismos hábilmente reelaboradas a partir de terceros autores y aderezadas con sus propias invenciones. Del Chronicon de Dextro se cree —y solo se cree, porque vete tú a saber— que sí pudo disponer de una copia, aunque se conoce que no le gustó lo que decía y por eso la copió mejorada con sus propias ocurrencias, que por cierto no eran inocentes. Gregorio Mayans, erudito y uno de los que más lucharon en el siglo XVIII contra las leyendas vertidas dos siglos antes por Román de la Higuera, escribió sobre estos volúmenes que «el Padre Higueras quitò de ellos muchas cosas, añadiò otras muchas, variò no pocas torciendo el sentido, i las ordenò a establecer el Primado de la Iglesia de Toledo desde el principio de la Iglesia Universal, ocultando este fin con la mezcla de muchas cosas pertenecientes a toda España, i engrandeciendo, i alargando los Chronicones con la introduccion de falsos Ciudadanos». Ahí es nada.


No fue Mayans, sin embargo, quien desenmascaró definitivamente al impostor, sino Nicolás Antonio. Este bibliógrafo y estudioso le dedicó al jesuita un magnífico volumen titulado Censura de historias fabulosas escrito al efecto de «encender una Luz a los ojos de las Naciones Politicas de Europa», recurriendo a sus propias palabras, «que claramente les dè a ver los engaños que ha podido introducir en ella la nueva invencion de los Chronicos de Flavio Dextro, i Marco Maximo, i los de Luitprando, i Julian Perez, con los demàs que se les atribuye, fingidos en el todo, o en la mayor parte, con sacrilega temeridad». No llegó a publicarse durante la vida de Antonio pero Gregorio Mayans lo rescató y publicó póstumamente en Valencia en 1742. Por cosas como esta recordamos al segundo como un novator, uno de los pioneros de la Ilustración en España.
Gregorio Mayans –izda.– en un dibujo de Joaquim Giner de 1755 y Nicolás Antonio –dcha.–, retratado por Domingo Martínez en el siglo siglo XVIII.

En su Censura de historias fabulosas, Antonio hace un gran trabajo poniendo el fraude en evidencia, en particular si tenemos en cuenta que no dispuso de una copia auténtica del Chronicon de Dextro y de los demás textos, sino solo de «los demas egemplares que el mismo Higuera esparció, i autorizò, como conformes a su original, del qual diferenciavan notabilissimamente». Tirando solo de su propia erudición —no es que pudiera hacer otra cosa a finales del siglo XVI—, Antonio llegó incluso a pormenorizar qué fragmentos concretos del texto podrían ser reales y cuáles le había querido colar el infeliz jesuita a la posteridad. Veamos un ejemplo.
El lugar de Flavio Dextro se lee hoy, que es el que se sigue: pero con una addicion de tan mal consejo, que a cualquiera leido en Historias le parecerà, que tiene cogida la mano, del que secretamente la puso en los originales (si huvo algunos) de aquel Autor. Gratianus Imperator Cathecumenus VIII. Kalendas Septembris occiditur. Hasta aqui pudo decir Dextro. Lo que le sigue ya tiene los colores, que èl no le puso, ni pudo poner. Flavius Maximus, Vir Catholicus tyrannice a militibus Imperator Galliae, Angliae et Hispaniae salutatur. Inglaterra en èste tiempo se llamava Britannia: I no solo en ese tiempo, sino aun en el que vivia Dextro.
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La mayoría de pruebas contra Román de la Higuera, sin embargo, no están en sus falsificaciones del Chronicon y de otros textos, que de hecho resistieron el análisis durante siglos y contaron incluso con defensores —como el historiador Juan Tamayo de Salazar, falsificador él mismo de otras piezas históricas—. El verdadero error del jesuita fueron sus libros de historia, en los que invocaba constantemente estos textos fraudulentos para dar cuerda a sus hipótesis por estrafalarias que sonasen, convencido de que nadie pondría en duda la autoridad de sus presuntos autores. Tanto que, por ejemplo, se permitió pintarlos tan antisemitas como él mismo, algo que chirría por una cuestión muy simple: si el repruebo de los cristianos hacia los judíos «y la abominación que hacian los alubio*s, del trato, i la conversacion con los Gentiles» era algo común en la España del XVI, no lo era en la Hispania del siglo V. Pero ni mucho menos.
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A Román de la Higuera, sin embargo, no le gustaba el componente semita de esta hipótesis y la cambió ligeramente, pero lo suficiente como para borrar la esencia judía de la capital. Ahora Toledo la había fundado el mismísimo Hércules —a su paso por la península Ibérica durante sus legendarias doce pruebas, se entiende— y fue poblada después por personas procedentes del cautiverio de Babilonia pero no judías, sino gentiles, y no durante el cautiverio, sino después, cuando Persia liberó Babilonia. Aunque admite que grandes autores de historia avalan la tesis de Nabucodonosor, el padre Román de la Higuera asegura que «se puede probar con muy buenos fundamentos que jamas con èl vinieron alubio*s, ni por aventureros ni por Soldados», y que sí lo hicieron más tarde, cuando la ciudad ya existía, dirigidos por un enigmático capitán persa. Que la invadieron, vamos.
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Un puñetero aprendiz al lado de Antonio Fraudez
 
El peor y que mayores consecuencias ha tenido es Alfonso III de Asturias y su sobrino Sebastián
 
Es que lo de Anglia es muy burdo.

A saber qué otras falsificaciones históricas menos exageradas y más taimadas, estilo Testimonium Flavianum, han pasado desapercibidas y ahora creemos en ellas a pies juntillas.
 
Y a este donde lo dejamos?

El archivero catalán que manipuló los documentos de la Edad Media

Las primeras piedras del nacionalismo se edificaron sobre una invención. La de Próspero de Bofarull i Mascaró, barcelonés y director del Archivo de la Corona de Aragón, que decidió, hacia 1847, reescribir el Llibre del Repartiment del Regne de València de la Edad Media con el objetivo de engrandecer y magnificar el papel que tuvieron los catalanes en la conquista del reino de Valencia de 1238. Próspero suprimió en su edición fácsímil del histórico volumen apellidos aragoneses, navarros y castellanos para darle más importancia numérica a los catalanes.

La manipulación, obra para más inri del hombre encargado de garantizar la integridad del archivo, era sólo el comienzo de una cadena de falsificaciones que pronto alimentaría la semilla del nacionalismo y construiría un relato distorsionado de la Historia de Cataluña, ficción que han llegado hasta nuestros días. A las adulteraciones de Próspero de Bofarull se uniría la conveniente desaparición del testamento de Jaime I -legajo 758, según la antigua numeración- que establecía los límites de los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y del Condado de Barcelona. Y qué decir del Llibre dels Feyts [Hechos] d'Armes de Catalunya, falsamente considerado una joya de la literatura catalana medieval. Su autor, Joan Gaspar Roig i Jalpí (1624-1691), ejecutó un engaño extraordinario al asegurar que la obra, en realidad escrita por él en el siglo XVII, era una copia de un incunable de 1420 firmado por Bernard Boadas. El apócrifo ha sido usado como fuente para narrar la historia de la patria catalana durante siglos, hasta que en 1948 el medievalista y lingüista Miquel Coll y Alentorn descubrió el timo.

La manipulación del independentismo

Estas y otras manipulaciones ponen en evidencia cómo el independentismo catalán ha torcido la Historia a su antojo y que desde Cataluña pasen de largo sobre los retoques que el admirado archivero Próspero de Bofarull -un enorme retrato suyo decora la sede del Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona- hizo del Llibre del Repartiment. Fue el filólogo e historiador Antonio Ubieto quien denunció en los años 80 que Próspero de Bofarull había modificado el Llibre en el que se registraban las donaciones de casas o terrenos hechas por Jaime I a los que participaron en la conquista de Valencia descartando asientos que se referían a repobladores aragoneses, navarros y castellanos.


El descubrimiento, que ha pasado prácticamente desapercibido pese a su trascendencia, le supuso a Antonio Ubieto el enfrentamiento con compañeros catalanistas y ser objeto de amenazas.

No en vano venía a derribar parte del mito catalán y a cuestionar la labor de quien es recordado como el erudito que reorganizó y puso en valor el archivo tras años de abandono. Próspero de Bofarull inició una saga familiar de renombrado prestigio en Cataluña. Su hijo Manuel Bofarull i de Sartorio (1816-1892), notable historiador, heredaría su cargo de archivero entre 1850 y 1892. Otro ilustre Bofarull es su sobrino Antonio Bofarull i Broca (1821-1892), historiador, poeta, dramaturgo y autor de Confederación catalano-aragonesa (1872), obra que también apuntalaría la senda nacionalista al conferirle al Condado de Barcelona el mismo estatuto que al reino de Aragón. Así, a la manipulación documental de Próspero, explica José Luis Corral Lafuente, profesor y miembro del departamento de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza, se añadió la "tergiversacion de conceptos". Porque este calificativo de "confederación" que lanzaba Antonio Bofarull derivaría pronto en otros de mayor calado. Como el de "Corona Catalano-Aragonesa", término que se justificó por la unión, en 1150, del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, con Petronila, la heredera del rey de Aragón Ramiro II el Monje.

Se trataba de una unión matrimonial y dinástica, pero nunca política, como asevera José Luis Corral Lafuente, autor de Historia contada de Aragón (2010): "El Condado de Barcelona era un estado soberano en el siglo X, con usos y leyes propias, pero nunca un reino". Pese a ello, la ilusión del reino catalán aún sigue vigente en la web de la Generalitat, que sobre el matrimonio de Berenguer IV y Petronila dice: "La unión, aplaudida por los nobles aragoneses, permitió que cada uno de los dos reinos conservara su personalidad política, sus leyes y costumbres...". Del archivero del siglo XIX al nacionalismo del XXI: la extensión de una mentira histórica.

"Otro mito es el de la Senyera, en realidad era el emblema medieval de la casa de la Corona de Aragón"

Los registros manipulados por Próspero de Bofarull (1777-1859) del Llibre del Repartiment, no sólo tenían por objeto maquillar que los catalanes fueron minoría en la conquista y repoblación del reino de Valencia por detrás de aragoneses y navarros. Pretendían además cimentar la preeminencia de la lengua catalana sobre el valenciano, dando fuelle a que ésta habría surgido como influencia del catalán, tal y como explica a Crónica la filóloga María Teresa Puerto, alumna de Ubieto y autora de Cronología histórica de la Lengua valenciana (2007).

Perpetuar una historia falsa
*Próspero de Bofarull reprodujo los documentos -con las omisiones- en su obra Colección de Documentos Inéditos de la Corona de Aragón, más conocida como CODOIN, editada entre 1847 y 1856, manual que se usó como referencia por muchos historiadores.

La importancia de estas manipulaciones del siglo XIX hay que enmarcarlas en el contexto del momento. Surgieron al calor de la Renaixença, movimiento de la recuperación de la lengua catalana, del que la familia Bofarull, sobre todo Antonio Bofarull i Broca, fue protagonista indiscutible. Los Renaxentistas, buscando una grandeza y una identidad nacional, impulsaron leyendas y mitos de la Edad Media como germen del catalanismo. Un ejercicio de "historia presentista", como lo cataloga José Luis Corral Lafuente, consistente en proyectar los deseos del presente en el pasado. Entre las piezas de antaño que se recuperaron está el antes citado Llibre dels Feyts d'armes de Catalunya, una obra que narra la historia de Cataluña desde los tiempos más primitivos hasta el reinado de Alfonso V el Magnánimo (1396-1458) y que se había datado en 1420. Así se creyó hasta que en 1949 los medievalista Miquel Coll i Alentorn y Martí de Riquer desvelaron en Examen Lingüístico del Llibre dels Feyts d'armes de Catalunya que el verdadero autor era Joan Gaspar Roig i Jalpí (1624-1691) y que estaba escrito en el siglo XVII. El falsificador había tratado de emular el lenguaje del siglo XV pero no lo había logrado del todo.

El testamento desaparecido

Es una verdadera pena que la desaparición del primer testamento de Jaime I, de 1241. Su importancia reside en que era el único -hubo tres más en 1243, 1248 y 1262- en el que se establecían los límites de cada reino resultante de las conquistas del rey aragonés: los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y el condado de Barcelona. Se tiene constancia de parte de su contenido porque el historiador Jerónimo Zurita cita su contenido en Anales de la Corona de Aragón (1562 -1580). No está claro cuándo pudo perderse, o sustraerse, pero sí que en él no constaba ninguna intención por parte de Jaime I de otorgar a Cataluña otra consideración que no fuera la de condado feudal. Tras el ultimo testamento (1262), el condado de Barcelona siguió unido al reino de Aragón en la figura de Pedro II, hijo de Jaime I, y rey de Aragón y conde de Barcelona.

En paralelo a las manipulaciones se fueron construyendo otros mitos nacionales, como el de la propia senyera, bandera ahora de la comunidad autónoma de Cataluña. La cuatribarrada, propia del reino de Aragón, en tiempos de Jaime I no era ni siquiera una bandera, pues este es un concepto moderno, sino el emblema medieval de la casa de la Corona de Aragón, otorgado por el Papa a sus vasallos: cuatro barras doradas sobre fondo rojo.

"Los 'Renaixentistas' del XIX buscando una grandeza y una identidad nacional impulsaron leyendas y mitos de la Edad Media"

El origen de su vinculación con el Condado Cataluña se atribuyó a la leyenda de Wifredo el velloso (840-897), fundador de la Casa Condal de Barcelona. Este caballero catalán habría sido herido tras socorrer a un emperador Franco en la batalla. Entonces el emperador mojó sus manos en la sangre de Wifredo y trazó sobre su escudo dorado las cuatro franjas. El medievalista catalán Martí de Riquer refutó la leyenda atribuyéndola a la "manía de buscar orígenes místicos en la heráldica" y, en concreto, a una crónica de 1555 del valenciano Pere Antón Beuter, que a su vez se habría inspirado en otro relato del castellano Hernán Mexia.

Mas relevante es el sitio de Barcelona en 1714 por parte de las tropas de Felipe V durante la Guerra de Sucesión (1701-1715). El historiador Ricardo García guandoca cuestiona que el pueblo catalán se alzara en armas contra los castellanos. Lo define como una lucha entre los partidarios del borbón Felipe V y los del archiduque Carlos, de los Austria.

Rafael Casanova (1660-1743), un jurista que se erigió como defensor heroico durante ese sitio, fue exaltado también en la Renaixença del siglo XIX, cuando en 1863 se le dedicó una calle y después una estatua en Barcelona, en 1888, durante la Exposición Universal. Casanova, que aparece como figura central en el cuadro de Antoni Estruch i Bros, 11 de septiembre, enarbolando no la senyera sino la bandera de Santa Eulalia que identifica la ciudad Condal, defendió la causa del archiduque Carlos, y sobrevivió a la batalla para seguir ejerciendo como hombre de leyes hasta su fin, en 1743.

 
Y a este donde lo dejamos?

El archivero catalán que manipuló los documentos de la Edad Media

Iba a poner el mismo caso. Sin ánimo de faltar al OP, el tema del jesuita ese me parece anecdótico y ese tipo de afirmaciones mitológicas tienen mucho que ver con las que se hacían en la crónica de le época, no es nada "extraordianario".

Los mayores mentirosos de España en los últimos siglos han sido siempre catalanes buscando inventarse la historia de un pais que jamás existió. No solo con el tema del Llibre dels Repartiments (este caso me recuerda a un capítulo de los Simpson) sino por ejemplo montándose la película "dels Furs", Felipe V, la Nueva Planta y la Guerra de Sucesión. La realidad es que los catalanes juraron lealtad de Felipe V que les había garantizado sus fueros, para después traicionarle.

El denunciante, El Mundo, un diario de derechas y opuesto a los independentismos no parece de entrada una fuente muy confiable e imparcial
Indio, el fraude no lo descubrió El Mundo (diario que tampoco es de derechas), lo descubrió Antonio Ubieto, uno de los mayores medievalistas españoles del siglo XX y no lo denunció como una reivindicación españolista, sino por ser él aragonés y darse cuenta de como los catalanes tergiversaron la historia de Valencia en detrimento de Aragón. En todo caso será una reivindicación aragonesista ajena a intereses españolistas.

Venga, ahora rebuzna que no...

¿Esperas que le de crédito a la wiki, yo viviendo en España y leo ese diario, te de la razón a ti que vives en Méjico?

Espera sentado.
 
Última edición:
Leer los artículos que se ponen es una sana costumbre.
Evita entre otras el quedar en evidencia, como en este caso.
Es que basta leeros "El archivero catalán..." para saber para donde van los tiros, y no estoy por tal labor...
En estos casos hay que empezar por mirar la fuente.
 
Es que basta leeros "El archivero catalán..." para saber para donde van los tiros, y no estoy por tal labor...
En estos casos hay que empezar por mirar la fuente.
Vamos, que no has leído ni un renglón y pretendes que alguien se tome en serio la opinión que tengas.
Hala, date una vuelta, anda.
No tanto, mas bien un principio general de Diplomática
Dudo que sepas ni lo que es eso.
 
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