M. Priede
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Corría el año 1780 y el telón de fondo era la guerra de independencia de las colonias americanas, en apoyo de las cuales España y Francia habían declarado la guerra a Gran Bretaña. En agosto de ese año zarpó de Inglaterra un convoy de cincuenta y cinco buques que tras*portaban un enorme cargamento de armas, pertrechos y caudales con destino a los ejércitos británicos que combatían en América y en la India. El propósito de este doble convoy era dividirse a la altura de las Azores para dirigirse cada uno a su destino. El convoy partió de Portsmouth a principios de agosto. Hasta la altura de Galicia fue escoltado por la escuadra del Canal, pero más allá, y siguiendo las órdenes del Almirantazgo, que no se atrevía a desguarnecer las costas británicas, la protección del convoy quedó encomendada a una flotilla compuesta por sólo un navío y dos fragatas. Navegando lejos de la costa y de las rutas comerciales tradicionales, el convoy esperaba eludir el peligro. Pero los eficientes servicios de espionaje españoles pudieron averiguar la salida y posible ruta del convoy. Y con esta información, el conde de Floridablanca dio orden al almirante Luis de Córdova de partir con su escuadra para interceptarlo y capturarlo15.
Grabado de la época donde la Reina Isabel I nombra caballero al corsario Francis Drake
La escuadra española, reforzada por un escuadrón naval francés16, logró avistar el convoy en la madrugada del 9 de agosto a sesenta millas del Cabo de San Vicente. Los navíos de escolta de la invencible Royal Navy se dieron heroicamente a la fuga, lo que permitió a la escuadra española organizar la cacería de los mercantes. Algunos de ellos estaban fuertemente artillados, pero tampoco ofrecieron resistencia. En el curso del día, Córdova capturó cincuenta y dos buques, es decir, la práctica totalidad del convoy.
El botín fue inmenso: aparte de los propios buques (bastantes de los cuales pasaron a integrarse en la Armada española) se capturaron ochenta mil mosquetes, doscientos noventa y cuatro cañones, tres mil barriles de pólvora, ropas y pertrechos para equipar doce regimientos, efectos navales y un millón de libras en oro, amén de casi tres mil prisioneros. En conjunto, el valor de lo capturado alcanzó los 1,6 millones de libras de la época, la mayor presa naval en toda la historia de cualquiera de los dos países, bastante mayor que las logradas por las tan jaleadas expediciones de Francis Drake al Caribe de 1585 y de George Anson al Pacífico de 1744. No creo ser mal pensado si supongo que, de haber sido las cosas al revés, convoy español y captor inglés, ahora tendríamos varias decenas de libros cantando el suceso.
Cabe suponer que esta captura tendría consecuencias en la evolución de la guerra de independencia americana, al privar a las fuerzas británicas de pagas, armas y pertrechos. Cayó, desde luego, como una bomba en Londres, donde provocó una grave crisis financiera17. Asombra que un hecho de tal importancia esté prácticamente ausente de nuestros libros de historia, con la consecuencia de que sea totalmente desconocido en nuestro país, incluso entre personas que son buenas conocedoras de nuestra historia. Le dedican sendos capítulos Álvaro van den Brule y Agustín Ramón Rodríguez González en sus libros citados más arriba, este último con el atinado título de «un día aciago para la marina británica», y también se ocupa algo de él David Casado en La marina ilustrada (Madrid, Antígona/Ministerio de Defensa, 2009). Por su parte, Cesáreo Fernández Duro lo despacha en apenas una página18. Y poco más. No es mucho para tan notable suceso.
Revista de Libros: «Ajustando cuentas con la pérfida Albión» de Fernando Eguidazu
¿Ganó Inglaterra la batalla de Trafalgar?
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El botín fue inmenso: aparte de los propios buques (bastantes de los cuales pasaron a integrarse en la Armada española) se capturaron ochenta mil mosquetes, doscientos noventa y cuatro cañones, tres mil barriles de pólvora, ropas y pertrechos para equipar doce regimientos, efectos navales y un millón de libras en oro, amén de casi tres mil prisioneros. En conjunto, el valor de lo capturado alcanzó los 1,6 millones de libras de la época, la mayor presa naval en toda la historia de cualquiera de los dos países, bastante mayor que las logradas por las tan jaleadas expediciones de Francis Drake al Caribe de 1585 y de George Anson al Pacífico de 1744. No creo ser mal pensado si supongo que, de haber sido las cosas al revés, convoy español y captor inglés, ahora tendríamos varias decenas de libros cantando el suceso.
Cabe suponer que esta captura tendría consecuencias en la evolución de la guerra de independencia americana, al privar a las fuerzas británicas de pagas, armas y pertrechos. Cayó, desde luego, como una bomba en Londres, donde provocó una grave crisis financiera17. Asombra que un hecho de tal importancia esté prácticamente ausente de nuestros libros de historia, con la consecuencia de que sea totalmente desconocido en nuestro país, incluso entre personas que son buenas conocedoras de nuestra historia. Le dedican sendos capítulos Álvaro van den Brule y Agustín Ramón Rodríguez González en sus libros citados más arriba, este último con el atinado título de «un día aciago para la marina británica», y también se ocupa algo de él David Casado en La marina ilustrada (Madrid, Antígona/Ministerio de Defensa, 2009). Por su parte, Cesáreo Fernández Duro lo despacha en apenas una página18. Y poco más. No es mucho para tan notable suceso.
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