Arturo Bloqueduro
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José Carlos Remotti, el peruano que enseñó a ganar debates a Albert Rivera | Crónica | EL MUNDO
EL ARTE DE LA RETÓRICA. De la liga universitaria a tener la llave del próximo gobierno
José Carlos Remotti, el peruano que enseñó a ganar debates a Albert Rivera
El peruano que enseñó a ganar debates a Albert Rivera
Encontramos al hombre que preparó al líder de Ciudadanos para debatir 'con retórica'. Le hizo campeón universitario argumentando 'sí' a la prespitación
En la final lució una corbata naranja, hoy tonalidad de su partido
Domingo noche. San Cugat del Vallés. Un tímido profesor universitario interrumpe la preparación de sus clases de Derecho y enciende el televisor de 20 pulgadas de su diminuto salón. Hoy no juega su Barça, pero sí uno de sus alumnos más brillantes: Albert Rivera. Su rival es Pablo Iglesias; el campo de batalla, un bar castizo de la Ciudad Condal, y el árbitro, un periodista con barba de un mes y dos millones de seguidores en Twitter. Algo ha cambiado en España. El careo arranca y el líder de Ciudadanos no tarda en doblegar al hombre de la coleta. Sin corbata. Sin apuntes. Sin apelar a la niña de Rajoy. Su victoria es aplastante y decenas de contertulios ensalzan la oratoria de Rivera. "Solvencia, frescura, seguridad...", son algunos de los adjetivos que le regalan. Ninguno de ellos menta al maestro peruano que pulió a ese diamante en bruto. Desconocen a ese profesor que abandonó el Perú de los coches bomba de Sendero Luminoso y convirtió a Rivera en un hacha de la dialéctica: en un veinteañero capaz de torear a estudiantes de doctorado en la final de la Liga Nacional de Debate Universitario. Capaz de aplastar nueve años más tarde a un animal de tertulias como Pablo Iglesias ante más de cinco millones de telespectadores. Capaz de darle la puntilla a un político en horas bajas. Donde más le duele. En su medio fetiche.
A José Carlos Remotti (52 años) le sorprende la llamada de Crónica en su despacho de la Universidad Autónoma de Barcelona. No la esperaba. Nunca ha hablado con un medio sobre su criatura más célebre. Tampoco le apetece. "No quiero aparecer en ningún sitio. No me siento artífice de nada. Lo único que puedo decir es que me sentí orgulloso viendo a Albert. Y si en alguna pequeña parte yo pude haberle ayudado me doy por satisfecho". Su virtud en estos tiempos de egos y postureo es la modestia. A él siempre le gustó estar en la sombra. Preparar a grandes oradores en la trastienda. Desde la elegancia. Sin los métodos abusivos del profesor que machacaba al joven virtuoso de la batería en el filme Whiplash.
- ¿Qué le pareció el debate?
- Ambos lo hicieron bien. Cada uno con su estilo. La única diferencia que vi es que Albert, además de demostrar que es un buen político, demostró que ya tiene talla de estadista. Que domina las cuentas, que sabe explicar lo que implicaría cada medida y de dónde sacaría los recursos para ponerla en marcha. Ya está preparado para gobernar.
- ¿Cómo era el Rivera alumno?
- Era muy competitivo, pero sabía jugar en equipo. Se notaba que venía de competir en deportes de equipo como el waterpolo. Esa capacidad de esfuerzo, de sacrificio no era normal. Era muy solidario. Ayudaba cuando uno fallaba y era muy buen estratega y orador.
- Algún defecto tendría como orador en sus inicios, ¿no?
- Yo soy como los entrenadores de fútbol. Lo que pasa en el vestuario se queda en el vestuario. Es como si le preguntas al Cholo Simeone por los fallos de sus jugadores.
El maestro huye de colgarse una medallita por la extraordinaria capacidad dialéctica que desplegó Rivera el pasado domingo. Rechaza cualquier mérito, pero fue el propio político el que le situó en el principio de todo. Como al maestro que le introdujo en el arte de la oratoria. Así lo reconoció Rivera en una entrevista para el blog de la vermutería barcelonesa Casa Alfonso. Porque Albert no sólo atiende a grandes cabeceras. Tiene los pies en el suelo y los focos del prime time aún no le han cegado.
"Durante la carrera universitaria, los profesores de Derecho Constitucional alimentaron en mí el gusanillo por la política. Y el hecho de que me guste estar informado y opinar sobre lo que ocurre a nuestro alrededor actuó como detonante para cultivar el arte de la argumentación. Ya en la Facultad participé en la Liga de Debate Universitario, y posteriormente la influencia de profesores como José Carlos Remotti o Teresa Freixes, o las visitas al Parlament de Catalunya, estimularon aún más aquella afición por la oratoria". Rivera dixit.
El político revelación le recuerda hoy con afecto. "El profesor y amigo José Carlos Remotti consiguió que me interesara por el Derecho Constitucional y luego nos ayudó a mí y a mi equipo a preparar la liga de debate nacional que ganamos en 2001", explica Rivera a Crónica. Le está agradecido. Él fue el maestro que le hizo explotar sus virtudes. Que le hizo controlar sus nervios y gestionar un talento innato. Entender que no sólo había que dominar el arte de hablar en público, sino la retórica. El arte de convencer con argumentos sólidos.
El profesor dedicó siete meses de su vida a preparar a Rivera y a otros cuatro jóvenes para convertirlos en los mejores gladiadores con la palabra como arma. Y lo hizo por su amor a la docencia. Sin recibir un duro a cambio. Incluso donó a una ONG la parte del premio que le correspondía (2.000 euros). Remotti rechaza cualquier halago. Es más, tuvieron que obligarle a ponerse en la foto del We are the champions.
Cevichería en Lima
Al educador peruano nunca le gustó figurar. Ni cuando su padre regentaba una conocida cevichería en Lima. Él siempre quiso labrarse su futuro. Desde que era estudiante de los jesuitas. Ya en la universidad, se esforzó para obtener una beca del Instituto de Cooperación Iberoamericana para hacer el doctorado en la Autónoma de Barcelona. Dejaba un Perú inmerso en una terrible crisis económica y atemorizado por los atentados de Sendero Luminoso. Con 27 años llegó a una Barcelona en obras. Quedaban dos años para los Juegos Olímpicos que revitalizarían la Ciudad Condal. No tardó en hacerse un hueco como profesor en la Ramón Llull.
Su especialidad era el Derecho Constitucional y en la promoción del año 97 conoció a un joven Rivera. "Desde el primer momento vi que era muy trabajador, muy disciplinado, que tenía alma de líder. Era crítico, reflexivo, analítico", dice.
Remotti puso a Rivera y al resto de compañeros de promoción a debatir desde la primera clase. "Para ser grandes juristas tenían que dominar el arte de la argumentación. En Perú nos forman más en la metodología americana, en el sentido de discutir el caso, de debatir. Yo cuando llegué a España me di cuenta de que la visión de los profesores era más pasiva. Ellos hablaban y los alumnos tomaban notas", cuenta.
A sus pupilos los ponía a debatir sobre el Senado, las listas abiertas en los procesos electorales o los modelos de Estado. Las discusiones eran acaloradas y siempre había dos alumnos que se enzarzaban. Dos jóvenes con alma de líder. Con hambre de éxito. Dos estudiantes que se odiaban en público. Que se admiraban en silencio.Gerard Guiu, simpatizante del PSC, y Albert Rivera, más atraído por el PP (años después incluso se afiliaría a las Nuevas Generaciones populares).
Los choques eran constantes. "Yo era como el jefe de la mayoría absoluta y Albert el líder de la oposición", comenta Guiu, ahora director de proyectos del FC. Barcelona. Guiu era el delegado de clase con la mayoría de los votos y Rivera, el jefe de la oposición. Estaba en minoría, pero su voz se oía como cuando defendía los planteamientos de Ciudadanos en el Parlament con sólo tres diputados. Si el delegado decía que había que hacer el viaje de fin de curso en septiembre, Rivera le saltaba con lo contrario. Eran como el perro y el gato y no porque una chica se pusiese en medio. Era una cuestión de liderazgo. Aquella enemistad duró hasta cuarto curso. La Universidad Ramón Llull decidió presentarse a la segunda edición de la Liga Nacional de Debate Universitario y formó tres equipos. Sus responsables decidieron colocar en el mismo quinteto a Guiu y a Rivera. Contra la voluntad de ambos.
Tocaba elegir un instructor, un capitán del equipo, y la Universidad escogió a Remotti, el mejor profesor para educar a sus alumnos en la cultura del debate. Él no era un buen orador, pero su capacidad de enseñar la técnica estaba fuera de toda duda. Era el dream team de la Ramón Llull. Sólo había un problema. Cómo gestionar los egos de Guiu y Rivera. Dos líderes que querían llevar la voz cantante. Dos Messi en un mismo Barça. "Les insistí en que tenían que ser un equipo. Que no se podía ganar yendo cada uno por un lado", rememora Remotti. Guiu y Rivera lo entendieron y se conjuraron. "Nos dimos un abrazo y prometimos que teníamos que ser una piña para ganar ese concurso", revela Guiu.
Corría el mes de septiembre. Tenían siete por delante para preparar el torneo. Se encerraron de lunes a viernes en un aula de la facultad de Derecho. De dos de la tarde a nueve de la noche. Se hicieron clientes vip de Telepizza para sobrevivir al exhaustivo ritmo de trabajo que impuso Remotti.
- ¿Cuál fue su primer consejo?
- Que no tenían que hacer oratoria sino retórica, que es el arte de convencer hablando. Como yo soy profesor de Derecho, mi función es formar juristas que puedan convencer a un jurado, a un juez.
Rivera y el resto de jóvenes eran un manojo de nervios en las primeras ponencias. Y Remotti les explicó que la mejor manera de conseguir la templanza era el dominio absoluto del tema. "Uno tiene que controlar el asunto del que está hablando. No tenían que ser superficiales. Una vez dominado el tema les enseñé a estructurar el esquema del discurso y a vestirlo con las palabras adecuadas al auditorio al que se dirigían. No había que hablarle igual a un juez que a un jurado popular. A un inversor que a millones de votantes. Una vez entendido eso, era cuestión de practicar y practicar en público", explica Remotti.
El profesor les proponía un tema de debate y les obligaba a preparárselo a conciencia. Tanto la postura a favor como en contra. En el campeonato los equipos tenían que llevar aprendidos tanto los planteamientos a favor como en contra, pues cinco minutos antes de la competición un sorteo decidía en qué bando estarían.
Rivera, nervioso
"Nos enseñó a no ser demagogos. Cada tema que teníamos que debatir en competición nos lo teníamos que preparar como si fuese una tesis doctoral", recuerda Guiu. Remotti también se preocupó por la puesta en escena. Les ponía de ejemplo las intervenciones de Bill Clinton, Martin Luther King y Kennedy en su debate contra Nixon. "A Albert y al resto del equipo les pedí que fuesen naturales, que no teatralizaran en exceso", dice Remotti.
Los nervios eran el principal problema de Rivera y de sus compañeros. "Les expliqué que el problema no era tenerlos. La cosa es aprender a cómo controlar los nervios. Y la tranquilidad se adquiere dominando el tema, confiando en la estructura del discurso, dándole contenido con tus propias palabras, y practicar y practicar", cuenta Remotti. Éste grababa los ensayos para corregir errores y decidió incorporar a una amiga como jurado. Se trataba de la catedrática de Derecho Constitucional de la Autónoma de Barcelona, María Teresa Freixes.
"A Albert le decía que hablase más despacio porque la gente que no entendía el tema se perdía si hablaba tan rápido. Era brillante, aunque nunca pensé que llegaría a ser un líder político", cuenta Freixes. Llegaba marzo. Tocaba competir. Se presentaban 62 equipos de 32 universidades. Nadie apostaba por el equipo de Rivera. Eran los más jóvenes. Pero se colaron en la gran final de Salamanca. En la Ramón Llull aquello se vivió como si fuesen el equipo de baloncesto de una universidad americana. "Pusieron una pantalla gigante. Era la primera vez que nos colábamos en una final", rememora Guiu. Los Rivera y compañía tuvieron que agenciarse un traje para el último debate. Como no tenían muchos recursos, se fueron a Zara y se compraron uno beige "horroroso" (así lo define Guiu) de 80 euros y una corbata naranja ciutadans.
Viajaron en avión a Madrid y Rivera se bajó pálido. Unas turbulencias le hicieron temer lo peor. "Nunca le vi tan cagado", dice Guiu. Y de allí a Salamanca, donde les tocó jugarse el título contra la Universidad de Córdoba, el 10 de mayo de 2001. "Estaban muy preocupados porque sus contricantes tenían 25 años y ellos 21. Les dije que tranquilos, que eran mejores, y les pedí que se preparasen hasta el último minuto. Yo no soy de los que le recomienda irse al cine el día antes", dice Remotti.
Aquel equipo campeón que ganó con él 12.000 euros y seis ordenadores
El equipo que, capitaneado por José Carlos Remotti (4), ganó el campeonato de debate universitario en 2001 con Rivera (6). En la foto, en el restaurante madrileño José Luis.
Año 2001. La Universidad Ramón Llull decide formar tres equipos para participar en la segunda edición de la Liga Nacional de Debate Universitario. Y para desconcierto de los protagonistas, incluye en el mismo equipo como oradores principales a Albert Rivera y a Gerard Guiu, enemigos desde primero de carrera. El profesor José Carlos Remotti fue designado como preparador del equipo por su extraordinaria habilidad para enseñar oratoria. Él sabía que podían ganar a pesar de que no eran los favoritos. Y lo hicieron. Se proclamaron campeones en Salamanca defendiendo la prespitación (el tema les tocó en sorteo). Y ganaron 12.000 euros y seis ordenadores. Para celebrarlo, el profesor quiso llevarlos al restaurante madrileño José Luis. Allí donde los padres de la Constitución se pusieron de acuerdo para impulsar la Carta Magna definitiva. Lo llamaron el pacto del mantel. Pero, aunque el José Luis estaba cerrado, hubo celebración. ¿Qué fue de aquel 'dream team' de la Ramón Lull?
Jennyfer Bel. Esta joven es abogada laboralista en el bufete Cuatrecasas y profesora en la Facultad de Derecho de Esade. En el equipo, ella era una de las investigadoras que ayudaban a los dos oradores principales.
Isaac Caballero. Este hombre también desempeñaba el papel de investigador. Actualmente es economista en la empresa Aguas de Barcelona.
Gerard Guiu. Fue jefe de gabinete del ex presidente del FC. Barcelona Sandro Rosell. Actualmente es director de proyectos del club y profesor de oratoria de Esade Law School.
José Carlos Remotti. Era el preparador y capitán del equipo de Albert Rivera. Actualmente, es profesor de Derecho Constitucional en el Departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es también autor del libro 'Constitución y medidas contra el terrorismo'.
Laura González. Su papel era el de investigadora. Es pedagoga.
Albert Rivera. Es el político de moda. El líder más valorado por la ciudadanía española. El hombre que puede tener la llave del próximo gobierno. Es presidente de Ciudadanos y candidato a La Moncloa por el mismo partido. Sus padres poseían una tienda de electrodomésticos en La Barceloneta. Fue campeón de natación de Cataluña con 16 años y se licenció en Derecho en la Ramón Llull. Hasta 2006 trabajó como letrado en la asesoría jurídica de La Caixa y solicitó una excedencia para presentarse al Parlament de Cataluña con Ciudadanos. En su primera campaña no dudó en desnudarse para llamar la atención. Ahora encara las urnas en su mejor momento.
El tema a debatir era si la prespitación era equiparable al resto de profesiones. El sorteo previo decantó que el equipo de Rivera defendiera la postura a favor. Un planteamiento en el que él creía firmemente hasta el punto de que años más tarde convertiría la legalización de la prespitación en una de sus propuestas electorales. Guiu y Rivera (ahora buenos amigos) eran los oradores principales. Destrozaron a sus rivales con réplicas ante la mirada de un teatro abarrotado. En el jurado, el periodista José María García se quedó boquiabierto y un tiempo después le ofrecería a Rivera un programa de televisón en Antena 3. Su equipo había ganado por goleada. El profesor Remotti quiso celebrar el triunfo en el restaurante José Luis de Madrid. Allí donde los padres de la Constitución firmaron el pacto del mantel para impulsar la Carta Magna. Aunque estaba cerrado, lograron que el encargado les dejara pasara para hacerse la foto.
El profe quiso tener un detalle con ellos. Invitarles a una paella en un restaurante de Sitges. Se sentía orgulloso. Tan orgulloso como el pasado domingo cuando contempló la victoria de Rivera sobre Iglesias. Siempre supo que ese chico sería un gran abogado, pero no un estadista. Ahora le ve lanzado y no se atreve a darle ni un consejo al que "puede ser presidente del Gobierno". Bueno, sí. "Que siga siendo buena persona", afirma un maestro que tardó dos días en pensarse si posaba para Crónica. No quiere palmaditas en la espalda. Nunca iría a una tertulia televisiva. Su favorita está en las aulas. Con sus alumnos.
EL ARTE DE LA RETÓRICA. De la liga universitaria a tener la llave del próximo gobierno
José Carlos Remotti, el peruano que enseñó a ganar debates a Albert Rivera
El peruano que enseñó a ganar debates a Albert Rivera
Encontramos al hombre que preparó al líder de Ciudadanos para debatir 'con retórica'. Le hizo campeón universitario argumentando 'sí' a la prespitación
En la final lució una corbata naranja, hoy tonalidad de su partido
Domingo noche. San Cugat del Vallés. Un tímido profesor universitario interrumpe la preparación de sus clases de Derecho y enciende el televisor de 20 pulgadas de su diminuto salón. Hoy no juega su Barça, pero sí uno de sus alumnos más brillantes: Albert Rivera. Su rival es Pablo Iglesias; el campo de batalla, un bar castizo de la Ciudad Condal, y el árbitro, un periodista con barba de un mes y dos millones de seguidores en Twitter. Algo ha cambiado en España. El careo arranca y el líder de Ciudadanos no tarda en doblegar al hombre de la coleta. Sin corbata. Sin apuntes. Sin apelar a la niña de Rajoy. Su victoria es aplastante y decenas de contertulios ensalzan la oratoria de Rivera. "Solvencia, frescura, seguridad...", son algunos de los adjetivos que le regalan. Ninguno de ellos menta al maestro peruano que pulió a ese diamante en bruto. Desconocen a ese profesor que abandonó el Perú de los coches bomba de Sendero Luminoso y convirtió a Rivera en un hacha de la dialéctica: en un veinteañero capaz de torear a estudiantes de doctorado en la final de la Liga Nacional de Debate Universitario. Capaz de aplastar nueve años más tarde a un animal de tertulias como Pablo Iglesias ante más de cinco millones de telespectadores. Capaz de darle la puntilla a un político en horas bajas. Donde más le duele. En su medio fetiche.
A José Carlos Remotti (52 años) le sorprende la llamada de Crónica en su despacho de la Universidad Autónoma de Barcelona. No la esperaba. Nunca ha hablado con un medio sobre su criatura más célebre. Tampoco le apetece. "No quiero aparecer en ningún sitio. No me siento artífice de nada. Lo único que puedo decir es que me sentí orgulloso viendo a Albert. Y si en alguna pequeña parte yo pude haberle ayudado me doy por satisfecho". Su virtud en estos tiempos de egos y postureo es la modestia. A él siempre le gustó estar en la sombra. Preparar a grandes oradores en la trastienda. Desde la elegancia. Sin los métodos abusivos del profesor que machacaba al joven virtuoso de la batería en el filme Whiplash.
- ¿Qué le pareció el debate?
- Ambos lo hicieron bien. Cada uno con su estilo. La única diferencia que vi es que Albert, además de demostrar que es un buen político, demostró que ya tiene talla de estadista. Que domina las cuentas, que sabe explicar lo que implicaría cada medida y de dónde sacaría los recursos para ponerla en marcha. Ya está preparado para gobernar.
- ¿Cómo era el Rivera alumno?
- Era muy competitivo, pero sabía jugar en equipo. Se notaba que venía de competir en deportes de equipo como el waterpolo. Esa capacidad de esfuerzo, de sacrificio no era normal. Era muy solidario. Ayudaba cuando uno fallaba y era muy buen estratega y orador.
- Algún defecto tendría como orador en sus inicios, ¿no?
- Yo soy como los entrenadores de fútbol. Lo que pasa en el vestuario se queda en el vestuario. Es como si le preguntas al Cholo Simeone por los fallos de sus jugadores.
El maestro huye de colgarse una medallita por la extraordinaria capacidad dialéctica que desplegó Rivera el pasado domingo. Rechaza cualquier mérito, pero fue el propio político el que le situó en el principio de todo. Como al maestro que le introdujo en el arte de la oratoria. Así lo reconoció Rivera en una entrevista para el blog de la vermutería barcelonesa Casa Alfonso. Porque Albert no sólo atiende a grandes cabeceras. Tiene los pies en el suelo y los focos del prime time aún no le han cegado.
"Durante la carrera universitaria, los profesores de Derecho Constitucional alimentaron en mí el gusanillo por la política. Y el hecho de que me guste estar informado y opinar sobre lo que ocurre a nuestro alrededor actuó como detonante para cultivar el arte de la argumentación. Ya en la Facultad participé en la Liga de Debate Universitario, y posteriormente la influencia de profesores como José Carlos Remotti o Teresa Freixes, o las visitas al Parlament de Catalunya, estimularon aún más aquella afición por la oratoria". Rivera dixit.
El político revelación le recuerda hoy con afecto. "El profesor y amigo José Carlos Remotti consiguió que me interesara por el Derecho Constitucional y luego nos ayudó a mí y a mi equipo a preparar la liga de debate nacional que ganamos en 2001", explica Rivera a Crónica. Le está agradecido. Él fue el maestro que le hizo explotar sus virtudes. Que le hizo controlar sus nervios y gestionar un talento innato. Entender que no sólo había que dominar el arte de hablar en público, sino la retórica. El arte de convencer con argumentos sólidos.
El profesor dedicó siete meses de su vida a preparar a Rivera y a otros cuatro jóvenes para convertirlos en los mejores gladiadores con la palabra como arma. Y lo hizo por su amor a la docencia. Sin recibir un duro a cambio. Incluso donó a una ONG la parte del premio que le correspondía (2.000 euros). Remotti rechaza cualquier halago. Es más, tuvieron que obligarle a ponerse en la foto del We are the champions.
Cevichería en Lima
Al educador peruano nunca le gustó figurar. Ni cuando su padre regentaba una conocida cevichería en Lima. Él siempre quiso labrarse su futuro. Desde que era estudiante de los jesuitas. Ya en la universidad, se esforzó para obtener una beca del Instituto de Cooperación Iberoamericana para hacer el doctorado en la Autónoma de Barcelona. Dejaba un Perú inmerso en una terrible crisis económica y atemorizado por los atentados de Sendero Luminoso. Con 27 años llegó a una Barcelona en obras. Quedaban dos años para los Juegos Olímpicos que revitalizarían la Ciudad Condal. No tardó en hacerse un hueco como profesor en la Ramón Llull.
Su especialidad era el Derecho Constitucional y en la promoción del año 97 conoció a un joven Rivera. "Desde el primer momento vi que era muy trabajador, muy disciplinado, que tenía alma de líder. Era crítico, reflexivo, analítico", dice.
Remotti puso a Rivera y al resto de compañeros de promoción a debatir desde la primera clase. "Para ser grandes juristas tenían que dominar el arte de la argumentación. En Perú nos forman más en la metodología americana, en el sentido de discutir el caso, de debatir. Yo cuando llegué a España me di cuenta de que la visión de los profesores era más pasiva. Ellos hablaban y los alumnos tomaban notas", cuenta.
A sus pupilos los ponía a debatir sobre el Senado, las listas abiertas en los procesos electorales o los modelos de Estado. Las discusiones eran acaloradas y siempre había dos alumnos que se enzarzaban. Dos jóvenes con alma de líder. Con hambre de éxito. Dos estudiantes que se odiaban en público. Que se admiraban en silencio.Gerard Guiu, simpatizante del PSC, y Albert Rivera, más atraído por el PP (años después incluso se afiliaría a las Nuevas Generaciones populares).
Los choques eran constantes. "Yo era como el jefe de la mayoría absoluta y Albert el líder de la oposición", comenta Guiu, ahora director de proyectos del FC. Barcelona. Guiu era el delegado de clase con la mayoría de los votos y Rivera, el jefe de la oposición. Estaba en minoría, pero su voz se oía como cuando defendía los planteamientos de Ciudadanos en el Parlament con sólo tres diputados. Si el delegado decía que había que hacer el viaje de fin de curso en septiembre, Rivera le saltaba con lo contrario. Eran como el perro y el gato y no porque una chica se pusiese en medio. Era una cuestión de liderazgo. Aquella enemistad duró hasta cuarto curso. La Universidad Ramón Llull decidió presentarse a la segunda edición de la Liga Nacional de Debate Universitario y formó tres equipos. Sus responsables decidieron colocar en el mismo quinteto a Guiu y a Rivera. Contra la voluntad de ambos.
Tocaba elegir un instructor, un capitán del equipo, y la Universidad escogió a Remotti, el mejor profesor para educar a sus alumnos en la cultura del debate. Él no era un buen orador, pero su capacidad de enseñar la técnica estaba fuera de toda duda. Era el dream team de la Ramón Llull. Sólo había un problema. Cómo gestionar los egos de Guiu y Rivera. Dos líderes que querían llevar la voz cantante. Dos Messi en un mismo Barça. "Les insistí en que tenían que ser un equipo. Que no se podía ganar yendo cada uno por un lado", rememora Remotti. Guiu y Rivera lo entendieron y se conjuraron. "Nos dimos un abrazo y prometimos que teníamos que ser una piña para ganar ese concurso", revela Guiu.
Corría el mes de septiembre. Tenían siete por delante para preparar el torneo. Se encerraron de lunes a viernes en un aula de la facultad de Derecho. De dos de la tarde a nueve de la noche. Se hicieron clientes vip de Telepizza para sobrevivir al exhaustivo ritmo de trabajo que impuso Remotti.
- ¿Cuál fue su primer consejo?
- Que no tenían que hacer oratoria sino retórica, que es el arte de convencer hablando. Como yo soy profesor de Derecho, mi función es formar juristas que puedan convencer a un jurado, a un juez.
Rivera y el resto de jóvenes eran un manojo de nervios en las primeras ponencias. Y Remotti les explicó que la mejor manera de conseguir la templanza era el dominio absoluto del tema. "Uno tiene que controlar el asunto del que está hablando. No tenían que ser superficiales. Una vez dominado el tema les enseñé a estructurar el esquema del discurso y a vestirlo con las palabras adecuadas al auditorio al que se dirigían. No había que hablarle igual a un juez que a un jurado popular. A un inversor que a millones de votantes. Una vez entendido eso, era cuestión de practicar y practicar en público", explica Remotti.
El profesor les proponía un tema de debate y les obligaba a preparárselo a conciencia. Tanto la postura a favor como en contra. En el campeonato los equipos tenían que llevar aprendidos tanto los planteamientos a favor como en contra, pues cinco minutos antes de la competición un sorteo decidía en qué bando estarían.
Rivera, nervioso
"Nos enseñó a no ser demagogos. Cada tema que teníamos que debatir en competición nos lo teníamos que preparar como si fuese una tesis doctoral", recuerda Guiu. Remotti también se preocupó por la puesta en escena. Les ponía de ejemplo las intervenciones de Bill Clinton, Martin Luther King y Kennedy en su debate contra Nixon. "A Albert y al resto del equipo les pedí que fuesen naturales, que no teatralizaran en exceso", dice Remotti.
Los nervios eran el principal problema de Rivera y de sus compañeros. "Les expliqué que el problema no era tenerlos. La cosa es aprender a cómo controlar los nervios. Y la tranquilidad se adquiere dominando el tema, confiando en la estructura del discurso, dándole contenido con tus propias palabras, y practicar y practicar", cuenta Remotti. Éste grababa los ensayos para corregir errores y decidió incorporar a una amiga como jurado. Se trataba de la catedrática de Derecho Constitucional de la Autónoma de Barcelona, María Teresa Freixes.
"A Albert le decía que hablase más despacio porque la gente que no entendía el tema se perdía si hablaba tan rápido. Era brillante, aunque nunca pensé que llegaría a ser un líder político", cuenta Freixes. Llegaba marzo. Tocaba competir. Se presentaban 62 equipos de 32 universidades. Nadie apostaba por el equipo de Rivera. Eran los más jóvenes. Pero se colaron en la gran final de Salamanca. En la Ramón Llull aquello se vivió como si fuesen el equipo de baloncesto de una universidad americana. "Pusieron una pantalla gigante. Era la primera vez que nos colábamos en una final", rememora Guiu. Los Rivera y compañía tuvieron que agenciarse un traje para el último debate. Como no tenían muchos recursos, se fueron a Zara y se compraron uno beige "horroroso" (así lo define Guiu) de 80 euros y una corbata naranja ciutadans.
Viajaron en avión a Madrid y Rivera se bajó pálido. Unas turbulencias le hicieron temer lo peor. "Nunca le vi tan cagado", dice Guiu. Y de allí a Salamanca, donde les tocó jugarse el título contra la Universidad de Córdoba, el 10 de mayo de 2001. "Estaban muy preocupados porque sus contricantes tenían 25 años y ellos 21. Les dije que tranquilos, que eran mejores, y les pedí que se preparasen hasta el último minuto. Yo no soy de los que le recomienda irse al cine el día antes", dice Remotti.
Aquel equipo campeón que ganó con él 12.000 euros y seis ordenadores
El equipo que, capitaneado por José Carlos Remotti (4), ganó el campeonato de debate universitario en 2001 con Rivera (6). En la foto, en el restaurante madrileño José Luis.
Año 2001. La Universidad Ramón Llull decide formar tres equipos para participar en la segunda edición de la Liga Nacional de Debate Universitario. Y para desconcierto de los protagonistas, incluye en el mismo equipo como oradores principales a Albert Rivera y a Gerard Guiu, enemigos desde primero de carrera. El profesor José Carlos Remotti fue designado como preparador del equipo por su extraordinaria habilidad para enseñar oratoria. Él sabía que podían ganar a pesar de que no eran los favoritos. Y lo hicieron. Se proclamaron campeones en Salamanca defendiendo la prespitación (el tema les tocó en sorteo). Y ganaron 12.000 euros y seis ordenadores. Para celebrarlo, el profesor quiso llevarlos al restaurante madrileño José Luis. Allí donde los padres de la Constitución se pusieron de acuerdo para impulsar la Carta Magna definitiva. Lo llamaron el pacto del mantel. Pero, aunque el José Luis estaba cerrado, hubo celebración. ¿Qué fue de aquel 'dream team' de la Ramón Lull?
Jennyfer Bel. Esta joven es abogada laboralista en el bufete Cuatrecasas y profesora en la Facultad de Derecho de Esade. En el equipo, ella era una de las investigadoras que ayudaban a los dos oradores principales.
Isaac Caballero. Este hombre también desempeñaba el papel de investigador. Actualmente es economista en la empresa Aguas de Barcelona.
Gerard Guiu. Fue jefe de gabinete del ex presidente del FC. Barcelona Sandro Rosell. Actualmente es director de proyectos del club y profesor de oratoria de Esade Law School.
José Carlos Remotti. Era el preparador y capitán del equipo de Albert Rivera. Actualmente, es profesor de Derecho Constitucional en el Departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es también autor del libro 'Constitución y medidas contra el terrorismo'.
Laura González. Su papel era el de investigadora. Es pedagoga.
Albert Rivera. Es el político de moda. El líder más valorado por la ciudadanía española. El hombre que puede tener la llave del próximo gobierno. Es presidente de Ciudadanos y candidato a La Moncloa por el mismo partido. Sus padres poseían una tienda de electrodomésticos en La Barceloneta. Fue campeón de natación de Cataluña con 16 años y se licenció en Derecho en la Ramón Llull. Hasta 2006 trabajó como letrado en la asesoría jurídica de La Caixa y solicitó una excedencia para presentarse al Parlament de Cataluña con Ciudadanos. En su primera campaña no dudó en desnudarse para llamar la atención. Ahora encara las urnas en su mejor momento.
El tema a debatir era si la prespitación era equiparable al resto de profesiones. El sorteo previo decantó que el equipo de Rivera defendiera la postura a favor. Un planteamiento en el que él creía firmemente hasta el punto de que años más tarde convertiría la legalización de la prespitación en una de sus propuestas electorales. Guiu y Rivera (ahora buenos amigos) eran los oradores principales. Destrozaron a sus rivales con réplicas ante la mirada de un teatro abarrotado. En el jurado, el periodista José María García se quedó boquiabierto y un tiempo después le ofrecería a Rivera un programa de televisón en Antena 3. Su equipo había ganado por goleada. El profesor Remotti quiso celebrar el triunfo en el restaurante José Luis de Madrid. Allí donde los padres de la Constitución firmaron el pacto del mantel para impulsar la Carta Magna. Aunque estaba cerrado, lograron que el encargado les dejara pasara para hacerse la foto.
El profe quiso tener un detalle con ellos. Invitarles a una paella en un restaurante de Sitges. Se sentía orgulloso. Tan orgulloso como el pasado domingo cuando contempló la victoria de Rivera sobre Iglesias. Siempre supo que ese chico sería un gran abogado, pero no un estadista. Ahora le ve lanzado y no se atreve a darle ni un consejo al que "puede ser presidente del Gobierno". Bueno, sí. "Que siga siendo buena persona", afirma un maestro que tardó dos días en pensarse si posaba para Crónica. No quiere palmaditas en la espalda. Nunca iría a una tertulia televisiva. Su favorita está en las aulas. Con sus alumnos.