fausal
Madmaxista
«Mira centrada, mira centrada, quieto... Fuego ¡Ya! Aprieto el botón de disparo y se desata el infierno». Con estas palabras comenzó el relato de su primer combate aéreo Geoffrey Wellum, un piloto de la RAF al que, con apenas 19 años, le obligaron a abandonar la escuela de vuelo para engrosar las filas de la Real Fuerza Aérea británica debido a la escasez de aviadores. Por entonces su país se jugaba la vida en la Batalla de Inglaterra y faltaban aparatos y hombres que los manejaran. Por el contrario, la Alemania de Adolf Hitler contaba con más cazas, más bombarderos y más militares expertos para hacerlos volar. Sin embargo, y aunque todo parecía perdido, los ingleses consiguieron resistir ante la Luftwaffey evitar la derrota de su país.
Y eso, durante una de las mayores batallas aérea de toda la historia. Una contienda que se extendió desde el 10 de julio de 1940 (cuando los germanos dieron comienzo a sus vuelos de bombardeo sobre la costa inglesa) hasta el 10 de mayo de 1941. Durante ese tiempo, aproximadamente 3.000 aviones germanos se enfrentaron a poco más de 1.500 británicos... y fueron derrotados perdiendo unos 1.700 aparatos. Aunque, en el proceso, se sucedieron desastres para Gran Bretaña como el primer bombardeo alemán de Londres, donde fallecieron en unas pocas horas la friolera de 300 personas y otro millar resultaron heridas. Por suerte, gracias a los aviadores de la RAF Alemania no logró eliminar las defensas inglesas y desembarcar una fuerza invasora en el país, su objetivo inicial dentro del marco de la «Operación León Marino».
Al ritmo de Churchill
«Llegaremos hasta el final. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y en los océanos, lucharemos […] en el aire, defenderemos nuestra isla al precio que sea, lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, no nos rendiremos jamás». Estas fueron las palabras que Winston Churchill, el Premier británico, dirigió al pueblo inglés el 4 de junio de 1940, cuando la bestia de la esvástica se dejaba ver ya en las puertas de las verdes campiñas inglesas tras haber dado un mordisco letal con sus colmillos en el cuello a la «France». Y es que, para entonces, los germanos ya habían dado buena cuenta de los galos en mayo y se disponían a arrasar las tierras de Gran Bretaña.
Con todo, y aunque en aquellas sentidas frases de Churchill incluían a toda la «British army», la realidad es que aquellos que las escucharon dedujeron al instante que iban dirigidas principalmente a los pilotos de Royal Air Force (la RAF o Real Fuerza Aérea). Unos hombres sobre los que recaía el peso de resistir, a base de hélice y ametralladora, a los miles de aviones de la Luftwaffe que iban a tratar de bombardear las islas hasta reducirlas a cenizas. Y es que, el incombustible Churchill sabía que Hitler no iba a arriesgarse de primeras a un ataque por mar y, por el contrario, pondría todos los aviones de los que dispusiera para combatir en los cielos.
Aquel día, además de confianza, el Premier también hizo descansar sobre los aviadores una gran responsabilidad en la última parte de su discurso. «Pero si fallamos, entonces el mundo entero, incluyendo EEUU, incluyendo todo lo que hemos conocido y nos ha importado... se hundirá en el abismo de una nueva era oscura, aún más siniestra y tal vez más prolongada. Vamos a hacernos cargo de nuestras obligaciones y seamos conscientes de que, si el Imperio Británico y su Mancomunidad de Naciones perduran por miles de años, los hombres seguirán diciendo: esa fue su mejor hora». Aquel discurso se correspondía con los primeros compases de la Batalla de Inglaterra.
La Batalla de Inglaterra: primeros momentos
La contienda comenzó poco después de que Churchill arengase a sus tropas, allá por el 10 de julio de 1940. Aquella jornada, tal y como afirma Chriss Mann en su libro «Grandes batalla de la Segunda Guerra Mundial», desde los aeródromos alemanes ubicados en la costa del norte de Francia (ya en poder de Hitler) se enpezaron a preparar los aproximadamente 750 cazas y 1.300 bombarderoos (la mayoría Heinkel He-111 y Dornier Do-17) destinados a hacer retumbar el suelo bajo dominio inglés.
Por su parte, la RAF logró reunir en primera instancia unos 700 aviones, muchos de ellos viejos aparatos que no valían para mucho más que para enseñar a volar a pilotos novatos. Pintaban bastos para los aliados y felices para sus contrarios. «El primer objetivo la Luftwaffe era destruir las instalaciones portuarias de la costa sur para facilitar la oleada turística, así como los convoyes que controlaban el paso por el Canal. El objetivo era crear una zona segura a través de la cual pudiera trasladarse el contingente germano», explica el historiador y periodista Jesús Hernández en su obra «Breve historia de la Segunda Guerra Mundial: Normandía, Pearl Harbor, El Alamein, Stalingrado...».
Sin embargo, pronto se hizo patente que lo de los alemanes no iba a ser, ni mucho menos, un paseo militar. Así quedó claro el primer mes de combates, pues los nazis perdieron la friolera de 300 aparatos por tan solo un centenar de británicos. Y es que, con lo que no había contado Hitler es con las ventajas tácticas que ofrecía a los ingleses combatir como locales.
«Los aviones ingleses entraban en cobate cerca de casa, beneficiándose de la tradicional ventaja de las “líneas interiores” sobre un enemigo que tenía que viajar hasta el campo de batalla. Así los cazas podían cambiar de un objetivo a otro mientras tuviera combustible y municiones, y mientras sus pilotos pudieran soportarlo», señala el historiador militar Christer Jorgensen en «La batalla de Inglaterra». A su vez, los pilotos nazis perdían una gran cantidad de tiempo al llegar y regresar al campo de batalla a través del Canal de la Mancha, lo que implicaba que volaban mucho más tiempo, pero combatían menos, algo que -a la larga- fue letal estratégica y jovenlandesalmente.
Niños hechos hombres
A pesar de que la RAF tenía el beneficio de jugar como local en ese macabro partido de fútbol, Reino Unido no contaba con muchas más ventajas a la hora de enfrentarse a la Luftwaffe en los cielos ingleses. En primer lugar, y como ya hemos explicado anteriormente, por la escasez de aparatos. Y, en segundo término, por la gran experiencia de los aviadores que se iban a lanzar sobre ellos en cazas y bombarderos. Algunos tan conocidos como Herbert Ihlefeld, a quien se le atribuyen aproximadamente 130 aviones derribados.
«La mayoría de los pilotos de cazas monoplazas […] alemanes en 1940-1941 estaban entre los aviadores mejor adiestrados de la II Guerra Mundial. Esto era especialmente cierto de los Jagdflieger, muchos de los cuales habían volado con la Luftwaffe desde su formación a principio de la década de 1930. Un número significativo de pilotos de Bf 109E también habían habían combatido en España durante la Guerra Civil, que había durado de 1936 a 1939. Las tácticas de caza que se habían probado y perfeccionado en acción contra los aviones republicanos, influyeron en el modo en el que la Luftawaffe se entrenaba y luchaba», explica el experto en historia de la aviación Tony Holmes en su obra «Duelos aéreos. Caza contra caza».
Por su parte, el Reino Unido contaba con una fuerza aérea algo más anticuada que la germana, menos pilotos y peor entrenados. Algo que terminó pasándoles factura al final de la Batalla de Inglaterra (aproximadamente a finales de 1940) cuando los aviadores empezaron a sentirse agotados de los contínuos combates en las nubes y los pilotos comenzaron a escasear. En esos tristes momentos no quedó más remedio que arrancar a los nuevos (y sumamente jóvenes) pilotos de las academias de vuelo para reforzar las unidades. Todo ello, en detrimento de la experiencia y a pesar de que algunos estaban tan verdes como los campos que defendían.
Con todo, la mayoría de estos jóvenes sufrían un subidón de adrenalina cuando se les ordenaba montarse en un aeroplano para cazar esvásticas. Para algunos, como bien señala el autor inglés Michael Korda en su obra histórica «Con alas de águila: una historia de la Batalla de Inglaterra», era incluso una experiencia excitante, intensa y que les generaba una adrenalina que pocas cosas en este mundo podían igualar. «Con frecuencia [esta experiencia] terminaba antes de que les diese tiempo a sentir miedo y se repetía día tras día, hasta que la inexorable ley de probabilidades les daba alcance. […] Era una experiencia abrumadora», completa el experto.
Sin completar su adiestramiento
Uno de estos «niños» subidos en Spitfires (los cazas ingleses por antonomasia durante la Batalla de Inglaterra) fue Geoffrey Wellum. Este joven inglés fue llamado a filas con apenas 19 años -y cuando todavía no había terminado de formarse en la escuela de vuelo- para pasar a engrosar las filas de los pilotos que se enfrentaban a los germanos. De hecho, se subió a un caza después de apenas unas horas de entrenamiento real sobre él y sin haber visto nunca los aviones contra los que iba a enfrentarse. Estaba, en definitiva, «virgen» en lo que se refiere a abatir enemigos. En su diario, este aviador llegó incluso a preguntarse si tendría el naso suficiente como para cumplir su cometido una vez que se encontrara cara a cara con los nazis: «¿Tendré el valor necesario?», explica.
En su obra, «First Light», Wellu
m explica cómo fue su primer combate aéreo a lomos de un Spitfire. Según sus palabras, lo primero que hizo el día que perdió su «virginidad aérea» fue quitarse la corbata y aflojarse el cuello de la camisa para evitar sentir molestias al girar la cabeza para observar a los enemigos que le siguieran. Una vez en el aire, y ya cerca de los enemigos, comprobó que su oxígeno al llegar a los 10.000 pies y se preparó para la lucha cuando su comandante le gritó el clásico «¡Tally-ho!» por radio (un grito tradicionalmente usado por los «british» en la caza del astuta que los aviadores adoptaron como señal para atacar a los nazis).
Posteriormente comienza su descripción de la lucha. «Los veo. ¡Hay cientos de esos lactantes!» explica. La situación no podía ser más tensa para nuestro protagonista quien, a pesar de todo, se mantuvo sereno y repitió como un mantra los pasos que le habían enseñado en la escuela de pilotos. Uno: encender el reflector. Dos: poner el botón de la palanca de mandos en «fuego». Tres: ajustar el ángulo de las palas de la hélice a más revoluciones. Cuatro: bajar el asiento lo máximo posible. Cinco: apretarse el arnés. Al menos, así lo explica Korda en su obra: «Se mantiene aferrado al Spitfire de su líder, la punta de su ala a menos de 30 pies de él, y le sigue hasta una “mezcolanza de aviones”», completa.
El primer combate
Después comenzó la batalla, una contienda que nuestro héroe define así:
Batalla de Inglaterra - IIGM: El «infernal» combate a fin entre un piloto inglés novato y varios cazas alemanes en la IIGM
Y eso, durante una de las mayores batallas aérea de toda la historia. Una contienda que se extendió desde el 10 de julio de 1940 (cuando los germanos dieron comienzo a sus vuelos de bombardeo sobre la costa inglesa) hasta el 10 de mayo de 1941. Durante ese tiempo, aproximadamente 3.000 aviones germanos se enfrentaron a poco más de 1.500 británicos... y fueron derrotados perdiendo unos 1.700 aparatos. Aunque, en el proceso, se sucedieron desastres para Gran Bretaña como el primer bombardeo alemán de Londres, donde fallecieron en unas pocas horas la friolera de 300 personas y otro millar resultaron heridas. Por suerte, gracias a los aviadores de la RAF Alemania no logró eliminar las defensas inglesas y desembarcar una fuerza invasora en el país, su objetivo inicial dentro del marco de la «Operación León Marino».
Al ritmo de Churchill
«Llegaremos hasta el final. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y en los océanos, lucharemos […] en el aire, defenderemos nuestra isla al precio que sea, lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, no nos rendiremos jamás». Estas fueron las palabras que Winston Churchill, el Premier británico, dirigió al pueblo inglés el 4 de junio de 1940, cuando la bestia de la esvástica se dejaba ver ya en las puertas de las verdes campiñas inglesas tras haber dado un mordisco letal con sus colmillos en el cuello a la «France». Y es que, para entonces, los germanos ya habían dado buena cuenta de los galos en mayo y se disponían a arrasar las tierras de Gran Bretaña.
Con todo, y aunque en aquellas sentidas frases de Churchill incluían a toda la «British army», la realidad es que aquellos que las escucharon dedujeron al instante que iban dirigidas principalmente a los pilotos de Royal Air Force (la RAF o Real Fuerza Aérea). Unos hombres sobre los que recaía el peso de resistir, a base de hélice y ametralladora, a los miles de aviones de la Luftwaffe que iban a tratar de bombardear las islas hasta reducirlas a cenizas. Y es que, el incombustible Churchill sabía que Hitler no iba a arriesgarse de primeras a un ataque por mar y, por el contrario, pondría todos los aviones de los que dispusiera para combatir en los cielos.
Aquel día, además de confianza, el Premier también hizo descansar sobre los aviadores una gran responsabilidad en la última parte de su discurso. «Pero si fallamos, entonces el mundo entero, incluyendo EEUU, incluyendo todo lo que hemos conocido y nos ha importado... se hundirá en el abismo de una nueva era oscura, aún más siniestra y tal vez más prolongada. Vamos a hacernos cargo de nuestras obligaciones y seamos conscientes de que, si el Imperio Británico y su Mancomunidad de Naciones perduran por miles de años, los hombres seguirán diciendo: esa fue su mejor hora». Aquel discurso se correspondía con los primeros compases de la Batalla de Inglaterra.
La Batalla de Inglaterra: primeros momentos
La contienda comenzó poco después de que Churchill arengase a sus tropas, allá por el 10 de julio de 1940. Aquella jornada, tal y como afirma Chriss Mann en su libro «Grandes batalla de la Segunda Guerra Mundial», desde los aeródromos alemanes ubicados en la costa del norte de Francia (ya en poder de Hitler) se enpezaron a preparar los aproximadamente 750 cazas y 1.300 bombarderoos (la mayoría Heinkel He-111 y Dornier Do-17) destinados a hacer retumbar el suelo bajo dominio inglés.
Por su parte, la RAF logró reunir en primera instancia unos 700 aviones, muchos de ellos viejos aparatos que no valían para mucho más que para enseñar a volar a pilotos novatos. Pintaban bastos para los aliados y felices para sus contrarios. «El primer objetivo la Luftwaffe era destruir las instalaciones portuarias de la costa sur para facilitar la oleada turística, así como los convoyes que controlaban el paso por el Canal. El objetivo era crear una zona segura a través de la cual pudiera trasladarse el contingente germano», explica el historiador y periodista Jesús Hernández en su obra «Breve historia de la Segunda Guerra Mundial: Normandía, Pearl Harbor, El Alamein, Stalingrado...».
Sin embargo, pronto se hizo patente que lo de los alemanes no iba a ser, ni mucho menos, un paseo militar. Así quedó claro el primer mes de combates, pues los nazis perdieron la friolera de 300 aparatos por tan solo un centenar de británicos. Y es que, con lo que no había contado Hitler es con las ventajas tácticas que ofrecía a los ingleses combatir como locales.
«Los aviones ingleses entraban en cobate cerca de casa, beneficiándose de la tradicional ventaja de las “líneas interiores” sobre un enemigo que tenía que viajar hasta el campo de batalla. Así los cazas podían cambiar de un objetivo a otro mientras tuviera combustible y municiones, y mientras sus pilotos pudieran soportarlo», señala el historiador militar Christer Jorgensen en «La batalla de Inglaterra». A su vez, los pilotos nazis perdían una gran cantidad de tiempo al llegar y regresar al campo de batalla a través del Canal de la Mancha, lo que implicaba que volaban mucho más tiempo, pero combatían menos, algo que -a la larga- fue letal estratégica y jovenlandesalmente.
Niños hechos hombres
A pesar de que la RAF tenía el beneficio de jugar como local en ese macabro partido de fútbol, Reino Unido no contaba con muchas más ventajas a la hora de enfrentarse a la Luftwaffe en los cielos ingleses. En primer lugar, y como ya hemos explicado anteriormente, por la escasez de aparatos. Y, en segundo término, por la gran experiencia de los aviadores que se iban a lanzar sobre ellos en cazas y bombarderos. Algunos tan conocidos como Herbert Ihlefeld, a quien se le atribuyen aproximadamente 130 aviones derribados.
«La mayoría de los pilotos de cazas monoplazas […] alemanes en 1940-1941 estaban entre los aviadores mejor adiestrados de la II Guerra Mundial. Esto era especialmente cierto de los Jagdflieger, muchos de los cuales habían volado con la Luftwaffe desde su formación a principio de la década de 1930. Un número significativo de pilotos de Bf 109E también habían habían combatido en España durante la Guerra Civil, que había durado de 1936 a 1939. Las tácticas de caza que se habían probado y perfeccionado en acción contra los aviones republicanos, influyeron en el modo en el que la Luftawaffe se entrenaba y luchaba», explica el experto en historia de la aviación Tony Holmes en su obra «Duelos aéreos. Caza contra caza».
Por su parte, el Reino Unido contaba con una fuerza aérea algo más anticuada que la germana, menos pilotos y peor entrenados. Algo que terminó pasándoles factura al final de la Batalla de Inglaterra (aproximadamente a finales de 1940) cuando los aviadores empezaron a sentirse agotados de los contínuos combates en las nubes y los pilotos comenzaron a escasear. En esos tristes momentos no quedó más remedio que arrancar a los nuevos (y sumamente jóvenes) pilotos de las academias de vuelo para reforzar las unidades. Todo ello, en detrimento de la experiencia y a pesar de que algunos estaban tan verdes como los campos que defendían.
Con todo, la mayoría de estos jóvenes sufrían un subidón de adrenalina cuando se les ordenaba montarse en un aeroplano para cazar esvásticas. Para algunos, como bien señala el autor inglés Michael Korda en su obra histórica «Con alas de águila: una historia de la Batalla de Inglaterra», era incluso una experiencia excitante, intensa y que les generaba una adrenalina que pocas cosas en este mundo podían igualar. «Con frecuencia [esta experiencia] terminaba antes de que les diese tiempo a sentir miedo y se repetía día tras día, hasta que la inexorable ley de probabilidades les daba alcance. […] Era una experiencia abrumadora», completa el experto.
Sin completar su adiestramiento
Uno de estos «niños» subidos en Spitfires (los cazas ingleses por antonomasia durante la Batalla de Inglaterra) fue Geoffrey Wellum. Este joven inglés fue llamado a filas con apenas 19 años -y cuando todavía no había terminado de formarse en la escuela de vuelo- para pasar a engrosar las filas de los pilotos que se enfrentaban a los germanos. De hecho, se subió a un caza después de apenas unas horas de entrenamiento real sobre él y sin haber visto nunca los aviones contra los que iba a enfrentarse. Estaba, en definitiva, «virgen» en lo que se refiere a abatir enemigos. En su diario, este aviador llegó incluso a preguntarse si tendría el naso suficiente como para cumplir su cometido una vez que se encontrara cara a cara con los nazis: «¿Tendré el valor necesario?», explica.
En su obra, «First Light», Wellu
m explica cómo fue su primer combate aéreo a lomos de un Spitfire. Según sus palabras, lo primero que hizo el día que perdió su «virginidad aérea» fue quitarse la corbata y aflojarse el cuello de la camisa para evitar sentir molestias al girar la cabeza para observar a los enemigos que le siguieran. Una vez en el aire, y ya cerca de los enemigos, comprobó que su oxígeno al llegar a los 10.000 pies y se preparó para la lucha cuando su comandante le gritó el clásico «¡Tally-ho!» por radio (un grito tradicionalmente usado por los «british» en la caza del astuta que los aviadores adoptaron como señal para atacar a los nazis).
Posteriormente comienza su descripción de la lucha. «Los veo. ¡Hay cientos de esos lactantes!» explica. La situación no podía ser más tensa para nuestro protagonista quien, a pesar de todo, se mantuvo sereno y repitió como un mantra los pasos que le habían enseñado en la escuela de pilotos. Uno: encender el reflector. Dos: poner el botón de la palanca de mandos en «fuego». Tres: ajustar el ángulo de las palas de la hélice a más revoluciones. Cuatro: bajar el asiento lo máximo posible. Cinco: apretarse el arnés. Al menos, así lo explica Korda en su obra: «Se mantiene aferrado al Spitfire de su líder, la punta de su ala a menos de 30 pies de él, y le sigue hasta una “mezcolanza de aviones”», completa.
El primer combate
Después comenzó la batalla, una contienda que nuestro héroe define así:
Batalla de Inglaterra - IIGM: El «infernal» combate a fin entre un piloto inglés novato y varios cazas alemanes en la IIGM