Antes los anuncios de café promovían una heterocamaradería sana entre hombres animosos con bigote que ante todo respetaban el trabajo duro y el buen aroma. Atravesar la selva colombiana en burro, echar a rodar troncos ladera abajo y apretar granos muy fuerte con las manos para acabar compartiendo una taza de espléndido arábica entre sacos que podrían contener café o podrían contener otra cosa.
¿Tales hidalgos de antaño se acercarían acaso a alguno de esos ridículos robotitos de colores que parasitan las cocinas de medio occidente? Numquam. Una mirada de soslayo a lo más, divertida y condescendiente, como expresando "pero hay que ver".