Vlad_Empalador
Será en Octubre
Arriba, la moto de agua en la que viajaba Marina Barrientos Olmo. A la izquierda, foto de Marina cedida por la familia. SUR
La extraña fin de Marina en una moto de agua
Un año después del suceso, la familia reclama una nueva investigación de la Guardia Civil, que no ha encontrado explicación a las gravísimas lesiones que sufrió la joven en la zona vaginal
Juan Cano
Málaga
Lunes, 15 de julio 2024, 00:42
Virgen del Carmen de 2023. Atardece en Málaga con el paseo marítimo abarrotado de gente. En El Palo es un día grande y, además, hay feria. Apenas han pasado unos minutos de las ocho y media, y la procesión aún está en la calle. A una playa todavía llena de bañistas arriban dos motos acuáticas con media docena de ocupantes. Sus caras contrastan con las de la algarabía de las fiestas. Entre ellos hay una chica inerte que necesita ayuda. Es Marina Barrientos Olmo.
Los jóvenes la bajan de una moto azul y la arrastran hasta la orilla. Le quitan el chaleco y se lo colocan bajo la cabeza, a modo de almohada. Uno de ellos empieza a hacerle el boca a boca. Un par de bañistas se acercan y se identifican como enfermeras para ayudar. La Policía Local tampoco tarda en llegar, ya que tienen un retén justo en esa zona por la feria de El Palo. Los agentes toman prestadas varias sombrillas y las usan como parapeto para preservar la intimidad de la joven.
Las maniobras de reanimación se prolongan durante más de 45 minutos. Marina tiene pulso, aunque su estado es extremadamente grave. Una UVI móvil la traslada al Hospital Clínico, donde ingresa a las 22.26 horas. Presenta un desgarro completo perineal, fractura de sacro y un hematoma en el muslo izquierdo. Ha perdido mucha sangre. Ni las tras*fusiones masivas ni los esfuerzos de los cirujanos en el quirófano evitan el desenlace. Marina muere a las 00.20 del 17 de julio. Tenía 32 años.
No se ha encontrado leche en la chica ni restos orgánicos de ella en la moto, lo que resta fuerza a la hipótesis inicial de un golpe contra el casco
A esa misma hora, Juan, el piloto de la moto de agua en la que iba Marina, es trasladado a las dependencias del Grupo de Atestados de la Policía Local de Málaga. Los agentes saben que no van a llevar la investigación, pero deciden, con buen criterio, realizarle lo antes posible las pruebas de detección de alcohol y drojas. Juan da positivo en cocaína y arroja una tasa de 0,10 miligramos de alcohol por litro de aire espirado, por debajo del máximo genérico para los conductores en carretera (0,25).
Un año después, Juan sigue siendo el único investigado en la causa, que aún no ha logrado dar una explicación convincente al modo en que murió Marina y cómo se produjo unas heridas tan graves en la zona vaginal. En un primer momento se llegó incluso a activar el protocolo ante casos sospechosos de agresiones sensuales, aunque no se ha hallado un solo indicio que apunte en esa dirección. Para la Guardia Civil, la joven falleció de forma accidental, pero los peritos no son capaces de aclarar cómo se produjo y terminan el atestado dejando abiertas dos hipótesis muy diferentes sobre el mecanismo de las lesiones.
La Guardia Civil se hace cargo a partir de ahí de la investigación, que empieza por tomar declaración a los testigos para tratar de obtener un relato de lo que ocurrió ese día en el mar. Los agentes hacen justo esa prevención al inicio del atestado: la reconstrucción se basa en los testimonios de las personas con las que Marina compartió aquella tarde, y no tanto en pruebas. El sumario carece de elementos objetivos sobre lo sucedido, principalmente por el escenario donde sucedió: en mitad del mar.
La joven había quedado con su amiga Y. y su amigo J. para pasar la tarde en el mar en un barco con la pandilla de este último. También con Juan, con quien -según testigos- tenía una relación «especial», aunque no eran pareja. Inicialmente las iban a recoger en el varadero de Puerto Niza, en Rincón de la Victoria, pero no tenían suficientes chalecos salvavidas, así que quedaron en El Candado, en el extremo Este de la capital.
El barco, de recreo y habitualmente utilizado para la pesca deportiva, zarpó del Real Club Mediterráneo a las cinco de la tarde con cuatro jóvenes a bordo. Minutos después, hizo una parada en La Malagueta para recoger al quinto y puso rumbo a las playas de El Palo. Por el camino compraron una botella de vodka Absolut. A esa misma hora, salieron de la marina seca de Puerto Niza dos motos acuáticas, una de tonalidad azul conducida por Juan y otra de tonalidad verde ocupada por dos hermanos. Todos los chicos se conocían prácticamente desde pequeños y la mayoría se había criado en el mismo barrio. No era el caso de Marina y su amiga, cuyo nexo de unión con el grupo era J. y también la «relación especial» con Juan.
Cuando las dos motos se reunieron en alta mar con el barco, J. le pidió prestada a Juan su moto de agua para desplazarse a El Candado a buscar a las chicas. Las recogió a ambas a las 17.45 horas y regresó con ellas a la lancha. Los dos hermanos que iban en la moto de tonalidad verde se marcharon a La Malagueta a pasar la tarde con sus familias, mientras que el resto del grupo se quedó a bordo escuchando música y jugando en el agua con un flotador con forma de donut. Consumieron otra botella más de vodka con refrescos de limón y Red Bull. Testigos afirman que Marina tomó dos o tres copas -su amiga dice que iba «contentilla, pero no borracha»- a las que Juan dio «algunos buches». Todos niegan que en el barco se consumieran drojas, salvo uno de ellos, quien reconoció que «tal vez algún porrito», pero nunca cocaína.
El único investigado es el piloto de la moto, que mantenía una «relación especial» con la joven y que dio positivo en cocaína
Al caer la tarde, el grupo empezó a recoger para marcharse, ya que las motos tienen prohibido navegar de noche. J. se la pidió a Juan para llevar a sus dos amigas hasta el puerto de El Candado, donde Marina había dejado aparcado su coche. Pero Juan le dijo que no era necesario, que las acercaba él, ya que le pillaba de camino a la marina seca de Rincón de la Victoria, donde debía dejar su moto. La de tonalidad verde también se acercó a esa hora al lugar donde estaba el barco para hacer juntos el viaje de regreso al varadero.
Así, poco después de las ocho, los dos hermanos se subieron a la moto de tonalidad verde, mientras que Juan y las dos chicas se montaron en la de tonalidad azul, que era de tres plazas. Marina se colocó detrás. Al sentarse, según afirmaron los testigos, la joven pidió su copa y una bolsa de mimbre en el que llevaba las toallas, las llaves del coche y los móviles de ambas. J. se las acercó y se despidió de ellas.
En su declaración policial, la amiga de Marina sostuvo que vio a Juan en buen estado; de lo contrario, apostilló, no se habría subido con él, ya que es «muy asustona», y tampoco habría permitido que se subiera Marina. Según aseguró, navegaron en línea recta, sin hacer zig-zag ni maniobras temerarias, a una velocidad que ella consideró «ni muy rápida ni muy lenta», lo suficiente para notar los «botes» de la moto sobre el agua. La única aproximación a la velocidad a la que podían ir sale de su testimonio y también de la versión del piloto de la moto verde, que aseguró a la Guardia Civil que él navegaba a 40-50 kilómetros por hora e iba dejando atrás la moto de Juan, por lo que presume que éste llevaba una velocidad inferior, ya que se quedó rezagado. Además, su moto tiene más de 300 CV y la azul, 286.
La amiga de la víctima, a la que conoció cuatro años antes y con la que había trabado una relación muy estrecha, contó a los agentes que, al iniciar la navegación, Marina iba agarrada a ella por la cintura, pero matizó que durante el recorrido no sabría decir si iba sujeta. Ella es la única que escuchó decir a Marina la siguiente frase: «Ay, la gorra». Tras ello, al girarse, vio a su amiga en el agua y avisó a Juan para que diera la vuelta. Marina llevaba puesta una gorra de color de la marca Calvin Klein que era propiedad de Y. y que había estrenado ese mismo día. Cuando Juan se giró, vio la gorra y a Marina en el agua.
El pasajero de la moto verde se percató de que la azul se había parado y que faltaba una de las mujeres que iban a bordo, así que avisó a su hermano para que diera la vuelta a ver qué había pasado. Estaban a unos 200 metros. Cuando llegaron -coinciden ambos en su declaración- vieron a Marina flotando boca arriba, con la cara pálida, los labios blancos, rodeada de sangre y emitiendo un leve sonido similar a un quejido. Según sus testimonios, Juan se había lanzado al mar y estaba junto a ella, repitiendo una y otra vez expresiones como: «Háblame, ¿dónde te has dado? ¿dónde te duele?».
Uno de los dos hermanos saltó al agua para ayudar a Juan a intentar subirla a una de las motos, pero no lo lograron. Entonces, llamaron por whatsApp a uno de los pasajeros del barco, que tenía el móvil en silencio y conectado a un altavoz por bluetooth. A la tercera, descolgó la llamada, registrada a las 20.30. Al parecer, le dijo que Marina se había dado un «porrazo» -palabra que también emplea otro testigo- y estaba sangrando.
El barco, que ya había puesto rumbo al puerto, viró y regresó al lugar a socorrerlos. Intentaron subirla a la embarcación, pero no lo lograron por la altura de la banda. Tampoco pudieron montarla en el flotador. Finalmente, J. se lanzó al agua y entre varios consiguieron alzarla sobre la moto azul de Juan, que según varios testigos la llevaba sujeta por las axilas para tras*portarla hasta la orilla. Decidieron navegar hacia la zona de la feria porque allí había más gente que pudiera ayudarlos. Calculan que desde que se produjo el «accidente» hasta que llegaron a la playa pudieron tras*currir unos 5 ó 10 minutos.
A la derecha, la última foto con vida de Marina Barrientos. La Guardia Civil hace un recuadro del muslo porque se aprecia un hematoma (que se detectó en la autopsia) y que, a juzgar por la imagen, sería anterior al suceso. Arriba, a la izquierda, la gorra que, supuestamente, se le voló y que hizo que cayera al intentar cogerla. Abajo, imagen tomada por la Guardia Civil desde el lugar donde, según los testigos, ocurrió el suceso.SUR
La autopsia determinó que las lesiones que Marina presentaba habían sido causadas por un «elemento romo» con algún extremo o punta que no tiene por qué ser afilada y que «se introduce con gran fuerza», provocando desgarros en músculos y vasos, y fracturando los huesos sacro y coxis. La Guardia Civil trató en su investigación de buscar una explicación en el accidente que encajara con el examen forense y con las versiones de los testigos. Basándose en sus testimonios, los agentes creen que a Marina se le voló la gorra y, al tratar de cogerla, se soltó del punto de agarre y cayó al mar. Otra cuestión es cómo se hizo semejantes heridas. Los investigadores no consiguen llegar a una conclusión en firme, sino que plantean dos hipótesis. La primera es que Marina cayera al agua muy cerca de la turbina de la moto justo en el momento en que el piloto aceleraba. La segunda, que se golpease con algún elemento de la moto justo cuando ésta hacía un movimiento ascendente -en dirección contraria a la gravedad de la caída- al rebotar sobre el mar.
En los últimos meses, la familia, por medio de su abogado, Miguel Prados Osuna, ha recibido sendos informes sobre la presencia de leche en el cuerpo de Marina y también sobre la existencia de ADN de la joven en la moto acuática de tonalidad azul, restos que tendría que haber dejado sobre el casco en el supuesto de que la fin se hubiese producido al golpearse contra ella. Ambas pruebas han dado un resultado negativo: ni hay leche en el cuerpo de la fallecida ni tampoco hay restos orgánicos de ella en la moto.
Nuevas pesquisas
La representación legal de la familia ha solicitado al Juzgado de Instrucción número 11 de Málaga una nueva investigación de la Guardia Civil teniendo en cuenta los últimos informes. En concreto, el abogado pide que se vuelva a inspeccionar la moto azul en busca de algún objeto o pieza que pudiera haber causado las lesiones que presentaba Marina, y que se analice la segunda moto, la de tonalidad verde, por si pudiera haber sido «la que embistiera a la joven al caerse al agua por no respetar la distancia con la otra moto». También reclama a los agentes que comprueben si estos vehículos han sido reparados en este tiempo.
Además, el letrado solicita a la Guardia Civil un estudio de la fuerza a la que sale el agua de la turbina a una velocidad de entre 30 y 50 kilómetros por hora, y pide a los forenses que indiquen si esa presión puede ser suficiente para provocar las lesiones que sufrió la mujer. La representación legal de la familia no descarta, incluso, solicitar una segunda autopsia, si se considera necesario, para intentar aclarar todos estos extremos.
Asimismo, piden a los forenses que determinen en qué medida podía afectar a la conducción la cantidad de cocaína detectada en la saliva de Juan, así como la tasa de alcohol con la que estaba pilotando la moto a las ocho de la tarde (teniendo en cuenta que el test de detección, en el que dio 0,10, se le hizo dos horas y media después del suceso). Por último, pretende la acusación que los médicos informen sobre la posibilidad de que las heridas de Marina hubiesen sido causadas por una agresión sensual.