A santo de qué el día uno de enero se tienen que empezar a cumplir propósitos. De dónde sale esa idea de que el primer día del año uno tiene que cambiar. ¿Es qué esa fecha significa algo realmente? ¿Podría ser que alguna alineación de astros nos empujase ese día a querer hacer cosas que no queremos hacer?
A todos esos que se ponen a sufrir por convicción propia esa jornada, seguros de que se trata del día de las mutaciones de costumbres y personalidad, que sepan que el día uno de enero no siempre fue el primer día del año. Aquí va la sesuda explicación del asunto:
Lo de empezar el calendario en ese momento es algo relativamente nuevo e inconstante. Primero, porque existen otros calendarios (el chino, el de la religión del amor, el judío…). Aunque nos ciñamos al que conocemos en occidente, hubo mucho lío para decidir en qué fecha colocar ese vértice del tiempo.
De hecho, durante siglos no paró de cambiarse. La historia de nuestro almanaque, el más usado del mundo, no es más que el resultado de una serie de aproximaciones sucesivas del año civil al año astronómico que marca las estaciones.
Pongamos como punto de partida la antigua Roma, por no remontarnos más. Ocurrió que los romanos se estaban formando un lío tremendo con eso de tener diez meses en su año (Martius, Aprilis, Maius, Junius, Quintilis, Sextilis, September, October, November, y December), porque al final, como distaban de sumar 365 días entre todos, cada año nuevo pillaba en una estación distinta. Por aquel entonces el primer día del calendas, que era kunar (lunar), se ubicaba el uno de Marzo (se desconoce si entonces esa fecha también era el día de los que se apuntan al gimnasio).
Este desatino con los ciclos del sol causaba estragos en las estrategias y campañas militares. Como remedio, hacían chapuzas como intercalar meses adicionales cada cierto tiempo. Y los pontífices (guardianes del calendario y de los puentes de Roma) alargaban y acortaban los años fraudulentamente para prolongar las magistraturas de unos y acortar las de otros.
Fue Numa Pompilius quien quiso acabar con ese cachondeo y añadió dos meses nuevos (y fijos) más, Ianarius y Februarius, que en aquella época se consideraban los últimos dos meses del calendario. No fue hasta el año 153 a.C. cuando el día 1 de Ianarus se convirtiera en el principio del año. Se hizo por la necesidad de nombrar cónsules con suficiente antelación para las campañas militares en Hispania, ya que los cónsules se elegían ese día.
Aún con esas no cuadraba nada. Los 355 días que daban en total los 12 meses de Pompilius también eran pocos respecto del año de las estaciones. Al principio se arregló con otro remiendo, que consistió en introducir un decimotercer mes. Aunque no funcionó del todo, ya que está documentado que en el año 46 a.C. el desfase respecto a las estaciones era de unos tres meses y seguía imperando el desorden.
Fue Julio César (102 – 44 a.C.) quien en el 45 a.C. (año 708 de Roma) decidió realizar una reforma definitiva del calendario. Se asesoró bien. Por su interés en ordenar el tiempo incluso se ganó que el nombre del mes Quintilius se cambiase a Julius y el nuevo calendario se llamase Juliano.
Del trabajo se encargó un prestigiosos astrónomo de Alejandría llamado Sosígines. Para acometer la tarea, este erudito se despreocupó de la luna (que es la que marcaba la duración de los meses) y se concentró en calcular los ciclos del Sol (en el que se basan los días y los años). Los cálculos le dieron que el año tenía exactamente 365,25 días (11 minutos más si se calculaba desde los trópicos) y el resultado es que el calendario, por primera vez, se convertía en solar.
Para redondear la coma se decidió que los años serían de 365 días, y cada 4 años se intercalaría un día extra para compensar. En Febrero, que de siempre había sido el último mes de todos.
El calendario juliano estuvo en vigor 17 siglos. Tampoco lo respetó todo el mundo. Los católicos se resistían a celebrar el principio del año en un mes dedicado a una deidad pagana, así que durante la edad media muchos pueblos europeos celebraron el principio del año en distintas fechas de significado religioso: Navidad (25 de diciembre), la Encarnación (25 de marzo), o la Pascua (que convertía el comienzo del año en una variable)… Hasta el siglo XVI no fue que algunos estados del viejo continente empezaron a ponerse serios con el asunto y obligaron a los súbditos a celebrar el acontecimiento el 1 de enero. En muchos lugares no pudieron hacer efectiva esa norma hasta dos siglos después.
Total para nada. Porque resultó que el veterano calendario de Julio César y Sosígines también daba error. Fue por aquellos 11 minutos de año de los que disponían los trópicos y en su momento se obviaron. Con el tras*curso de los siglos, esos minutos habían generado una deriva temporal. Así que a finales del siglo XVI el papa Gregorio XIII tuvo que realizar una importante reforma y recortar por lo sano. Fueron 10 días los que le amputó al pobre 1582.
Y de ahí el almanaque supuestamente perfecto que tenemos ahora: el calendario Gregoriano. Ahora nuestros años duran 365,2425 días, y cuidado, porque volvemos a pasar por alto que el año gregoriano dura 26 segundos más que el trópico (esperemos que la acumulación no vuelva a causar estragos creando algún día demás).
En definitiva, que al final no está tan claro eso que el 1 de enero sea el primer día del año ni que lo vaya a ser para siempre. Así que, queridos motivados, no veo que vuestro razonamiento efemerídico sea suficiente para poneros este año nuevo a sudar.
* (Texto realizado con información de Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional(Instituto Geográfico Nacional -España-).
El día uno de enero no siempre fue el primer día del año - Yorokobu
A todos esos que se ponen a sufrir por convicción propia esa jornada, seguros de que se trata del día de las mutaciones de costumbres y personalidad, que sepan que el día uno de enero no siempre fue el primer día del año. Aquí va la sesuda explicación del asunto:
Lo de empezar el calendario en ese momento es algo relativamente nuevo e inconstante. Primero, porque existen otros calendarios (el chino, el de la religión del amor, el judío…). Aunque nos ciñamos al que conocemos en occidente, hubo mucho lío para decidir en qué fecha colocar ese vértice del tiempo.
De hecho, durante siglos no paró de cambiarse. La historia de nuestro almanaque, el más usado del mundo, no es más que el resultado de una serie de aproximaciones sucesivas del año civil al año astronómico que marca las estaciones.
Pongamos como punto de partida la antigua Roma, por no remontarnos más. Ocurrió que los romanos se estaban formando un lío tremendo con eso de tener diez meses en su año (Martius, Aprilis, Maius, Junius, Quintilis, Sextilis, September, October, November, y December), porque al final, como distaban de sumar 365 días entre todos, cada año nuevo pillaba en una estación distinta. Por aquel entonces el primer día del calendas, que era kunar (lunar), se ubicaba el uno de Marzo (se desconoce si entonces esa fecha también era el día de los que se apuntan al gimnasio).
Este desatino con los ciclos del sol causaba estragos en las estrategias y campañas militares. Como remedio, hacían chapuzas como intercalar meses adicionales cada cierto tiempo. Y los pontífices (guardianes del calendario y de los puentes de Roma) alargaban y acortaban los años fraudulentamente para prolongar las magistraturas de unos y acortar las de otros.
Fue Numa Pompilius quien quiso acabar con ese cachondeo y añadió dos meses nuevos (y fijos) más, Ianarius y Februarius, que en aquella época se consideraban los últimos dos meses del calendario. No fue hasta el año 153 a.C. cuando el día 1 de Ianarus se convirtiera en el principio del año. Se hizo por la necesidad de nombrar cónsules con suficiente antelación para las campañas militares en Hispania, ya que los cónsules se elegían ese día.
Aún con esas no cuadraba nada. Los 355 días que daban en total los 12 meses de Pompilius también eran pocos respecto del año de las estaciones. Al principio se arregló con otro remiendo, que consistió en introducir un decimotercer mes. Aunque no funcionó del todo, ya que está documentado que en el año 46 a.C. el desfase respecto a las estaciones era de unos tres meses y seguía imperando el desorden.
Fue Julio César (102 – 44 a.C.) quien en el 45 a.C. (año 708 de Roma) decidió realizar una reforma definitiva del calendario. Se asesoró bien. Por su interés en ordenar el tiempo incluso se ganó que el nombre del mes Quintilius se cambiase a Julius y el nuevo calendario se llamase Juliano.
Del trabajo se encargó un prestigiosos astrónomo de Alejandría llamado Sosígines. Para acometer la tarea, este erudito se despreocupó de la luna (que es la que marcaba la duración de los meses) y se concentró en calcular los ciclos del Sol (en el que se basan los días y los años). Los cálculos le dieron que el año tenía exactamente 365,25 días (11 minutos más si se calculaba desde los trópicos) y el resultado es que el calendario, por primera vez, se convertía en solar.
Para redondear la coma se decidió que los años serían de 365 días, y cada 4 años se intercalaría un día extra para compensar. En Febrero, que de siempre había sido el último mes de todos.
El calendario juliano estuvo en vigor 17 siglos. Tampoco lo respetó todo el mundo. Los católicos se resistían a celebrar el principio del año en un mes dedicado a una deidad pagana, así que durante la edad media muchos pueblos europeos celebraron el principio del año en distintas fechas de significado religioso: Navidad (25 de diciembre), la Encarnación (25 de marzo), o la Pascua (que convertía el comienzo del año en una variable)… Hasta el siglo XVI no fue que algunos estados del viejo continente empezaron a ponerse serios con el asunto y obligaron a los súbditos a celebrar el acontecimiento el 1 de enero. En muchos lugares no pudieron hacer efectiva esa norma hasta dos siglos después.
Total para nada. Porque resultó que el veterano calendario de Julio César y Sosígines también daba error. Fue por aquellos 11 minutos de año de los que disponían los trópicos y en su momento se obviaron. Con el tras*curso de los siglos, esos minutos habían generado una deriva temporal. Así que a finales del siglo XVI el papa Gregorio XIII tuvo que realizar una importante reforma y recortar por lo sano. Fueron 10 días los que le amputó al pobre 1582.
Y de ahí el almanaque supuestamente perfecto que tenemos ahora: el calendario Gregoriano. Ahora nuestros años duran 365,2425 días, y cuidado, porque volvemos a pasar por alto que el año gregoriano dura 26 segundos más que el trópico (esperemos que la acumulación no vuelva a causar estragos creando algún día demás).
En definitiva, que al final no está tan claro eso que el 1 de enero sea el primer día del año ni que lo vaya a ser para siempre. Así que, queridos motivados, no veo que vuestro razonamiento efemerídico sea suficiente para poneros este año nuevo a sudar.
* (Texto realizado con información de Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional(Instituto Geográfico Nacional -España-).
El día uno de enero no siempre fue el primer día del año - Yorokobu