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Hace 40 años que el mundo del ajedrez convive con un estigma; una mancha indeleble que ni siquiera el paso del tiempo pudo borrar u olvidar. Hoy se cumplen 40 años del primer golpe de estado al reino del ajedrez. A su legítimo monarca le arrebataron la corona mientras una caterva de dirigentes, claques e ineptos participaban de una veloz ceremonia de consagración de un nuevo Rey.
El 3 de abril de 1975, el Dr. Max Euwe, presidente de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, según sus siglas francesas) procedió a poner fin al mandato del norteamericano Robert Bobby Fischer y a consagrar al ruso Anatoly Karpov, de 24 años, en su sucesor y duodécimo campeón mundial oficial de ajedrez. Hace 40 años la FIDE y su establishment pergeñaron un jaque mortal contra Bobby Fischer, uno de los mejores ajedrecistas de la historia, mientras que un representante ideológico del antiguo régimen de la URSS recuperaba el título más deseado. La casa volvía a estar en orden. Nace la historia.
La trama es conocida, tras la última victoria de Bobby Fischer sobre Boris Spassky, en Reikiavik en 1972 con la que puso fin a un reinado soviético de 24 años ininterrumpidos (1948-1972), desde las entrañas del Kremlin se planificó la inmediata y urgente recuperación del título mundial; el ajedrez para los soviéticos era una cosa seria.
Es que tras el desenlace de la Revolución de Octubre de 1917, conocida también como Revolución Bolchevique, la que entre otras cosas creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), desde el Estado se impulsó la primera evaluación científica para conocer los verdaderos beneficios de la práctica de ajedrez; la investigación fue alentada por tres de sus máximos dirigentes, Iósif Stalin, León Trotsky y Vladimir Lenin a los que no sólo los unía el factor común ideológico, la ambición del poder y el temor a las conspiraciones; los tres, también, jugaban ajedrez.
Ellos impulsaron su ingreso al laboratorio, y en 1925 luego de intensos cinco años de estudios, los científicos Rudik, Djakow y Petrowski expusieron: "La práctica del ajedrez desarrolla alrededor de veinte habilidades o facultades mentales, entre ellas, la concentración, memoria, creatividad, planificación, el pensamiento abstracto, lógico matemático, el autodominio, entre otras virtudes más".
No fue extraño que en la antigua URSS, el ajedrez se convirtiera en una verdadera cuestión de Estado, y por eso, antes de su desintegración en 1989, de sus 288 millones de habitantes, cinco millones llegaron a practicarlo de manera federada y más de cincuenta millones lo jugaban como simples aficionados en los sindicatos, fábricas y unidades militares.
Alguna vez, en el hotel Holiday Inn, en el barrio porteño de Balvanera, el exiliado soviético y gran maestro Víktor Korchnoi ironizó ante tamañas cifras y me dijo: "¿Y qué otras cosas, tú crees que podía hacer en la URSS, un ciudadano soviético en invierno además de beber Vodka y jugar ajedrez?".
Con su victoria sobre Spassky, el norteamericano Bobby Fischer, les había mojado la oreja a los soviéticos, y por ello muchos creen que lo sucedido el 3 de abril de 1975 fue la gran venganza y demostración del poder comunista.
La URSS había preparado a un campeón para luchar contra Fischer; el joven Anatoly Karpov producto de la escuela soviética, alumno de Mikhail Botwinnik, acompañado por un equipo de analistas, entre los que sobresalían Semyon Furman, Efim Geller y Rafael Vaganian.
Tras ganar el Interzonal de Leningrado (junio de 1973), venció a Lev Polugaievsky por 5,5 a 2,5 (Cuartos de Final, en Moscú, en febrero de 1974), a Boris Spassky por 7 a 4 (Semifinal, en Leningrado en mayo de 1974) y a Víktor Korchnoi por 12,5 a 11,5 (Final, en Moscú, en 1974).
A partir de entonces un ejército de maestros soviéticos se pusieron a disposición de Karpov; a manos de su entrenador llegaban las más avanzadas novedades en la teoría del juego, otro grupo de ajedrecistas trabajaban en el estudio de los puntos débiles del juego de Fischer. Lo sucedido en Reikiavik no podía repetirse.
Mil novecientos setenta y cinco, el año de la traición.
Herbert Armstrong, fundador de la secta religiosa y Garner Ted Armstrong, conductor del movimiento evangélico, engañaron y traicionaron a sus feligreses, entre ellos a Robert James Fischer, con una patética profecía, llamada: "1975".
Ese movimiento religioso vaticinó que 1975 era el año del regreso de Jesús a la Tierra, y que el motivo de la celestial visita sería como consecuencia de un ataque nuclear que sufriría los Estados Unidos. Indudablemente Bobby confió ciegamente en ello. ¿Cómo no podía hacerlo alguien que vivía encerrado en esos templos la mayor parte del día, desconectado del mundo exterior y sólo preocupado por descubrir novedades y variantes frente a un tablero de ajedrez?.
Acaso por ello Bobby eligió el camino de la soledad y el ocultamiento, de la negación del otro mundo y no tomó en cuenta las advertencias de la FIDE y del peligro de la pérdida del título mundial si no modificaba parte de sus exigencias. Fischer creía en la llegada de un nuevo mundo, que el fin de los días estaba próximo y que su match por el título mundial de ajedrez quedaba relegado de cualquier negociación frente al anunciado holocausto.
En tanto los rusos a través de su federación, ideológicamente vinculada con las entrañas de la FIDE, presionó para que la discusión y negociación de la organización del campeonato mundial de ajedrez fuera férrea frente a la conducta y exigencias del joven norteamericano, y por sobretodo que se fijara un plazo, un límite para aguardar la respuesta.
El holandés Machgielis (Max) Euwe, ex campeón mundial entre 1935 y 1937, poco pudo hacer frente a tamaña advertencia. Escuchó propuestas, definió estrategias y recibió amenazas. El doctor Euwe debía decir entre su vida o la de Bobby Fischer.
El 1 de abril fue el último plazo para que Fischer aceptara la propuesta final de la FIDE y se fijara una sede para la disputa del match con Karpov. Sin embargo, la silla del norteamericano, como otras veces, volvió a mostrarse vacía. Fischer no contestó; ni siquiera tartamudeó excusas.
Acorralado por los acontecimientos, con la presión de los rusos y de otras naciones, 48 horas más tarde, la FIDE por boca de su presidente el Dr. Euwe se decidió por la coronación del ruso Karpov como nuevo campeón mundial de ajedrez, en desmedro del norteamericano Fischer. La frustración por tamaña decisión alcanzó a propios y extraños. Fue el fin de la Era, Fischer-Ajedrecista.
La casa y "el poder comunista" volvían a estar en orden. Finalmente, el 3 de abril de 1975, resultó ser el día que la FIDE, a poco más de 50 años de su creación (París, 1924) y por primera vez en la historia del juego con más de cuatro siglos de competencias internacionales desde el primer torneo celebrado en España, en 1575; en época del Rey Felipe II, entre los españoles, Fray Ruy López de Segura y Alfonso Cerón frente a los italianos, Leonardo da Curti "Il pilinguino" (El Hermoso) y Pablo Boi "Il Siracusano", resolvió despojar de su cetro al campeón mundial.
Bajo la conducción del holandés Max Euwe, avalado en la investidura que le otorgaba el cargo de presidente de la federación internacional (1970-1978), partió la aciaga decisión de dejar al mundo del ajedrez sin su mejor pieza. Se realizó una votación oficial (34 a 32) pero la determinación ya estaba tomada y los votos comprados; sacaron a Fischer del juego y volvieron a sentar a un exponente del partido Comunista al frente del cetro.
Robert James Fischer, a los 32 años fue alejado de ese microcosmo de homéricas torres, sesgos alfiles y tenue rey, nunca más participó en certamen alguno, nunca más fue sorprendido jugando una partida. Sólo un par de juegos a finales de los años setenta, frente a un débil programa informático en Massachussets, y casi dos décadas más tarde, con 50 desgastados años, en su regreso para disputar un match para el escándalo ante el ruso Spassky. Pero aquello fue otra cosa.
Lo cierto es que desde 1975 su imagen se refugió en el olvido, la ausencia de su figura en los principales torneos despertó los fantasmas del recuerdo y la ausencia de sus genialidades frente al tablero, impulsó la idolatría.
Revisando sus viejas partidas, la afición descubrió que aquel monarca, ya sin corona, sin necesidad de ejecutar jaque alguno, cada día jugaba mejor. Día a día, Robert Fischer comenzaba a jugar una partida para la memoria; nacía el mito, Bobby Fischer.
Indudablemente ese 3 de abril de 1975 fue el fin de la vida del ajedrecista; el día que el establishment y la fuerza de su poder político, lo patearon y sacaron del centro tablero.
Desde entonces será recordado, simplemente, como el día que mataron a Bobby Fischer.
Si bien es cierto que el ruso Anatoly Karpov debió cargar con la pesada cruz de ser el 1er campeón mundial de la historia que ganó un título en un escritorio y no frente a los límites de un tablero de 64 casillas, tras su coronación trató de demostrar con conquistas varias que en verdad era el mejor jugador de esos años. Además, gracias a una iniciativa del ex presidente de la federación española, Román Torán, Karpov y Fischer mantuvieron sendas reuniones secretas en 1976, en las ciudades de Córdoba y Madrid, tratando de establecer las bases de un match entre ambos, en el que estuviera en juego el título mundial de ajedrez. La misma fuente confirmó que la falta de acuerdo llegó a boca de Fischer y no de Karpov cuando el norteamericano exigió que el duelo se denominara Campeonato Mundial de Ajedrez Profesional, a sabiendas que el Kremlin jamás lo aceptaría, y así se rompió definitivamente el diálogo.
Aquello fue lo último que los aficionados conocieron de Bobby Fischer, el ajedrecista, pese a que durante algún tiempo rondaban sus fantasmas. Como si se tratara de un extraña profecía, Bobby llegó al reino del ajedrez, se elevó hasta lo más alto y luego fue traicionado, vendido y negado. Pero a diferencia del otro, éste jamás resucitó. Bobby Fischer descansa en Paz (3 de abril de 1975). El día que mataron a Bobby Fischer.
La trama detrás de "el día que mataron" a Bobby Fischer - Carlos A. Ilardo - canchallena.com