Los catalanes se explican | España | EL PAÍS
Lo cuentas y te miran con piedad: un reportaje sobre cómo viven los catalanes el llamado proceso de independencia. Suspiros, sonrisas. Que depende de con quién hables. Que te van a caer tortas de todos lados. ¿Cómo es el ambiente? De entrada, hay gente que no quiere hablar o dar su nombre. Muchos dicen: hasta las narices. Del monotema y de los políticos; los anti, de lo pesados que son los otros. Los indepes, impacientes, pero contentos de haberla liado. Miran por encima del hombro a quienes lo son de anteayer. Nadie sabe si esto va en serio, pero sí que el sentimiento de querer un referéndum, más que el independentista en sí, no se desinflará mañana ni pasado. El dato más citado es que el 75-80% quiere que se celebre, según encuestas. Luego el voto se divide. En medio, cantidad de chorradas jurídicas e históricas. La gente ha visto mogollón de documentales. En el minuto 17.14 de los partidos del Barça hay cánticos de independencia, por el año 1714, año de la derrota ante Felipe V.
Abundan los matices. Hay no independentistas a favor del referéndum e independentistas contra el procés. En todo caso la sensación es que el momento de la verdad se aplaza siempre para otro día, eso crea una expectación agotadora. Porque la única salida ahora supone desobediencia y uso de la fuerza. Se fantasea con la imagen de los tanques entrando por la Diagonal. La clave es si la gente sabe el precio a pagar y si está dispuesto a pagarlo, pero ni idea porque nadie sabe a qué atenerse. La última vez, el 6 de octubre de 1934, el presidente Lluis Companys proclamó “el estado catalán dentro de la República federal española” y el ejército asedió la Generalitat, defendida por Mossos d’Esquadra. Una época muy distinta, claro, pero la posibilidad de violencia sí preocupa, es uno de los tabúes. Así que mejor empezar por él. Acepta hablar un alto mando de los Mossos. Están hartos de que les usen de arma arrojadiza: “El cuerpo es un reflejo de la sociedad, hay de todo. Independentistas y no. Pero una cosa está clara: la gente se hace policía para solucionar su vida, no para complicársela, tenemos familia, hipoteca, y nadie se va a jugar el sueldo. A un político le inhabilitan y él sabrá. A mí si un juez me dice que quite cuatro urnas, las quito. Luego está la decisión política, lo que le digan al jefe del cuerpo. Pero no creo que nos vayan a poner en el dilema de tener que elegir entre el juez o el jefe. Se resolverá más arriba”. Este tema no está entre las preocupaciones oficiales, afirma. Esta semana han tenido el congreso de mandos del cuerpo y no lo han tocado. Las grandes prioridades son otras: terrorismo yihadista y robos en domicilios. Se llevan bien, asegura, con Guardia Civil y Policía Nacional. Los que más les apoyan siempre en el Parlamento son PP y Ciudadanos.
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El borrador de la Ley de tras*itoriedad, publicado esta semana por EL PAÍS, ha alarmado a sectores sensibles. “¿Cómo vamos a estar? Preocupadísimos”, responde una magistrada. Es una de las 800 jueces que hay en Cataluña, lleva 15 años. Es de fuera, está casada con un catalán. Se compró un piso y a veces se arrepiente. Cuando sale alguna plaza fuera se lo piensa. Sus amigos catalanes, convencidos de que todo será buen rollo, se sorprenden al oírle decir que se iría si pasara algo: “Es que yo formo parte de un poder del Estado, no me voy a cambiar a Chiquitistán. Además con ese borrador se ve que lo que quieren son peones en la Justicia”. Conviene recordar lo que ha dicho el senador de ERC, Santiago Vidal: “Hemos determinado qué jueces comparten nuestros sueños e ideales. Sabemos perfectamente cuáles se quedarán y cuáles se irán”.
Esta juez admite que lo del derecho a decidir ha calado hondo, “TV3 es como el Nodo”: “Incluso gente contra la independencia, con estudios, te dice cosas que yo como jurista alucino. ‘Es que somos distintos’, dicen. Aunque uno de Barcelona se parece más a uno de Madrid que a uno de Vic, y creen que eso les da derecho a decidir, aunque no tiene nada que ver con la autodeterminación. El estado de ánimo es ese. Hay una perversión semántica total”.
Un funcionario de Inspección de Trabajo, competencia de la Generalitat desde 2010, reconoce que se ha ido gente por miedo a la independencia. Este año han pedido el traslado 13 personas, más de lo normal, aunque es un dato difícil de calibrar porque siempre depende de las plazas disponibles cada vez. “Tienen miedo de que luego no te puedas ir”, admite. Aunque la inmensa mayoría no tiene miedo, porque no se cree que esto vaya en serio. Pero lo impensable ya se piensa. Un empresario de seguros, con el 92% de sus clientes fuera de Cataluña, se pregunta: “¿Qué hago yo si declaran la independencia y me viene la nueva Hacienda catalana a cobrar? Tengo que decidir a quién obedezco, y tomar posición. Te planteas abrir sede fiscal en Madrid, porque podría ser de un día para otro”.
Es hora de preguntar al otro lado. Incluso algunos independentistas previenen contra un tipo que dicen incendiario llamado Bernat Dedéu, de 38 años, filósofo, independentista de derechas, aunque él se define como liberal. Cita en el Ateneu, histórica institución de la ciudad, que este año ha aspirado a presidir. Fuma un puro ante las palmeras: “Soy antinacionalista. El independentismo se ha desnacionalizado, lo importante aquí no es nuestra particularidad cultural ni nuestro anhelo de identidad, sino nuestra forma de presentarnos ante el mundo como Estado. Lo que llamábamos catalanismo se ha acabado, se ha pasado a reivindicación del derecho a decidir”. Cree que el factor generacional es decisivo: “No hay un solo articulista bueno menor de 35 años que no sea independentista”. No cree en ninguna fractura social *-“Mira la boda de Arrimadas, había de todo y bailaban Paquito Chocolatero”*- y sobre el momento del choque: “Hasta ahora ser mártir ha sido un chollo, sale gratis. ¡Homs ni pagó su multa!”. Propuesta: “Que se haga el referéndum y aunque salga que no, lo resolvemos para 30 años y el 11-S nos podemos ir a la playa”.
Para sondear en otra generación ¿qué piensa aquella de la Barcelona canalla de la tras*ición? Joan Estrada, 66 años, promotor de artistas y agitador cultural, llevó la famosa sala Cúpula Venus y hoy es el alma del variopinto lobby cultural Uns dels Nostres, donde se juntan desde Loquillo a Eduardo Mendoza. “Esta ciudad fue la bomba, una libertad total, pero duró muy poco, cinco años, desde que murió Franco hasta que llegó Pujol en 1980. Yo soy un rockero y de izquierdas, y esto del proceso me parece pueblerino. Como a casi todos los de esa época, Mariscal y demás gente. Y soy más catalán que todos ellos juntos. Me dan tanto ardor de estomago los de aquí como los de allí. Se retroalimentan entre ellos, mantienen esto en el aire”. Cree que hay un clima de ley del silencio entre los no independentistas. Mucha revolución de la sonrisa, pero la gente oculta que lo es: “Mi médico me ha dicho que no se significa porque están haciendo listas, y si luego llega algo…”
Una anécdota que cuenta un periodista independentista con preocupación. Le dijo a una conocida que estaba leyendo a Marsé y le contestó: “¿Ay, Marsé? ¡Es que se mete tanto con Cataluña!”. “El mensaje ya está muy interiorizado, pero incluso que ser catalán es ser independentista”, comentaba asombrado. Más aún porque esta mujer es independentista desde hace nada. En esta macedonia hasta los propios catalanes pueden llegar a perderse. Aviso a los de fuera: ERC es la nueva Convergència, está ocupando el centro político. En la última Feria de Abril en Barcelona la mejor caseta era la suya, y ni una sola estelada.
En busca de un punto de vista externo, es útil hablar con extranjeros, Barcelona está llena. Justin Webster, periodista y autor de documentales políticos, lleva 25 años en Barcelona: “No creo que vaya a bajar el apoyo al proceso, se siente un agravio emocional. Es un terrible gasto de energía y la mitad de este voto de protesta desaparecería con un Gobierno dialogante en Madrid. Agravios que no son grandes se hacen montañas por mala gestión política”. Cree que todo esto es parte del fenómeno global de protesta, como los que de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia… que aquí se ha canalizado por la independencia.
Hace años hablar de independencia con amigos catalanes era acabar hablando de trenes malos y peajes carísimos, era lo que más les cabreaba. El concepto del derecho a decidir CiU ya lo aplicó a las infraestructuras, en 2007. Lo curioso es que no ha cambiado, los trenes de cercanías siguen siendo un desastre, es opinión general. No había que ser un genio para arreglar eso. Esta semana abría los informativos cada día el colapso del aeropuerto del Prat con las colas de dos horas en los pasaportes, que fuera de aquí no es noticia. Y es culpa de Madrid. Luego coges los trenes de la Generalitat, FGC, y van bien. La gente saca conclusiones. Parece el club de los faltos de cariño.
Otra extranjera, con un matiz interesante: ejecutiva de una importante editorial. En este lío se da la paradoja de que las grandes editoriales españolas están en Barcelona. “No se ven editando en castellano en un país solo de lengua catalana. Yo me iría. El negocio se complicaría mucho. Me dicen: ‘Pero si no pasará nada’ Pero no lo veo claro, sería como Israel, se basará en el catalanismo. Te obligan a definirte. Creen que serán Dinamarca pero no son conscientes del dolor para llegar a eso. Es todo muy naif”. Va mucho al Ampurdà y allí los jóvenes están convencidos que la independencia será en dos meses. “En los pueblos viven con mucho más rencor, en una desconexión mental total de España. En Barcelona no, están en el mundo”. En un hipotético referéndum podría pasar como en el Brexit: que Cataluña vote sí y Barcelona, no. Y otra paradoja: la ciudad ahora pelea por la Agencia Europea del Medicamento, que deja Londres, pero sería absurdo ponerla aquí si mañana dejan la UE. En todo caso, esta mujer palpa poca emoción: “El catalán es muy pragmático. Hay parejas en que uno es independentista y el otro no pero siguen juntos. Eso, son pragmáticos”.
Los catalanes se informan cada semana de la actualidad política con Polònia, un exitoso programa de sátira política con imitaciones donde se sacude a todos los partidos sin excepción. Está dirigido por Toni Soler, 51 años, periodista, escritor y empresario, uno de los cerebros culturales catalanes. Es independentista de toda la vida –“por eso me lo tomo con filosofía, siempre me he sentido minoría”- pero asegura que Polònia “intenta repartir estopa de forma plural”. Lo que piensa: “La población quiere un referéndum, eso es seguro, y más libertad política para Cataluña, pero se le niegan y solo se le ofrece un conflicto”. Sobre hasta dónde se puede llegar: “Excepto los más fervientes, a favor o en contra, la mayoría no quiere un conflicto. No creo que nadie se pirre por la épica, el martirologio, pero puede ser que sea un mal necesario. No creo que la gente esté dispuesta a decir: vale, nos la envainamos”.
Soler, que tiene por el despacho varios libros de historia, cree que el salto del independentismo no se debe a que muchos se hayan convencido de sus bondades, sino que ahora lo ven posible. “Antes se decía: ¿si fuera apretar un botón lo harías? Y todos decían que sí, pero como era un ***ón decían que no”. Puestos a imaginar, si fueran un Estado, se ve “juntos con España en la UE, muchas cosas no tendrían por qué cambiar, lo que la geografía ha unido no lo va a separar un referéndum, no habrá un foso con cocodrilos, le veo poco drama”. El problema es que “el Gobierno español amenaza con desastres pero se olvidan de decir que los desastres los intentarán provocar ellos”. “Dicen: no estaréis en la UE; y están diciendo: intentaremos que no estéis en la UE. Se puede hacer una tras*ición civilizada en el periodo que sea. Si me dicen a 15 o 20 años lo aceptaré, estas cosas no son fáciles”.
Otra franja de la población va del silencio a la indiferencia, o al escepticismo, como Guillem Martínez, 51 años, escritor y periodista que se define libertario y ha publicado La gran ilusión. Mito y realidad del proceso indepe (Debate). Su tesis es que la movilización social de 2012 fue captada por la política y desde entonces no lleva a ningún sitio. Que el procés no existe y esto es “un simple proceso electoral, vamos de elecciones en elecciones”. Ahora bien, “el gran animador del proceso es el Gobierno español, era un problema político muy negociable”. “Hay una lucha de dos gobiernos muy poco democráticos y en medio, una sociedad que quiere cambios. Reivindicar un referéndum no te hace más democrático, y por otro lado no puedes gritar que todo es un atentado al Estado de derecho. Lo sorprendente es que estas dos tribus de mafiosos no se hayan entendido”, reflexiona. Tiene amigos en los dos lados, “en la vida real es todo muy tranquilo, solo hay crispación en Twitter”. Desde luego. En las redes sociales se llama “colonos” a los no independentistas, la última moda.
Otro bicho raro es Miguel Gallardo, 61 años, hijo de andaluces, autor de culto del cómic de los ochenta y creador, entre otros, de Makoki. Está leyendo los Episodios Nacionales, de Galdós, y cree que esto viene de lejos y no cambia nada. “Antes daba igual si eras o no eras independentista, esto empieza a ser un ******. Barcelona era un sitio diferente y está dejando de serlo. Aunque no creo que por el talante de la gente salgan a la calle y armen la revolución. Podemos estar así cien años más tranquilamente. Te venden que es como si mañana nos levantáramos en Pepperland, como en el Submarino Amarillo. Podría creérmelo si fuera un proceso regenerativo, con gente nueva, pero no es así. Yo tengo un pensamiento de izquierdas y esto no me interesa nada. Pero hay una presión sibilina para que te definas: o eres de los nuestros o estás contra nosotros. ¿Qué pasa con los demás, podemos seguir viviendo igual aunque esto nos importe un pepino?”.
Lo cuentas y te miran con piedad: un reportaje sobre cómo viven los catalanes el llamado proceso de independencia. Suspiros, sonrisas. Que depende de con quién hables. Que te van a caer tortas de todos lados. ¿Cómo es el ambiente? De entrada, hay gente que no quiere hablar o dar su nombre. Muchos dicen: hasta las narices. Del monotema y de los políticos; los anti, de lo pesados que son los otros. Los indepes, impacientes, pero contentos de haberla liado. Miran por encima del hombro a quienes lo son de anteayer. Nadie sabe si esto va en serio, pero sí que el sentimiento de querer un referéndum, más que el independentista en sí, no se desinflará mañana ni pasado. El dato más citado es que el 75-80% quiere que se celebre, según encuestas. Luego el voto se divide. En medio, cantidad de chorradas jurídicas e históricas. La gente ha visto mogollón de documentales. En el minuto 17.14 de los partidos del Barça hay cánticos de independencia, por el año 1714, año de la derrota ante Felipe V.
Abundan los matices. Hay no independentistas a favor del referéndum e independentistas contra el procés. En todo caso la sensación es que el momento de la verdad se aplaza siempre para otro día, eso crea una expectación agotadora. Porque la única salida ahora supone desobediencia y uso de la fuerza. Se fantasea con la imagen de los tanques entrando por la Diagonal. La clave es si la gente sabe el precio a pagar y si está dispuesto a pagarlo, pero ni idea porque nadie sabe a qué atenerse. La última vez, el 6 de octubre de 1934, el presidente Lluis Companys proclamó “el estado catalán dentro de la República federal española” y el ejército asedió la Generalitat, defendida por Mossos d’Esquadra. Una época muy distinta, claro, pero la posibilidad de violencia sí preocupa, es uno de los tabúes. Así que mejor empezar por él. Acepta hablar un alto mando de los Mossos. Están hartos de que les usen de arma arrojadiza: “El cuerpo es un reflejo de la sociedad, hay de todo. Independentistas y no. Pero una cosa está clara: la gente se hace policía para solucionar su vida, no para complicársela, tenemos familia, hipoteca, y nadie se va a jugar el sueldo. A un político le inhabilitan y él sabrá. A mí si un juez me dice que quite cuatro urnas, las quito. Luego está la decisión política, lo que le digan al jefe del cuerpo. Pero no creo que nos vayan a poner en el dilema de tener que elegir entre el juez o el jefe. Se resolverá más arriba”. Este tema no está entre las preocupaciones oficiales, afirma. Esta semana han tenido el congreso de mandos del cuerpo y no lo han tocado. Las grandes prioridades son otras: terrorismo yihadista y robos en domicilios. Se llevan bien, asegura, con Guardia Civil y Policía Nacional. Los que más les apoyan siempre en el Parlamento son PP y Ciudadanos.
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El borrador de la Ley de tras*itoriedad, publicado esta semana por EL PAÍS, ha alarmado a sectores sensibles. “¿Cómo vamos a estar? Preocupadísimos”, responde una magistrada. Es una de las 800 jueces que hay en Cataluña, lleva 15 años. Es de fuera, está casada con un catalán. Se compró un piso y a veces se arrepiente. Cuando sale alguna plaza fuera se lo piensa. Sus amigos catalanes, convencidos de que todo será buen rollo, se sorprenden al oírle decir que se iría si pasara algo: “Es que yo formo parte de un poder del Estado, no me voy a cambiar a Chiquitistán. Además con ese borrador se ve que lo que quieren son peones en la Justicia”. Conviene recordar lo que ha dicho el senador de ERC, Santiago Vidal: “Hemos determinado qué jueces comparten nuestros sueños e ideales. Sabemos perfectamente cuáles se quedarán y cuáles se irán”.
Esta juez admite que lo del derecho a decidir ha calado hondo, “TV3 es como el Nodo”: “Incluso gente contra la independencia, con estudios, te dice cosas que yo como jurista alucino. ‘Es que somos distintos’, dicen. Aunque uno de Barcelona se parece más a uno de Madrid que a uno de Vic, y creen que eso les da derecho a decidir, aunque no tiene nada que ver con la autodeterminación. El estado de ánimo es ese. Hay una perversión semántica total”.
Un funcionario de Inspección de Trabajo, competencia de la Generalitat desde 2010, reconoce que se ha ido gente por miedo a la independencia. Este año han pedido el traslado 13 personas, más de lo normal, aunque es un dato difícil de calibrar porque siempre depende de las plazas disponibles cada vez. “Tienen miedo de que luego no te puedas ir”, admite. Aunque la inmensa mayoría no tiene miedo, porque no se cree que esto vaya en serio. Pero lo impensable ya se piensa. Un empresario de seguros, con el 92% de sus clientes fuera de Cataluña, se pregunta: “¿Qué hago yo si declaran la independencia y me viene la nueva Hacienda catalana a cobrar? Tengo que decidir a quién obedezco, y tomar posición. Te planteas abrir sede fiscal en Madrid, porque podría ser de un día para otro”.
Es hora de preguntar al otro lado. Incluso algunos independentistas previenen contra un tipo que dicen incendiario llamado Bernat Dedéu, de 38 años, filósofo, independentista de derechas, aunque él se define como liberal. Cita en el Ateneu, histórica institución de la ciudad, que este año ha aspirado a presidir. Fuma un puro ante las palmeras: “Soy antinacionalista. El independentismo se ha desnacionalizado, lo importante aquí no es nuestra particularidad cultural ni nuestro anhelo de identidad, sino nuestra forma de presentarnos ante el mundo como Estado. Lo que llamábamos catalanismo se ha acabado, se ha pasado a reivindicación del derecho a decidir”. Cree que el factor generacional es decisivo: “No hay un solo articulista bueno menor de 35 años que no sea independentista”. No cree en ninguna fractura social *-“Mira la boda de Arrimadas, había de todo y bailaban Paquito Chocolatero”*- y sobre el momento del choque: “Hasta ahora ser mártir ha sido un chollo, sale gratis. ¡Homs ni pagó su multa!”. Propuesta: “Que se haga el referéndum y aunque salga que no, lo resolvemos para 30 años y el 11-S nos podemos ir a la playa”.
Para sondear en otra generación ¿qué piensa aquella de la Barcelona canalla de la tras*ición? Joan Estrada, 66 años, promotor de artistas y agitador cultural, llevó la famosa sala Cúpula Venus y hoy es el alma del variopinto lobby cultural Uns dels Nostres, donde se juntan desde Loquillo a Eduardo Mendoza. “Esta ciudad fue la bomba, una libertad total, pero duró muy poco, cinco años, desde que murió Franco hasta que llegó Pujol en 1980. Yo soy un rockero y de izquierdas, y esto del proceso me parece pueblerino. Como a casi todos los de esa época, Mariscal y demás gente. Y soy más catalán que todos ellos juntos. Me dan tanto ardor de estomago los de aquí como los de allí. Se retroalimentan entre ellos, mantienen esto en el aire”. Cree que hay un clima de ley del silencio entre los no independentistas. Mucha revolución de la sonrisa, pero la gente oculta que lo es: “Mi médico me ha dicho que no se significa porque están haciendo listas, y si luego llega algo…”
Una anécdota que cuenta un periodista independentista con preocupación. Le dijo a una conocida que estaba leyendo a Marsé y le contestó: “¿Ay, Marsé? ¡Es que se mete tanto con Cataluña!”. “El mensaje ya está muy interiorizado, pero incluso que ser catalán es ser independentista”, comentaba asombrado. Más aún porque esta mujer es independentista desde hace nada. En esta macedonia hasta los propios catalanes pueden llegar a perderse. Aviso a los de fuera: ERC es la nueva Convergència, está ocupando el centro político. En la última Feria de Abril en Barcelona la mejor caseta era la suya, y ni una sola estelada.
En busca de un punto de vista externo, es útil hablar con extranjeros, Barcelona está llena. Justin Webster, periodista y autor de documentales políticos, lleva 25 años en Barcelona: “No creo que vaya a bajar el apoyo al proceso, se siente un agravio emocional. Es un terrible gasto de energía y la mitad de este voto de protesta desaparecería con un Gobierno dialogante en Madrid. Agravios que no son grandes se hacen montañas por mala gestión política”. Cree que todo esto es parte del fenómeno global de protesta, como los que de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia… que aquí se ha canalizado por la independencia.
Hace años hablar de independencia con amigos catalanes era acabar hablando de trenes malos y peajes carísimos, era lo que más les cabreaba. El concepto del derecho a decidir CiU ya lo aplicó a las infraestructuras, en 2007. Lo curioso es que no ha cambiado, los trenes de cercanías siguen siendo un desastre, es opinión general. No había que ser un genio para arreglar eso. Esta semana abría los informativos cada día el colapso del aeropuerto del Prat con las colas de dos horas en los pasaportes, que fuera de aquí no es noticia. Y es culpa de Madrid. Luego coges los trenes de la Generalitat, FGC, y van bien. La gente saca conclusiones. Parece el club de los faltos de cariño.
Otra extranjera, con un matiz interesante: ejecutiva de una importante editorial. En este lío se da la paradoja de que las grandes editoriales españolas están en Barcelona. “No se ven editando en castellano en un país solo de lengua catalana. Yo me iría. El negocio se complicaría mucho. Me dicen: ‘Pero si no pasará nada’ Pero no lo veo claro, sería como Israel, se basará en el catalanismo. Te obligan a definirte. Creen que serán Dinamarca pero no son conscientes del dolor para llegar a eso. Es todo muy naif”. Va mucho al Ampurdà y allí los jóvenes están convencidos que la independencia será en dos meses. “En los pueblos viven con mucho más rencor, en una desconexión mental total de España. En Barcelona no, están en el mundo”. En un hipotético referéndum podría pasar como en el Brexit: que Cataluña vote sí y Barcelona, no. Y otra paradoja: la ciudad ahora pelea por la Agencia Europea del Medicamento, que deja Londres, pero sería absurdo ponerla aquí si mañana dejan la UE. En todo caso, esta mujer palpa poca emoción: “El catalán es muy pragmático. Hay parejas en que uno es independentista y el otro no pero siguen juntos. Eso, son pragmáticos”.
Los catalanes se informan cada semana de la actualidad política con Polònia, un exitoso programa de sátira política con imitaciones donde se sacude a todos los partidos sin excepción. Está dirigido por Toni Soler, 51 años, periodista, escritor y empresario, uno de los cerebros culturales catalanes. Es independentista de toda la vida –“por eso me lo tomo con filosofía, siempre me he sentido minoría”- pero asegura que Polònia “intenta repartir estopa de forma plural”. Lo que piensa: “La población quiere un referéndum, eso es seguro, y más libertad política para Cataluña, pero se le niegan y solo se le ofrece un conflicto”. Sobre hasta dónde se puede llegar: “Excepto los más fervientes, a favor o en contra, la mayoría no quiere un conflicto. No creo que nadie se pirre por la épica, el martirologio, pero puede ser que sea un mal necesario. No creo que la gente esté dispuesta a decir: vale, nos la envainamos”.
Soler, que tiene por el despacho varios libros de historia, cree que el salto del independentismo no se debe a que muchos se hayan convencido de sus bondades, sino que ahora lo ven posible. “Antes se decía: ¿si fuera apretar un botón lo harías? Y todos decían que sí, pero como era un ***ón decían que no”. Puestos a imaginar, si fueran un Estado, se ve “juntos con España en la UE, muchas cosas no tendrían por qué cambiar, lo que la geografía ha unido no lo va a separar un referéndum, no habrá un foso con cocodrilos, le veo poco drama”. El problema es que “el Gobierno español amenaza con desastres pero se olvidan de decir que los desastres los intentarán provocar ellos”. “Dicen: no estaréis en la UE; y están diciendo: intentaremos que no estéis en la UE. Se puede hacer una tras*ición civilizada en el periodo que sea. Si me dicen a 15 o 20 años lo aceptaré, estas cosas no son fáciles”.
Otra franja de la población va del silencio a la indiferencia, o al escepticismo, como Guillem Martínez, 51 años, escritor y periodista que se define libertario y ha publicado La gran ilusión. Mito y realidad del proceso indepe (Debate). Su tesis es que la movilización social de 2012 fue captada por la política y desde entonces no lleva a ningún sitio. Que el procés no existe y esto es “un simple proceso electoral, vamos de elecciones en elecciones”. Ahora bien, “el gran animador del proceso es el Gobierno español, era un problema político muy negociable”. “Hay una lucha de dos gobiernos muy poco democráticos y en medio, una sociedad que quiere cambios. Reivindicar un referéndum no te hace más democrático, y por otro lado no puedes gritar que todo es un atentado al Estado de derecho. Lo sorprendente es que estas dos tribus de mafiosos no se hayan entendido”, reflexiona. Tiene amigos en los dos lados, “en la vida real es todo muy tranquilo, solo hay crispación en Twitter”. Desde luego. En las redes sociales se llama “colonos” a los no independentistas, la última moda.
Otro bicho raro es Miguel Gallardo, 61 años, hijo de andaluces, autor de culto del cómic de los ochenta y creador, entre otros, de Makoki. Está leyendo los Episodios Nacionales, de Galdós, y cree que esto viene de lejos y no cambia nada. “Antes daba igual si eras o no eras independentista, esto empieza a ser un ******. Barcelona era un sitio diferente y está dejando de serlo. Aunque no creo que por el talante de la gente salgan a la calle y armen la revolución. Podemos estar así cien años más tranquilamente. Te venden que es como si mañana nos levantáramos en Pepperland, como en el Submarino Amarillo. Podría creérmelo si fuera un proceso regenerativo, con gente nueva, pero no es así. Yo tengo un pensamiento de izquierdas y esto no me interesa nada. Pero hay una presión sibilina para que te definas: o eres de los nuestros o estás contra nosotros. ¿Qué pasa con los demás, podemos seguir viviendo igual aunque esto nos importe un pepino?”.