notorius.burbujo
Madmaxista
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Los jovenlandeses orientales ya no quieren la ropa usada de Occidente
KIGALI, Ruanda — En Kenia, la llaman “ropa de personas blancas muertas”. En Mozambique, es la “ropa de la calamidad”. Son apodos para la ropa usada proveniente de Occidente que con frecuencia termina en África.
Ahora, algunos países de África Oriental ya no quieren esa ropa usada porque están tratando de fabricar sus propias prendas.
Ruanda, Kenia, Uganda, Tanzania, Sudán del Sur y Burundi han tratado de eliminar gradualmente las importaciones de ropa y calzado de segunda mano en el último año, diciendo que la afluencia de artículos viejos socava sus esfuerzos para desarrollar industrias textiles nacionales. Quieren imponer una prohibición total para el 2019.
En toda África, las mercancías de segunda mano son la principal fuente de vestimenta —como lo son en gran medida los autos, los aviones, el equipo hospitalario, las computadoras y, a veces, los medicamentos que han pasado su fecha de caducidad.
Por todas partes hay autobuses con caracteres japoneses. Los aviones en el Congo tienen letreros en italiano. La aspirina de Europa que ya pasó su fecha de exhibición en los anaqueles inunda los mercados en Camerún. Equipo médico viejo de los Países Bajos se halla inactivo en hospitales de Sudáfrica. Ghana se ha convertido en un basurero de desechos electrónicos.
Ruanda busca frenar la importación de ropa usada, no sólo por el motivo de proteger una naciente industria local, sino también porque dice que ponerse ropa usada compromete la dignidad de su gente.
Pero cuando los países de África Oriental elevaron sus aranceles —a un nivel tan alto que constituye una prohibición de facto— para la importación de prendas usadas el año pasado, la reacción negativa fue significativa.
En marzo, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos amenazó con retirar a cuatro de los seis países de África Oriental incluidos en la Ley de Crecimiento y Oportunidades de África, un acuerdo comercial preferencial destinado a elevar el comercio y el crecimiento económico en el África subsahariana.
Paul Kagame, presidente de Ruanda, dijo que la región debería seguir adelante con la prohibición, aun cuando eso significara sacrificar algo de crecimiento económico. “Tenemos que crecer y establecer nuestras industrias”, declaró en junio.
África Oriental importó 151 millones de dólares en ropa y zapatos de segunda mano en el 2015, principalmente de Europa y Estados Unidos. Al menos el 70 por ciento de las prendas donadas termina en África, de acuerdo con Oxfam, organización caritativa británica que también vende ropa usada y donada al Continente.
Para países como Ruanda, una pequeña nación sin acceso al mar y pocos recursos naturales para extraer y exportar, crear una industria manufacturera local es vital para el desarrollo, sostienen las autoridades. África Oriental podría exportar hasta 3 mil millones de dólares anuales en prendas dentro de 10 años, de acuerdo con la firma de consultoría McKinsey.
A la larga, Kenia retiró su apoyo a la prohibición porque se arriesgaba a perder sus exportaciones de textiles a Estados Unidos. Globalmente, el país exportó unos 380 millones de dólares en ropa en el 2015.
Los miembros restantes del acuerdo comercial parecen decididos a apoyar la prohibición.
Hace unas décadas, Kenia tenía medio millón de trabajadores en la industria del vestido. Esa cifra se ha reducido a 20.000 y la producción se orienta hacia la exportación de ropa que con frecuencia es demasiado costosa para el mercado local. En Ghana, los empleos textiles se desplomaron un 80 por ciento de 1975 al 2000.
En Ruanda, donde el producto interno bruto per cápita es de 700 dólares, muchas personas se oponen a la prohibición, al argumentar que esta ha dejado sin empleo a miles de personas que se dedicaban a la distribución y venta de prendas de segunda y ha perjudicado a los jóvenes en particular.
Pero persiste la interrogante de si Ruanda, Tanzania y Uganda pueden desarrollar industrias textiles propias.
Los costos de energía y tras*porte en Ruanda se ubican entre los más altos de África, hay una escasez de trabajadores calificados en la confección y manufactura, y las importaciones de telas y estambres son prohibitivamente caras.
También está la cuestión del tamaño y el poder de compra del mercado consumidor local.
“¿Acaso tenemos un mercado listo aquí al cual podamos proveer ropa ‘Hecha en Ruanda’ para la población?”, preguntó Johannes Otieno, gerente de Utexrwa, que fabrica uniformes para el Ejército, la policía y los hospitales.
KIGALI, Ruanda — En Kenia, la llaman “ropa de personas blancas muertas”. En Mozambique, es la “ropa de la calamidad”. Son apodos para la ropa usada proveniente de Occidente que con frecuencia termina en África.
Ahora, algunos países de África Oriental ya no quieren esa ropa usada porque están tratando de fabricar sus propias prendas.
Ruanda, Kenia, Uganda, Tanzania, Sudán del Sur y Burundi han tratado de eliminar gradualmente las importaciones de ropa y calzado de segunda mano en el último año, diciendo que la afluencia de artículos viejos socava sus esfuerzos para desarrollar industrias textiles nacionales. Quieren imponer una prohibición total para el 2019.
En toda África, las mercancías de segunda mano son la principal fuente de vestimenta —como lo son en gran medida los autos, los aviones, el equipo hospitalario, las computadoras y, a veces, los medicamentos que han pasado su fecha de caducidad.
Por todas partes hay autobuses con caracteres japoneses. Los aviones en el Congo tienen letreros en italiano. La aspirina de Europa que ya pasó su fecha de exhibición en los anaqueles inunda los mercados en Camerún. Equipo médico viejo de los Países Bajos se halla inactivo en hospitales de Sudáfrica. Ghana se ha convertido en un basurero de desechos electrónicos.
Ruanda busca frenar la importación de ropa usada, no sólo por el motivo de proteger una naciente industria local, sino también porque dice que ponerse ropa usada compromete la dignidad de su gente.
Pero cuando los países de África Oriental elevaron sus aranceles —a un nivel tan alto que constituye una prohibición de facto— para la importación de prendas usadas el año pasado, la reacción negativa fue significativa.
En marzo, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos amenazó con retirar a cuatro de los seis países de África Oriental incluidos en la Ley de Crecimiento y Oportunidades de África, un acuerdo comercial preferencial destinado a elevar el comercio y el crecimiento económico en el África subsahariana.
Paul Kagame, presidente de Ruanda, dijo que la región debería seguir adelante con la prohibición, aun cuando eso significara sacrificar algo de crecimiento económico. “Tenemos que crecer y establecer nuestras industrias”, declaró en junio.
África Oriental importó 151 millones de dólares en ropa y zapatos de segunda mano en el 2015, principalmente de Europa y Estados Unidos. Al menos el 70 por ciento de las prendas donadas termina en África, de acuerdo con Oxfam, organización caritativa británica que también vende ropa usada y donada al Continente.
Para países como Ruanda, una pequeña nación sin acceso al mar y pocos recursos naturales para extraer y exportar, crear una industria manufacturera local es vital para el desarrollo, sostienen las autoridades. África Oriental podría exportar hasta 3 mil millones de dólares anuales en prendas dentro de 10 años, de acuerdo con la firma de consultoría McKinsey.
A la larga, Kenia retiró su apoyo a la prohibición porque se arriesgaba a perder sus exportaciones de textiles a Estados Unidos. Globalmente, el país exportó unos 380 millones de dólares en ropa en el 2015.
Los miembros restantes del acuerdo comercial parecen decididos a apoyar la prohibición.
Hace unas décadas, Kenia tenía medio millón de trabajadores en la industria del vestido. Esa cifra se ha reducido a 20.000 y la producción se orienta hacia la exportación de ropa que con frecuencia es demasiado costosa para el mercado local. En Ghana, los empleos textiles se desplomaron un 80 por ciento de 1975 al 2000.
En Ruanda, donde el producto interno bruto per cápita es de 700 dólares, muchas personas se oponen a la prohibición, al argumentar que esta ha dejado sin empleo a miles de personas que se dedicaban a la distribución y venta de prendas de segunda y ha perjudicado a los jóvenes en particular.
Pero persiste la interrogante de si Ruanda, Tanzania y Uganda pueden desarrollar industrias textiles propias.
Los costos de energía y tras*porte en Ruanda se ubican entre los más altos de África, hay una escasez de trabajadores calificados en la confección y manufactura, y las importaciones de telas y estambres son prohibitivamente caras.
También está la cuestión del tamaño y el poder de compra del mercado consumidor local.
“¿Acaso tenemos un mercado listo aquí al cual podamos proveer ropa ‘Hecha en Ruanda’ para la población?”, preguntó Johannes Otieno, gerente de Utexrwa, que fabrica uniformes para el Ejército, la policía y los hospitales.