Clavisto
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"Si ya tenéis bemoles para salir, también los tenéis para trabajar. Y sino, no salgáis"
Los sueños de la vida se desvanecieron uno encima de otro. Quisiste ser astronauta, vaquero en el Oeste, espadachín, futbolista y mil cosas más. Aún desconocías que habías nacido en un país sin cohetes a propulsión y que del salvaje Oeste americano y la Francia del malvado Richelieu no quedaban más que representaciones encarnadas por actores. Y tú rezabas a Dios antes de dormirte para de mayor poder ir a la Luna, o apiolar a mil indios hasta encontrar a la chica que tenían secuestrada, o escupirle a la cara de ese infausto cardenal cuando, de rodillas, te pedía clemencia entre lágrimas. Tú eras el héroe victorioso. Pero Dios respondía a tus oraciones con otros sueños. Y así, de sueño en sueño, bajando de nivel al mismo tiempo que ibas haciéndote más grande, te diste cuenta de que Dios no te había elegido para nada de lo que tú habrías querido ser. Y entonces te cabreaste con Dios y dejaste de rezarle al comprobar que ya no era conseguir a la chica que te gustaba, no, sino que ni siquiera te ayudaba a aprobar los exámenes. Sólo quedaba dejar de estudiar o trabajar en algo. Y esto hiciste.
Un chico joven con un duro en el bolsillo se olvida pronto de Dios y de sus sueños. Sí, el trabajo era fastidioso, pero a cambio te daban tu dinero; el tuyo, el ganado por ti mismo.
El dinero era lo más parecido a lo que te enseñaron que era Dios. Comportándote más o menos bien habías visto con tus propios ojos como quienes lo hacían del todo mal conseguían las cosas que entonces codiciabas: las chicas que no te hacían ni caso se iban riendo con ellos. El indio se llevaba a la chica por su propia voluntad. ¿Qué huevones estaba pasando? ¿Donde estaba Dios? Pero con el dinero conseguías cosas; a más dinero, más cosas. Tampoco era tanto como para hacer todo lo que querías hacer, ni mucho menos, pero al menos ya era algo y, lo que es más, una respuesta clara a tus deseos, un premio a tu valor. Pidiéndole a Dios estaba claro que acabarías vistiendo santos y cantando gorigoris con las abuelas.
Fueron años buenos, años inolvidables, años llenos de risas y experiencias, de rabioso presente, de olvido del pasado y despreocupación por el futuro. La vida era bella, la vida era el sueño, la vida estaba feliz de tenerte dentro de ella.
Pero aquello acabó de la misma manera que había acabado Dios: poco a poco, sin darte cuenta, la vida estaba empezando a aburrirse de ti. Y mirando hacia los que venían detrás tuyo terminó por dejarte. La vida es una mujer.
Hay quienes regresan a Dios y hay quienes van hacia la nada. Y hay quien sigue vivo por una explicación.
- Hoy no vamos a ir a trabajar, papa -le dije por el teléfono a mi padre hace treintaitantos años. Mi hermano no se atrevía.
- jorobar...
- Estamos malos...
- me acuerdo de la leche...
- Perdón
- ...
- ¿Papa?
- Mira, os voy a decir una cosa...Si ya tenéis bemoles para salir, también los tenéis para trabajar. Y sino, no salgáis- Y colgó el teléfono con fuerza sin esperar ninguna respuesta.
En esas ando, papa. Sabes que nunca más volvimos a fallarte. Sabes que nunca más he vuelto a fallar.
Después de todo tú fuiste el único buen Dios que hizo todo lo que pudo para que al menos tuviera la oportunidad de soñar mis sueños.
Los sueños de la vida se desvanecieron uno encima de otro. Quisiste ser astronauta, vaquero en el Oeste, espadachín, futbolista y mil cosas más. Aún desconocías que habías nacido en un país sin cohetes a propulsión y que del salvaje Oeste americano y la Francia del malvado Richelieu no quedaban más que representaciones encarnadas por actores. Y tú rezabas a Dios antes de dormirte para de mayor poder ir a la Luna, o apiolar a mil indios hasta encontrar a la chica que tenían secuestrada, o escupirle a la cara de ese infausto cardenal cuando, de rodillas, te pedía clemencia entre lágrimas. Tú eras el héroe victorioso. Pero Dios respondía a tus oraciones con otros sueños. Y así, de sueño en sueño, bajando de nivel al mismo tiempo que ibas haciéndote más grande, te diste cuenta de que Dios no te había elegido para nada de lo que tú habrías querido ser. Y entonces te cabreaste con Dios y dejaste de rezarle al comprobar que ya no era conseguir a la chica que te gustaba, no, sino que ni siquiera te ayudaba a aprobar los exámenes. Sólo quedaba dejar de estudiar o trabajar en algo. Y esto hiciste.
Un chico joven con un duro en el bolsillo se olvida pronto de Dios y de sus sueños. Sí, el trabajo era fastidioso, pero a cambio te daban tu dinero; el tuyo, el ganado por ti mismo.
El dinero era lo más parecido a lo que te enseñaron que era Dios. Comportándote más o menos bien habías visto con tus propios ojos como quienes lo hacían del todo mal conseguían las cosas que entonces codiciabas: las chicas que no te hacían ni caso se iban riendo con ellos. El indio se llevaba a la chica por su propia voluntad. ¿Qué huevones estaba pasando? ¿Donde estaba Dios? Pero con el dinero conseguías cosas; a más dinero, más cosas. Tampoco era tanto como para hacer todo lo que querías hacer, ni mucho menos, pero al menos ya era algo y, lo que es más, una respuesta clara a tus deseos, un premio a tu valor. Pidiéndole a Dios estaba claro que acabarías vistiendo santos y cantando gorigoris con las abuelas.
Fueron años buenos, años inolvidables, años llenos de risas y experiencias, de rabioso presente, de olvido del pasado y despreocupación por el futuro. La vida era bella, la vida era el sueño, la vida estaba feliz de tenerte dentro de ella.
Pero aquello acabó de la misma manera que había acabado Dios: poco a poco, sin darte cuenta, la vida estaba empezando a aburrirse de ti. Y mirando hacia los que venían detrás tuyo terminó por dejarte. La vida es una mujer.
Hay quienes regresan a Dios y hay quienes van hacia la nada. Y hay quien sigue vivo por una explicación.
- Hoy no vamos a ir a trabajar, papa -le dije por el teléfono a mi padre hace treintaitantos años. Mi hermano no se atrevía.
- jorobar...
- Estamos malos...
- me acuerdo de la leche...
- Perdón
- ...
- ¿Papa?
- Mira, os voy a decir una cosa...Si ya tenéis bemoles para salir, también los tenéis para trabajar. Y sino, no salgáis- Y colgó el teléfono con fuerza sin esperar ninguna respuesta.
En esas ando, papa. Sabes que nunca más volvimos a fallarte. Sabes que nunca más he vuelto a fallar.
Después de todo tú fuiste el único buen Dios que hizo todo lo que pudo para que al menos tuviera la oportunidad de soñar mis sueños.
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