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Hasta bien entrado el siglo XVIII cuando alguien encontraba el yacimiento o ruina de alguna cultura antigua no se preservaba el lugar como actualmente se hace, sino que solían apropiarse de todo aquello de valor o decorativo que podía servirles, sobre todo para decorar mansiones y casas.
Pero a partir del sorprendente hallazgo realizado por un aragonés llamado Roque Joaquín de Alcubierre (nacido en Zaragoza en 1702) y a su empeño por respetar todo aquello que representaba el pasado histórico de un pueblo y, por tanto, de la humanidad, comenzó lo que hoy en día conocemos como ‘arqueología’ o tal y como lo define el diccionario de la RAE: ‘Ciencia que estudia las artes, los monumentos y los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos’.
Alcubierre tenía formación militar y se había incorporado en el cuerpo de ingenieros. El destino lo llevó hasta Italia donde parte de la península pertenecía por aquel entonces a la Corona Española a través del Reino de Nápoles, que en aquel momento recaía en Carlos VII (hermanastro del rey Fernando VI y que tras el fallecimiento de éste sin descendencia sería nombrado rey de España con el nombre de Carlos III).
El rey de Nápoles había realizado el encargo en 1738 que se levantara un palacio que debía convertirse en la residencia real napolitana. Roque Joaquín de Alcubierre fue el encargado de explorar el terreno donde se realizaría dicha edificación (lo conocido como trabajo de prospección), cuando de repente, tras abrir varias zanjas fue hallando restos que parecían pertenecer a una cultura de muchos siglos atrás.
Tras solicitar los pertinentes permisos para seguir abriendo comprobó que estaba ante un sorprendente yacimiento (actualmente conocido como Herculano, debido a una estatua y dos frescos encontrados en distintas paredes en los que aparecía el héroe de la mitología romana Hércules) y que escondía una antigua ciudad que en su tiempo fue de más prósperas.
Alcubierre logró que se preservara gran parte de lo encontrado y que no fuese expoliado por aquellos que querían adornar sus palacios.
Cogió tal afición (y fascinación) por la arqueología que una década más tarde (en 1748) hacía otro sorprendente hallazgo en un nuevo yacimiento más hacia el sur de Nápoles: la ciudad de Pompeya.
Una antigua ciudad del Imperio Romano que había quedado sepultada por la lava del cercano volcán del monte Vesubio tras entrar en erupción el 24 de agosto del año 79 a.C.
Trabajos de reconstrucción de Pompeya realizados a finales del siglo XIX
Roque Joaquín de Alcubierre convenció al rey de Nápoles Carlos VII para que financiara toda la obra de excavación de aquel yacimiento siendo, junto a la de Herculano, las primeras y más importantes investigaciones arqueológicas que se habían producido en la Historia hasta aquel momento.
Un siglo después llegarían otras como las realizadas en Egipto y que también serían determinantes para el cambio de parecer en la mentalidad de los gobernantes de la época que comenzarían a apreciar todo aquello como legado histórico y no como objetos del deseo para lucir en sus palacios (dejando aparte, evidentemente, algunos impunes expolios que se llevaron a otros países valiosísimas piezas para exhibirlas en sus museos).
Desde entonces Pompeya y Herculano se han convertido en dos de los lugares del planeta más visitados por turistas que sienten curiosidad por saber cómo era la civilizaciones antiguas, sus casas, costumbres y modos de vida. Gracias al primer paso dado por el aragonés Roque Joaquín de Alcubierre hoy en día la humanidad puede disfrutarlas.
FUENTE
Pero a partir del sorprendente hallazgo realizado por un aragonés llamado Roque Joaquín de Alcubierre (nacido en Zaragoza en 1702) y a su empeño por respetar todo aquello que representaba el pasado histórico de un pueblo y, por tanto, de la humanidad, comenzó lo que hoy en día conocemos como ‘arqueología’ o tal y como lo define el diccionario de la RAE: ‘Ciencia que estudia las artes, los monumentos y los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos’.
Alcubierre tenía formación militar y se había incorporado en el cuerpo de ingenieros. El destino lo llevó hasta Italia donde parte de la península pertenecía por aquel entonces a la Corona Española a través del Reino de Nápoles, que en aquel momento recaía en Carlos VII (hermanastro del rey Fernando VI y que tras el fallecimiento de éste sin descendencia sería nombrado rey de España con el nombre de Carlos III).
El rey de Nápoles había realizado el encargo en 1738 que se levantara un palacio que debía convertirse en la residencia real napolitana. Roque Joaquín de Alcubierre fue el encargado de explorar el terreno donde se realizaría dicha edificación (lo conocido como trabajo de prospección), cuando de repente, tras abrir varias zanjas fue hallando restos que parecían pertenecer a una cultura de muchos siglos atrás.
Tras solicitar los pertinentes permisos para seguir abriendo comprobó que estaba ante un sorprendente yacimiento (actualmente conocido como Herculano, debido a una estatua y dos frescos encontrados en distintas paredes en los que aparecía el héroe de la mitología romana Hércules) y que escondía una antigua ciudad que en su tiempo fue de más prósperas.
Alcubierre logró que se preservara gran parte de lo encontrado y que no fuese expoliado por aquellos que querían adornar sus palacios.
Cogió tal afición (y fascinación) por la arqueología que una década más tarde (en 1748) hacía otro sorprendente hallazgo en un nuevo yacimiento más hacia el sur de Nápoles: la ciudad de Pompeya.
Una antigua ciudad del Imperio Romano que había quedado sepultada por la lava del cercano volcán del monte Vesubio tras entrar en erupción el 24 de agosto del año 79 a.C.
Trabajos de reconstrucción de Pompeya realizados a finales del siglo XIX
Roque Joaquín de Alcubierre convenció al rey de Nápoles Carlos VII para que financiara toda la obra de excavación de aquel yacimiento siendo, junto a la de Herculano, las primeras y más importantes investigaciones arqueológicas que se habían producido en la Historia hasta aquel momento.
Un siglo después llegarían otras como las realizadas en Egipto y que también serían determinantes para el cambio de parecer en la mentalidad de los gobernantes de la época que comenzarían a apreciar todo aquello como legado histórico y no como objetos del deseo para lucir en sus palacios (dejando aparte, evidentemente, algunos impunes expolios que se llevaron a otros países valiosísimas piezas para exhibirlas en sus museos).
Desde entonces Pompeya y Herculano se han convertido en dos de los lugares del planeta más visitados por turistas que sienten curiosidad por saber cómo era la civilizaciones antiguas, sus casas, costumbres y modos de vida. Gracias al primer paso dado por el aragonés Roque Joaquín de Alcubierre hoy en día la humanidad puede disfrutarlas.
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