El acosador feminista Peio Riaño escribió un libro delirante en el que pide derribar las estatuas de conquistadores y todo el Valle de los Caídos

RazingerZ

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“Lo que importa es hacer desaparecer el signo que oprime e imponer (el subrayado es mío) otros nuevos, capaces de representar a una nueva sociedad (…). Eliminar todo aquello que simboliza o representa el orden antiguo y normalmente represivo para sustituirlo por otro nuevo o mejor”.



"Seguir sus razonamientos acaba llevando a la hilaridad, primero, y luego a la indignación"


Seguir los razonamientos del periodista cultural e historiador del arte acaba llevando a la hilaridad, primero, y luego a la indignación ante sus pretensiones de que nos traguemos su descarado insulto a la inteligencia. Unas decapitaciones son infamias y otras no. ¿Quién lo decide? A esa pregunta responde el autor que el pueblo, la población, como si esta se moviese por un criterio intelectual, y omite la intoxicación, la manipulación y la propaganda de masas. Eso le da igual al historiador del arte y la cultura. “Las grandes figuras veneradas del pasado no están a la altura de los ideales contemporáneos”, escribe Riaño refiriéndose a sus propios ideales. Lo progresista (o sea, lo que él considera como tal) debe ser respetado y lo reaccionario (o sea, lo que él considera como tal) destruido. Y punto. Le parece mal que Gregorio Magno arrojase al Tíber las estatuas paganas porque eso fue en beneficio de la iglesia católica, pero le parece bien que derriben la estatua de Hernán Cortés porque era un militar destructor de culturas. Le parece desgarrador que alguien destruya una estatua de Martin Luther King, pero aplaude que sea Colón quien ruede por tierra. Lo bueno y lo malo, lo destruible y lo preservable quedan condicionados, por tanto, a la ideología del grupo dominante, siempre y cuando el grupo dominante será el que Peio Riaño aspira a que domine. El que le convenga a él en cada momento, “ya sea (escribe) quemando banderas en manifestaciones o fotografías de la familia real, abucheando el himno en un estadio de fútbol o derribando una estatua de su pedestal”. Banderas, himnos, familia y estatuas que no le importa quién respete si no las respeta él:

“Pensemos en todos esos militares españoles invasores del continente americano (…). Cristóbal Colón fue una marioneta de la reconstrucción patriótica de la narrativa nacionalista”.



"Para Riaño, defender la huella de España en América en sus monumentos es un acto fascista"


Y así, todo el libro. Para el periodista cultural e historiador del arte, defender la huella de España en América en sus monumentos es un acto fascista. Eso sólo lo hacen Vox, el PP y la ralea que les vota. Las estatuas de Hernán Cortés, que Riaño también califica de fascistas, contienen según él “todos esos atributos de los que disfrutaba el hombre antes de que la mujer lo distrajera de sus cosas de hombre, como conquistar mundos nuevos. (…) Es la masculinidad más recalcitrante y opresora (…) revitalizada con una inyección de proteínas viriles”. Así que lo feminista y progresista, en su opinión, es aplaudir que se borre todo eso. Y la mirada censora e insobornable del autor, que aspira a ser purificadora como el fuego inquisitorial (llama franquista al escritor Azorín, al término Hispanoamérica o a la Real Academia de la Historia y su monumental Diccionario Biográfico), adquiere tonos desaforados a medida que el texto avanza y el autor, envalentonado, gustándose mucho, viniéndose arriba del todo, se atreve a poner, al fin, el dedo en la última y principal llaga que le atormenta, para, después de manifestar su deseo de que la ciudadanía “deje de creer en el mito de la preeminencia española en la identidad americana”, afirmar, rotundo:

“La hispanidad nace con el objetivo de negar la pérdida de la hegemonía de España en el relato de América (…). La exaltación imperial y nacionalista de la obra de España en América es tan anacrónica en la actualidad como consustancial al franquismo”.

Y claro, una vez puesto sobre la mesa el comodín del franquismo, que lo mismo vale para un roto que para un descosido (“Los franquistas se refieren a la Guerra Civil española como una batalla entre hermanos”, apunta Riaño), el periodista cultural e historiador del arte nos deja en el aire una gran pregunta final que exige urgente respuesta:

“¿Por qué salen los símbolos de las calles, pero se quedan los grandes monumentos arquitectónicos que homenajean a un gran régimen antidemócrata? ¿Por qué conservar el Valle de los Caídos y no una escultura ecuestre? ¿Por el tamaño?”

Queda en el aire esta grave pregunta, como digo, fundamental para el pulso de la cultura occidental del siglo XXI. A mí ese suspense final me huele a segunda parte, y no me sorprendería en absoluto que esa segunda parte esté en camino porque, como dije antes, de algo estoy segura: los editores del periodista cultural e historiador del arte Peio Riaño son unos cachondos.


 
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