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Madmaxista
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«Llevamos más de seis inviernos sin poder encender la estufa»
«¿La última vez que utilicé la estufa? Llevamos más de seis inviernos sin poder encenderla»
«Es más que un lujo, es algo impensable». En eso se ha convertido la calefacción para María, el nombre ficticio de esta vecina de Zalaeta, en A Coruña, que prefiere permanecer en el anonimato. La ola de alertas por el frío extremo no pasa desapercibida en su casa. Vive en un piso de alquiler con su compañero y con uno de sus tres hijos. El mayor, de 35 años. Los tres están en el paro y ponen nombre al drama de la pobreza que se cronifica. Viven de la risga que le concedieron a su pareja. 522 euros de los que 300 van para pagar la mensualidad de la vivienda y 160 para un crédito que tienen pendiente. Son usuarios de la Cocina Económica y de Cáritas. «Me acuerdo de la primera vez que recurrí a ellos. Fui con mucha vergüenza, pero me dieron vida y esperanza. Me escucharon», insiste. Las preguntas, añade, son a veces lo que más duele. «Lo más incómodo es cuando siento que me juzgan por mi situación».
En estos días gélidos las estrecheces se agrandan. «¿La última vez que utilicé la estufa? ¡Uf!, creo que llevamos más de seis inviernos sin encenderla. Nos abrigamos más para estar en casa que para salir a la calle. Tengo dos nietos, de 9 y 4 años. Cuando vienen estoy deseando que llegue la hora de que vayan al colegio. Allí no pasarán frío», confiesa.
Las bajas temperaturas no son lo único que le congela el ánimo. «Es también no poder encender la campana extractora en la cocina, o pensártelo dos veces antes de poner una lavadora o darte una ducha en agua caliente. Nos privamos de todo y ni así la factura baja de los 85 euros. Todo es eléctrico y el propietario no nos deja poner las facturas a nuestro nombre. Podríamos ahorrar con las bonificaciones que conceden para casos como el nuestro».
¿Cómo se llega hasta aquí? «Este es uno de esos casos de familias normalizadas que se estancaron en esa bolsa de población en situación crónica de pobreza. Primero vino el desempleo. Después, todo lo demás. Y siempre negativo. Tienes que tener una renta media mínima para permitirte encender la calefacción en invierno. Muchos pisos ni la tienen instalada», dice Pablo Sánchez, trabajador social en la Cocina Económica.
«Llevaba 13 años trabajando en la hostelería cuando me despidieron, en el 2013. Voy para 55 años. A mi marido le pasa lo mismo. Se las fue arreglando como comercial. Es muy duro cuando nos dicen que no damos el perfil. Un círculo vicioso que te reprime como cabeza de familia», se justifica. Su hijo tampoco ha tenido suerte y lleva dos años sin enlazar un puesto estable. «Tienes que aceptar trabajar en neցro todo el día por seis euros repartiendo publicidad. Es lo que hay si quieres comer».
«¿Calefacción? Algunas casas la tendrán, la mía no, hija, la mía no tiene nada de nada»
«¿Calefacción? Algunas casas la tendrán, la mía no, hija, la mía no tiene nada de nada»
Lo cuentan en numerosas ocasiones oenegés como Cáritas o la Cruz Roja: en Pontevedra persiste la pobreza energética y hay hogares donde no se enciende la calefacción porque no se puede asumir el gasto que supone. No hace falta buscar demasiado en los barrios de la ciudad para poner nombre y cara a eso que cuentan las entidades benéficas. Vayamos hasta la barriada de A Seca, a la zona de viviendas sociales de antigua construcción. Y preguntemos. Las primeras vecinas que aparecen en escena describen la situación de la barriada: «Las casas no tenían calefacción, pero mucha gente sí se la puso. Hay quien la tiene eléctrica y quien la tiene de gas. En mi caso, no tengo ninguna, sigo con mi estufa catalítica de toda la vida y me apaño. Lo que no sé es si todo el mundo tiene algo con lo que calentarse, habrá quien sí y habrá quien no», cuenta una mujer que cuida de una niña. Y cuenta bien. Porque, efectivamente, pronto aparece quien señala que de calefacción, nada de nada.
Una mujer entrada en años cuelga la ropa en un primer piso. Se llama Consuelo. Y explica que, aunque trabajó duro, no cotizó y, por tanto, no tiene pensión. Tira hacia adelante con la paga de viudedad que, por lo que cuenta, no es para echar cohetes. Aun así, está agradecida : «Si no es por mi marido, no tengo nada», dice. Consuelo se ríe cuando se le pregunta por la calefacción, y espeta: «¿Calefacción? Algunas casas la tendrán, la mía no, hija, la mía no tiene nada de nada». Para calentar su hogar tiene un pequeño calefactor eléctrico, pero lo enciende lo menos posible, aunque el día sea gélido como el de ayer. «Lo pones un poquito y el resto del tiempo no, si no cuando te vine la factura, menudo susto te llevas», cuenta mientras sigue tendiendo su colada.
En otra de las callejuelas del barrio unos chavales charlan, precisamente, de lo frío que está el día. Una es una joven, progenitora de dos niños, que vive en un pequeño inmueble. Cuenta que tampoco tienen calefacción eléctrica ni de gas como tal: «La casita la calentamos con la estufa de leña... la eléctrica cuesta mucho», dice, y muestra, efectivamente, una estufa redonda ubicada en el medio del pasillo. A media mañana de ayer permanecía apagada: «No la tengo siempre encendida porque si no también consume mucha leña. Caliento la casa, la dejo apagar y cuando hace falta la vuelvo a encender», indica. Afortunadamente no tiene que comprar la leña porque su familia tiene alguna propiedad donde se puede cortar. Ella trabaja unas horas al día en casa de una vecina y su pareja tiene empleo en un taller. ¿Le gustaría contar con calefacción de otro tipo? «Hombre, sería más cómodo y más caliente, seguramente, pero así vamos tirando».
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Es increible. Rusia es un país pobre (para la clase obrera) y allí nadie pasa frío. todos los edificios con calefaccon central a tope las 24 horas y aqui con estar vergÜenzas.
«¿La última vez que utilicé la estufa? Llevamos más de seis inviernos sin poder encenderla»
«Es más que un lujo, es algo impensable». En eso se ha convertido la calefacción para María, el nombre ficticio de esta vecina de Zalaeta, en A Coruña, que prefiere permanecer en el anonimato. La ola de alertas por el frío extremo no pasa desapercibida en su casa. Vive en un piso de alquiler con su compañero y con uno de sus tres hijos. El mayor, de 35 años. Los tres están en el paro y ponen nombre al drama de la pobreza que se cronifica. Viven de la risga que le concedieron a su pareja. 522 euros de los que 300 van para pagar la mensualidad de la vivienda y 160 para un crédito que tienen pendiente. Son usuarios de la Cocina Económica y de Cáritas. «Me acuerdo de la primera vez que recurrí a ellos. Fui con mucha vergüenza, pero me dieron vida y esperanza. Me escucharon», insiste. Las preguntas, añade, son a veces lo que más duele. «Lo más incómodo es cuando siento que me juzgan por mi situación».
En estos días gélidos las estrecheces se agrandan. «¿La última vez que utilicé la estufa? ¡Uf!, creo que llevamos más de seis inviernos sin encenderla. Nos abrigamos más para estar en casa que para salir a la calle. Tengo dos nietos, de 9 y 4 años. Cuando vienen estoy deseando que llegue la hora de que vayan al colegio. Allí no pasarán frío», confiesa.
Las bajas temperaturas no son lo único que le congela el ánimo. «Es también no poder encender la campana extractora en la cocina, o pensártelo dos veces antes de poner una lavadora o darte una ducha en agua caliente. Nos privamos de todo y ni así la factura baja de los 85 euros. Todo es eléctrico y el propietario no nos deja poner las facturas a nuestro nombre. Podríamos ahorrar con las bonificaciones que conceden para casos como el nuestro».
¿Cómo se llega hasta aquí? «Este es uno de esos casos de familias normalizadas que se estancaron en esa bolsa de población en situación crónica de pobreza. Primero vino el desempleo. Después, todo lo demás. Y siempre negativo. Tienes que tener una renta media mínima para permitirte encender la calefacción en invierno. Muchos pisos ni la tienen instalada», dice Pablo Sánchez, trabajador social en la Cocina Económica.
«Llevaba 13 años trabajando en la hostelería cuando me despidieron, en el 2013. Voy para 55 años. A mi marido le pasa lo mismo. Se las fue arreglando como comercial. Es muy duro cuando nos dicen que no damos el perfil. Un círculo vicioso que te reprime como cabeza de familia», se justifica. Su hijo tampoco ha tenido suerte y lleva dos años sin enlazar un puesto estable. «Tienes que aceptar trabajar en neցro todo el día por seis euros repartiendo publicidad. Es lo que hay si quieres comer».
«¿Calefacción? Algunas casas la tendrán, la mía no, hija, la mía no tiene nada de nada»
«¿Calefacción? Algunas casas la tendrán, la mía no, hija, la mía no tiene nada de nada»
Lo cuentan en numerosas ocasiones oenegés como Cáritas o la Cruz Roja: en Pontevedra persiste la pobreza energética y hay hogares donde no se enciende la calefacción porque no se puede asumir el gasto que supone. No hace falta buscar demasiado en los barrios de la ciudad para poner nombre y cara a eso que cuentan las entidades benéficas. Vayamos hasta la barriada de A Seca, a la zona de viviendas sociales de antigua construcción. Y preguntemos. Las primeras vecinas que aparecen en escena describen la situación de la barriada: «Las casas no tenían calefacción, pero mucha gente sí se la puso. Hay quien la tiene eléctrica y quien la tiene de gas. En mi caso, no tengo ninguna, sigo con mi estufa catalítica de toda la vida y me apaño. Lo que no sé es si todo el mundo tiene algo con lo que calentarse, habrá quien sí y habrá quien no», cuenta una mujer que cuida de una niña. Y cuenta bien. Porque, efectivamente, pronto aparece quien señala que de calefacción, nada de nada.
Una mujer entrada en años cuelga la ropa en un primer piso. Se llama Consuelo. Y explica que, aunque trabajó duro, no cotizó y, por tanto, no tiene pensión. Tira hacia adelante con la paga de viudedad que, por lo que cuenta, no es para echar cohetes. Aun así, está agradecida : «Si no es por mi marido, no tengo nada», dice. Consuelo se ríe cuando se le pregunta por la calefacción, y espeta: «¿Calefacción? Algunas casas la tendrán, la mía no, hija, la mía no tiene nada de nada». Para calentar su hogar tiene un pequeño calefactor eléctrico, pero lo enciende lo menos posible, aunque el día sea gélido como el de ayer. «Lo pones un poquito y el resto del tiempo no, si no cuando te vine la factura, menudo susto te llevas», cuenta mientras sigue tendiendo su colada.
En otra de las callejuelas del barrio unos chavales charlan, precisamente, de lo frío que está el día. Una es una joven, progenitora de dos niños, que vive en un pequeño inmueble. Cuenta que tampoco tienen calefacción eléctrica ni de gas como tal: «La casita la calentamos con la estufa de leña... la eléctrica cuesta mucho», dice, y muestra, efectivamente, una estufa redonda ubicada en el medio del pasillo. A media mañana de ayer permanecía apagada: «No la tengo siempre encendida porque si no también consume mucha leña. Caliento la casa, la dejo apagar y cuando hace falta la vuelvo a encender», indica. Afortunadamente no tiene que comprar la leña porque su familia tiene alguna propiedad donde se puede cortar. Ella trabaja unas horas al día en casa de una vecina y su pareja tiene empleo en un taller. ¿Le gustaría contar con calefacción de otro tipo? «Hombre, sería más cómodo y más caliente, seguramente, pero así vamos tirando».
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Es increible. Rusia es un país pobre (para la clase obrera) y allí nadie pasa frío. todos los edificios con calefaccon central a tope las 24 horas y aqui con estar vergÜenzas.