Dos artículos periodísticos contra el montaje de Jenni la embustera y el beso

ossirunne

Himbersor
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28 May 2021
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Estos dos artículos los publicaron hoy en Libertad Digital, aunque los amigos de Federico han tenido una actitud tibia en esta ridiculez del beso a la lesbiana es reconfortante leer cosas tan acertadas sobre esta merluzez colectiva de los medios.



Mis queridos estalinistas
Son adictos a la sanción civil, administrativa o penal, con hostigamiento y humillación para todo aquel que moleste, obstruya o contr

Me importa poco el fútbol, aunque lo sigo. En mi infancia y adolescencia frecuentaba otras modalidades deportivas. Recuerdo que los fines de semana los polideportivos eran un hervidero de chicos y chicas. Había armonía en las pistas de baloncesto, voleibol, atletismo, balonmano o tenis. Trifulcas casi siempre un poco más allá, en el once contra once. El público que les acompañaba tampoco era el de la Ópera de Viena, todo sea dicho. Me dicen que las cosas han cambiado. No lo sé, pero bueno, vamos al asunto de autos.

Hemos visto imágenes y declaraciones claras, nítidas, cristalinas y concluyentes sobre lo ocurrido en la entrega de trofeos de la final del mundial. Caso cerrado, pero no. Algunos vieron carnaza y no iban a dejar pasar la oportunidad. El aquelarre iniciado por medios y ciertas personalidades, especialistas en precipitarnos a los ciudadanos unos contra otros y enturbiar todo lo que se pueda enturbiar, se añadía acto seguido un sorprendente cambio de opinión en la protagonista del caso.

De restar toda importancia e incluso asumir lo sucedido como algo normal, consentido e insignificante en mitad del jolgorio de una celebración, pasamos a una acusación más o menos directa de agresión sensual. A la fecha, eso sí, la presuntamente agredida no ha formalizado denuncia alguna, siendo otros quienes están actuando penal y administrativamente. Esta forma de proceder, no sabemos si consensuada o no, es fraudulenta y aclara definitivamente lo que en verdad afrontamos.


Y como era de esperar, figuras del deporte (pocas, todo sea dicho), también del artisteo, la prensa, medios de desinformación y la política se han sumado a una más que infame cacería. He visto telediarios dedicados casi íntegramente al asunto, editoriales de prensa propias de la RDA, y hasta señalamientos por aplaudir en la asamblea de la federación española de fútbol. Qué decir de los silencios. Sí, sí, hasta los silencios se han denunciado porque nuestros nuevos inquisidores creen que todos deben manifestarse y todos debemos hacerlo como ellos han decidido. Pronúnciese, Sr. Alcalde de Madrid; hagan o digan algo, capitanes de la selección masculina; no sigan callados, dirigentes de no sé qué partidos políticos. ¿Y usted, Rafael Nadal? ¿qué hace aún sin mostrar su apoyo públicamente? Ha faltado reclamarle a Julio Iglesias.

Admito no recordar una jauría similar y llevamos muchas en los últimos tiempos. Un linchamiento que, más allá de las antipatías que pueda despertar un señor o una señora, de las razones existentes o no para un relevo en un cargo, no es aceptable, ni civilizado, y sólo debería generar repulsa en cualquier persona racional y mínimamente educada.

No ha faltado tampoco el eslogan en el exorcismo. Se acabó, escribe y difunde machaconamente allí donde puede la masa enfurecida que tiene razón, ha dictado sentencia y punto. Toda desviación es ofensa y objeto de escarnio.


Un "se acabó" agitado además por miembros del consejo de ministros en funciones. La vicepresidenta admiradora de Fidel Castro y otros conocidos sanguinarios, no sabemos si desde su retiro vacacional o desde palacio ministerial, pedía hiperventilando una acción directa del Gobierno para destituir a un presidente de un ente privado como es la federación de fútbol. Presidente elegido democráticamente y que como es lógico está sometido a los procedimientos y garantías correspondientes. Del derecho de defensa, el derecho de audiencia o el derecho al procedimiento debido para qué vamos a hablar. A los de los derechos, sí, a ellos, esto en verdad poco o nada les importa. Porque son, digámoslo abiertamente, estalinistas. Adictos a la sanción civil, administrativa o penal, con hostigamiento y humillación para todo aquel que moleste, obstruya o contradiga.

En este soberbio y lamentable espectáculo no escapa la fiscalía. Primero esperando el resultado de la asamblea de la federación para activar acciones penales, ahora instando a la presuntamente agredida a formalizar con celeridad denuncia. Patrocinadores, el Consejo Superior de Deportes, algunos clubes uniéndose al aquelarre, y luego ya, en fin, la FIFA interviniendo un sábado por la tarde desde Suiza. Suspende provisionalmente en funciones al presidente de una entidad española sin derecho de audiencia y decide una especie de orden de alejamiento. Habrase visto mayor sumariedad. Está por ver qué resuelven o dicen los abogados del Estado y hasta dónde es capaz de llegar, o resistir, el declarado hereje. Porque claro, "te estás enfrentando al Estado", le habrá tras*mitido.

Sea como fuere, y como la verdad no parece ya interesar a nadie, incluso cuando es evidente como en este caso, creo que hay que prestar cuidada atención a las acciones de acompañamiento, las opiniones y las rectificaciones para comprender dónde estamos, a dónde hemos llegado en este país y lo que viene.

En el estalinismo, como hoy en Corea del Norte, los siervos del poder aplaudían y gesticulaban con energía para llamar la atención. Creían que así el aparato de control del partido no podría dudar de sus lealtades, asegurando puestos o expectativas de cargos. Hoy esa práctica parece haberse sustituido, o se complementa, por mensajes en redes sociales, comunicados, pancartas, etiquetas o manifiestos.

Los estalinistas de ahora, como los de entonces, hacen lo que sea necesario para complacer y seguir a quien regenta el poder, que no nos engañemos, al final converge en el Estado. Y ahí es donde suelen ir posicionándose según el curso de los acontecimientos. Rezuma así, en toda esta historia, aquello del fascismo mussoliniano: tutto nello Stato, niente al di fuori dell Stato, nulla contro lo Stato.

Imposible, por último, no recordar a Marcello (El conformista, Alberto jovenlandesavia) mientras escucho o leo declaraciones, mansajes, editoriales o artículos de prensa. Marcello, hijo de la burguesía que hizo ascender el fascismo en Italia era un personaje siniestro. Gris pero metódico, calculador y siempre obediente con la ideología del poder. Porque el alineamiento con el poder, la simple pertenencia, da importancia y seguridad a los de esta naturaleza. Por eso, cuando surge la fuerza bruta, la mentira, la marrullería y la irracionalidad de la ideología siempre hay miles de marcellos que apuestan la vida propia e incluso juegan con la de los demás por someterse a las directrices del poder. Este episodio no es un caso ajeno ni diferente.




Simulacro de alarma
Lo que se están cargando son las garantías del derecho. Es decir, lo único que de verdad podría salvarnos de nosotros mismos en caso de emergencia.



En la que probablemente sea la mejor introducción a un capítulo de una serie en toda la historia de las introducciones a los capítulos de las series —cómicas o dramáticas, en esto no hago distinciones— Dwight Schrute, probablemente el mejor personaje de una serie en toda la historia de las series, decide poner a prueba a sus compañeros de oficina simulando un incendio. Describir lo que sigue carece de sentido porque, que yo sepa, nadie nunca ha podido describir la risa exactamente. Digamos en todo caso que es la apoteosis del caos, del desconcierto, de la anarquía, del egoísmo, del absurdo, de la desesperación, de la injusticia y de la merluzez humana. Todo lo que se da en algunos simulacros de alarma, en fin, por alguna razón más desordenados e inciertos que si fueran alarmas de verdad.


Pienso mucho en esa escena cada vez que se genera un revuelo social y de repente parece pender sobre nuestras cabezas una amenaza inminente, poderosísima y difusa que sin embargo puede ser desactivada, eso nos dicen, si actuamos todos unidos por la causa común de la supervivencia. Lo que suele ocurrir es un simulacro de alarma. Pocos acontecimientos he visto más irracionales que los que protagoniza la sociedad mediático-política cada vez que se decide a atacar con fiereza un problema importantísimo que de pronto ha determinado inaplazable. Es un espectáculo digno de estudio. Los líderes que deberían guiar la defensa arrojan armas a la turba y se suman a ella, supongo que con la esperanza de convertirse más rápidamente en líderes sin cortapisas; los gritos, los llantos y las denuncias se suceden y se empalman, como si lo primordial no fuese atajar el fuego, sino señalarlo con el dedo; el ruido se apodera de todo; las soluciones fáciles, terribles y cortoplacistas se adueñan de la plaza pública y lo que al final termina siendo ignorado son los verdaderos protocolos, esos que ya recoge el sistema y que habían sido diseñados para acometer ese tipo de emergencias.


Saber que se trata de un simulacro y no de una alarma de verdad es sencillo porque el detonante suele ser un trampantojo. Un trampantojo es aquello que contiene todas las características de la amenaza real, todos sus diminutos rasgos definitorios, pero que al ser más inofensivo y manejable concita un levantamiento llamativamente mayor de justicieros sin máscara y de activistas del Bien dispuestos a plantarle cara. En España, por ejemplo, el sexismo machista irrespirable que atenta contra la seguridad de las mujeres no ha merecido soluciones drásticas y pronunciamientos masivos cuando una ley ha sacado a más de mil forzadores a la calle. Ahí no eran urgentes las purgas ni los enjuiciamientos populares. Lo han sido un segundo después, eso sí. Exactamente cuando un impresentable con bastante poder y cuya decapitación beneficia más que perjudica a sus verdugos le ha plantado un pico a una jugadora de fútbol en una entrega de premios.

En circunstancias distintas, contemplar este caos magnificado e inverosímil sería hasta divertido. El problema es saber que detrás de todas las personas ciertamente acongojadas por un peligro exagerado que se les viene encima existen otros tantos Dwights Schrutes. Gentes dispuestas no sólo a simular un fuego sino hasta a provocarlo, si hiciera falta, con tal de colocar sus soluciones. Por el camino lo que se están cargando son las garantías del derecho. Es decir, lo único que de verdad podría salvarnos de nosotros mismos en caso de emergencia.
 
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