"¿Dónde están los progresistas?" Informe Petras del año 1995, cuando el paro había alcanzado el 23,5%

M. Priede

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14 Sep 2011
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Da un poco de vergüenza que un norteamericano de 60 años al que le encargan los socialistas un informe pensando que les iba a hacer la pelota, escriba sobre la realidad española de aquellos años con una precisión asombrosa, y eso con sólo unas semanas de estancia en nuestro país. El español lleva muchos años incapaz de pensar si no antepone alguna creencia, en este caso ideológica. Petras también tiene ideología, pero no abandona el rigor de preguntar.

Fijaos que hace 25 años explicaba nuestro presente mejor que hoy lo hacen nuestros periodistas y académicos. No se limitó a leer informes, al estilo que usaban el que ahora es Ministro de Universidades. También salió a la calle y habló con la gente haciendo un estudio de campo y registrando los problemas reales, no partiendo exclusivamente de lo que contaban los informes oficiales.

¿DÓNDE ESTÁN LOS PROGRESISTAS?​
Lo asombroso respecto al destino de millones de jóvenes mal pagados y subempleados sin​
futuro es la indiferencia de la sociedad, incluyendo la indiferencia de la clase media "progresista".​
¿Dónde están los progresistas? Están activos, pero lo que les interesa es el dos por ciento de
“marginales": los etnianos, los drogodependientes, las cortesanas, los pagapensiones; el acoso sensual,
el racismo...cualquier cosa menos el destino de tres millones de españoles desempleados, los
jóvenes trabajadores con contratos temporales y los que tratan de vivir del salario mínimo. No​
quiero ser malinterpretado. Por supuesto que estoy en contra del acoso sensual, la djscriminación y​
el racismo. Pero aquí y ahora, y en la estructura de clases española, la distancia entre los problemas​
sociales a largo plazo y a gran escala, y las actividades de los progresistas es escandalosa. ¿Por qué​
eluden su realidad nacional y social?​
Primero, porque no es peligroso luchar por los derechos legales de las pequeñas minorías: eso
no comporta ninguna confrontación con el Estado y menos aún con los empresarios. Pero​
comprometerse en la lucha por los sub y desempleados implica confrontaciones muy duras y​
sostenidas con el Estado y los empresarios (y los medios de masas) porque esa lucha gira en torno a​
la distribución de los principales recursos económicos de la sociedad: los presupuestos que podrían​
financiar obras públicas para un empleo a gran escala en vez de subvenciones para corporaciones​
multinacionales; los beneficios empresariales que podrían financiar una semana laboral más corta y​
la contratación de empleados fijos.​
En segundo lugar, las luchas progresistas por las minorías (cambios simbólicos y
reconocimiento legal) tienen el apoyo financiero de los gobiernos municipales o regionales. Las
ONG y organizaciones similares brindan a los progresistas oportunidades económicas, segundos
salarios en calidad de investigadores, educadores, asistentes sociales o abogados. Pueden así
combinar una "buena conciencia" y la remuneración económica con una palmadita en el hombro de
las autoridades locales.
Mientras tanto, la lucha de millones de sub y desempleados, si estuviera adecuadamente​
organizada, podría afectar a las políticas globales de las mismas benevolentes autoridades. Podría
socavar sus esfuerzos por subvencionar a los promotores inmobiliarios urbanos y a los
constructores que financian sus campañas electorales. Por esta razón, los esfuerzos para organizar
políticamente a los sub y desempleados por empleos bien pagados contra los políticos neoliberales
no reciben ningún apoyo financiero.
En tercer lugar, la actual moda ideológica entre la clase media progresista pone en tela de juicio​
la noción misma de "clase". La retórica dice algo así como: "Clase es un constructo cultural que ha
perdido su pertinencia". Los progresistas ahora están en conceptos del tipo "identidades sociales",
"ciudadanía" y "derechos", en lugar de "clases", "conflicto de clases" e "intereses de clase". Ya que
muchos de los grupos marginales están entre los segmentos más pobres, los progresistas alegan que
es más "revolucionario" o radical luchar por ellos en vez de por los "privilegiados" españoles "que
viven del salario mínimo".
Obviamente hay una necesidad urgente de unir fuerzas entre la clase media progresista y los​
trabajadores jóvenes sub y desempleados. El primer paso es una reflexión crítica por parte de los​
progresistas, sobre quiénes son, qué papel juegan en la sociedad, si forman parte del problema (en
tanto que empleados del gobierno, profesores, profesionales) o de la solución. Tienen que​
preguntarse si están verdaderamente por la solidaridad con los explotados por el sistema o buscan​
simplemente nuevos vehículos de movilidad social.​
La abrumadora mayoría de los jóvenes trabajadores raramente expresan apoyo de los​
"movimientos" promovidos por los progresistas; más importante aún, jamás mencionan ninguna​
relación sostenida con ningún intelectual progresista de clase media o con movimientos interesados​
en sus circunstancias sociales. Hay pocos espacios donde puedan encontrarse, incluso socialmente,​
y aún tienen menos en común en términos de actividades del tiempo de ocio.​
Los progresistas están en sus pisos y tienen acceso a segundas residencias fuera de la ciudad
para el fin de semana.
La ruptura en el vínculo entre la joven clase obrera y la clase media progresista se expresa a​
todos los niveles: en la ideología, la música, los estilos de vida, el lenguaje y las condiciones
materiales. Los lazos que existían durante el período antifranquista y la tras*ición son historia​
pasada. Los únicos parados por los que la clase media progresista se preocupa son sus propios​
hijos. El aislamiento social de los jóvenes trabajadores refuerza su sentimiento de impotencia social​
y confirma su punto de vista individualista.​

Ni los sindicatos ni los gobernantes se interesaron en salvar la industria pública, que necesitaba de inversiones y reducciones de plantilla. Los gobernantes querían ser aceptados en 'Uropa', y 'Uropa', especialmente Francia, los forzó a cerrar empresas y dejar a los capitales franceses campar a sus anchas por España, al paso que protegía a ETA y atacaba a los tras*portistas españoles cuando le convenía. Los sindicalistas encantados de que cerraran la empresa y los prejubilaran, o los subrogaran con aumento de salario a otras empresas privadas, a cambio, no lucharían por los nuevos contratados, que pasarían a cobrar menos de la mitad. Lo viví en carne propia: los comedores de la empresa y los vestuarios eran diferentes; en el bar pagaban un 30% menos, salvo los cafés y los pinchos. "Nosotros fuimos listos y espabilados; vosotros sois orates y os jodéis", venían a decirte. Los mismos que en Asturias se cargaron la formación profesional para no tener jóvenes formados que pusieran en riesgo sus salarios.

Que no os engañen los melindrosos de cualquier tiempo pasado fue mejor. De aquellos polvos, estos lodos.

El informe lo encargó el PSOE a un izquierdista de reconocido prestigio. Una vez leído, el PSOE lo ocultó; y es que Petras es de la vieja guardia, no forma parte del progretariado, no se pasa el día tecleando el celular ni levanta la vista y el ojo ciego del escaño para aplaudir a los suyos, o cuando interviene en la tribuna protesta por entender que montar a caballo es un maltrato al animal ni dice aquello de "el Mediterráneo se está calentando por encima de sus posibilidades". Todo el podemitismo y liberalismo anglómano arrancaron de aquella época que ahora algunos quieren mitificar, cuando la televisión hablaba de la maravillosa Movida madrileña y los liberales sostenía que la mejor política industrial era ninguna porque las libertad de mercado determinaría qué había que fabricar y qué había que importar.

Petras no señala a los sindicalistas como responsables, incapaces de exigir una reconversión; sólo aumentos salariales y atacar todo lo que no fuera mantener los privilegios que les había concedido el franquismo y que ellos tomaban como derecho de conquista. Después no quisieron hacerse responsables del desaguisado: "Al mismo tiempo, empecé a entrevistar a trabajadores mayores, mi generación de los 60 y los 70. En algunos casos compartíamos un lenguaje común, de política de clase; con otros, las luchas eran historia pasada". "Ésta era la nueva España moderna: trabajadores retirados jugando al dominó de lunes a viernes y bailando pasodobles el fin de semana en los clubs de la tercera edad, y sus hijos trasegando cervezas en el margen de una vida sin futuro".

James Petras​
PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN​
Comencé mi investigación sobre el impacto de las políticas del partido socialista en la sociedad española a principios de enero de 1995... visitando ministerios, hablando con profesores universitarios y con cuadros sindicales. Estaba atareado recogiendo estadísticas y leyendo documentos eruditos y oficiales sobre desempleo, modernización, integración, etc. Al mismo tiempo, en mi vida cotidiana, en el gimnasio, en el videoclub, en el supermercado, en los bares de la Zona Franca de Barcelona, estaba experimentando una realidad diferente.​
La monitora de aerobic, de 29 años, trabajaba 50 horas a la semana por 60.000 pesetas. Nos hicimos amigos, y un día "desapareció": su contrato laboral de 6 meses expiró y, lo que ella más temía, fue inevitablemente despedida. Otro empleado temporal la sustituyó. En el videoclub, un licenciado en Historia vendía vídeos, trabajando 48 horas por 70.000 pesetas... y se sentía afortunado. En Hospitalet, una chica de 19 años ensobraba por 1.000 pesetas al día trabajando 10 horas diarias... Al principio pensé que eran casos "extremos", así que empecé a ir a los distritos de clase obrera, como la Zona Franca, y encontré los bares repletos en pleno día. Ésta era la nueva España moderna: trabajadores retirados jugando al dominó de lunes a viernes y bailando pasodobles el fin de semana en los clubs de la tercera edad, y sus hijos trasegando cervezas en el margen de una vida sin futuro.
Dejé de ir a la universidad y a los ministerios. Lo más importante para mi investigación era el rostro humano de la "modernización" de Felipe... Descubrí otro mundo que las estadísticas del gobierno y la investigación académica pasaban por alto: los millones de jóvenes trabajadores españoles que quedaban marginados del empleo estable y bien pagado... de por vida.
Volví a conceptualizar mi estudio para dar un rostro humano y una voz a los trabajadores jóvenes;a su frustración, su rabia, sus miedos. Comencé a pasar tiempo hablando con ellos en los bares y cafés de sus barrios, y durante paseos por la Rambla y el Barrio Chino.Al mismo tiempo, empecé a entrevistar a trabajadores mayores, mi generación de los 60 y los 70. En algunos casos compartíamos un lenguaje común, de política de clase; con otros, las luchas eran historia pasada.​
Visité el puerto de Barcelona, intercambié ideas en pequeños restaurantes de la Barceloneta, en cocinas de Hospitalet, en la cafetería de la planta de Seat. Era una experiencia educativa, pero también política y personal, conmovedora. Sentí los "altos" y "bajos" de padres que lucharon y ganaron contra la dictadura, enfrentados una vez más a un terrible dilema: cómo ocuparse de su seguridad ante los salvajes ataques del gobierno socialista y la patronal... mientras se angustian por las condiciones del empleo marginal de sus hijos e hijas.​
Había dramas callados de la vida cotidiana tras las puertas cerradas de dormitorios atiborrados.Aunque los jóvenes tienen pocas ilusiones y sus padres ninguna, hay una especie de energía vital que encuentra su expresión de innumerables maneras. Las periódicas huelgas generales que rompieron los límites impuestos por los patrones, los políticos y los burócratas sindicales. La movilización en la calle por la Guerra del Golfo, las manifestaciones antirracistas y contra la mili... pero sobre todo hay ahora mismo un gran depósito de desesperación oculta que puede dar una sorpresa a aquéllos que han escrito a vuelapluma sobre la generación joven. Éste es el principio, y 4no el capítulo final, de la lucha de los trabajadores españoles por una vida decente. Este estudio es una pequeña contribución, esperanzada, a la construcción de esos lazos generacionales que puedan volver a crear aquel espíritu de solidaridad y generosidad por el que los trabajadores españoles son tan justificadamente conocidos.​
En vista de que el yoyoísmo invade todo (porque más que yoísmo ya es yoyoísmo), datos objetivos:
TASA DE DESEMPLEO EN MARZO DE 1995

Marzo 199523,5%


EPA de España Tasa de desempleo (EPA) 1995
 
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