Malditos Bastardos
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Los archivos de la Iglesia impiden investigar la represión contra los curas republicanos
RAFAEL GUERRERO
Los curas republicanos fueron doblemente represaliados por cometer el pecado mortal de demostrar que era compatible ser católico y republicano y que, tratándose de sacerdotes, era incluso más cristiano comprometerse con los más pobres y con la democracia que con los golpistas. Y es que estos no tuvieron piedad con ellos, que sufrieron los mismos castigos que el resto de quienes resistieron a la rebelión: fin, guandoca y exilio. Pero tampoco tuvo misericordia con ellos la jerarquía católica española, que aliada con Franco, no les perdonó la osadía de desmarcarse de la cruzada que bendijo decenas de miles de fusilamientos.
Cierto es que fueron minoría en el redil eclesial y que fueron muchísimos menos que los aproximadamente siete mil religiosos que fueron víctimas mortales de la violencia anticlerical en la retaguardia republicana que se desató como reacción al golpe militar de julio de 1936. Pero existieron, pese a que también sobre ellos se haya levantado una doble losa de silencio y de olvido.
Los historiadores indagan ahora para rescatar del olvido a estos religiosos, dejando que aflore una verdad bastante incómoda para la Iglesia española. Dos libros de reciente aparición profundizan en este asunto: Por lealtad a la República, una biografía del canónico de Córdoba Gallegos Rocafull y Otra Iglesia, un compendio de biografías de una decena de 'curas gente de izquierdas'.
Del mismo modo que se conocen con detalle los datos cuantitativos y cualitativos de los religiosos asesinados en la retaguardia republicana, será muy difícil saber con precisión quiénes y cuántos curas fueron represaliados por su actitud crítica ante el golpe militar y a la cruzada declarada por el episcopado español.
De hecho la historiadora y profesora de la Universidad de Málaga Encarnación Barranquero lamenta no haber podido consultar el expediente personal en el Seminario del cura malagueño Francisco Fernández González, que fue fusilado con 41 años en las tapias del viejo cementerio de San Rafael, donde este año se ha erigido un monumento en memoria de los miles de fusilados tras la toma de la ciudad y enterrados en la segunda área de fosas comunes más grande de Europa después de Sebrenica, en la antigua Yugoslavia.
Este cura pagó cara la osadía de su compromiso social en las parroquias de Almogía y Mijas, su posterior decisión de dar clases como maestro, su pertenencia al comité que depuró a docentes de derechas y, especialmente, su decisión de "casarse por lo libertario" ya durante la guerra. Francisco Fernández fue detenido días después de la caída de Málaga, sometido a un consejo de guerra y condenado a fin. "De nada le sirvió reivindicar con insistencia en la guandoca su condición de cura, ni encargar que le trajeran una sotana, ni firmar sus cartas siempre con su nombre y el añadido de presbítero", dice Barranquero, que reconstruyó su biografía recurriendo a otras fuentes no eclesiásticas como "los expedientes de represión, de preso y de responsabilidades políticas".
Los archivos de la Iglesia siguen cerrados a cal y canto a los investigadores como norma general, salvo que se trate de buscar argumentos para beatificaciones masivas de "mártires religiosos", que han sido muy criticadas por solventes investigadores como el monje benedictino Hilari Raguer. El historiador sevillano José María García Márquez ha intentado en un par de ocasiones, incluso a través de dos sacerdotes, acceder al expediente de un cura que fue fusilado durante el verano del 36 por Queipo de Llano sin que se sepa la fecha exacta de su fin, "porque no está inscrito en el Registro Civil, ni se puede entrar en el archivo de la Curia para consultar su expediente". Se trata de Antonio Sáez Morón, que fue capellán del hospital de San Lázaro y miembro de la Hermandad de la Macarena, después de haber sido ayudante en la parroquia del pueblo de Herrera. "Dispongo de testimonios sobre el asesinato de este cura, que protestó ante Queipo por cómo enterraban vivos a muchos fusilados en la tapia del cementerio, pero no puedo cotejar la versión de los testigos con la documentación de su expediente. Se da la paradoja de que puedes consultar el expediente de un ferroviario, de un funcionario, de un maestro, pero no el de un cura", se lamenta García Márquez, que junto al también investigador Francisco Espinosa, acaba de publicar Por la religión y la patria, sobre el papel que jugó la Iglesia católica como apoyo del bando franquista en la Guerra Civil española.
Los 16 curas vascos fusilados no fueron los únicos que ordenó apiolar Franco por oponerse a sus planes totalitarios, sino que hubo otros por España, como Matías Usero en Galicia y los dos antes referidos en Andalucía, sin que se descarte que aparezcan más según avancen las investigaciones. Entretanto, todo parece indicar que fueron más los que lograron huir de la represión e instalarse en el exilio, como sucedió con el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull, un hombre de una cultura vastísima que alcanzó el doctorado en Filosofía y Teología y que llegó a ser canónigo de la catedral de Córdoba. Su biógrafo, el investigador egabrense José Luís Casas sí que pudo consultar su expediente en el obispado cordobés, así como las actas del Cabildo de la Catedral del que formó parte y su ficha en el seminario de Sevilla. "He tenido suerte y me considero afortunado", reconoce Casas, quien destaca que el referido cabildo llegó a hacerle recientemente un homenaje en sesión interna, "pero aunque no haya sido público, ha tenido un reconocimiento interno de los canónigos".
Gallegos Rocafull era un intelectual de gran proyección incluso fuera de España que durante la República daba clase de Filosofía en la Universidad de Madrid y fue candidato a las elecciones de 1931, sin que obtuviera escaño. Durante la Guerra Civil, fue enviado a Bruselas para hacer campaña junto a otro cura, Leocadio Lobo, a favor de la República entre los católicos europeos y allí en la Casa de España dejó clara su posición política frente a la jerarquía episcopal entregada a la causa golpista: "Os lo diré de una vez por todas, abierta y sinceramente: he elegido al pueblo", dijo públicamente. "Gallegos basó su decisión en un argumento religioso, convencido de que Cristo habría estado al lado del pueblo, si se le hubiera planteado una situación similar", asevera José Luis Casas.
Gallegos mantuvo su enfrentamiento, incluso públicamente y por escrito, con la jerarquía católica franquista a la que acusó de complicidad con la represión, por lo que el entonces cardenal primado Gomá le aplicó la suspensión a divinis, por lo que no pudo volver a oficiar misa en su exilio mexicano hasta que renunció a la canongía de Córdoba en los años 50. Quid pro quo, que dirían los clásicos. Hasta su fin, en México se dedicó a la docencia universitaria y "sus sermones de alto contenido social se hicieron tan famosos que hasta el poeta Altolaguirre comentó tras asistir a una misa: he estado a punto de convertirme otra vez cuando lo he escuchado", comenta José Luís Casas.
Otros dos curas andaluces que murieron exiliados aparecen en el libro Otra Iglesia sobre los sacerdotes que se mantuvieron fieles a la democracia republicana. Uno fue el almeriense Hugo Moreno, que al trasladarse a Madrid cambió su nombre por el de Juan García jovenlandesales y se puso al servicio de la República, escribiendo infinidad de artículos en los principales periódicos y convirtiéndose en incansable azote del clero antirrepublicano. Podría decirse que fue un cura periodista y propagandista, más populista y con menos profundidad ideológica que otros, que murió en Francia en 1946, olvidado como tantísimos exiliados.
El otro sacerdote andaluz -en este caso granadino de adopción- tuvo una gran proyección política, ya que pese a ostentar el cargo de deán de la Catedral de Granada, llegó a ser diputado a Cortes por el Partido Radical Socialista en la primera legislatura republicana de 1931, lo que le granjeó la suspensión a divinis y la excomunión por parte de la jerarquía católica. Trató a García Lorca y fue amigo del dirigente socialista y ministro Fernando de los Ríos. Se llamaba Luis López-Dóriga y murió en México en 1962. Sus restos han reposado durante muchos años olvidados, junto a los de Gallegos Rocafull, en el panteón español.
No fue fácil la vida de los curas republicanos, cuyo compromiso político y social fue reprimido por la Iglesia española incluso antes del golpe militar de julio de 1936. Después, conforme avanzaba la contienda, la Iglesia acentuó su repudio contra ellos y el franquismo volcó sobre ellos todas sus iras represivas.
Como hemos visto, estos curas republicanos no eran analfabetos con sotana ciegos por la fe y sin criterio. Eran intelectuales muy conscientes del papel teórico de la Iglesia ante las desigualdades y el conflicto social de la España de los años treinta, que sustentaban su base doctrinal en la encíclica Rerum Novarum de León XIII, a finales del siglo XIX, uno de los principales pilares de la doctrina social de la Iglesia.
La eliminación de estos elementos díscolos facilitaría el desarrollo del nacionalcatolicismo, dando cobertura a la dictadura, y no sería hasta el tardofranquismo y la tras*ición cuando la doctrina social de la Iglesia volvería a tomar cuerpo en los curas obreros con la comprensión tolerante de la cúpula episcopal presidida por el cardenal Tarancón. Pero esa es otra historia.
RAFAEL GUERRERO
Los curas republicanos fueron doblemente represaliados por cometer el pecado mortal de demostrar que era compatible ser católico y republicano y que, tratándose de sacerdotes, era incluso más cristiano comprometerse con los más pobres y con la democracia que con los golpistas. Y es que estos no tuvieron piedad con ellos, que sufrieron los mismos castigos que el resto de quienes resistieron a la rebelión: fin, guandoca y exilio. Pero tampoco tuvo misericordia con ellos la jerarquía católica española, que aliada con Franco, no les perdonó la osadía de desmarcarse de la cruzada que bendijo decenas de miles de fusilamientos.
Cierto es que fueron minoría en el redil eclesial y que fueron muchísimos menos que los aproximadamente siete mil religiosos que fueron víctimas mortales de la violencia anticlerical en la retaguardia republicana que se desató como reacción al golpe militar de julio de 1936. Pero existieron, pese a que también sobre ellos se haya levantado una doble losa de silencio y de olvido.
Los historiadores indagan ahora para rescatar del olvido a estos religiosos, dejando que aflore una verdad bastante incómoda para la Iglesia española. Dos libros de reciente aparición profundizan en este asunto: Por lealtad a la República, una biografía del canónico de Córdoba Gallegos Rocafull y Otra Iglesia, un compendio de biografías de una decena de 'curas gente de izquierdas'.
Del mismo modo que se conocen con detalle los datos cuantitativos y cualitativos de los religiosos asesinados en la retaguardia republicana, será muy difícil saber con precisión quiénes y cuántos curas fueron represaliados por su actitud crítica ante el golpe militar y a la cruzada declarada por el episcopado español.
De hecho la historiadora y profesora de la Universidad de Málaga Encarnación Barranquero lamenta no haber podido consultar el expediente personal en el Seminario del cura malagueño Francisco Fernández González, que fue fusilado con 41 años en las tapias del viejo cementerio de San Rafael, donde este año se ha erigido un monumento en memoria de los miles de fusilados tras la toma de la ciudad y enterrados en la segunda área de fosas comunes más grande de Europa después de Sebrenica, en la antigua Yugoslavia.
Este cura pagó cara la osadía de su compromiso social en las parroquias de Almogía y Mijas, su posterior decisión de dar clases como maestro, su pertenencia al comité que depuró a docentes de derechas y, especialmente, su decisión de "casarse por lo libertario" ya durante la guerra. Francisco Fernández fue detenido días después de la caída de Málaga, sometido a un consejo de guerra y condenado a fin. "De nada le sirvió reivindicar con insistencia en la guandoca su condición de cura, ni encargar que le trajeran una sotana, ni firmar sus cartas siempre con su nombre y el añadido de presbítero", dice Barranquero, que reconstruyó su biografía recurriendo a otras fuentes no eclesiásticas como "los expedientes de represión, de preso y de responsabilidades políticas".
Los archivos de la Iglesia siguen cerrados a cal y canto a los investigadores como norma general, salvo que se trate de buscar argumentos para beatificaciones masivas de "mártires religiosos", que han sido muy criticadas por solventes investigadores como el monje benedictino Hilari Raguer. El historiador sevillano José María García Márquez ha intentado en un par de ocasiones, incluso a través de dos sacerdotes, acceder al expediente de un cura que fue fusilado durante el verano del 36 por Queipo de Llano sin que se sepa la fecha exacta de su fin, "porque no está inscrito en el Registro Civil, ni se puede entrar en el archivo de la Curia para consultar su expediente". Se trata de Antonio Sáez Morón, que fue capellán del hospital de San Lázaro y miembro de la Hermandad de la Macarena, después de haber sido ayudante en la parroquia del pueblo de Herrera. "Dispongo de testimonios sobre el asesinato de este cura, que protestó ante Queipo por cómo enterraban vivos a muchos fusilados en la tapia del cementerio, pero no puedo cotejar la versión de los testigos con la documentación de su expediente. Se da la paradoja de que puedes consultar el expediente de un ferroviario, de un funcionario, de un maestro, pero no el de un cura", se lamenta García Márquez, que junto al también investigador Francisco Espinosa, acaba de publicar Por la religión y la patria, sobre el papel que jugó la Iglesia católica como apoyo del bando franquista en la Guerra Civil española.
Los 16 curas vascos fusilados no fueron los únicos que ordenó apiolar Franco por oponerse a sus planes totalitarios, sino que hubo otros por España, como Matías Usero en Galicia y los dos antes referidos en Andalucía, sin que se descarte que aparezcan más según avancen las investigaciones. Entretanto, todo parece indicar que fueron más los que lograron huir de la represión e instalarse en el exilio, como sucedió con el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull, un hombre de una cultura vastísima que alcanzó el doctorado en Filosofía y Teología y que llegó a ser canónigo de la catedral de Córdoba. Su biógrafo, el investigador egabrense José Luís Casas sí que pudo consultar su expediente en el obispado cordobés, así como las actas del Cabildo de la Catedral del que formó parte y su ficha en el seminario de Sevilla. "He tenido suerte y me considero afortunado", reconoce Casas, quien destaca que el referido cabildo llegó a hacerle recientemente un homenaje en sesión interna, "pero aunque no haya sido público, ha tenido un reconocimiento interno de los canónigos".
Gallegos Rocafull era un intelectual de gran proyección incluso fuera de España que durante la República daba clase de Filosofía en la Universidad de Madrid y fue candidato a las elecciones de 1931, sin que obtuviera escaño. Durante la Guerra Civil, fue enviado a Bruselas para hacer campaña junto a otro cura, Leocadio Lobo, a favor de la República entre los católicos europeos y allí en la Casa de España dejó clara su posición política frente a la jerarquía episcopal entregada a la causa golpista: "Os lo diré de una vez por todas, abierta y sinceramente: he elegido al pueblo", dijo públicamente. "Gallegos basó su decisión en un argumento religioso, convencido de que Cristo habría estado al lado del pueblo, si se le hubiera planteado una situación similar", asevera José Luis Casas.
Gallegos mantuvo su enfrentamiento, incluso públicamente y por escrito, con la jerarquía católica franquista a la que acusó de complicidad con la represión, por lo que el entonces cardenal primado Gomá le aplicó la suspensión a divinis, por lo que no pudo volver a oficiar misa en su exilio mexicano hasta que renunció a la canongía de Córdoba en los años 50. Quid pro quo, que dirían los clásicos. Hasta su fin, en México se dedicó a la docencia universitaria y "sus sermones de alto contenido social se hicieron tan famosos que hasta el poeta Altolaguirre comentó tras asistir a una misa: he estado a punto de convertirme otra vez cuando lo he escuchado", comenta José Luís Casas.
Otros dos curas andaluces que murieron exiliados aparecen en el libro Otra Iglesia sobre los sacerdotes que se mantuvieron fieles a la democracia republicana. Uno fue el almeriense Hugo Moreno, que al trasladarse a Madrid cambió su nombre por el de Juan García jovenlandesales y se puso al servicio de la República, escribiendo infinidad de artículos en los principales periódicos y convirtiéndose en incansable azote del clero antirrepublicano. Podría decirse que fue un cura periodista y propagandista, más populista y con menos profundidad ideológica que otros, que murió en Francia en 1946, olvidado como tantísimos exiliados.
El otro sacerdote andaluz -en este caso granadino de adopción- tuvo una gran proyección política, ya que pese a ostentar el cargo de deán de la Catedral de Granada, llegó a ser diputado a Cortes por el Partido Radical Socialista en la primera legislatura republicana de 1931, lo que le granjeó la suspensión a divinis y la excomunión por parte de la jerarquía católica. Trató a García Lorca y fue amigo del dirigente socialista y ministro Fernando de los Ríos. Se llamaba Luis López-Dóriga y murió en México en 1962. Sus restos han reposado durante muchos años olvidados, junto a los de Gallegos Rocafull, en el panteón español.
No fue fácil la vida de los curas republicanos, cuyo compromiso político y social fue reprimido por la Iglesia española incluso antes del golpe militar de julio de 1936. Después, conforme avanzaba la contienda, la Iglesia acentuó su repudio contra ellos y el franquismo volcó sobre ellos todas sus iras represivas.
Como hemos visto, estos curas republicanos no eran analfabetos con sotana ciegos por la fe y sin criterio. Eran intelectuales muy conscientes del papel teórico de la Iglesia ante las desigualdades y el conflicto social de la España de los años treinta, que sustentaban su base doctrinal en la encíclica Rerum Novarum de León XIII, a finales del siglo XIX, uno de los principales pilares de la doctrina social de la Iglesia.
La eliminación de estos elementos díscolos facilitaría el desarrollo del nacionalcatolicismo, dando cobertura a la dictadura, y no sería hasta el tardofranquismo y la tras*ición cuando la doctrina social de la Iglesia volvería a tomar cuerpo en los curas obreros con la comprensión tolerante de la cúpula episcopal presidida por el cardenal Tarancón. Pero esa es otra historia.