Azog el Profanador
Siervo de Sauron
Hoy toca hablar de héroes. Sí. Esos tipos que pasan a la historia por sus alucinantes gestas. Aquellos que se enfrentan a la fin sin que les tiemble el pulso, que luchan para conseguir lo imposible, que van más allá, donde ningún otro mortal es capaz de llegar. Diego García de Paredes fue uno de aquellos.
Cualquiera que lea estas primeras líneas pensará que hablo de algún griego antiguo, o de un gran emperador romano. Incluso de algún general estadounidense de esos que por su carácter ganan las guerras. Pero no, nada más lejos. En realidad al héroe al que quiero referirme es un español. Diego García de Paredes: El Sansón extremeño.
Diego nació el 30 de Marzo de 1468, en Trujillo, y forjó su leyenda, como no podía ser de otro modo en aquellos tiempos, con las hazañas que realizó en las guerras. Hijo de nobles venidos a menos, se crío lejos de la Corte, viendo como su padre manejaba con destreza las armas. Y él, ya desde sus inicios, era tan bueno en las peleas que rara vez perdía cuando se peleaba con los críos de su edad. Pero él no era sólo un bruto sin cerebro, pues aprendió a leer y escribir, algo muy poco usual para aquellos sin contactos con la Corte.
Aunque no se sabe con seguridad, muchos historiadores afirman que estuvo presente en las Guerras de Granada, bajo las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, desde 1485 hasta su toma final, en 1492. Está batalla fue decisiva, ya que los españoles pusieron fin a la Reconquista, eliminando el último reducto de la religión del amor en España.
Lo que si sabemos con seguridad es que en 1496, ya huérfano de padre y progenitora, decidió viajar a Italia con su hermano poco agraciado para ganarse la vida como soldado combatiendo contra los franceses por el territorio de Nápoles. Por desgracia para él, la guerra finalizó y no pudo dedicarse a tal oficio por el momento. Acabó ganando algo de dinero en duelos nocturnos, que consistían en robar las capas de los oponentes, prenda de mayor valor en la época, para luego venderla en el mercado neցro. No obstante, aquella vida no era digna de un hidalgo como él, y tras contactar con un familiar en el Vaticano, su vida dio un cambio. El Papa Alejandro VI quedó impresionado tras verle luchar en una disputa contra una comitiva de italianos acontecida en el propio Vaticano, donde se dijo que él sólo llegó a apiolar a cinco, herir a diez, y dejando a los demás fuera de combate. Con ello fue nombrado guardaespaldas en su escolta, llegando a dirigir la Guardia Vaticana.
Fue nombrado capitán de los Borgia poco después. Colaboró en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que tomó el puerto de ostra al servicio de los franceses. También participó en la toma de Montefiascone, donde muestra sus primeros síntomas de súper hombre, llegando a arrancar de cuajo las argollas y hierro del portón de la fortaleza para conseguir que el ejército del Papa accediese.
Su fama empezará a crecer cuando, incorporado por fin en los ejércitos españoles, se produce el asedio de Cefalonia. Los turcos, que habían arrebatado esta ciudad a la República de Venecia, poseían un artilugio de guerra llamado “lobo” que consistía en una serie de ganchos que cogían a los soldados enemigos, los elevaban y los soltaban desde gran altura, acabando con su vida. Pues bien, nuestro héroe se las apañó para dejar que uno de esos ganchos le cogiese por la armadura, lo elevase y cuando estuvo en lo más alto, de puso de pie en las almenas de la muralla enemiga. Sorprendentemente lo hizo sin perder su espada.
Imagínense la escena. Un español subido en la muralla que defendían los turcos. Saltan las alarmas y unos cincuenta jenízaros se tiran a por él para cargárselo. Lástima. Diego tenía una destreza como pocos y mediante un episodio de suma violencia acaba saliendo victorioso del asunto. Imparable con la blanca. De hecho en las crónicas de la época llegó a decirse de él que lo que había hecho era algo digno de recordar por lo siglos. Fueron tres días el tiempo en que allí combatió y finalmente acabaron cogiéndose debido no a otra cosa que a la fatiga y cansancio. Por su heroica hazaña los turcos decidieron hacerle prisionero en lugar de ejecutarlo (también con la idea de pedir un rescate por él). No obstante, hicieron mal, pues cuando Diego García de Paredes recuperó las fuerzas, acabó rompiendo las cadenas que lo ataban, echó abajo la puerta de la prisión, se enfrenta desarmado a un centinela, le arrebata la espada* y vuelve al lío. Despedazando a turcos desde dentro de la fortaleza, hasta que por fin, entre venecianos y españoles, consiguen tomarla.
Comienza así a forjarse una leyenda. Un tipo con una fuerza sobrehumana que, según se contaba, había tomado una ciudad él sólo. Iniciándose así las comparaciones con héroes de la antigüedad, como Hércules y Sansón. Llegando a ganarse el apodo de el Sansón Extremeño.
Será en las Guerras de Italia, que enfrentaron a españoles contra franceses donde Diego vuelva a lucirse. Era normal, un tipo como él sólo podía ser temido por sus rivales y admirado por su compañeros. Sus contemporáneos hablaban ya de él:*
«De Diego García de Paredes ni palabras bastan para lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban desembarazado el camino...Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses...A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el Marqués estaba espantado...y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos que de Mantua habían traído»
Su orgullo a veces le jugaba malas pasadas, y tras un reproche del Gran Capitán cogió su mandoble y decidió demostrar su valía enfrentándose él solo a los franceses. Les tentó desde dentro de un paso, con la intención de aprovechar su estrechez para que no se le acumulasen demasiados enemigos a la vez. Los franceses iban entrando para matarlo y eran ellos los que caían, uno por uno. Según las crónicas de la época llegó a apiolar allí a más de 2.000 personas.
Sus hazañas no acabaron ahí. Poco después, en 1502, se produce el desafío de Barletta. Anteriormente nuestro héroe se batió en numerosos duelos, a veces en peleas de tabernas y en otras ocasiones en sucesos de máximo honor. Pues bien. García de Paredes nunca sufrió derrota en tales lances, y eso que participó en más de trescientos.
García de Paredes en edad adulta, ya en el reinado de Carlos
El desafío de Barletta supuso un enfrentamiento caballeresco entre españoles y franceses. Consistía en enfrentar a once soldados españoles contra once de Francia para defender el honor de la patria. “No sé si podré dar la talla, aún tengo frescas las heridas de guerra” dijo el Sansón Extremeño cuando el Gran Capitán le comunicó que era uno de los once elegidos para luchar. Pero con que hubiese medio Diego García de Paredes ya era más que suficiente.
La lucha fue dura. En un principio los franceses parecían estar perdidos pero acabaron atrincherándose entre los caballos muertos y los jueces querían otorgar un empate. Pero aquello no le bastaba a Diego, que tras perder su lanza y espada, se dio la vuelta para coger las piedras que había por allí, demostrando su fuerza. De este modo consiguió que los enemigos huyesen, quedándose con todo el terreno los españoles. Sin embargo, debido a la honrosa resistencia gala, los jueces dictaminaron el empate.
Tras las guerras italianas, Diego vuelve a España convertido en un héroe. Siempre demostró defender ante todo al Gran Capitán, llegando a querer batirse en duelo delante del mismísimo rey Fernando el Católico contra todo aquel que insinuase algún tipo de traición del Gran Capitán a su majestad.
Debido a las envidias de muchos nobles, Fernando el Católico se vio obligado a despojar a Diego de sus posesiones. Esto llevó a nuestro héroe a perder la fe en el rey entrando en un periodo de rebeldía. Acabó dedicándose a la piratería en el Mediterráneo. De hecho se convirtió en un proscrito y se puso precio a su cabeza. Pero también hay que decir, que sus principales presas eran berberiscos y franceses. El mar era el único lugar donde se sentía bien tras la ingratitud Real, y donde podía dar rienda suelta a su espíritu indomable.
Murió en el año 1533, debido a unas heridas producidas al caerse del caballo mientras practicaba un acto lúdico de la época. Ironías del destino. Posteriormente su cuerpo se trasladó a Trujillo, donde actualmente los restos de su cuerpo lleno de cicatrices de guerra.
Cualquiera que lea estas primeras líneas pensará que hablo de algún griego antiguo, o de un gran emperador romano. Incluso de algún general estadounidense de esos que por su carácter ganan las guerras. Pero no, nada más lejos. En realidad al héroe al que quiero referirme es un español. Diego García de Paredes: El Sansón extremeño.
Diego nació el 30 de Marzo de 1468, en Trujillo, y forjó su leyenda, como no podía ser de otro modo en aquellos tiempos, con las hazañas que realizó en las guerras. Hijo de nobles venidos a menos, se crío lejos de la Corte, viendo como su padre manejaba con destreza las armas. Y él, ya desde sus inicios, era tan bueno en las peleas que rara vez perdía cuando se peleaba con los críos de su edad. Pero él no era sólo un bruto sin cerebro, pues aprendió a leer y escribir, algo muy poco usual para aquellos sin contactos con la Corte.
Aunque no se sabe con seguridad, muchos historiadores afirman que estuvo presente en las Guerras de Granada, bajo las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, desde 1485 hasta su toma final, en 1492. Está batalla fue decisiva, ya que los españoles pusieron fin a la Reconquista, eliminando el último reducto de la religión del amor en España.
Lo que si sabemos con seguridad es que en 1496, ya huérfano de padre y progenitora, decidió viajar a Italia con su hermano poco agraciado para ganarse la vida como soldado combatiendo contra los franceses por el territorio de Nápoles. Por desgracia para él, la guerra finalizó y no pudo dedicarse a tal oficio por el momento. Acabó ganando algo de dinero en duelos nocturnos, que consistían en robar las capas de los oponentes, prenda de mayor valor en la época, para luego venderla en el mercado neցro. No obstante, aquella vida no era digna de un hidalgo como él, y tras contactar con un familiar en el Vaticano, su vida dio un cambio. El Papa Alejandro VI quedó impresionado tras verle luchar en una disputa contra una comitiva de italianos acontecida en el propio Vaticano, donde se dijo que él sólo llegó a apiolar a cinco, herir a diez, y dejando a los demás fuera de combate. Con ello fue nombrado guardaespaldas en su escolta, llegando a dirigir la Guardia Vaticana.
Fue nombrado capitán de los Borgia poco después. Colaboró en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que tomó el puerto de ostra al servicio de los franceses. También participó en la toma de Montefiascone, donde muestra sus primeros síntomas de súper hombre, llegando a arrancar de cuajo las argollas y hierro del portón de la fortaleza para conseguir que el ejército del Papa accediese.
Su fama empezará a crecer cuando, incorporado por fin en los ejércitos españoles, se produce el asedio de Cefalonia. Los turcos, que habían arrebatado esta ciudad a la República de Venecia, poseían un artilugio de guerra llamado “lobo” que consistía en una serie de ganchos que cogían a los soldados enemigos, los elevaban y los soltaban desde gran altura, acabando con su vida. Pues bien, nuestro héroe se las apañó para dejar que uno de esos ganchos le cogiese por la armadura, lo elevase y cuando estuvo en lo más alto, de puso de pie en las almenas de la muralla enemiga. Sorprendentemente lo hizo sin perder su espada.
Imagínense la escena. Un español subido en la muralla que defendían los turcos. Saltan las alarmas y unos cincuenta jenízaros se tiran a por él para cargárselo. Lástima. Diego tenía una destreza como pocos y mediante un episodio de suma violencia acaba saliendo victorioso del asunto. Imparable con la blanca. De hecho en las crónicas de la época llegó a decirse de él que lo que había hecho era algo digno de recordar por lo siglos. Fueron tres días el tiempo en que allí combatió y finalmente acabaron cogiéndose debido no a otra cosa que a la fatiga y cansancio. Por su heroica hazaña los turcos decidieron hacerle prisionero en lugar de ejecutarlo (también con la idea de pedir un rescate por él). No obstante, hicieron mal, pues cuando Diego García de Paredes recuperó las fuerzas, acabó rompiendo las cadenas que lo ataban, echó abajo la puerta de la prisión, se enfrenta desarmado a un centinela, le arrebata la espada* y vuelve al lío. Despedazando a turcos desde dentro de la fortaleza, hasta que por fin, entre venecianos y españoles, consiguen tomarla.
Comienza así a forjarse una leyenda. Un tipo con una fuerza sobrehumana que, según se contaba, había tomado una ciudad él sólo. Iniciándose así las comparaciones con héroes de la antigüedad, como Hércules y Sansón. Llegando a ganarse el apodo de el Sansón Extremeño.
Será en las Guerras de Italia, que enfrentaron a españoles contra franceses donde Diego vuelva a lucirse. Era normal, un tipo como él sólo podía ser temido por sus rivales y admirado por su compañeros. Sus contemporáneos hablaban ya de él:*
«De Diego García de Paredes ni palabras bastan para lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban desembarazado el camino...Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses...A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el Marqués estaba espantado...y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos que de Mantua habían traído»
Su orgullo a veces le jugaba malas pasadas, y tras un reproche del Gran Capitán cogió su mandoble y decidió demostrar su valía enfrentándose él solo a los franceses. Les tentó desde dentro de un paso, con la intención de aprovechar su estrechez para que no se le acumulasen demasiados enemigos a la vez. Los franceses iban entrando para matarlo y eran ellos los que caían, uno por uno. Según las crónicas de la época llegó a apiolar allí a más de 2.000 personas.
Sus hazañas no acabaron ahí. Poco después, en 1502, se produce el desafío de Barletta. Anteriormente nuestro héroe se batió en numerosos duelos, a veces en peleas de tabernas y en otras ocasiones en sucesos de máximo honor. Pues bien. García de Paredes nunca sufrió derrota en tales lances, y eso que participó en más de trescientos.
García de Paredes en edad adulta, ya en el reinado de Carlos
El desafío de Barletta supuso un enfrentamiento caballeresco entre españoles y franceses. Consistía en enfrentar a once soldados españoles contra once de Francia para defender el honor de la patria. “No sé si podré dar la talla, aún tengo frescas las heridas de guerra” dijo el Sansón Extremeño cuando el Gran Capitán le comunicó que era uno de los once elegidos para luchar. Pero con que hubiese medio Diego García de Paredes ya era más que suficiente.
La lucha fue dura. En un principio los franceses parecían estar perdidos pero acabaron atrincherándose entre los caballos muertos y los jueces querían otorgar un empate. Pero aquello no le bastaba a Diego, que tras perder su lanza y espada, se dio la vuelta para coger las piedras que había por allí, demostrando su fuerza. De este modo consiguió que los enemigos huyesen, quedándose con todo el terreno los españoles. Sin embargo, debido a la honrosa resistencia gala, los jueces dictaminaron el empate.
Tras las guerras italianas, Diego vuelve a España convertido en un héroe. Siempre demostró defender ante todo al Gran Capitán, llegando a querer batirse en duelo delante del mismísimo rey Fernando el Católico contra todo aquel que insinuase algún tipo de traición del Gran Capitán a su majestad.
Debido a las envidias de muchos nobles, Fernando el Católico se vio obligado a despojar a Diego de sus posesiones. Esto llevó a nuestro héroe a perder la fe en el rey entrando en un periodo de rebeldía. Acabó dedicándose a la piratería en el Mediterráneo. De hecho se convirtió en un proscrito y se puso precio a su cabeza. Pero también hay que decir, que sus principales presas eran berberiscos y franceses. El mar era el único lugar donde se sentía bien tras la ingratitud Real, y donde podía dar rienda suelta a su espíritu indomable.
Murió en el año 1533, debido a unas heridas producidas al caerse del caballo mientras practicaba un acto lúdico de la época. Ironías del destino. Posteriormente su cuerpo se trasladó a Trujillo, donde actualmente los restos de su cuerpo lleno de cicatrices de guerra.