EL CURIOSO IMPERTINENTE
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Estos conocidos versos escritos a comienzos del siglo II por el poeta sátirico Décimo Junio Juvenal bien puede como introducción a un tema al que hace tiempo que tenía ganas de hincarle el diente en este foro.
Sátira III, 61-65
Juvenal escribió sus sátiras durante los reinados de los emperadores Trajano y Adriano. Esa época, que para la posteridad ha quedado como el apogeo del imperio romano y de la civilización clásica lo fue sin embargo para el poeta de degeneración jovenlandesal y de servidumbre voluntaria, cuando los antaño orgullosos ciudadanos de la Res publica renunciaron a sus libertades civiles a cambio de panem et circense.
Roma conquistó el mundo y a cambio el mundo conquistó Roma.
Los césares eran continuadores del sueño de Alejandro Magno cuando se casó con Estatira y adoptó los ropajes de un monarca persa, de la obra de los lágidas y los seleucidas.
Los mismos Ulpios, Elios, Antoninos y Annios que gobernaban el imperio eran de origen provincial hispanorromano, aunque se trate de adjudicarles una estirpe latina, o cuando menos itálica. El Senado era la institución que permanecía como símbolo de continuidad histórica, manteniendo la ficción de que los hijos de la loba seguían siendo los señores del mundo.
Los descendientes de los pueblos vencidos, los galos, hispanos, púnicos, mauritanos, sirios e ilirios se fueron asimilando y adoptando la lengua y las costumbres de los conquistadores pero no olvidaron del todo su pasado, la independencia perdida, ni sus gestas y sus héroes ni sus guerras contra las legiones. La memoria de Aníbal, Brenno, Vercingétorix, Viriato y Decébalo era honrada por sus compatriotas.
Pongamos por caso Luciano de Samosata, otro célebre escritor del siglo II, algo posterior a Juvenal. Al igual que este cultivó preferentemente la sátira, pero el idioma en el que escribió fue el griego y no el latín y sus estilos son bastantes distintos. A pesar de estar plenamente asimilado a la cultura helénica, Luciano se identificaba a si mismo como asirio y como un "bárbaro". No me parece temerario insinuar que detrás de sus textos irreverentes subyacía una intención de subvertir sutilmente la cultura dominante. Sus textos siguen gozando de gran popularidad y han sido admirados e imitados por autores como Voltaire.
Otro "bárbaro", en este caso oriundo del antiguo reino de Mauritania, que gozó de fama y fortuna (al menos por un tiempo) en el siglo II fue Lusius Quietus, general de caballería que desempeñó un papel clave en las campañas de Trajano contra los dacios, los partos y los judíos. Adriano lo hizo ejecutar, porque desconfiaba de los colaboradores de su antecesor.
"Dios que buen vassallo, si oviesse buen señor".
Pero la auténtica irrupción de los sirios, púnicos y otros pueblos orientales y semíticos tuvo lugar a finales del siglo II, tras el asesinato de Cómodo. 193 fue el año de los cinco emperadores: Pertinax, Didio Juliano, Septimio Servero, Pescenio Níger y Clodio Albino.
De entre ellos fue Septimio Severo el que se alzó con el poder. Este nativo de Leptis Magna (provincia del África Proconsular) era de estirpe púnica, de lo cual se enorgullecía y probablemente Aníbal se hubiera sentido orgulloso de él. Cuando Cómodo fue derrocado era el comandante de las legiones del Danubio. Hizo honor a su cognomen con la brutalidad con la que se deshizo de todos sus oponentes. No obstante devolvió al imperio la estabilidad y la seguridad de sus fronteras, por lo cual fue admirado pero no querido.
Con él empezó la dinastía Severa, que rigió el imperio durante 42 años, excepto durante el breve paréntesis del usurpador Macrino (otro nativo del norte de África). Con su caído comenzó un período de cincuenta años de anarquía militar que llevó al imperio al borde del colapso.
Septimio Severo tenía por esposa a Julia Domna, la cual pertenecía nada menos que a la dinastía de reyes-sacerdotes de Emesa (la actual Homs, en Siria), en Siria. Durante la dinastía Severa, las mujeres de la familia jugaron un papel de primer orden al lado del trono. Fue Julia Mesa, hermana de la anterior la que dirigió personalmente el derrocamiento de Macrino y la restauración de la dinastía en la persona de su nieto Sexto Vario Marcelo, que al ascender al imperio tomó el nombre de Marco Aurelio Antonino, pero es más conocido como Heliogábalo, por el dios tutelar de Emesa, del cual era Sumo Sacerdote. Heliogábalo pasó a la posteridad como el más depravado de los emperadores romanos, superando hasta a Calígula. Su primo y sucesor Alejandro Severo, por el contrario fue considerado como un
emperador modélico y bienintencionado, deseoso de emular a los "buenos emperadores" del siglo II. De todos modos los dos acabaron igual, brutalmente asesinados junto a sus respectivas madres (a cuyas faldas vivían pegados) por los pretorianos.
Durante aquella época también tenemos a los famosos juristas Papiniano y Ulpiano eran originarios de Siria.
Durante la anarquía militar otros personajes de estirpe semítica tomarían brevemente el poder.
Filipo el Árabe, prefecto del Pretorio del emperador Gordiano III, al cual sucedió tras la fin de este en circunstancias no aclaradas durante una campaña contra los persas. Durante su reinado se celebraron los Juegos Seculares, para conmemorar los primeros mil años desde la fundación de Roma. Algunos autores cristianos lo consideraron el primer emperador cristiano o al menos afín al cristianismo, pero parece poco probable que ese fuera el caso.
Años más tarde fue Septimio Odenato, régulo de Palmira, el hombre que detuvo a los persas tras la captura del emperador Valeriano en Edesa. El emperador Galieno, abrumado por la catastrófica situación, acosado por las invasiones bárbaras y revueltas internas, dejó en manos de los palmirenses la defensa de las provincias orientales.
Odenato fue asesinado y su viuda, la famosa reina Zenobia asumió el poder en nombre de su hijo Vabalato. Zenobia llegó a conquistar Egipto, granero del imperio. Había dejado de ser una molestia para convertirse en una seria amenaza que el enérgico y capaz Aureliano se ocupó de eliminar. La capitulación de Zenobia permitió a Aureliano demostrar su clemencia, pero cuado Palmira volvió a rebelarse, este resolvió infligirle un castigo ejemplar y arrasó la ciudad.
Después de Zenobia ningún otro nativo de aquellas tierras volvió a aspirar al poder, al menos que yo recuerde. Había llegado la época de los ilirios, favorecidos por la reforma militar de Galieno, que les permitió ascender rapidamente en el escalafón militar.
Curiosamente la tierra de Egipto no dio a Roma ningún emperador, que sepa, ni siquiera un mal pretendiente que llevarse a la boca.
¿Ejercieron pues los sirios una influencia negativa en el devenir del imperio o por el contrario fue positiva?
Ya hace tiempo que el sirio Orontes baja a desembocar al Tíber
y ha traído consigo la lengua, las costumbres y el arpa de cuerdas oblicuas, junto con el flautista y los timbales de su país
y las muchachas forzadas a hacer la calle en los alrededores del circo.
Sátira III, 61-65
Juvenal escribió sus sátiras durante los reinados de los emperadores Trajano y Adriano. Esa época, que para la posteridad ha quedado como el apogeo del imperio romano y de la civilización clásica lo fue sin embargo para el poeta de degeneración jovenlandesal y de servidumbre voluntaria, cuando los antaño orgullosos ciudadanos de la Res publica renunciaron a sus libertades civiles a cambio de panem et circense.
Roma conquistó el mundo y a cambio el mundo conquistó Roma.
Los césares eran continuadores del sueño de Alejandro Magno cuando se casó con Estatira y adoptó los ropajes de un monarca persa, de la obra de los lágidas y los seleucidas.
Los mismos Ulpios, Elios, Antoninos y Annios que gobernaban el imperio eran de origen provincial hispanorromano, aunque se trate de adjudicarles una estirpe latina, o cuando menos itálica. El Senado era la institución que permanecía como símbolo de continuidad histórica, manteniendo la ficción de que los hijos de la loba seguían siendo los señores del mundo.
Los descendientes de los pueblos vencidos, los galos, hispanos, púnicos, mauritanos, sirios e ilirios se fueron asimilando y adoptando la lengua y las costumbres de los conquistadores pero no olvidaron del todo su pasado, la independencia perdida, ni sus gestas y sus héroes ni sus guerras contra las legiones. La memoria de Aníbal, Brenno, Vercingétorix, Viriato y Decébalo era honrada por sus compatriotas.
Pongamos por caso Luciano de Samosata, otro célebre escritor del siglo II, algo posterior a Juvenal. Al igual que este cultivó preferentemente la sátira, pero el idioma en el que escribió fue el griego y no el latín y sus estilos son bastantes distintos. A pesar de estar plenamente asimilado a la cultura helénica, Luciano se identificaba a si mismo como asirio y como un "bárbaro". No me parece temerario insinuar que detrás de sus textos irreverentes subyacía una intención de subvertir sutilmente la cultura dominante. Sus textos siguen gozando de gran popularidad y han sido admirados e imitados por autores como Voltaire.
Otro "bárbaro", en este caso oriundo del antiguo reino de Mauritania, que gozó de fama y fortuna (al menos por un tiempo) en el siglo II fue Lusius Quietus, general de caballería que desempeñó un papel clave en las campañas de Trajano contra los dacios, los partos y los judíos. Adriano lo hizo ejecutar, porque desconfiaba de los colaboradores de su antecesor.
"Dios que buen vassallo, si oviesse buen señor".
Pero la auténtica irrupción de los sirios, púnicos y otros pueblos orientales y semíticos tuvo lugar a finales del siglo II, tras el asesinato de Cómodo. 193 fue el año de los cinco emperadores: Pertinax, Didio Juliano, Septimio Servero, Pescenio Níger y Clodio Albino.
De entre ellos fue Septimio Severo el que se alzó con el poder. Este nativo de Leptis Magna (provincia del África Proconsular) era de estirpe púnica, de lo cual se enorgullecía y probablemente Aníbal se hubiera sentido orgulloso de él. Cuando Cómodo fue derrocado era el comandante de las legiones del Danubio. Hizo honor a su cognomen con la brutalidad con la que se deshizo de todos sus oponentes. No obstante devolvió al imperio la estabilidad y la seguridad de sus fronteras, por lo cual fue admirado pero no querido.
Con él empezó la dinastía Severa, que rigió el imperio durante 42 años, excepto durante el breve paréntesis del usurpador Macrino (otro nativo del norte de África). Con su caído comenzó un período de cincuenta años de anarquía militar que llevó al imperio al borde del colapso.
Septimio Severo tenía por esposa a Julia Domna, la cual pertenecía nada menos que a la dinastía de reyes-sacerdotes de Emesa (la actual Homs, en Siria), en Siria. Durante la dinastía Severa, las mujeres de la familia jugaron un papel de primer orden al lado del trono. Fue Julia Mesa, hermana de la anterior la que dirigió personalmente el derrocamiento de Macrino y la restauración de la dinastía en la persona de su nieto Sexto Vario Marcelo, que al ascender al imperio tomó el nombre de Marco Aurelio Antonino, pero es más conocido como Heliogábalo, por el dios tutelar de Emesa, del cual era Sumo Sacerdote. Heliogábalo pasó a la posteridad como el más depravado de los emperadores romanos, superando hasta a Calígula. Su primo y sucesor Alejandro Severo, por el contrario fue considerado como un
emperador modélico y bienintencionado, deseoso de emular a los "buenos emperadores" del siglo II. De todos modos los dos acabaron igual, brutalmente asesinados junto a sus respectivas madres (a cuyas faldas vivían pegados) por los pretorianos.
Durante aquella época también tenemos a los famosos juristas Papiniano y Ulpiano eran originarios de Siria.
Durante la anarquía militar otros personajes de estirpe semítica tomarían brevemente el poder.
Filipo el Árabe, prefecto del Pretorio del emperador Gordiano III, al cual sucedió tras la fin de este en circunstancias no aclaradas durante una campaña contra los persas. Durante su reinado se celebraron los Juegos Seculares, para conmemorar los primeros mil años desde la fundación de Roma. Algunos autores cristianos lo consideraron el primer emperador cristiano o al menos afín al cristianismo, pero parece poco probable que ese fuera el caso.
Años más tarde fue Septimio Odenato, régulo de Palmira, el hombre que detuvo a los persas tras la captura del emperador Valeriano en Edesa. El emperador Galieno, abrumado por la catastrófica situación, acosado por las invasiones bárbaras y revueltas internas, dejó en manos de los palmirenses la defensa de las provincias orientales.
Odenato fue asesinado y su viuda, la famosa reina Zenobia asumió el poder en nombre de su hijo Vabalato. Zenobia llegó a conquistar Egipto, granero del imperio. Había dejado de ser una molestia para convertirse en una seria amenaza que el enérgico y capaz Aureliano se ocupó de eliminar. La capitulación de Zenobia permitió a Aureliano demostrar su clemencia, pero cuado Palmira volvió a rebelarse, este resolvió infligirle un castigo ejemplar y arrasó la ciudad.
Después de Zenobia ningún otro nativo de aquellas tierras volvió a aspirar al poder, al menos que yo recuerde. Había llegado la época de los ilirios, favorecidos por la reforma militar de Galieno, que les permitió ascender rapidamente en el escalafón militar.
Curiosamente la tierra de Egipto no dio a Roma ningún emperador, que sepa, ni siquiera un mal pretendiente que llevarse a la boca.
¿Ejercieron pues los sirios una influencia negativa en el devenir del imperio o por el contrario fue positiva?
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