¡El Gobierno se marcha a Madrid! En el último Consejo de Ministros celebrado en el Palacio de la Isla, el Gobierno, prácticamente por unanimidad, decide trasladar la capitalidad de la nueva España a la reconquistada ciudad de Madrid.
Hay que preparar la despedida y el alcalde, Florentino Martínez Mata (10), hace un llamamiento a todos los burgaleses para que acudan a despedir a Franco de forma masiva y cariñosa.
En la mañana del 19 de octubre, el Ayuntamiento y la Diputación en pleno se presentan ante S. E. para rendirle homenaje y manifestarle su incondicional adhesión, al mismo tiempo que le ofrecen, como regalo de despedida y en señal de gratitud, el Palacio de la Isla. El alcalde de la ciudad castellana se comprometió también a conservar aquel palacio tal como se encontraba, tras haber sido usado como residencia del general desde los comienzos de la Guerra Civil; desde allí dirigió y enderezó el curso de la guerra hasta la victoria final. El invicto general, después de manifestar que “.. .he pasado en este despacho los días más difíciles y decisivos de la Historia de España. Vinimos para dirigir y enderezar desde aquí la guerra en el Norte, en Levante y en el Sur, y aunque no he podido disfrutar de las delicias de esta ciudad, he apreciado en todo momento el cariño y entusiasmo de este noble pueblo burgalés, del que marcho altamente agradecido”, aceptó el ofrecimiento, prometiendo volver a pasar en él alguna temporada, mostrándose sumamente agradecido por la generosidad y nobleza del pueblo burgalés.
Sobre las tres de la tarde, el Caudillo, con el uniforme de Capitán General, acompañado del jefe de su Casa Militar, general Moscardó y seguido de una larga comitiva, abandonó el Palacio de La Isla y se dirigió lentamente hacia la carretera de Madrid, por unas calles profusamente engalanadas con banderas, gallardetes y pancartas, llenas de una entusiasmada muchedumbre que la despedía con los gritos fervorosos de ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! y ¡Viva España! ¡Arriba España!
Burgos dejaba de ser capital de la Cruzada y el Palacio de la Isla tan sólo volvió a abrir sus puertas para recibir a su nuevo propietario en las esporádicas visitas que efectuaba a la capital castellana.
”… y la ciudad, como al Caballero de Vivar, le dio como presente el corazón y hoy le dice: “Caudillo, aquí está Burgos, Gloria a Dios en las Alturas y alabanza a ti, Salvador de España”. (Diario de Burgos. 19.10.1939).
El 20 de octubre, Burgos dejaba de ser la capital del Nuevo Estado para volver a recuperar el pulso de lo que había sido antes del 18 de julio del 36, una capital de provincia en la que la vida tras*curría sin demasiados sobresaltos, cuyo pulso lo marcaba el tañer de los miles de campanas de sus iglesias y conventos.
En 1936 Burgos era una ciudad de 40.000 habitantes y en 1939 pasaban de 100.000, pero sus infraestructuras seguían siendo las mismas, no se habían creado nuevos espacios para asimilar semejante crecimiento, lo que quiere decir que durante los tres años de guerra se había improvisado casi todo, tomando medidas sobre la marcha, para solucionar problemas que también surgían sobre la marcha. Pero tanto las instituciones locales como la población burgalesa se habían volcado en asumir con dignidad y orgullo el papel de capitalidad que les había tocado representar.
Ahora llegaba la resaca, ya anunciada por el propio general Franco en su discurso de despedida: “…..ahora, de momento, sufriréis las consecuencias de la resaca producida por la marcha de los órganos oficiales que aquí se instalaron durante la guerra……” y, lógicamente, el desencanto de ver como se esfumaban las ilusiones de una parte de la oligarquía burgalesa de ver convertida su ciudad en la auténtica capital de España.