The Fucking Andyteleco
Bubble Fucker
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Muchos húngaros que vivieron esa época aún recuerdan este gesto, y por ello en el país aún se le tiene mucho aprecio a Espana.
En 1956, el pueblo húngaro se levantó contra la dictadura comunista, alentados inicialmente por los medios de comunicación occidentales que les prometieron apoyo pero luego les dejaron en la estacada, con el trágico resultado que conocemos.
https://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_húngara_de_1956
El caso es que Francisco Franco, a diferencia de los gUSAnos, sí que quiso mover ficha (a pesar de las dificultades que atravesaba Espana) y mandar tropas a Hungría, pero los gUSAnos ya no solo negaron apoyo sino incluso llegaron a mover hilos para que ningún país dejase pasar a las tropas espanolas.
El motivo: Eisenhower (judío) no quería conflictos con otros altos cargos del ejército soviético (también judíos) y les hicieron la cama. La coincidencia del conflicto árabe-israelí por el Canal de Suez también jugó en su contra.
Lo que sí logró es ofrecer ayuda humanitaria y asilo político en Espana a muchos refugiados, entre ellos el ilustre Ferenc Puskás.
He aquí un artículo muy interesante de "Papeles del Este" escrito por María Dolores Ferrero Blanco
http://revistas.ucm.es/index.php/PAPE/article/viewFile/PAPE0303330007A/25888
Pego algunas de las partes más interesantes:
Franco fue muy consciente de que la mejor baza que podía jugar en el contexto geográfico y económico en que se encontraba situada España –el reciente triunfo de la democracia- era la de presentarse como la cabeza de una cruzada anticomunista, lo que complacería, sin duda alguna, a los EE.UU. Ya en 1951 había concedido una entrevista a Newsweek, en relación con la nueva preocupación occidental por la guerra de Corea, y había dicho que “Nuestro régimen planteó hace quince años lo que otros pueblos están practicando ahora. Ya advertimos que el comunismo es el enemigo fundamental de la civilización cristiana”. En esa nueva situación de “aliado” de los intereses occidentales, Franco tuvo puntual información de todo lo que estaba ocurriendo en Hungría a través de varias fuentes que desarrollaron un ingente trabajo de investigación e información tanto en España como en el exterior.
En el interior de España fueron dos las principales: el Centro Europeo de documentación e Información (CEDI), creado por Artajo y Otto de Habsburgo para la coordinación de los europeos emigrados de Europa Oriental y, sobre todo, la Legación oficiosa de Hungría, a cuyo frente estaba Francisco de Marosy. Además, en el exterior, el Gobierno español contaba con los extensos y numerosos informes que le enviaban sus diplomáticos centroeuropeos, su delegación en la ONU y las organizaciones húngaras que trabajaban en el exilio por la caída del régimen comunista en Hungría
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Las relaciones oficiales de Hungría con España se habían suspendido el 25 de abril de 1945, pero sus diplomáticos se quedaron en España y gozaron de un trato excelente por parte de las autoridades españolas, por lo que Francisco de Marosy quedó como representante oficioso de la Monarquía Húngara y siguió al frente de la Legación Real de Hungría desde el 4 de marzo de 1949 hasta el 20 de octubre de 1969. Marosy había sido diplomático en varias ciudades europeas y se encontraba en Helsinki cuando Finlandia y la URSS firmaron la paz en 1944 y los representantes de los antiguos aliados del Eje debieron abandonar el país. Marosy se decidió por España porque ya había estado en la década de 1930 como Encargado de Negocios, por lo que llegó a España el 15 de abril de 19465. Le ayudó también en sus pretensiones representativas en España que el recién creado Comité Nacional Húngaro de Nueva York le había nombrado su representante en nuestro país. Él, sin embargo, aspiraba a más y lo que deseaba de verdad era seguir en la antigua legación de Paseo de la Castellana, nº 49. Era un objetivo casi imposible, pero en enero de 1949 llegó a España Otto de Habsburgo y lo primero que hizo fue comunicarse con Marosy –muy partidario de los Habsburgo- para que le orientara respecto a qué debía solicitar al Jefe del Estado español para poder ayudar a los
húngaros. Él lo concretó en tres peticiones: entrega del edificio de la Legación, una emisora de radio para tras*mitir en húngaro y acogida de refugiados. Franco aceptó y el 4 de marzo de 1949 Marosy recibió los papeles y la sede de la Castellana6.
La figura de Marosy desde ese momento fue de una excepcional importancia como intermediario entre las autoridades españolas y los húngaros que se afincaban en España, como garante de las peticiones de ayuda que se hacían al régimen español y, en concreto, como informador permanente de los políticos españoles –del ministro de Asuntos Exteriores sobre todo- de las noticias que le llegaban de Hungría. Fue también el cauce de los exiliados anteriores a 1956 –monárquicos que huyeron al implantarse el comunismo-, y quien en muchas ocasiones facilitó documentos u opiniones del Archiduque Otto de Habsburgo o respaldó contactos con personas que con frecuencia poseían títulos nobiliarios. En alguna otra ocasión también propició encuentros individuales o de grupo, con exiliados procedentes de la década de 1930, cuando crecieron los adeptos a movimientos totalitarios, sobre todo por desavenencias con los Aliados por el resultado territorial del Tratado de Trianon, que tan perjudicial había sido para Hungría. En cualquier caso, es algo reseñable que los grupos o individualidades que el Gobierno español consideró adecuados para informarse de la situación húngara y entraron en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores –además de los avalados por sus diplomáticos- no fueron ciudadanos o intelectuales exiliados seguidores de Imre Nagy, o miembros de su Gobierno en el exilio, por ejemplo, sino, sobre todo, los recomendados por Marosy.
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La disponibilidad española en los diferentes lugares donde era posible ofrecer colaboración a Hungría y la incesante actividad de Marosy, que contactaba con cuantos foros pudieran existir para lograr adhesiones a la causa húngara, tuvo como consecuencia que muy pronto llegaran a España múltiples peticiones de ayuda tanto pecuniaria o de envíos alimentarios, como de solicitud de acogida de refugiados. A este respecto contamos con los informes del embajador de España en Bonn, Antonio María de Aguirre y, sobre todo en los de noviembre de 1956, muestra su autocomplacencia por el esfuerzo español por socorrer a Hungría tanto en lo que se refiere a la respuesta monetaria, como a la simpatía y solidaridad mostradas por los españoles hacia la resistencia húngara.
En España se consideró que la ayuda humanitaria se necesitaba en dos ámbitos diferentes: para los expatriados en el extranjero y para la población que no pudo
salir de Hungría. Habían llegado, como a otras partes, noticias de que la necesidad de ayuda para los expatriados –sobre todo refugiados en Austria- era muy
apremiante, pero también se sabía que, según cálculos de la Cruz Roja Internacional, se necesitarían en la propia Hungría 150.000 Tm. de harina, como mínimo, para que sobrevivieran hasta la próxima cosecha los que allí habían permanecido. Era asimismo urgente el envío de ropas de abrigo porque en Budapest, por causa de los disparos de los tanques, la mayoría de las casas estaban sin cristales y sin carbón para calefacción. Aguirre también señala que España ya
había mandado a Hungría, inmediatamente después de los hechos, dos aviones, siete camiones y tres trenes de arroz junto a otros envíos masivos de ropas y enseres varios.
Pero no fueron éstas las únicas peticiones de socorro que recibió España. De nuevo por mediación de Marosy se solicitó otro tipo de ayuda, mucho más comprometedora y arriesgada “y que sólo España puede proporcionar: el apoyo de aquellas fuerzas activas que luchan por la liberación”. Por ese motivo se
manifestaba que sería deseable que la ayuda española se desplegara por una parte, para las obras de caridad y beneficencia, pero, por otra, que debía ser sustancial, para futuras necesidades de la lucha anticomunista, de las que no cabía esperar ayuda en otros países. Esas palabras son muy significativas de la claridad con la que, en la Oficiosa Legación Real húngara de España, se conocía la fuerza del estatus quo de la Guerra Fría, que les llevó a no concebir esperanzas de colaboración que no fuera estrictamente humanitaria por parte de ningún país del mundo, según ellos, con la excepción de España.
Otras medidas que se demandaron del Gobierno español fueron las orientadas a realizar esfuerzos para que la Comisión de Investigación de la ONU pudiera entrar en Budapest, como se había acordado desde la resolución emitida el 4 de noviembre -y que no fueron aceptadas finalmente por las autoridades húngaras- y para la vigilancia y control en las elecciones que aún se creía que sería posible celebrar. En relación a la negativa de Hungría a recibir a los observadores occidentales, a España le llegaron propuestas de toda índole para que presionara a favor de los húngaros. Una de las más peculiares fue la que recibió el ministro español Martín Artajo y que conocemos por el comunicado que trasladó al representante permanente de España en la ONU informándole de la extraña petición: se trataba de un colectivo húngaro que le pedía la intercesión española, -“aunque pareciera inverosímil”, según palabras de Artajo- para que un miembro de la resistencia húngara, que había salido de Hungría el 30 de noviembre anterior con la misión de llegar hasta Su Santidad y hasta el Generalísimo Franco, pudiera coronar con éxito la misión que tenía encomendada. El representante de la resistencia había sido recibido por el Papa, según su versión en audiencia especial por espacio de hora y media, y en ella Su Santidad le había manifestado que sólo el Generalísimo podía responder eficazmente a sus necesidades. En lo que España podía ayudar, al parecer, era en obtener permiso de Naciones Unidas para un envío inmediato, sin esperar consentimiento de la URSS, de 500 observadores de diversas nacionalidades que pudieran lanzarse en paracaídas en diversos puntos del país, con el objetivo de obligar a Rusia a devolver los 60.000 jóvenes que habían sido deportados e impedir que prosiguieran las deportaciones.
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El Gobierno español consideró que los refugiados que acogiera España debían ser seleccionados escrupulosamente y se esforzaron en calcular con realismo qué
necesitaban para ser ayudados durante varios años y no dilapidar todo lo que les correspondiera a su llegada. También se aceptaron peticiones individuales de asilo, siempre que estuvieran avaladas por alguien solvente, como varios casos que avala Marosy y de los que aclara que su “situación financiera es de toda garantía”
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Como ya se indicó, una de las principales vías de información que tuvo el Gobierno español sobre los hechos de Hungría fue su delegación en la ONU, a través de Diego Buigas de Dalmau, Jaime de Piniés y, sobre todo, de José de Lequerica, a lo largo de todo el período en que el tema húngaro se debatió en la Asamblea General (en las Asambleas XI a XVII). Pero la ONU no fue para España sólo un canal de información, sino uno de los foros más importantes a los que se dirigió el empeño de combatir al comunismo, en este caso, ayudando al levantamiento popular de Hungría. De nuevo Marosy fue una de las personas más interesadas en que allí se debatiera sobre el tema de Hungría con la finalidad de sancionar a la URSS y del lograr el reconocimiento de una nueva Hungría neutral y libre, cosa que no consiguió pese a sus innumerables esfuerzos. Para el traslado de sus demandas a la Asamblea General solicitó constantemente la mediación española que era muy valorada en el sector más poderoso de la organización por su reconocido anticomunismo y España, en efecto, se la prestó de un modo continuado.
Sólo tres días después del levantamiento, el 26 de octubre de 1956, el Marqués de Santa Cruz, Subsecretario de Asuntos Exteriores español, recibió un mensaje de Marosy, en nombre del Archiduque Otto de Habsburgo. Marosy le rogaba que tomara la iniciativa de dirigirse al Consejo de Seguridad de la ONU para protestar por la intervención soviética en Hungría “confiando en la caballerosidad del Jefe de Estado Español, siempre ‘primer campeón en Europa de la causa de los pueblos oprimidos”. Esta solicitud de mediación fue sólo la primera de una larga serie de peticiones que se harían al Gobierno español, desde diferentes instancias de los sublevados húngaros, lo que dio un carácter singular a la participación española en estos hechos y al interés que mostraron sus representantes en distintos ámbitos de la vida política.
Cursada la petición desde España entre los días 27 y 28 de octubre, el Delegado de España en la ONU, Diego Buigas de Dalmau, envió al Ministerio de Asuntos
Exteriores cuatro telegramas dando cuenta de las gestiones llevadas a cabo por él a este respecto. Buigas informaba al ministro de que había sido recibido por el Secretario General de la ONU al que había entregado una nota, en nombre del Gobierno de España, protestando por la “sangrienta intervención de las tropas
soviéticas en conflictos internos de Polonia y Hungría” y solicitando la intervención de las Naciones Unidas. También le comunicaba que había más países que se proponían dar el mismo paso que España de interceder por Hungría y que había que examinar despacio la base novena de la Carta de Naciones Unidas para estudiar el procedimiento por el que se debía intervenir.
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Al respecto del proceso que llevó a la reunión del Consejo de Seguridad, actualmente contamos ya con la posibilidad de acceder a las Memorias inéditas de Francisco de Marosy y él discrepa de la versión ofrecida a Buigas respecto a la convocatoria del Consejo. Dice así:
“Fue mérito inolvidable de Artajo la reactivación de la Legación de Hungría y la creación, con Otto, del Centro Europeo de Documentación e Información (CEDI).
Pero También tuvo otro mérito menos conocido: durante la lucha por la independencia húngara, a la entrada de las tropas soviéticas, fue el primero en exigir
la convocatoria del Consejo de Seguridad de acuerdo con los estatutos de las Naciones Unidas. Tras las bambalinas, a la política estadounidense no le gustaba
que la España ‘fascista’ tuviera la gloria de iniciar la puesta en el orden del día de esa violación del orden pacífico de repercusión mundial. De prisa y bajo cuerda, EE.UU. movilizó a las principales potencia europeas, a Francia e Inglaterra, para presentar una iniciativa similar. Así, el Consejo de Seguridad no fue convocado por iniciativa de España, sino debido a una convocatoria colectiva. Sin embargo, es un hecho histórico que el primer paso lo dio Artajo en nombre de España, cosa que quiero recalcar expresamente para conocimiento de la posteridad”
Ya en la esa sesión de ese día y otra que se celebró al día siguiente, se afirmó que, en efecto, habían entrado tropas rusas en Hungría. Sin embargo, cuando el día 29 empezó la entrada de las tropas israelíes en el canal de Suez, cambió el objetivo de todos y no se retomarían los debates sobre Hungría hasta dos día después, el 1 de noviembre, ya en la Asamblea General.
El Informe que envía a España José Félix de Lequerica, delegado de España en la ONU, expresa tanto su juicio sobre los hechos de Hungría, como lo más
significtivo de la actuación española en dicho organismo. Comienza lamentando que las sesiones de la ONU tengan que dedicarse a recriminarse unos países a otros, pero considera que no hay otro camino, dado “lo atroz de lo ocurrido en Hungría y lo palmario de la intervención soviética”. A la vez que trata de la actuación de España en la ONU, expone su opinión sobre Imre Nagy y sobre el ataque soviético. No acepta en ningún momento las excusas dadas por la URSS para justificar la intervención en Hungría y niega que la revolución húngara fuera un levantamiento fascista.
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Desde que Franco había recuperado las relaciones con EE.UU., España empezó a salir del aislamiento internacional en que se había encontrado sumida desde el final de la Guerra Civil. Franco buscó la aceptación de EE.UU. en cada iniciativa política que emprendía, no sólo porque era del máximo interés del Gobierno español mantener las mejores relaciones con “el líder del mundo libre”, sino porque, con respecto al tema de Hungría, ningún país del ámbito occidental hubiera podido plantearse jamás una respuesta militar a la agresión soviética sin el consentimiento de los EE.UU. Los diplomáticos españoles habían logrado llamar la atención de la primera potencia mundial por su actividad en la ONU y España se había significado, sin lugar a dudas, como la más firme candidata a ser la punta de lanza que hiriera al sistema comunista en cualquier espacio o circunstancia en que ello fuera posible. No obstante, una vez tomada la decisión por parte del Gobierno español de actuar del modo más contundente, en el caso de Hungría, era de todo punto imprescindible la aprobación y apoyo de EE.UU., tanto político como logístico. Y no sólo no tuvieron lugar esos apoyos, sino que se denegaron expresamente. Ese decepcionante final de los esfuerzos españoles por intervenir en apoyo de los húngaros sublevados fue algo que frustró las apasionadas tentativas del Régimen, pero si se analiza detenidamente el comportamiento de los EE.UU. desde el comienzo de la insurrección, fue un desenlace que no por indeseado era sorprendente.
La actitud de los EE.UU. desde el comienzo de la revolución húngara había sido confusa y contradictoria. Por una parte, alardeaba constantemente de proteger las libertades y valores democráticos occidentales y criticaba abiertamente a la URSS por su proceder, por lo que daba a entender que acudiría en ayuda de un país que estaba luchando por conseguir esas libertades. Pero, por otra, es perfectamente comprobable el convencimiento profundo de EE.UU. de que Europa del Este era como un coto privado de la URSS donde no juzgaba pertinente intervenir pasara lo que pasara.
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El Gobierno americano no mantuvo una posición consecuente entre sus declaraciones y sus actuaciones. Primeramente afirmó que, con arreglo a los Tratados de Paz de los que formaba parte Rusia, era una agresión el simple mantenimiento de tropas soviéticas en Hungría e Eisenhower llegó a decir que esas tropas habían demostrado que no habían permanecido allí para “protegerla contra una agresión armada exterior”, como se establecía en los fundamentos del Pacto de
Varsovia, sino que su objetivo en Hungría había sido ir contra los deseos de cambio de sus ciudadanos e imponer por la fuerza un Gobierno extranjero. Sin embargo, en la práctica, el Gobierno americano demostró que reconocía desde el principio, el “derecho” de la URSS sobre el Este de Europa y, a la vez que intentaba convencer a la opinión pública de que a América no le era indiferente la lucha por la libertad, hacía lo posible por no enturbiar las relaciones con Moscú. Hasta tal punto fue esto así que en un discurso que dio Foster Dulles, por indicación de Eisenhower, declaró que “los países de Europa Oriental que volvieran a conseguir su libertad no supondrían una amenaza para la seguridad de la URSS, pues los EE.UU. no los consideraría como aliados militares potenciales”33. Este tipo de declaraciones volverían a repetirse en dos desafortunados telegramas que envió el Ministerio de Exteriores americano, uno, a su embajador en Moscú, Charles Bohlen, y otro, a Tito cuando se encontraba en la reunión de Brioni del 2 de noviembre tratando con Jruschov y Malénkov sobre la oleada turística de Hungría del 4 de noviembre. En el primero, del 29 de octubre, los americanos aseguraban al Gobierno soviético que “el Gobierno de los EE.UU. no ve a ninguno de los países miembros del bloque soviético como un posible aliado militar y no es de su incumbencia lo que los rusos hagan en Hungría”. Este telegrama llegó en 29 de octubre, cuando ya los rusos se habían resignado a la declaración pública de que la revolución húngara había triunfado. Pero sirvió para animarles a la intervención posterior, pues incluso terminó con ciertas disensiones que existían en el Politburó soviético, que, desde ese momento aunaron sus posiciones. En el segundo telegrama, el 2 de noviembre, enviado a Tito, EE.UU. insistía en que “el Gobierno de los EE.UU. no contempla favorablemente a esos gobiernos que están en relaciones poco amistosas con la URSS”. Jrushchov y Tito contestaron que en uno o dos días resolverían el asunto
Esas afirmaciones mostraban el temor de los EE.UU. de tensar las relaciones de los dos bloques, pues hasta ahora, en todas las declaraciones públicas de la
administración de Eisenhower siempre se había manifestado que, en caso de que los países de Europa Oriental fueran un día independientes de la URSS, lo lógico era que entraran a formar parte de la OTAN. Ahora, sin embargo, se cambiaba de discurso y, ante datos tan explícitos, se podría considerar que la actitud de los EE.UU. realmente dio seguridad a la URSS para actuar en Hungría.
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Desde un principio, de todas partes habían llegado demandas y apelaciones a favor de Hungría a EE.UU.: los exiliados en Londres habían reclamado una iniciativa de Eisenhower, que impidiera el empleo de la fuerza soviética contra los países satélites; Monseñor Varga, presidente del primer Parlamento húngaro de la postguerra, también buscó el apoyo americano para ayudar a los estudiantes húngaros; el presidente de los sindicatos americanos defendió ante todo la
celebración de elecciones libres en Hungría, y, otros, finalmente, se decantaron por solicitar una ayuda occidental conjunta de carácter económico. Era la época de la campaña electoral americana y las peticiones se sucedían. Eisenhower, en el célebre discurso del Madison Square Garden, definió su posición -teórica- diciendo que EE.UU. apoyaría siempre a los pueblos que demostraran su capacidad de autogobernarse, que les ayudarían por medio del intercambio comercial y científico, y que “Norteamérica no había olvidado nunca a los pueblos de Polonia y Hungría”, pero no mencionó ninguna ayuda concreta a su sublevación
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Muy pronto se añadió a lo anterior la interferencia del problema árabe-israelí. El conflicto húngaro pasó a segundo plano al producirse el ataque a Suez el 5 de
noviembre de 1956, por parte de Francia e Inglaterrra. A los EE.UU. les interesaba de modo especial estar presentes en Próximo Oriente tanto por los intereses
comerciales, como por neutralizar la intervención de la URSS, que tenía un acuerdo firmado con Nasser desde 194837. Por ello, la posición de EE.UU. respecto al comportamiento francobritánico y su amonestación por los brutales bombardeos del Canal fue una actuación puramente formal, pues la torpeza de las dos potencias europeas propició finalmente la vía de penetración americana, que sustituyó en adelante a Francia e Inglaterra en la zona. Los occidentales difundieron que la oleada turística de Hungría reflejaba el deseo de la URSS de avanzar hacia Occidente para asegurar sus planes en Suez y que si había que atender a los dos frentes no sería posible ofrecer resistencia. Eisenhower llegó a decir que la revolución húngara “había elegido” el peor momento para estallar, ya que Occidente estaba ocupado con el tema de Suez y no podía hacer más por Hungría. En el mismo sentido, el 14 de noviembre, cuando prácticamente ya se había aplastado la insurrección, dio una conferencia de prensa en la Casa Blanca y todavía insistió en su posición:
“Desde el fondo de nuestros corazones simpatizamos con los húngaros y hemos hecho todo lo posible para evitarles sufrimientos. Pero el Gobierno de los EE.UU. no aconseja ni ha aconsejado jamás que la población indefensa emprenda una revolución contra un poder que es imposible que sea derrotado”
Otras opiniones sostuvieron que cuando se produjo el bombardeo franco-británico sobre Egipto, el estallido de Hungría había frenado el posible avance soviético, puesto que, sin ese obstáculo, los soviéticos hubieran podido alcanzar la frontera austriaca sin oposición y la guerra podría haber sido inevitable. Lo que estuvo claro muy pronto en la intencionalidad americana es que no importaba realmente apoyar los valores democráticos y, por tanto, ayudar a los países que lucharan por esos valores. Aún así, EE.UU. supieron que el levantamiento de Hungría frente a la URSS era un tema de excepcional importancia política en el contexto mundial de la década de 1950 y no desaprovecharon los beneficios propagandísticos que les podía reportar. La propaganda era algo que no comprometía en exceso y que no tenía porque dar paso a otro escalón superior, a una toma de posición más firme ante las actividades soviéticas. Su manifestación más importante fue el apoyo claro y continuado de las emisiones de Radio Europa Libre, así como el acogimiento y elogio a las actividades de cualquier asociación u organización que recaudara fondos para criticar a los países de Europa del Este en general. Radio Europa Libre difundió continuas soflamas de ánimo e incitó realmente a los húngaros a ocupar las calles y a “hacerse dueños del país”, lo que fue interpretado en general como una velada promesa de apoyos ulteriores más efectivos que nunca se produjeron. Los húngaros reprocharían después de forma constante a los EE.UU. haberlos dejado solos después de todo ese despliegue radiofónico y mediático.
A pesar de los precedentes que hemos apuntado sobre el proceder de EE.UU., en España se siguió confiando en que ayudaría a Hungría y en que prestaría su apoyo a los países que decidieran implicarse en esa ayuda. España recibió múltiples peticiones de socorro que no fueron exclusivamente referidas a víveres y enseres o medicamentos ni a la acogida de refugiados, como fue habitual en el resto de los países, sino otras mucho más comprometedoras y arriesgadas que excedieron la demanda de ayuda humanitaria y que llegaron a solicitar una intervención militar en apoyo de la resistencia húngara. Actualmente podemos confirmar estas informaciones con fuentes de primera mano como las Memorias inéditas de Marosy, ya mencionadas, y los testimonios directos de su más cercano colaborador, Aurél Czilchert, secretario de la Legación Real de Hungría en el exilio y militar de carrera que había luchado contra los rusos antes de la ocupación del país. Cuando se instauró el régimen pro-soviético en Hungría se exilió y llegó a España en unos años en que Franco admitía de un modo preferente a oficiales de los países que habían luchado contra el ejército soviético. De este modo, junto a otros seis exoficiales de carrera -rumanos, rusos y polacos- pasó un año en la Legión española ampliando su formación militar y, finalmente, ocupó el puesto de secretario de Marosy. Por este motivo tuvo un protagonismo directo en los hechos y ha sido una inestimable vía de información. A estas dos fuentes primarias se añadirían algunos trabajos recientemente publicados acerca de la correspondencia e intercambio de informes entre Marosy y otros representantes de las organizaciones húngaras en el
exilio, antes citadas, que completan y matizan los datos anteriores.
La primera noticia que conocemos al respecto de los intentos de implicar a España en la resistencia húngara es la solicitud de mediación que hace la Legación oficiosa para obtener “otro tipo de ayuda, más importante y en la que sólo España puede proporcionar: el apoyo de aquellas fuerzas activas que luchan por la liberación”. Por ese motivo desde el exterior se demandaba que la ayuda española se orientó en un doble sentido: por un lado, hacia las obras de caridad y beneficencia, pero, por otro, que debía ser sustancial, “para futuras necesidades de la lucha anticomunista, de las que no cabía esperar ayuda en otros países”41. Esas palabras son muy significativas del escepticismo que reinaba en la oficiosa Legación Real húngara respecto a la efectiva reacción mundial. Sabían que la fuerza del status quo de la Guerra Fría echaba por tierra las esperanzas de una colaboración que no fuera estrictamente humanitaria por parte de ningún país del mundo, pero creyeron que España -que había librado en su interior una lucha “contra el comunismo”, sí podía ser capaz de intervenir directamente. El proceso había sido el siguiente:
En Hungría, desde la manifestación del 23 de octubre, que había dado comienzo a la explosión revolucionaria, hasta el día 1 de noviembre, se habían sucedido sin interrupción actos masivos de protestas, reivindicaciones en las calles y represión de la policía política y de tanques de los ejércitos ruso y húngaro, aunque no en la proporción en que comparecerían días más tarde. Inmediatamente la población, mayoritariamente muy joven, levantó barricadas, se organizó en una auténtica guerrilla urbana y resistió tan firmemente que en los días 27 y 28 los corvinistas y el nuevo Gobierno de Imre Nagy, con la aparente connivencia de los observadores soviéticos, empezaron a diseñar los trazos de lo que podía haber sido una nueva etapa en la historia de Hungría. En esos pocos días, todo el mundo pensó que la revolución había triunfado. Sin embargo, el día 1 de noviembre sobrevino la decepción cuando se supo que mientras algunas tropas rusas se habían retirado de Budapest, otras empezaban a llegar en dirección contraria, a cerrar herméticamente la frontera austriaca y a ocupar los principales centros ferroviarios del país. A partir de esa fecha, entre los días 2 y 8 se iría fraguando la victoria de los soviéticos.
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Pero la disponibilidad española no se limitó a la ayuda material ni las demandas que le hicieron desde el exterior tampoco. El día 3 de noviembre Béla Bácskai, antiguo
corresponsal de la MTI (agencia de noticias húngara) y secretario de la Liga Húngara de América, telefoneó a Marosy desde Washington para preguntarle si podrían ser
comprados en España tubos de chimenea (ofenrohr, bazooka) para arrojarlos desde aviones a la población con fines de autodefensa. Le advertía que, en modo alguno,
debía aparecer ninguna señal que pudiera relacionarlos con América y le solicitaba la autorización de venta de esa munición por valor de medio millón de dólares, cuyo
importe había sido reunido ya por los húngaros americanos. Si España aceptaba, él conseguiría aviadores voluntarios. Marosy le contestó que en España abundaba esa
munición y que se fabricaba en Toledo, incluso que actualmente existía ya un modelo más nuevo que se disparaba con fusil, pero que era un material que no se comercializaba al público, sino que dependía de la autorización del Estado Mayor.
Era un tema muy delicado y arriesgado y debía ser solicitado a España por Otto de Habsburgo.
Poco después, en efecto, y ya en nombre de Otto de Habsburgo, Marosy preparó un dramático informe para Franco exponiéndole la extrema situación que los insurrectos húngaros estaban viviendo y solicitándole en tono desesperado que autorizase, no sólo el tras*porte de voluntarios por avión, sino también la venta de armas antitanque. Por un pasaje de sus Memorias conocido ahora, sabemos que Franco aceptó la propuesta. Marosy habla de esa decisión de Franco de ayudar militarmente a Hungría cuando tuvo la noticia de la oleada turística soviética del 4 de noviembre. Estas fueron sus palabras:
“El 4 de noviembre por la mañana, S. A. vuelve a llamarme y me comunica que el ejército ruso ha pasado la frontera y me encarga que vaya inmediatamente a El Pardo y pida en su nombre a Franco que envíe ayuda a los húngaros luchadores por la libertad. Acudí deprisa, pero Franco se encontraba fuera cazando. Dejé, pues, por escrito el mensaje de S.A., que el Jefe de Protocolo de Asuntos Exteriores, el embajador Rolland, buen amigo mío, entregó personalmente a Franco cuando volvió por la noche.
Posteriormente me enteré de que Franco convocó un consejo de ministros aquella misma noche, donde se decidió el envío de un ejército voluntario a Hungría. El ministro de Defensa, Muñoz Grandes, comandante que fue de la división española enviada al frente ruso, renunció a su cartera para ser el comandante en jefe de la fuerza auxiliar española que se pensaba enviar, pero no se le aceptó la dimisión. Franco dispuso que se preparara equipo, armamento y munición en el aeropuerto para ser tras*portado a Sopron por medio de aviones norteamericanos. El general Noriega fue nombrado oficial de enlace para mantener contacto permanente conmigo. Un poco antes, Béla Bácskai, secretario general de la Liga Húngara de América, ya me había comunicado que también La Liga había hecho gestiones ante el gobierno americano para que al menos prestara aviones -si no armamento- para poder tras*portar la ayuda española desde Madrid a Hungría. Era algo absolutamente necesario porque en 1956 España no disponía de aviones que pudieran volar de Madrid a Sopron sin repostar”.
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En España, el mismo día 5 en que todo parecía perdido, el ministro de Exteriores, Artajo, citó a Marosy para darle la contestación de Franco sobre el Informe acerca de los sucesos de Hungría que él le había entregado el día anterior. Artajo le comunicó que Franco había decidido que enviaría a los luchadores húngaros nacionalistas toda la ayuda que le fuera posible y que delegaría concretamente en el general Noriega con quien Marosy debería trabajar los detalles. Se pusieron de acuerdo en que España entregaría las armas antitanque solicitadas y diez mil fusiles gratuitamente a los sublevados, pero para el tras*porte era imprescindible la ayuda de EE.UU.
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Sin embargo, no sería sólo el comienzo de la segunda guerra árabe israelí lo que afectaría sobremanera a Hungría, sino la inesperada negativa americana a permitir la
intervención española. Cuando, desde la Liga Húngara de América, Béla Bácskai realizó sus gestiones con el Gobierno americano, la decepción de Marosy fue total:
tras la respuesta positiva del Jefe del Estado español por la mañana, por la tarde supo que EE.UU. no autorizaba la misión y, consecuentemente, tampoco colaborarían el resto de países europeos que eran parte del plan de operaciones. Conocemos la evolución de estos hechos paso a paso gracias al relato de A. Aurél Czilchert, al que se le había encomendado la traducción de las instrucciones de uso de la munición que se iba a tras*portar a Hungría y, por ello, debía ser quien acompañara a los tres aviones que se habían preparado en España. El plan era el siguiente: la salida de los aviones se realizaría desde España, pero como los aparatos tenían un radio de acción limitado y no podían llegar en un solo tramo a Hungría, el Estado Mayor Militar español quedó en encontrarse con el Jefe de Estado Mayor de los EE.UU. en el aeropuerto militar americano de Munich. Allí deberían haber aterrizado los aviones españoles para repostar y llegar a su destino en Hungría -probablemente la región de Szombathely- a entregar las granadas. Después, los aviones hubieran regresado a Munich y, tras cargar nuevamente el combustible, hubieran continuado su camino de regreso a España.
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Todo estaba calculado al milímetro cuando llamaron repentinamente desde el Estado Mayor en Munich para anular la validez del acuerdo argumentando que habían tenido noticias de que si sobrevolaban suelo húngaro se dispararía contra ellos. Según Bácskai, el Gobierno americano no sólo denegó el préstamo de los aviones, sino que el State Department dio instrucciones a su embajador en Madrid para que hiciera todo lo posible para impedir la intervención del Gobierno español. Poco tiempo después, Marosy, camino de Valencia para controlar el tras*porte de arroz donado por España para los húngaros, se encontró en una estación de servicio cercana a Albacete con el embajador de EE.UU., Cabot Lodge y describe así el encuentro:
“Cuando el embajador me vio, bajó del coche, se me acercó y me dijo: ‘My dear minister, I am ashamed that my Gobernment has so abandoned your infortunate country’. Desgraciadamente el magnánimo proyecto no pudo realizarse debido al vergonzoso comportamiento de los Estados Unidos y a la rapidez de los acontecimientos”.
La operación se había interrumpido por mandato expreso de los EE.UU. e inmediatamente Suiza, Austria y Alemania, tampoco autorizaron; las dos primeras por causa de su neutralidad y la tercera por la prohibición de las potencias ocupantes tras la Segunda Guerra Mundial59. Pese a todo, algunos organismos de los que habían estado dispuestos a colaborar desde el exterior, no lo dieron todo por perdido. El general Zákó, jefe de la Camaradería, del que ya hemos hablado, confiaba en la reactivación del levantamiento para la primavera siguiente y trató de mantener contacto con los sublevados supervivientes. No en vano, la Camaradería había hecho ya antes todo lo posible para ayudar militarmente, pero en los días de las negociaciones con los rusos, los insurrectos les habían pedido que no intervinieran porque podría haber influido desfavorablemente. Por ello, sólo se ofrecieron para dirigir militarmente a grupos de universitarios y 44 antiguos sargentos primeros de la Legión Extranjera francesa fueron destinados a las facultades de Ingeniería de Minas, Montes y Metalurgia. Ya antes de la revolución húngara, Zákó había presentado al Alto Estado Mayor español un gran proyecto militar: la creación de una comandancia militar común europeo-entro-oriental, con unidades húngaras, eslovacas, checas, alemanas de los Sudetes, rumanas, búlgaras y croatas, de 5.000 personas cada una, con lo que el Estado Mayor Español manifestó estar de acuerdo, siempre que los americanos lo apoyaran. El proyecto se calculaba que podía llevar tres años de preparación y que podría incluir “la posibilidad de guerra atómica contra la URSS”. El ataque contra los soviéticos podría iniciarse con un levantamiento en Bohemia financiado por EE.UU. y, desde su punto de vista, sólo se podría preparar desde España61. Pero nada de eso se llevaría a cabo jamás.
A. Czilchert, testigo de los preparativos cuando todavía se esperaba la aprobación de EE.UU. para enviar el armamento, recuerda con admiración que el teléfono sonaba constantemente en la Legación de Hungría y sostiene que se ofrecieron diez mil voluntarios españoles, de los que algunos, como los estudiantes de la universidad de Valladolid, se apuntaron corporativamente. Junto a ellos también se alistaron los dos hijos de Artajo, además de dos mil voluntarios húngaros residentes en Canadá y otros dos mil de Inglaterra, siempre que se les pudiera tras*portar. Pero Eisenhower no lo permitió.
De la oposición de EE.UU. a la intervención militar se ha hablado mucho y la polémica no está cerrada todavía. Algunos autores dan la razón a L. Suárez Fernández que sustenta la tesis de que el fundamental obstáculo para que la empresa de intervención directa española se llevara a cabo fue que el día 6 de noviembre se consideró ya aplastada toda la resistencia. Ciertamente, como ya señalamos con referencia al informe del embajador Aguirre, la zona de Szombathely, que se había pensado para la entrada de los paracaidistas, había caído el día 5 y ese hecho cerró las posibilidades63. Desde una óptica mucho menos militar, A. Czilchert se inclina en cambio por las motivaciones personales y de carácter político del presidente. Según él, Eisenhower tenía familia judía y había sufrido por este hecho toda su vida hasta en la Academia Militar americana en donde le llamaban despreciativamente.¡jewish! (¡judío¡). Czilchert cree que le costaba ir contra tantos jefes rusos que eran judíos en un número considerable y cuyo origen les había supuesto, no hacía demasiado tiempo, una sobremotivación en su lucha contra el nazismo. Eisenhower siempre consideró que su aliado contra el nazismo no debería ser atacado por ellos.
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Según A. Czilchert, si EE.UU. hubiera ayudado a los húngaros, el muro de Berlín hubiera caído en 1956. Pero EE.UU. no lo entendió así. Optó por sus intereses económicos y su prioridad de mantener las “zonas de influencia” y lo antepuso al reconocimiento de una Hungría no alineada e independiente que pudo haber sido el precedente de un temprano tránsito a la democracia en Europa del Este.
En 1956, el pueblo húngaro se levantó contra la dictadura comunista, alentados inicialmente por los medios de comunicación occidentales que les prometieron apoyo pero luego les dejaron en la estacada, con el trágico resultado que conocemos.
https://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_húngara_de_1956
El caso es que Francisco Franco, a diferencia de los gUSAnos, sí que quiso mover ficha (a pesar de las dificultades que atravesaba Espana) y mandar tropas a Hungría, pero los gUSAnos ya no solo negaron apoyo sino incluso llegaron a mover hilos para que ningún país dejase pasar a las tropas espanolas.
El motivo: Eisenhower (judío) no quería conflictos con otros altos cargos del ejército soviético (también judíos) y les hicieron la cama. La coincidencia del conflicto árabe-israelí por el Canal de Suez también jugó en su contra.
Lo que sí logró es ofrecer ayuda humanitaria y asilo político en Espana a muchos refugiados, entre ellos el ilustre Ferenc Puskás.
He aquí un artículo muy interesante de "Papeles del Este" escrito por María Dolores Ferrero Blanco
http://revistas.ucm.es/index.php/PAPE/article/viewFile/PAPE0303330007A/25888
Pego algunas de las partes más interesantes:
Franco fue muy consciente de que la mejor baza que podía jugar en el contexto geográfico y económico en que se encontraba situada España –el reciente triunfo de la democracia- era la de presentarse como la cabeza de una cruzada anticomunista, lo que complacería, sin duda alguna, a los EE.UU. Ya en 1951 había concedido una entrevista a Newsweek, en relación con la nueva preocupación occidental por la guerra de Corea, y había dicho que “Nuestro régimen planteó hace quince años lo que otros pueblos están practicando ahora. Ya advertimos que el comunismo es el enemigo fundamental de la civilización cristiana”. En esa nueva situación de “aliado” de los intereses occidentales, Franco tuvo puntual información de todo lo que estaba ocurriendo en Hungría a través de varias fuentes que desarrollaron un ingente trabajo de investigación e información tanto en España como en el exterior.
En el interior de España fueron dos las principales: el Centro Europeo de documentación e Información (CEDI), creado por Artajo y Otto de Habsburgo para la coordinación de los europeos emigrados de Europa Oriental y, sobre todo, la Legación oficiosa de Hungría, a cuyo frente estaba Francisco de Marosy. Además, en el exterior, el Gobierno español contaba con los extensos y numerosos informes que le enviaban sus diplomáticos centroeuropeos, su delegación en la ONU y las organizaciones húngaras que trabajaban en el exilio por la caída del régimen comunista en Hungría
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Las relaciones oficiales de Hungría con España se habían suspendido el 25 de abril de 1945, pero sus diplomáticos se quedaron en España y gozaron de un trato excelente por parte de las autoridades españolas, por lo que Francisco de Marosy quedó como representante oficioso de la Monarquía Húngara y siguió al frente de la Legación Real de Hungría desde el 4 de marzo de 1949 hasta el 20 de octubre de 1969. Marosy había sido diplomático en varias ciudades europeas y se encontraba en Helsinki cuando Finlandia y la URSS firmaron la paz en 1944 y los representantes de los antiguos aliados del Eje debieron abandonar el país. Marosy se decidió por España porque ya había estado en la década de 1930 como Encargado de Negocios, por lo que llegó a España el 15 de abril de 19465. Le ayudó también en sus pretensiones representativas en España que el recién creado Comité Nacional Húngaro de Nueva York le había nombrado su representante en nuestro país. Él, sin embargo, aspiraba a más y lo que deseaba de verdad era seguir en la antigua legación de Paseo de la Castellana, nº 49. Era un objetivo casi imposible, pero en enero de 1949 llegó a España Otto de Habsburgo y lo primero que hizo fue comunicarse con Marosy –muy partidario de los Habsburgo- para que le orientara respecto a qué debía solicitar al Jefe del Estado español para poder ayudar a los
húngaros. Él lo concretó en tres peticiones: entrega del edificio de la Legación, una emisora de radio para tras*mitir en húngaro y acogida de refugiados. Franco aceptó y el 4 de marzo de 1949 Marosy recibió los papeles y la sede de la Castellana6.
La figura de Marosy desde ese momento fue de una excepcional importancia como intermediario entre las autoridades españolas y los húngaros que se afincaban en España, como garante de las peticiones de ayuda que se hacían al régimen español y, en concreto, como informador permanente de los políticos españoles –del ministro de Asuntos Exteriores sobre todo- de las noticias que le llegaban de Hungría. Fue también el cauce de los exiliados anteriores a 1956 –monárquicos que huyeron al implantarse el comunismo-, y quien en muchas ocasiones facilitó documentos u opiniones del Archiduque Otto de Habsburgo o respaldó contactos con personas que con frecuencia poseían títulos nobiliarios. En alguna otra ocasión también propició encuentros individuales o de grupo, con exiliados procedentes de la década de 1930, cuando crecieron los adeptos a movimientos totalitarios, sobre todo por desavenencias con los Aliados por el resultado territorial del Tratado de Trianon, que tan perjudicial había sido para Hungría. En cualquier caso, es algo reseñable que los grupos o individualidades que el Gobierno español consideró adecuados para informarse de la situación húngara y entraron en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores –además de los avalados por sus diplomáticos- no fueron ciudadanos o intelectuales exiliados seguidores de Imre Nagy, o miembros de su Gobierno en el exilio, por ejemplo, sino, sobre todo, los recomendados por Marosy.
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La disponibilidad española en los diferentes lugares donde era posible ofrecer colaboración a Hungría y la incesante actividad de Marosy, que contactaba con cuantos foros pudieran existir para lograr adhesiones a la causa húngara, tuvo como consecuencia que muy pronto llegaran a España múltiples peticiones de ayuda tanto pecuniaria o de envíos alimentarios, como de solicitud de acogida de refugiados. A este respecto contamos con los informes del embajador de España en Bonn, Antonio María de Aguirre y, sobre todo en los de noviembre de 1956, muestra su autocomplacencia por el esfuerzo español por socorrer a Hungría tanto en lo que se refiere a la respuesta monetaria, como a la simpatía y solidaridad mostradas por los españoles hacia la resistencia húngara.
En España se consideró que la ayuda humanitaria se necesitaba en dos ámbitos diferentes: para los expatriados en el extranjero y para la población que no pudo
salir de Hungría. Habían llegado, como a otras partes, noticias de que la necesidad de ayuda para los expatriados –sobre todo refugiados en Austria- era muy
apremiante, pero también se sabía que, según cálculos de la Cruz Roja Internacional, se necesitarían en la propia Hungría 150.000 Tm. de harina, como mínimo, para que sobrevivieran hasta la próxima cosecha los que allí habían permanecido. Era asimismo urgente el envío de ropas de abrigo porque en Budapest, por causa de los disparos de los tanques, la mayoría de las casas estaban sin cristales y sin carbón para calefacción. Aguirre también señala que España ya
había mandado a Hungría, inmediatamente después de los hechos, dos aviones, siete camiones y tres trenes de arroz junto a otros envíos masivos de ropas y enseres varios.
Pero no fueron éstas las únicas peticiones de socorro que recibió España. De nuevo por mediación de Marosy se solicitó otro tipo de ayuda, mucho más comprometedora y arriesgada “y que sólo España puede proporcionar: el apoyo de aquellas fuerzas activas que luchan por la liberación”. Por ese motivo se
manifestaba que sería deseable que la ayuda española se desplegara por una parte, para las obras de caridad y beneficencia, pero, por otra, que debía ser sustancial, para futuras necesidades de la lucha anticomunista, de las que no cabía esperar ayuda en otros países. Esas palabras son muy significativas de la claridad con la que, en la Oficiosa Legación Real húngara de España, se conocía la fuerza del estatus quo de la Guerra Fría, que les llevó a no concebir esperanzas de colaboración que no fuera estrictamente humanitaria por parte de ningún país del mundo, según ellos, con la excepción de España.
Otras medidas que se demandaron del Gobierno español fueron las orientadas a realizar esfuerzos para que la Comisión de Investigación de la ONU pudiera entrar en Budapest, como se había acordado desde la resolución emitida el 4 de noviembre -y que no fueron aceptadas finalmente por las autoridades húngaras- y para la vigilancia y control en las elecciones que aún se creía que sería posible celebrar. En relación a la negativa de Hungría a recibir a los observadores occidentales, a España le llegaron propuestas de toda índole para que presionara a favor de los húngaros. Una de las más peculiares fue la que recibió el ministro español Martín Artajo y que conocemos por el comunicado que trasladó al representante permanente de España en la ONU informándole de la extraña petición: se trataba de un colectivo húngaro que le pedía la intercesión española, -“aunque pareciera inverosímil”, según palabras de Artajo- para que un miembro de la resistencia húngara, que había salido de Hungría el 30 de noviembre anterior con la misión de llegar hasta Su Santidad y hasta el Generalísimo Franco, pudiera coronar con éxito la misión que tenía encomendada. El representante de la resistencia había sido recibido por el Papa, según su versión en audiencia especial por espacio de hora y media, y en ella Su Santidad le había manifestado que sólo el Generalísimo podía responder eficazmente a sus necesidades. En lo que España podía ayudar, al parecer, era en obtener permiso de Naciones Unidas para un envío inmediato, sin esperar consentimiento de la URSS, de 500 observadores de diversas nacionalidades que pudieran lanzarse en paracaídas en diversos puntos del país, con el objetivo de obligar a Rusia a devolver los 60.000 jóvenes que habían sido deportados e impedir que prosiguieran las deportaciones.
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El Gobierno español consideró que los refugiados que acogiera España debían ser seleccionados escrupulosamente y se esforzaron en calcular con realismo qué
necesitaban para ser ayudados durante varios años y no dilapidar todo lo que les correspondiera a su llegada. También se aceptaron peticiones individuales de asilo, siempre que estuvieran avaladas por alguien solvente, como varios casos que avala Marosy y de los que aclara que su “situación financiera es de toda garantía”
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Como ya se indicó, una de las principales vías de información que tuvo el Gobierno español sobre los hechos de Hungría fue su delegación en la ONU, a través de Diego Buigas de Dalmau, Jaime de Piniés y, sobre todo, de José de Lequerica, a lo largo de todo el período en que el tema húngaro se debatió en la Asamblea General (en las Asambleas XI a XVII). Pero la ONU no fue para España sólo un canal de información, sino uno de los foros más importantes a los que se dirigió el empeño de combatir al comunismo, en este caso, ayudando al levantamiento popular de Hungría. De nuevo Marosy fue una de las personas más interesadas en que allí se debatiera sobre el tema de Hungría con la finalidad de sancionar a la URSS y del lograr el reconocimiento de una nueva Hungría neutral y libre, cosa que no consiguió pese a sus innumerables esfuerzos. Para el traslado de sus demandas a la Asamblea General solicitó constantemente la mediación española que era muy valorada en el sector más poderoso de la organización por su reconocido anticomunismo y España, en efecto, se la prestó de un modo continuado.
Sólo tres días después del levantamiento, el 26 de octubre de 1956, el Marqués de Santa Cruz, Subsecretario de Asuntos Exteriores español, recibió un mensaje de Marosy, en nombre del Archiduque Otto de Habsburgo. Marosy le rogaba que tomara la iniciativa de dirigirse al Consejo de Seguridad de la ONU para protestar por la intervención soviética en Hungría “confiando en la caballerosidad del Jefe de Estado Español, siempre ‘primer campeón en Europa de la causa de los pueblos oprimidos”. Esta solicitud de mediación fue sólo la primera de una larga serie de peticiones que se harían al Gobierno español, desde diferentes instancias de los sublevados húngaros, lo que dio un carácter singular a la participación española en estos hechos y al interés que mostraron sus representantes en distintos ámbitos de la vida política.
Cursada la petición desde España entre los días 27 y 28 de octubre, el Delegado de España en la ONU, Diego Buigas de Dalmau, envió al Ministerio de Asuntos
Exteriores cuatro telegramas dando cuenta de las gestiones llevadas a cabo por él a este respecto. Buigas informaba al ministro de que había sido recibido por el Secretario General de la ONU al que había entregado una nota, en nombre del Gobierno de España, protestando por la “sangrienta intervención de las tropas
soviéticas en conflictos internos de Polonia y Hungría” y solicitando la intervención de las Naciones Unidas. También le comunicaba que había más países que se proponían dar el mismo paso que España de interceder por Hungría y que había que examinar despacio la base novena de la Carta de Naciones Unidas para estudiar el procedimiento por el que se debía intervenir.
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Al respecto del proceso que llevó a la reunión del Consejo de Seguridad, actualmente contamos ya con la posibilidad de acceder a las Memorias inéditas de Francisco de Marosy y él discrepa de la versión ofrecida a Buigas respecto a la convocatoria del Consejo. Dice así:
“Fue mérito inolvidable de Artajo la reactivación de la Legación de Hungría y la creación, con Otto, del Centro Europeo de Documentación e Información (CEDI).
Pero También tuvo otro mérito menos conocido: durante la lucha por la independencia húngara, a la entrada de las tropas soviéticas, fue el primero en exigir
la convocatoria del Consejo de Seguridad de acuerdo con los estatutos de las Naciones Unidas. Tras las bambalinas, a la política estadounidense no le gustaba
que la España ‘fascista’ tuviera la gloria de iniciar la puesta en el orden del día de esa violación del orden pacífico de repercusión mundial. De prisa y bajo cuerda, EE.UU. movilizó a las principales potencia europeas, a Francia e Inglaterra, para presentar una iniciativa similar. Así, el Consejo de Seguridad no fue convocado por iniciativa de España, sino debido a una convocatoria colectiva. Sin embargo, es un hecho histórico que el primer paso lo dio Artajo en nombre de España, cosa que quiero recalcar expresamente para conocimiento de la posteridad”
Ya en la esa sesión de ese día y otra que se celebró al día siguiente, se afirmó que, en efecto, habían entrado tropas rusas en Hungría. Sin embargo, cuando el día 29 empezó la entrada de las tropas israelíes en el canal de Suez, cambió el objetivo de todos y no se retomarían los debates sobre Hungría hasta dos día después, el 1 de noviembre, ya en la Asamblea General.
El Informe que envía a España José Félix de Lequerica, delegado de España en la ONU, expresa tanto su juicio sobre los hechos de Hungría, como lo más
significtivo de la actuación española en dicho organismo. Comienza lamentando que las sesiones de la ONU tengan que dedicarse a recriminarse unos países a otros, pero considera que no hay otro camino, dado “lo atroz de lo ocurrido en Hungría y lo palmario de la intervención soviética”. A la vez que trata de la actuación de España en la ONU, expone su opinión sobre Imre Nagy y sobre el ataque soviético. No acepta en ningún momento las excusas dadas por la URSS para justificar la intervención en Hungría y niega que la revolución húngara fuera un levantamiento fascista.
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Desde que Franco había recuperado las relaciones con EE.UU., España empezó a salir del aislamiento internacional en que se había encontrado sumida desde el final de la Guerra Civil. Franco buscó la aceptación de EE.UU. en cada iniciativa política que emprendía, no sólo porque era del máximo interés del Gobierno español mantener las mejores relaciones con “el líder del mundo libre”, sino porque, con respecto al tema de Hungría, ningún país del ámbito occidental hubiera podido plantearse jamás una respuesta militar a la agresión soviética sin el consentimiento de los EE.UU. Los diplomáticos españoles habían logrado llamar la atención de la primera potencia mundial por su actividad en la ONU y España se había significado, sin lugar a dudas, como la más firme candidata a ser la punta de lanza que hiriera al sistema comunista en cualquier espacio o circunstancia en que ello fuera posible. No obstante, una vez tomada la decisión por parte del Gobierno español de actuar del modo más contundente, en el caso de Hungría, era de todo punto imprescindible la aprobación y apoyo de EE.UU., tanto político como logístico. Y no sólo no tuvieron lugar esos apoyos, sino que se denegaron expresamente. Ese decepcionante final de los esfuerzos españoles por intervenir en apoyo de los húngaros sublevados fue algo que frustró las apasionadas tentativas del Régimen, pero si se analiza detenidamente el comportamiento de los EE.UU. desde el comienzo de la insurrección, fue un desenlace que no por indeseado era sorprendente.
La actitud de los EE.UU. desde el comienzo de la revolución húngara había sido confusa y contradictoria. Por una parte, alardeaba constantemente de proteger las libertades y valores democráticos occidentales y criticaba abiertamente a la URSS por su proceder, por lo que daba a entender que acudiría en ayuda de un país que estaba luchando por conseguir esas libertades. Pero, por otra, es perfectamente comprobable el convencimiento profundo de EE.UU. de que Europa del Este era como un coto privado de la URSS donde no juzgaba pertinente intervenir pasara lo que pasara.
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El Gobierno americano no mantuvo una posición consecuente entre sus declaraciones y sus actuaciones. Primeramente afirmó que, con arreglo a los Tratados de Paz de los que formaba parte Rusia, era una agresión el simple mantenimiento de tropas soviéticas en Hungría e Eisenhower llegó a decir que esas tropas habían demostrado que no habían permanecido allí para “protegerla contra una agresión armada exterior”, como se establecía en los fundamentos del Pacto de
Varsovia, sino que su objetivo en Hungría había sido ir contra los deseos de cambio de sus ciudadanos e imponer por la fuerza un Gobierno extranjero. Sin embargo, en la práctica, el Gobierno americano demostró que reconocía desde el principio, el “derecho” de la URSS sobre el Este de Europa y, a la vez que intentaba convencer a la opinión pública de que a América no le era indiferente la lucha por la libertad, hacía lo posible por no enturbiar las relaciones con Moscú. Hasta tal punto fue esto así que en un discurso que dio Foster Dulles, por indicación de Eisenhower, declaró que “los países de Europa Oriental que volvieran a conseguir su libertad no supondrían una amenaza para la seguridad de la URSS, pues los EE.UU. no los consideraría como aliados militares potenciales”33. Este tipo de declaraciones volverían a repetirse en dos desafortunados telegramas que envió el Ministerio de Exteriores americano, uno, a su embajador en Moscú, Charles Bohlen, y otro, a Tito cuando se encontraba en la reunión de Brioni del 2 de noviembre tratando con Jruschov y Malénkov sobre la oleada turística de Hungría del 4 de noviembre. En el primero, del 29 de octubre, los americanos aseguraban al Gobierno soviético que “el Gobierno de los EE.UU. no ve a ninguno de los países miembros del bloque soviético como un posible aliado militar y no es de su incumbencia lo que los rusos hagan en Hungría”. Este telegrama llegó en 29 de octubre, cuando ya los rusos se habían resignado a la declaración pública de que la revolución húngara había triunfado. Pero sirvió para animarles a la intervención posterior, pues incluso terminó con ciertas disensiones que existían en el Politburó soviético, que, desde ese momento aunaron sus posiciones. En el segundo telegrama, el 2 de noviembre, enviado a Tito, EE.UU. insistía en que “el Gobierno de los EE.UU. no contempla favorablemente a esos gobiernos que están en relaciones poco amistosas con la URSS”. Jrushchov y Tito contestaron que en uno o dos días resolverían el asunto
Esas afirmaciones mostraban el temor de los EE.UU. de tensar las relaciones de los dos bloques, pues hasta ahora, en todas las declaraciones públicas de la
administración de Eisenhower siempre se había manifestado que, en caso de que los países de Europa Oriental fueran un día independientes de la URSS, lo lógico era que entraran a formar parte de la OTAN. Ahora, sin embargo, se cambiaba de discurso y, ante datos tan explícitos, se podría considerar que la actitud de los EE.UU. realmente dio seguridad a la URSS para actuar en Hungría.
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Desde un principio, de todas partes habían llegado demandas y apelaciones a favor de Hungría a EE.UU.: los exiliados en Londres habían reclamado una iniciativa de Eisenhower, que impidiera el empleo de la fuerza soviética contra los países satélites; Monseñor Varga, presidente del primer Parlamento húngaro de la postguerra, también buscó el apoyo americano para ayudar a los estudiantes húngaros; el presidente de los sindicatos americanos defendió ante todo la
celebración de elecciones libres en Hungría, y, otros, finalmente, se decantaron por solicitar una ayuda occidental conjunta de carácter económico. Era la época de la campaña electoral americana y las peticiones se sucedían. Eisenhower, en el célebre discurso del Madison Square Garden, definió su posición -teórica- diciendo que EE.UU. apoyaría siempre a los pueblos que demostraran su capacidad de autogobernarse, que les ayudarían por medio del intercambio comercial y científico, y que “Norteamérica no había olvidado nunca a los pueblos de Polonia y Hungría”, pero no mencionó ninguna ayuda concreta a su sublevación
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Muy pronto se añadió a lo anterior la interferencia del problema árabe-israelí. El conflicto húngaro pasó a segundo plano al producirse el ataque a Suez el 5 de
noviembre de 1956, por parte de Francia e Inglaterrra. A los EE.UU. les interesaba de modo especial estar presentes en Próximo Oriente tanto por los intereses
comerciales, como por neutralizar la intervención de la URSS, que tenía un acuerdo firmado con Nasser desde 194837. Por ello, la posición de EE.UU. respecto al comportamiento francobritánico y su amonestación por los brutales bombardeos del Canal fue una actuación puramente formal, pues la torpeza de las dos potencias europeas propició finalmente la vía de penetración americana, que sustituyó en adelante a Francia e Inglaterra en la zona. Los occidentales difundieron que la oleada turística de Hungría reflejaba el deseo de la URSS de avanzar hacia Occidente para asegurar sus planes en Suez y que si había que atender a los dos frentes no sería posible ofrecer resistencia. Eisenhower llegó a decir que la revolución húngara “había elegido” el peor momento para estallar, ya que Occidente estaba ocupado con el tema de Suez y no podía hacer más por Hungría. En el mismo sentido, el 14 de noviembre, cuando prácticamente ya se había aplastado la insurrección, dio una conferencia de prensa en la Casa Blanca y todavía insistió en su posición:
“Desde el fondo de nuestros corazones simpatizamos con los húngaros y hemos hecho todo lo posible para evitarles sufrimientos. Pero el Gobierno de los EE.UU. no aconseja ni ha aconsejado jamás que la población indefensa emprenda una revolución contra un poder que es imposible que sea derrotado”
Otras opiniones sostuvieron que cuando se produjo el bombardeo franco-británico sobre Egipto, el estallido de Hungría había frenado el posible avance soviético, puesto que, sin ese obstáculo, los soviéticos hubieran podido alcanzar la frontera austriaca sin oposición y la guerra podría haber sido inevitable. Lo que estuvo claro muy pronto en la intencionalidad americana es que no importaba realmente apoyar los valores democráticos y, por tanto, ayudar a los países que lucharan por esos valores. Aún así, EE.UU. supieron que el levantamiento de Hungría frente a la URSS era un tema de excepcional importancia política en el contexto mundial de la década de 1950 y no desaprovecharon los beneficios propagandísticos que les podía reportar. La propaganda era algo que no comprometía en exceso y que no tenía porque dar paso a otro escalón superior, a una toma de posición más firme ante las actividades soviéticas. Su manifestación más importante fue el apoyo claro y continuado de las emisiones de Radio Europa Libre, así como el acogimiento y elogio a las actividades de cualquier asociación u organización que recaudara fondos para criticar a los países de Europa del Este en general. Radio Europa Libre difundió continuas soflamas de ánimo e incitó realmente a los húngaros a ocupar las calles y a “hacerse dueños del país”, lo que fue interpretado en general como una velada promesa de apoyos ulteriores más efectivos que nunca se produjeron. Los húngaros reprocharían después de forma constante a los EE.UU. haberlos dejado solos después de todo ese despliegue radiofónico y mediático.
A pesar de los precedentes que hemos apuntado sobre el proceder de EE.UU., en España se siguió confiando en que ayudaría a Hungría y en que prestaría su apoyo a los países que decidieran implicarse en esa ayuda. España recibió múltiples peticiones de socorro que no fueron exclusivamente referidas a víveres y enseres o medicamentos ni a la acogida de refugiados, como fue habitual en el resto de los países, sino otras mucho más comprometedoras y arriesgadas que excedieron la demanda de ayuda humanitaria y que llegaron a solicitar una intervención militar en apoyo de la resistencia húngara. Actualmente podemos confirmar estas informaciones con fuentes de primera mano como las Memorias inéditas de Marosy, ya mencionadas, y los testimonios directos de su más cercano colaborador, Aurél Czilchert, secretario de la Legación Real de Hungría en el exilio y militar de carrera que había luchado contra los rusos antes de la ocupación del país. Cuando se instauró el régimen pro-soviético en Hungría se exilió y llegó a España en unos años en que Franco admitía de un modo preferente a oficiales de los países que habían luchado contra el ejército soviético. De este modo, junto a otros seis exoficiales de carrera -rumanos, rusos y polacos- pasó un año en la Legión española ampliando su formación militar y, finalmente, ocupó el puesto de secretario de Marosy. Por este motivo tuvo un protagonismo directo en los hechos y ha sido una inestimable vía de información. A estas dos fuentes primarias se añadirían algunos trabajos recientemente publicados acerca de la correspondencia e intercambio de informes entre Marosy y otros representantes de las organizaciones húngaras en el
exilio, antes citadas, que completan y matizan los datos anteriores.
La primera noticia que conocemos al respecto de los intentos de implicar a España en la resistencia húngara es la solicitud de mediación que hace la Legación oficiosa para obtener “otro tipo de ayuda, más importante y en la que sólo España puede proporcionar: el apoyo de aquellas fuerzas activas que luchan por la liberación”. Por ese motivo desde el exterior se demandaba que la ayuda española se orientó en un doble sentido: por un lado, hacia las obras de caridad y beneficencia, pero, por otro, que debía ser sustancial, “para futuras necesidades de la lucha anticomunista, de las que no cabía esperar ayuda en otros países”41. Esas palabras son muy significativas del escepticismo que reinaba en la oficiosa Legación Real húngara respecto a la efectiva reacción mundial. Sabían que la fuerza del status quo de la Guerra Fría echaba por tierra las esperanzas de una colaboración que no fuera estrictamente humanitaria por parte de ningún país del mundo, pero creyeron que España -que había librado en su interior una lucha “contra el comunismo”, sí podía ser capaz de intervenir directamente. El proceso había sido el siguiente:
En Hungría, desde la manifestación del 23 de octubre, que había dado comienzo a la explosión revolucionaria, hasta el día 1 de noviembre, se habían sucedido sin interrupción actos masivos de protestas, reivindicaciones en las calles y represión de la policía política y de tanques de los ejércitos ruso y húngaro, aunque no en la proporción en que comparecerían días más tarde. Inmediatamente la población, mayoritariamente muy joven, levantó barricadas, se organizó en una auténtica guerrilla urbana y resistió tan firmemente que en los días 27 y 28 los corvinistas y el nuevo Gobierno de Imre Nagy, con la aparente connivencia de los observadores soviéticos, empezaron a diseñar los trazos de lo que podía haber sido una nueva etapa en la historia de Hungría. En esos pocos días, todo el mundo pensó que la revolución había triunfado. Sin embargo, el día 1 de noviembre sobrevino la decepción cuando se supo que mientras algunas tropas rusas se habían retirado de Budapest, otras empezaban a llegar en dirección contraria, a cerrar herméticamente la frontera austriaca y a ocupar los principales centros ferroviarios del país. A partir de esa fecha, entre los días 2 y 8 se iría fraguando la victoria de los soviéticos.
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Pero la disponibilidad española no se limitó a la ayuda material ni las demandas que le hicieron desde el exterior tampoco. El día 3 de noviembre Béla Bácskai, antiguo
corresponsal de la MTI (agencia de noticias húngara) y secretario de la Liga Húngara de América, telefoneó a Marosy desde Washington para preguntarle si podrían ser
comprados en España tubos de chimenea (ofenrohr, bazooka) para arrojarlos desde aviones a la población con fines de autodefensa. Le advertía que, en modo alguno,
debía aparecer ninguna señal que pudiera relacionarlos con América y le solicitaba la autorización de venta de esa munición por valor de medio millón de dólares, cuyo
importe había sido reunido ya por los húngaros americanos. Si España aceptaba, él conseguiría aviadores voluntarios. Marosy le contestó que en España abundaba esa
munición y que se fabricaba en Toledo, incluso que actualmente existía ya un modelo más nuevo que se disparaba con fusil, pero que era un material que no se comercializaba al público, sino que dependía de la autorización del Estado Mayor.
Era un tema muy delicado y arriesgado y debía ser solicitado a España por Otto de Habsburgo.
Poco después, en efecto, y ya en nombre de Otto de Habsburgo, Marosy preparó un dramático informe para Franco exponiéndole la extrema situación que los insurrectos húngaros estaban viviendo y solicitándole en tono desesperado que autorizase, no sólo el tras*porte de voluntarios por avión, sino también la venta de armas antitanque. Por un pasaje de sus Memorias conocido ahora, sabemos que Franco aceptó la propuesta. Marosy habla de esa decisión de Franco de ayudar militarmente a Hungría cuando tuvo la noticia de la oleada turística soviética del 4 de noviembre. Estas fueron sus palabras:
“El 4 de noviembre por la mañana, S. A. vuelve a llamarme y me comunica que el ejército ruso ha pasado la frontera y me encarga que vaya inmediatamente a El Pardo y pida en su nombre a Franco que envíe ayuda a los húngaros luchadores por la libertad. Acudí deprisa, pero Franco se encontraba fuera cazando. Dejé, pues, por escrito el mensaje de S.A., que el Jefe de Protocolo de Asuntos Exteriores, el embajador Rolland, buen amigo mío, entregó personalmente a Franco cuando volvió por la noche.
Posteriormente me enteré de que Franco convocó un consejo de ministros aquella misma noche, donde se decidió el envío de un ejército voluntario a Hungría. El ministro de Defensa, Muñoz Grandes, comandante que fue de la división española enviada al frente ruso, renunció a su cartera para ser el comandante en jefe de la fuerza auxiliar española que se pensaba enviar, pero no se le aceptó la dimisión. Franco dispuso que se preparara equipo, armamento y munición en el aeropuerto para ser tras*portado a Sopron por medio de aviones norteamericanos. El general Noriega fue nombrado oficial de enlace para mantener contacto permanente conmigo. Un poco antes, Béla Bácskai, secretario general de la Liga Húngara de América, ya me había comunicado que también La Liga había hecho gestiones ante el gobierno americano para que al menos prestara aviones -si no armamento- para poder tras*portar la ayuda española desde Madrid a Hungría. Era algo absolutamente necesario porque en 1956 España no disponía de aviones que pudieran volar de Madrid a Sopron sin repostar”.
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En España, el mismo día 5 en que todo parecía perdido, el ministro de Exteriores, Artajo, citó a Marosy para darle la contestación de Franco sobre el Informe acerca de los sucesos de Hungría que él le había entregado el día anterior. Artajo le comunicó que Franco había decidido que enviaría a los luchadores húngaros nacionalistas toda la ayuda que le fuera posible y que delegaría concretamente en el general Noriega con quien Marosy debería trabajar los detalles. Se pusieron de acuerdo en que España entregaría las armas antitanque solicitadas y diez mil fusiles gratuitamente a los sublevados, pero para el tras*porte era imprescindible la ayuda de EE.UU.
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Sin embargo, no sería sólo el comienzo de la segunda guerra árabe israelí lo que afectaría sobremanera a Hungría, sino la inesperada negativa americana a permitir la
intervención española. Cuando, desde la Liga Húngara de América, Béla Bácskai realizó sus gestiones con el Gobierno americano, la decepción de Marosy fue total:
tras la respuesta positiva del Jefe del Estado español por la mañana, por la tarde supo que EE.UU. no autorizaba la misión y, consecuentemente, tampoco colaborarían el resto de países europeos que eran parte del plan de operaciones. Conocemos la evolución de estos hechos paso a paso gracias al relato de A. Aurél Czilchert, al que se le había encomendado la traducción de las instrucciones de uso de la munición que se iba a tras*portar a Hungría y, por ello, debía ser quien acompañara a los tres aviones que se habían preparado en España. El plan era el siguiente: la salida de los aviones se realizaría desde España, pero como los aparatos tenían un radio de acción limitado y no podían llegar en un solo tramo a Hungría, el Estado Mayor Militar español quedó en encontrarse con el Jefe de Estado Mayor de los EE.UU. en el aeropuerto militar americano de Munich. Allí deberían haber aterrizado los aviones españoles para repostar y llegar a su destino en Hungría -probablemente la región de Szombathely- a entregar las granadas. Después, los aviones hubieran regresado a Munich y, tras cargar nuevamente el combustible, hubieran continuado su camino de regreso a España.
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Todo estaba calculado al milímetro cuando llamaron repentinamente desde el Estado Mayor en Munich para anular la validez del acuerdo argumentando que habían tenido noticias de que si sobrevolaban suelo húngaro se dispararía contra ellos. Según Bácskai, el Gobierno americano no sólo denegó el préstamo de los aviones, sino que el State Department dio instrucciones a su embajador en Madrid para que hiciera todo lo posible para impedir la intervención del Gobierno español. Poco tiempo después, Marosy, camino de Valencia para controlar el tras*porte de arroz donado por España para los húngaros, se encontró en una estación de servicio cercana a Albacete con el embajador de EE.UU., Cabot Lodge y describe así el encuentro:
“Cuando el embajador me vio, bajó del coche, se me acercó y me dijo: ‘My dear minister, I am ashamed that my Gobernment has so abandoned your infortunate country’. Desgraciadamente el magnánimo proyecto no pudo realizarse debido al vergonzoso comportamiento de los Estados Unidos y a la rapidez de los acontecimientos”.
La operación se había interrumpido por mandato expreso de los EE.UU. e inmediatamente Suiza, Austria y Alemania, tampoco autorizaron; las dos primeras por causa de su neutralidad y la tercera por la prohibición de las potencias ocupantes tras la Segunda Guerra Mundial59. Pese a todo, algunos organismos de los que habían estado dispuestos a colaborar desde el exterior, no lo dieron todo por perdido. El general Zákó, jefe de la Camaradería, del que ya hemos hablado, confiaba en la reactivación del levantamiento para la primavera siguiente y trató de mantener contacto con los sublevados supervivientes. No en vano, la Camaradería había hecho ya antes todo lo posible para ayudar militarmente, pero en los días de las negociaciones con los rusos, los insurrectos les habían pedido que no intervinieran porque podría haber influido desfavorablemente. Por ello, sólo se ofrecieron para dirigir militarmente a grupos de universitarios y 44 antiguos sargentos primeros de la Legión Extranjera francesa fueron destinados a las facultades de Ingeniería de Minas, Montes y Metalurgia. Ya antes de la revolución húngara, Zákó había presentado al Alto Estado Mayor español un gran proyecto militar: la creación de una comandancia militar común europeo-entro-oriental, con unidades húngaras, eslovacas, checas, alemanas de los Sudetes, rumanas, búlgaras y croatas, de 5.000 personas cada una, con lo que el Estado Mayor Español manifestó estar de acuerdo, siempre que los americanos lo apoyaran. El proyecto se calculaba que podía llevar tres años de preparación y que podría incluir “la posibilidad de guerra atómica contra la URSS”. El ataque contra los soviéticos podría iniciarse con un levantamiento en Bohemia financiado por EE.UU. y, desde su punto de vista, sólo se podría preparar desde España61. Pero nada de eso se llevaría a cabo jamás.
A. Czilchert, testigo de los preparativos cuando todavía se esperaba la aprobación de EE.UU. para enviar el armamento, recuerda con admiración que el teléfono sonaba constantemente en la Legación de Hungría y sostiene que se ofrecieron diez mil voluntarios españoles, de los que algunos, como los estudiantes de la universidad de Valladolid, se apuntaron corporativamente. Junto a ellos también se alistaron los dos hijos de Artajo, además de dos mil voluntarios húngaros residentes en Canadá y otros dos mil de Inglaterra, siempre que se les pudiera tras*portar. Pero Eisenhower no lo permitió.
De la oposición de EE.UU. a la intervención militar se ha hablado mucho y la polémica no está cerrada todavía. Algunos autores dan la razón a L. Suárez Fernández que sustenta la tesis de que el fundamental obstáculo para que la empresa de intervención directa española se llevara a cabo fue que el día 6 de noviembre se consideró ya aplastada toda la resistencia. Ciertamente, como ya señalamos con referencia al informe del embajador Aguirre, la zona de Szombathely, que se había pensado para la entrada de los paracaidistas, había caído el día 5 y ese hecho cerró las posibilidades63. Desde una óptica mucho menos militar, A. Czilchert se inclina en cambio por las motivaciones personales y de carácter político del presidente. Según él, Eisenhower tenía familia judía y había sufrido por este hecho toda su vida hasta en la Academia Militar americana en donde le llamaban despreciativamente.¡jewish! (¡judío¡). Czilchert cree que le costaba ir contra tantos jefes rusos que eran judíos en un número considerable y cuyo origen les había supuesto, no hacía demasiado tiempo, una sobremotivación en su lucha contra el nazismo. Eisenhower siempre consideró que su aliado contra el nazismo no debería ser atacado por ellos.
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Según A. Czilchert, si EE.UU. hubiera ayudado a los húngaros, el muro de Berlín hubiera caído en 1956. Pero EE.UU. no lo entendió así. Optó por sus intereses económicos y su prioridad de mantener las “zonas de influencia” y lo antepuso al reconocimiento de una Hungría no alineada e independiente que pudo haber sido el precedente de un temprano tránsito a la democracia en Europa del Este.