Diego García de Paredes (1468-1533 - Wikipedia, la enciclopedia libre)
El Sansón español se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó heroicamente en las memorables batallas de Ceriñola y Garellano en 1503. Durante una de las fases previas de esta última batalla, llevó a cabo la más célebre de sus hazañas bélicas, recogida por las crónicas12 de la historia e inmortalizada en su leyenda: «hecho tan verdadero, como al parecer increíble»2que «acreditó tanto la fama de Diego García, que aún a la posteridad dejó la memoria de aquél tiempo».2 Paredes se sintió herido en el orgullo tras un reproche del Gran Capitán por una propuesta táctica del extremeño, y cegado por un arrebato de locura, presa de uno de sus famosos humores melancólicos, se dirigió con un montante a la entrada del puente del río Garellano, desafiando personalmente a un destacamento del ejército francés (La tradición cita 2.000 hombres de armas, cifra aparentemente exagerada por la imaginación popular, pero aceptada tanto por José de Vargas Ponce14 como por Miguel Muñoz de San Pedro13). Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, se abalanzó en solitario sobre sus enemigos y comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres, incapaces de abatir al infatigable luchador español, firme e irreducible, sin dar un paso atrás ante la avalancha francesa. Las palabras del Gran Capitán le quemaban, generando en él esta locura heroica: «Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad».15 Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle, pero «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira...tenía voluntad de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante».12Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y se entabló una sangrienta escaramuza. Al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes, que tuvo que ser «amonestado de sus amigos, que mirase su notorio peligro».12 «Por su fuerza y valor salió del poder de los franceses, que aquél día le pusieron en muy gran peligro la vida, y cierto nuestro Señor le quiso favorecer y guardar aquél día en particular...librándole Dios su persona de peligro»;12«Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos...saliese sin lesión».2Citan las Crónicas del Gran Capitán que «entre muertos a golpe de espada y abnegados en el río fueron aquél día más de quinientos franceses».12La misma cifra de bajas maneja el historiador Tomás Tamayo de Vargas, quien afirma que Paredes «había satisfecho a la ira que le encendieron en su pecho las palabras del Gran Capitán con fin de quinientos enemigos, que o cayeron a su montante, o en el río huyendo de sus manos».2