FRANCISCO HERNÁNDEZ (1517-1587)
Fue el director de una expedición en la que también participaron su hijo mayor Juan, el cosmógrafo Francisco Domínguez, varios dibujantes, escribientes, algunos curanderos indígenas, mozos de mulas, etc. La empresa, nacida por los deseos de Felipe II, es considerada como la primera que, con carácter científico, se realiza en el mundo de la Edad Moderna
Francisco Hernández nació en 1517 en la localidad toledana de Puebla de Montalbán y después de estudiar Medicina en la Universidad de Alcalá ejerció su profesión en Torrijos y en los hospitales del Monasterio de Guadalupe, en los que realizó disecciones de cadáveres. Hernández se codeó con lo más granado de la intelectualidad de la época, fuera científica o no. Entre sus amistades figuran personalidades de gran nivel científico, técnico y artístico: Andrés Vesalio (1514-1565), Juanelo Turriano (1500-1585), Juan de Herrera (ca.1530-1597), Benito Arias Montano (1527-1598), etc.
Al finalizar los años sesenta pasó a ser médico de su Majestad, Felipe II, pero su dedicación más importante, donde realizó sus aportaciones científicas de mayor nivel, fue la de naturalista: estudió la flora y fauna de ciertas comarcas andaluzas, se ocupó del jardín botánico de los hospitales de Guadalupe y de la naturaleza de algunas sierras extremeñas. Llegó a disecar animales y realizó experimentos con ellos. Hernández tradujo y realizó unos amplios y ajustados comentarios científicos en castellano a una de las obras más influyentes en el conocimiento de la naturaleza en el siglo XVI europeo, la Historia natural de Plinio. En este aspecto se nos muestra como un auténtico sabio renacentista, conocedor, obviamente, de la medicina, pero también de la botánica, zoología, mineralogía, geología, cosmografía, lenguas clásicas, etc. Además, como científico moderno que es, discute la supuestamente infalible autoridad de los sabios de la Antigüedad. Quizá por todo ello, el monarca español eligió al de la Puebla como director de la expedición que se iba a ocupar del estudio de la naturaleza de Nueva España.
¿Qué debía hacer en el territorio americano? Tenía que preguntar a los médicos y en general a todas aquellas personas, españolas o indias, que supieran algo de las propiedades medicinales de las plantas de ese territorio americano; debía escribir una relación de los vegetales de uso medicinal y tenía que informar sobre la forma de cultivarlos. Por último, Hernández tenía que enviar a la península Ibérica aquellas plantas que no hubiera en España y, asimismo, debía redactar una Historia natural sobre ese territorio.
Francisco Hernández fue, por consiguiente, el director de una expedición en la que también participaron su hijo mayor Juan, el cosmógrafo Francisco Domínguez, varios dibujantes, escribientes, algunos curanderos indígenas, mozos de mulas, etc. La empresa, nacida por los deseos de Felipe II, es considerada como la primera que, con carácter científico, se realiza en el mundo de la Edad Moderna. Los viajeros partieron de Sevilla en agosto de 1570, y después de seis meses de travesía, llegaron a Veracruz en febrero del año siguiente.
Dos grandes etapas marcan el periodo americano del trabajo científico: durante los tres primeros años Francisco Hernández recorrió casi todos los territorios de Nueva España; el resto de su estancia en América, hasta su regreso a la península en 1577, residió en la ciudad de México ocupado en ordenar los materiales recopilados, realizar experimentos sobre las propiedades terapéuticas de los vegetales y redactar una historia natural de ese territorio.
El resultado de muchos años de trabajo fue un espléndido compendio de una gran cantidad de información científica, no sólo de botánica medicinal sino sobre la historia natural de esos territorios.
A Su Majestad le fueron entregadas plantas vivas, simientes, raíces, herbarios, pieles, plumas, animales disecados, minerales, pinturas de animales y vegetales y treinta y ocho volúmenes con textos y dibujos. Hernández quería tras*cribir toda la información que poseía sobre toda la naturaleza que había estudiado y por ello manifestó su disgusto con la idea real, exclusivamente práctica, de redactar un manual de fármacos.
Hernández dejó sus manuscritos en la biblioteca de El guanol: cuatro volúmenes escritos en latín, once libros de láminas coloreadas, algunas de las cuales colgó el monarca en su habitaciones, varios de herbarios y un índice. De los cuatro libros escritos, tres estaban dedicados al mundo vegetal y uno a vegetales y animales. En total había más de tres mil capítulos, 2911 dedicados a vegetales, 410 a animales y 14 a minerales y en cada uno de ellos se ocupaba de una especie vegetal, animal o mineral aunque, en algún caso, describió grupos de plantas. Francisco Hernández quiere que su obra se escriba en latín, para los hombres de ciencia europeos, desea hacerlo en castellano para sus compatriotas y en náhuatl para los indígenas americanos.
La obra de Hernández no fue publicada en la vida de su autor, pero tuvo una gran influencia en los ambientes científicos de su tiempo. En 1580 los manuscritos del naturalista fueron entregados al napolitano Nardo Antonio Recchi, médico de cámara de Su Majestad, para que realizara una selección y recopilación. El caso es que Recchi carecía de formación naturalista y, además, tenía una mentalidad utilitaria que chocaba con una más moderna y, sin lugar a dudas, más científica del español.
Sin embargo, el napolitano no le hizo ascos al mandato regio y la obra de Hernández fue resumida en cuatro libros con un total de 516 capítulos; son los Cuatro libros sobre temas médicos de la Nueva España, recogidos por mandato de Felipe II, rey invicto de las Españas y de las Indias, por Francisco Hernández, primer doctor del Nuevo Mundo, y organizados por el doctor Nardo Antonio Recchi, médico de su misma Majestad. Aunque esta sinopsis de los textos hernandianos no se llegó a publicar nunca, podemos asegurar que fue responsable de la difusión por Europa del trabajo del naturalista español, ya que hay que tener en cuenta que la labor realizada por Hernández era conocida, antes de finalizar el siglo, por personalidades de la categoría científica del padre José de Acosta, Della Porta, Aldrovandi y Clusio.
La obra de Hernández fue posteriormente depositada en El guanol, aunque él se quedó con las copias y borradores de lo que dejó. Desgraciadamente, los originales se quemaron en el incendio que afectó a la biblioteca escurialense en 1671.
El texto no publicado de Recchi y el original del sabio español despertaron la curiosidad del mundo científico y los estudiosos de la naturaleza que visitaban Madrid intentaron ver la obra de Hernández y copiar alguna parte.
Cuando murió Recchi, sus herederos vendieron su trabajo a un gran mecenas de la cultura, el príncipe Federico Cesi, uno de los pioneros de la utilización de la sistemática vegetal y la personalidad más influyente de la Academia dei Lincei. Se redactó entonces el Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus, o lo que es igual, “Tesoro de las cosas medicinales de Nueva España”, conocido por el mundo científico, a partir de entonces, como “El Hernández”. La obra fue editada entre 1630 y 1651, muchos años después de la fin del médico-naturalista español, acaecida en 1587.
Debido a sus modernos planteamientos, la influencia de Hernández en la botánica fue enorme: figuras de esta ciencia de años posteriores citaron con profusión su obra y reprodujeron en sus propios textos muchos fragmentos escritos por el naturalista español; en este sentido podemos citar los escritos de figuras como Ray, Jussieu, Tournefort e incluso Linneo. Finalmente, uno de los aspectos más destacados de la impresionante labor hernandiana es el de haber sido responsable de la introducción en la farmacia europea de algunos remedios vegetales