quijotismo30
Lonchafinista
- Desde
- 13 Abr 2023
- Mensajes
- 114
- Reputación
- 212
Las inconsistencias y contradicciones del progresismo líquido caerán como naipes frente a la verdad y el mundo real, con una oleada turística terrorista y jovenlandés próxima.
La masculinidad está penalizada. Lo moderno es lo femenino. Ser mujer es más importante para la sociedad que ser inteligente o eficaz. El hombre ha quedado como presunto culpable y anticuado, al tiempo que mero proveedor de alimentos y ocio para la prole o quien sea. «La familia tradicional» es un estigma social, sostiene Jaime Revès, que se confiesa creyente y padre de familia numerosa. «Mi forma de pensar [y vivir] desentona». Revès se queja: la tradición se toma como un pasado que hay que hacer añicos, y la familia «de toda la vida» es algo a destruir, o al menos diluir. Si la familia es una unidad básica y natural, base del derecho de propiedad, y por tanto del capitalismo, ¿cómo no va a querer la izquierda su liquidación? Es aquí donde Revès habla de la ideología de género como palanca de tras*formación, que, como escribió Zemmour en «El primer sesso» (Homo Legends, 2020), procede de un feminismo incapaz de escapar de sus «demonios totalitarios».
Arrinconados por los profetas del progreso, vivimos en una «abdicación de la autoridad» intelectual y jovenlandesal, como contó Christopher Lasch en «La cultura del narcisismo» (Capitán Swing, 2023). Se equipara opinión a conocimiento y el número vence a la calidad. La belleza en la cultura ha dejado paso al adoctrinamiento y a la mediocridad, nos cuenta Jaime Cervera. Es mejor alimentar el ego con «likes» en las redes que leer filosofía. La gente prefiere sentirse mejor a ser mejores. Lo explica Marisa de Toro en su capítulo «Alimentar el espíritu». Los padres buscan el reconocimiento social, el propio y el de sus hijos, haciendo que estos hagan una carrera técnica. Estudiar «humanidades» estigmatiza. Y eso después de pasar por la mano de los pedagogos, empeñados en formar ciudadanos «como churros», en lugar de personas. Leer buenos libros, me cuenta Marisa, se ha convertido en un acto de resistencia, de hostilidad abierta contra el sistema. Sentarse en un parque y abrir un libro es la verdadera guerra de guerrillas, y más si es con este de «Revista Centinela».
ARCHIVADO EN:
Revolución cultural: la rebeldía se hace de derechas
En respuesta ha aparecido un pensamiento y actitud rebeldes, de críticos descoordinados, que no responden a una organización, y que están por todos lados. Esos escritores y comunicadores cuestionan las «verdades» feministas y ecologistas, la cancelación cultural y su apoyo institucional, y denuncian la falta de libertad y el apartamiento de los disidentes.
Esto ha descolocado a la izquierda institucional, que, desde su particular «neoinquisición», como la llamó Axel Káiser, en lugar de buscar argumentos esgrime la fe, persigue e insulta. Son los «nuevos puritanos», que dice Andrew Doyle, siempre regañando y corrigiendo a los que no usan el lenguaje políticamente correcto, y que tan bien ejemplifica Caroline Fourest en «Generación ofendida: De la policía cultural a la policía del pensamiento» (2021).
La rebeldía es de derechas, y muy heterogénea. Hay liberales, conservadores, anarcocapitalistas y otros muchos. Les une la protesta, la denuncia y la exhibición de las contradicciones liberticidas de «Progrelandia», como dice Adriano Erriguel en «Pensar lo que más les duele» (2020). Usan la seriedad, pero también el humor, como Pedro Herrero y Jorge San Miguel en «Extremo Centro» (2021), que vieron la luz contracultural tras pasar por las filas de algo tan pijo como Ciudadanos.
La derecha es el nuevo punk. Es una actitud inconformista que no tiene complejos a la hora de reivindicar a autores demonizados por la izquierda, o en reconocer que Eric Zemmour tiene razón en «El primer sesso» (2016) al denunciar la degradación calculada del varón y la ingeniería de la «nueva masculinidad».
El punk ahora se escribe desde la derecha
Hoy escandaliza decir que hay lugares a los que no renunciamos; ante otros que se aceptan por todos como dogma intocable pese a ser absolutas majaderías
www.larazon.es
La masculinidad está penalizada. Lo moderno es lo femenino. Ser mujer es más importante para la sociedad que ser inteligente o eficaz. El hombre ha quedado como presunto culpable y anticuado, al tiempo que mero proveedor de alimentos y ocio para la prole o quien sea. «La familia tradicional» es un estigma social, sostiene Jaime Revès, que se confiesa creyente y padre de familia numerosa. «Mi forma de pensar [y vivir] desentona». Revès se queja: la tradición se toma como un pasado que hay que hacer añicos, y la familia «de toda la vida» es algo a destruir, o al menos diluir. Si la familia es una unidad básica y natural, base del derecho de propiedad, y por tanto del capitalismo, ¿cómo no va a querer la izquierda su liquidación? Es aquí donde Revès habla de la ideología de género como palanca de tras*formación, que, como escribió Zemmour en «El primer sesso» (Homo Legends, 2020), procede de un feminismo incapaz de escapar de sus «demonios totalitarios».
Arrinconados por los profetas del progreso, vivimos en una «abdicación de la autoridad» intelectual y jovenlandesal, como contó Christopher Lasch en «La cultura del narcisismo» (Capitán Swing, 2023). Se equipara opinión a conocimiento y el número vence a la calidad. La belleza en la cultura ha dejado paso al adoctrinamiento y a la mediocridad, nos cuenta Jaime Cervera. Es mejor alimentar el ego con «likes» en las redes que leer filosofía. La gente prefiere sentirse mejor a ser mejores. Lo explica Marisa de Toro en su capítulo «Alimentar el espíritu». Los padres buscan el reconocimiento social, el propio y el de sus hijos, haciendo que estos hagan una carrera técnica. Estudiar «humanidades» estigmatiza. Y eso después de pasar por la mano de los pedagogos, empeñados en formar ciudadanos «como churros», en lugar de personas. Leer buenos libros, me cuenta Marisa, se ha convertido en un acto de resistencia, de hostilidad abierta contra el sistema. Sentarse en un parque y abrir un libro es la verdadera guerra de guerrillas, y más si es con este de «Revista Centinela».
ARCHIVADO EN:
Revolución cultural: la rebeldía se hace de derechas
En respuesta ha aparecido un pensamiento y actitud rebeldes, de críticos descoordinados, que no responden a una organización, y que están por todos lados. Esos escritores y comunicadores cuestionan las «verdades» feministas y ecologistas, la cancelación cultural y su apoyo institucional, y denuncian la falta de libertad y el apartamiento de los disidentes.
Esto ha descolocado a la izquierda institucional, que, desde su particular «neoinquisición», como la llamó Axel Káiser, en lugar de buscar argumentos esgrime la fe, persigue e insulta. Son los «nuevos puritanos», que dice Andrew Doyle, siempre regañando y corrigiendo a los que no usan el lenguaje políticamente correcto, y que tan bien ejemplifica Caroline Fourest en «Generación ofendida: De la policía cultural a la policía del pensamiento» (2021).
La rebeldía es de derechas, y muy heterogénea. Hay liberales, conservadores, anarcocapitalistas y otros muchos. Les une la protesta, la denuncia y la exhibición de las contradicciones liberticidas de «Progrelandia», como dice Adriano Erriguel en «Pensar lo que más les duele» (2020). Usan la seriedad, pero también el humor, como Pedro Herrero y Jorge San Miguel en «Extremo Centro» (2021), que vieron la luz contracultural tras pasar por las filas de algo tan pijo como Ciudadanos.
La derecha es el nuevo punk. Es una actitud inconformista que no tiene complejos a la hora de reivindicar a autores demonizados por la izquierda, o en reconocer que Eric Zemmour tiene razón en «El primer sesso» (2016) al denunciar la degradación calculada del varón y la ingeniería de la «nueva masculinidad».