catleya
Madmaxista
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Companys para bobos (sin odios ni rencor, pero con “memoria histórica”)
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN EL MIÉRCOLES 04 DE NOVIEMBRE DE 2020 19:31
Ernesto Milá
En Cataluña, los que saben de qué va la historia, dicen por lo bajini que lo mejor que le pudo pasar a Companys fue ser fusilado. El día antes de serlo, el personaje era odiado por todos los que habían estado en el bando republicano por su trayectoria política desde los años 20 hasta el día en que cruzó la frontera camino del exilio.
A mí, personalmente, no me extraña los actos de homenaje por el 80 aniversario del fusilamiento de Companys. A tal señor, tal honor. Y a la vista de los que honran al personaje, puede entenderse el por qué el “procés” independentista ha fracasado. El fusilamiento hizo de aquel al que casi todos tenían por un fantoche, una víctima. Aquellas aguas, trajeron estos lodos.
Mi progenitora, completamente apolítica y que vivió la guerra en Barcelona, me decía que Companys era un “pobre hombre superado por los acontecimientos”. Mi progenitora era una lectora empedernida y también una buena observadora. Durante la guerra, al haber estudiado en el Liceo Francés y dominar ese idioma fue contratada por el equivalente a lo que hoy sería el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y conocía bien los entresijos y comentarios de aquella institución. Allí, Companys no era apreciado en absoluto. De hecho, nadie lo apoyaba, a la vista de que había traicionado a todos y se había entregado siempre al más fuerte de cada momento. Mi progenitora me lo explicó, con esa indiferencia del apolítico que no toma partido y con ese lamento por su fusilamiento. Y es que a mi progenitora no le gustaba que se fusilara a nadie, ni siquiera a aquel que reconocía como responsable del desmadre sangriento que se desencadenó en Barcelona entre el 18 de julio y el mes de noviembre de 1936.
Mi padre, entonces casado en primeras nupcias, también apolítico, con una pubilla adinerada del Penedés, debió huir de su piso en calle Aribau-Diagonal, consiguiendo llegar con su esposa a Llivia, de ahí a Perpignan y entrar de nuevo en España, a través del Irún recién tomado por las tropas de Franco. Mi padre no militaba políticamente, pero era católico y su esposa procedía de una conocida familia conservadora y de buena posición económica. En el mismo edificio, ya se habían llevado a varios, no por sus criterios políticos, sino simplemente, para saquear sus casas. La Rabasada era el destino habitual y donde amanecían los cuerpos de los asesinados la noche anterior. Eso era Cataluña en el segundo semestre de 1936… Esa era la Cataluña de Companys.
El año 1936 había empezado bien para Companys (que, por cierto, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, nunca fue independentista, sino más bien federalista e, incluso, en su juventud, se cuenta que había repartido estopa entre los que bailaban la sardana, por eso, nunca, hasta el día en que fue fusilado, nunca contó con la simpatía de los indepes que, incluso, conspiraron contra él en noviembre de 1936). Con la victoria del Frente Popular, se decretó una amnistía general para los condenados y exiliados por el golpe de Estado de octubre de 1934.
Hay que recordar las circunstancias: gobernaba Lerroux, del Partido Radical, que no había ganado las elecciones, pero al que el presidente de la república había elegido como jefe de gobierno. Las elecciones de noviembre de 1933, las había ganado la derecha, concretamente la CEDA, pero solamente fue en octubre del 33 cuando, ante la imposibilidad de seguir gobernando, Lerroux accedió a nombrar 4 ministros de la CEDA -es decir, del partido mayoritario y vencedor de las elecciones- algo que fue considerado como el “golpe nancy” por la prensa de izquierdas: y en esa tontería se basaron los socialistas para justificar su golpe de Estado de octubre que solamente prendió en Asturias y, por motivos muy diferentes, en Cataluña. El PSOE de aquella época -como el de ahora, está en su ADN- consideraba que “democracia”, “lo que se dice democracia”, solamente existe cuando el electorado vota a la izquierda y a su sigla, más concretamente: cuando vota a otra opción o es “la derechona” o “el fascismo” y, por tanto, es admisible rechazar los resultados.
La historiografía catalana nunca ha logrado explicar lo que ocurrió en aquellas fechas: para los independentistas aquello era un “golpe para lograr la independencia”, para los federalistas se trataba de llegar a una “República Federal” y para los socialistas de “cerrar el paso al fascismo que quería desandar los logros de la República” (aludiendo a la legislación anticatólica aprobada en los primeros meses de la República). Companys vendió a cada parte el golpe en función de lo que quería oír. Con todo, aquello fue otra demo de que el independentismo era un tigre de papel o más bien un asno de peluche. La charada se saldó con unas decenas de muertos y la sensación de que alguien había mentido a alguien.
Poco después de la llegada del Frente Popular, Companys sale de la guandoca y vuelve a ser alguien en Cataluña. Pero tenía un problema. Su amante. A Companys siempre le reconcomió el que la chica -antigua esposa de un militante de ERC-, antes que a él, se había lanzado en manos de uno de los hermanos Badía. Por aquellas fechas, Companys estaba separado, aunque no divorciado aún -se divorció en los primeros días de guerra, cuando la FAI asesinaba a destajo en la Cataluña que él gobernaba-; su primera mujer, tenía extrañas fijaciones con el espiritismo y demás zarandajas y parece que estas ideas dejaron alguna huella en Companys.
Tarradellas -que odió siempre a Companys a pesar de haber pertenecido a su gobierno- aludió a la “misa de color”, explicando que Companys hizo jurar a su querida -Carme Ballester- que le era fiel y no se lo hizo jurar en cualquier sitio, sino allí mismo, en la Casa dels Canonges, residencia oficial de los presis de la gencat, sobre ¡la cama en la que había muerto Macià! (el cual, por cierto, también despreciaba a Companys al que tenía por un oportunista, en absoluto indepe).
Hoy solamente los historiadores catalanistas niegan que Companys fuera ajeno al asesinato de los hermanos Badía realizado por miembros de la FAI (Companys había sido en los años 20 abogado defensor de los pistoleros sindicalistas y estaba muy bien relacionado en esos medios. El asesinato, además, fue investigado por un periodista poco sospechoso de connivencia con los fascistas, Abel.li Artis-Gener, más conocido como “Tisner”, republicano de pro). El mismo día, por cierto, unas horas antes, resultó asesinado “Pepe el de la Criolla”, encargado de un pilinguiferio de travestidos y del que se decía -y se sigue diciendo- que facilitaba buenas relaciones sensuales a altos cargos de la gencat. Esos asesinatos son otros de los motivos por los que los independentistas radicales que conocen la historia -y no son muchos, la verdad- odian a Companys por mucho que fuera fusilado por Franco.
Y entonces estalló la guerra civil. En un primer momento, la Guardia Civil se decantó a favor de la gencat, parando el primer golpe. Pero unas cuantas decenas de guardias no hubieran podido contener a las unidades militares de guarnición en Barcelona, de no ser porque la CNT-FAI salió a la calle y obtuvo armas del cuartel del San Andrés. A partir de ese momento, la FAI controla Cataluña de julio a noviembre. Es en esos momentos cuando se producen entre 8.000 y 9.000 asesinatos. Y aquí vale la pena examinar la responsabilidad de Companys.
Buena parte de estos crímenes fueron cometidos por la FAI. Es falso que Companys firmara todas las sentencias de fin. En realidad, la mayor parte de los asesinatos se produjeron sin juicio, sin sentencia y sin firma de ninguna autoridad salvo la del “Comité de Milicias” controlado por la FAI con permiso y autorización de Companys. También es cierto, eso sí, que firmó algunas. Entre ellas la de su amigo Andreu Reverter (promovido al cargo de “comisario de orden público”, no por su experiencia en seguridad, sino por ser la esposa de éste y Carme Ballester amigas de lo más íntimas) por otro ajuste de cuentas personal.
A parte de estas sentencias, lo que puede reprocharse a Companys es de DEBILIDAD y de MIRAR A OTRA PARTE, DE NO HACER NADA MIENTRAS LA FAI ASESINABA A CASCOPORRO. Estos asesinatos fueron, en la mayor parte de las ocasiones, no por cuestiones políticas, sino por venganzas personales, robos, saqueos. Incluso el edificio de los tribunales que, paradójicamente se encontraban en el actual Paseo Luis Companys, fueron tomados por un grupo de atracadores de la FAI que, durante semanas quemaron los archivos para evitar que algún día se vieran las causas abiertas contra ellos por delitos comunes. Companys, vale la pena no olvidarlo, era la MÁXIMA AUTORIDAD REPUBLICANA EN CATALUÑA: de lo que pasara o dejase de pasar, él era el último responsable.
Companys, optó por represaliar a sus amigos (Reverter) y a los independentistas (Casanovas, presidente del Parlament, y al secretario de Estat Catalá), antes que enfrentarse a la FAI, verdaderos amos de la calle en Cataluña.
Durante aquellos meses, estallarían decenas de episodios de violencia de la FAI contra cualquiera que no perteneciera a sus filas (los “fets de La Fatarella”, en la que los lugareños se enfrentaron a los “faieros”, son emblemáticos, pero no únicos y salpican toda la Cataluña de 1936-1938). Companys siempre hizo oídos sordos a las quejas de otros partidos y de los ciudadanos honrados y miró para otro lado: SIEMPRE, DURANTE ESOS MESES PERMITIÓ A LA FAI QUE HICIERA LO QUE LE DIERA LA GANA. Algunos de sus antiguos camaradas, lo acusaron entonces de fistro.
Y mucho más COBARDÍA demostró, cuando después de los hechos de mayo de 1937, Companys se entregó en cuerpo y alma al PSUC y a los comisarios soviéticos. Claro está que, en el interín, entre el 3 y el 8 de mayo, los comunistas, apoyados por los chekistas rusos destacados en España, barrieron literalmente a la CNT-FAI, a la FIJB y a los “Amigos de Durruti” y al POUM de las calles. A partir de ese momento, Companys se pliega a las exigencias comunistas hasta que cruza la frontera camino del exilio.
En el exilio, Companys siguió siendo odiado por todos. Salvo, claro está, por Carme Ballester con la que, a todo esto, se había casado en los primeros días de la guerra civil.
Companys no fue un buen presidente, fue como un junco al viento, que se inclinó hacia la FAI, que utilizó a la FAI para sus venganzas personales, que traicionó a sus camaradas, que vendió a bajo precio a los indepes e incluso ordenó el asesinato de algunos de ellos; que demostró su impotencia en la insurrección de octubre de 1934, que volvió a demostrarla en el verano-otoño de 1936 y que, finalmente, la revalidó en mayo de 1937…
¿Y este es el personaje cuyo nombre se ha puesto a grandes plazas y avenidas en Cataluña y que ahora la gencat y la sencilla del bote que gobierna la alcaldía de Barcelon, han delicado loas, glosas y alabanzas? ¡Qué bochorno de personaje!
Lo diré claro, con palabras de mi progenitora: “Companys no tenía carácter. Era un pobre diablo, sin talla, sin genio para gobernar. Lo manejaron unos y otros”. Y lo reitero con las mías propias: Cataluña, durante el tiempo en el que gobernó Companys dejó de ser el “oasis catalán” para convertirse en una olla de grillos gobernada por el más fuerte, primero por los pistoleros de la FAI y luego por los comisarios soviéticos. Se reivindicó al ser fusilado por Franco.
De su primera esposa y de sus sesiones de espiritismo, había extraído la extraña idea de que el alma puede sobrevivir y regresar si se pisa la tierra (de ahí que a los condenados a fin en la antigüedad, se les ahorcara para evitar que su alma siguiera entre los vivos; y por eso mismo, en la propia Catedral de Barcelona, se exhibían las sogas con las que se había ahorcado a un reo que pasaban a tener un carácter sagrado)… Por eso se descalzó en el momento de ser fusilado.
Sinceramente, no creo que un muerto merezca ser maltratado, ni siquiera Luís Companys; pero tampoco exaltado, cuando no solamente no existen razones para ello, sino, más bien, para olvidarlo. Si la “memoria histórica” no fuera unilateral, Cataluña tendría que cubrir a Companys con la losa del olvido, a él, al menos apreciado de sus hijos, en su tiempo.
Pero, a fin de cuentas, ¿qué “héroes” puede presentar el independentismo a las nuevas generaciones? ¿Un macarrilla a lo Badía? ¿Un abuelete militroncho gagá como Macià? ¿Un Companys que, incluso, a la hora de morir tuvo que demostrar un carácter supersticioso? ¿Una saga de los Pujol que casi desbanca a los 40 ladrones de Bagdad?
Dime cuáles son tus héroes y te diré la altura de tu ideal…
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN EL MIÉRCOLES 04 DE NOVIEMBRE DE 2020 19:31
Ernesto Milá
En Cataluña, los que saben de qué va la historia, dicen por lo bajini que lo mejor que le pudo pasar a Companys fue ser fusilado. El día antes de serlo, el personaje era odiado por todos los que habían estado en el bando republicano por su trayectoria política desde los años 20 hasta el día en que cruzó la frontera camino del exilio.
A mí, personalmente, no me extraña los actos de homenaje por el 80 aniversario del fusilamiento de Companys. A tal señor, tal honor. Y a la vista de los que honran al personaje, puede entenderse el por qué el “procés” independentista ha fracasado. El fusilamiento hizo de aquel al que casi todos tenían por un fantoche, una víctima. Aquellas aguas, trajeron estos lodos.
Mi progenitora, completamente apolítica y que vivió la guerra en Barcelona, me decía que Companys era un “pobre hombre superado por los acontecimientos”. Mi progenitora era una lectora empedernida y también una buena observadora. Durante la guerra, al haber estudiado en el Liceo Francés y dominar ese idioma fue contratada por el equivalente a lo que hoy sería el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y conocía bien los entresijos y comentarios de aquella institución. Allí, Companys no era apreciado en absoluto. De hecho, nadie lo apoyaba, a la vista de que había traicionado a todos y se había entregado siempre al más fuerte de cada momento. Mi progenitora me lo explicó, con esa indiferencia del apolítico que no toma partido y con ese lamento por su fusilamiento. Y es que a mi progenitora no le gustaba que se fusilara a nadie, ni siquiera a aquel que reconocía como responsable del desmadre sangriento que se desencadenó en Barcelona entre el 18 de julio y el mes de noviembre de 1936.
Mi padre, entonces casado en primeras nupcias, también apolítico, con una pubilla adinerada del Penedés, debió huir de su piso en calle Aribau-Diagonal, consiguiendo llegar con su esposa a Llivia, de ahí a Perpignan y entrar de nuevo en España, a través del Irún recién tomado por las tropas de Franco. Mi padre no militaba políticamente, pero era católico y su esposa procedía de una conocida familia conservadora y de buena posición económica. En el mismo edificio, ya se habían llevado a varios, no por sus criterios políticos, sino simplemente, para saquear sus casas. La Rabasada era el destino habitual y donde amanecían los cuerpos de los asesinados la noche anterior. Eso era Cataluña en el segundo semestre de 1936… Esa era la Cataluña de Companys.
El año 1936 había empezado bien para Companys (que, por cierto, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, nunca fue independentista, sino más bien federalista e, incluso, en su juventud, se cuenta que había repartido estopa entre los que bailaban la sardana, por eso, nunca, hasta el día en que fue fusilado, nunca contó con la simpatía de los indepes que, incluso, conspiraron contra él en noviembre de 1936). Con la victoria del Frente Popular, se decretó una amnistía general para los condenados y exiliados por el golpe de Estado de octubre de 1934.
Hay que recordar las circunstancias: gobernaba Lerroux, del Partido Radical, que no había ganado las elecciones, pero al que el presidente de la república había elegido como jefe de gobierno. Las elecciones de noviembre de 1933, las había ganado la derecha, concretamente la CEDA, pero solamente fue en octubre del 33 cuando, ante la imposibilidad de seguir gobernando, Lerroux accedió a nombrar 4 ministros de la CEDA -es decir, del partido mayoritario y vencedor de las elecciones- algo que fue considerado como el “golpe nancy” por la prensa de izquierdas: y en esa tontería se basaron los socialistas para justificar su golpe de Estado de octubre que solamente prendió en Asturias y, por motivos muy diferentes, en Cataluña. El PSOE de aquella época -como el de ahora, está en su ADN- consideraba que “democracia”, “lo que se dice democracia”, solamente existe cuando el electorado vota a la izquierda y a su sigla, más concretamente: cuando vota a otra opción o es “la derechona” o “el fascismo” y, por tanto, es admisible rechazar los resultados.
La historiografía catalana nunca ha logrado explicar lo que ocurrió en aquellas fechas: para los independentistas aquello era un “golpe para lograr la independencia”, para los federalistas se trataba de llegar a una “República Federal” y para los socialistas de “cerrar el paso al fascismo que quería desandar los logros de la República” (aludiendo a la legislación anticatólica aprobada en los primeros meses de la República). Companys vendió a cada parte el golpe en función de lo que quería oír. Con todo, aquello fue otra demo de que el independentismo era un tigre de papel o más bien un asno de peluche. La charada se saldó con unas decenas de muertos y la sensación de que alguien había mentido a alguien.
Poco después de la llegada del Frente Popular, Companys sale de la guandoca y vuelve a ser alguien en Cataluña. Pero tenía un problema. Su amante. A Companys siempre le reconcomió el que la chica -antigua esposa de un militante de ERC-, antes que a él, se había lanzado en manos de uno de los hermanos Badía. Por aquellas fechas, Companys estaba separado, aunque no divorciado aún -se divorció en los primeros días de guerra, cuando la FAI asesinaba a destajo en la Cataluña que él gobernaba-; su primera mujer, tenía extrañas fijaciones con el espiritismo y demás zarandajas y parece que estas ideas dejaron alguna huella en Companys.
Tarradellas -que odió siempre a Companys a pesar de haber pertenecido a su gobierno- aludió a la “misa de color”, explicando que Companys hizo jurar a su querida -Carme Ballester- que le era fiel y no se lo hizo jurar en cualquier sitio, sino allí mismo, en la Casa dels Canonges, residencia oficial de los presis de la gencat, sobre ¡la cama en la que había muerto Macià! (el cual, por cierto, también despreciaba a Companys al que tenía por un oportunista, en absoluto indepe).
Hoy solamente los historiadores catalanistas niegan que Companys fuera ajeno al asesinato de los hermanos Badía realizado por miembros de la FAI (Companys había sido en los años 20 abogado defensor de los pistoleros sindicalistas y estaba muy bien relacionado en esos medios. El asesinato, además, fue investigado por un periodista poco sospechoso de connivencia con los fascistas, Abel.li Artis-Gener, más conocido como “Tisner”, republicano de pro). El mismo día, por cierto, unas horas antes, resultó asesinado “Pepe el de la Criolla”, encargado de un pilinguiferio de travestidos y del que se decía -y se sigue diciendo- que facilitaba buenas relaciones sensuales a altos cargos de la gencat. Esos asesinatos son otros de los motivos por los que los independentistas radicales que conocen la historia -y no son muchos, la verdad- odian a Companys por mucho que fuera fusilado por Franco.
Y entonces estalló la guerra civil. En un primer momento, la Guardia Civil se decantó a favor de la gencat, parando el primer golpe. Pero unas cuantas decenas de guardias no hubieran podido contener a las unidades militares de guarnición en Barcelona, de no ser porque la CNT-FAI salió a la calle y obtuvo armas del cuartel del San Andrés. A partir de ese momento, la FAI controla Cataluña de julio a noviembre. Es en esos momentos cuando se producen entre 8.000 y 9.000 asesinatos. Y aquí vale la pena examinar la responsabilidad de Companys.
Buena parte de estos crímenes fueron cometidos por la FAI. Es falso que Companys firmara todas las sentencias de fin. En realidad, la mayor parte de los asesinatos se produjeron sin juicio, sin sentencia y sin firma de ninguna autoridad salvo la del “Comité de Milicias” controlado por la FAI con permiso y autorización de Companys. También es cierto, eso sí, que firmó algunas. Entre ellas la de su amigo Andreu Reverter (promovido al cargo de “comisario de orden público”, no por su experiencia en seguridad, sino por ser la esposa de éste y Carme Ballester amigas de lo más íntimas) por otro ajuste de cuentas personal.
A parte de estas sentencias, lo que puede reprocharse a Companys es de DEBILIDAD y de MIRAR A OTRA PARTE, DE NO HACER NADA MIENTRAS LA FAI ASESINABA A CASCOPORRO. Estos asesinatos fueron, en la mayor parte de las ocasiones, no por cuestiones políticas, sino por venganzas personales, robos, saqueos. Incluso el edificio de los tribunales que, paradójicamente se encontraban en el actual Paseo Luis Companys, fueron tomados por un grupo de atracadores de la FAI que, durante semanas quemaron los archivos para evitar que algún día se vieran las causas abiertas contra ellos por delitos comunes. Companys, vale la pena no olvidarlo, era la MÁXIMA AUTORIDAD REPUBLICANA EN CATALUÑA: de lo que pasara o dejase de pasar, él era el último responsable.
Companys, optó por represaliar a sus amigos (Reverter) y a los independentistas (Casanovas, presidente del Parlament, y al secretario de Estat Catalá), antes que enfrentarse a la FAI, verdaderos amos de la calle en Cataluña.
Durante aquellos meses, estallarían decenas de episodios de violencia de la FAI contra cualquiera que no perteneciera a sus filas (los “fets de La Fatarella”, en la que los lugareños se enfrentaron a los “faieros”, son emblemáticos, pero no únicos y salpican toda la Cataluña de 1936-1938). Companys siempre hizo oídos sordos a las quejas de otros partidos y de los ciudadanos honrados y miró para otro lado: SIEMPRE, DURANTE ESOS MESES PERMITIÓ A LA FAI QUE HICIERA LO QUE LE DIERA LA GANA. Algunos de sus antiguos camaradas, lo acusaron entonces de fistro.
Y mucho más COBARDÍA demostró, cuando después de los hechos de mayo de 1937, Companys se entregó en cuerpo y alma al PSUC y a los comisarios soviéticos. Claro está que, en el interín, entre el 3 y el 8 de mayo, los comunistas, apoyados por los chekistas rusos destacados en España, barrieron literalmente a la CNT-FAI, a la FIJB y a los “Amigos de Durruti” y al POUM de las calles. A partir de ese momento, Companys se pliega a las exigencias comunistas hasta que cruza la frontera camino del exilio.
En el exilio, Companys siguió siendo odiado por todos. Salvo, claro está, por Carme Ballester con la que, a todo esto, se había casado en los primeros días de la guerra civil.
Companys no fue un buen presidente, fue como un junco al viento, que se inclinó hacia la FAI, que utilizó a la FAI para sus venganzas personales, que traicionó a sus camaradas, que vendió a bajo precio a los indepes e incluso ordenó el asesinato de algunos de ellos; que demostró su impotencia en la insurrección de octubre de 1934, que volvió a demostrarla en el verano-otoño de 1936 y que, finalmente, la revalidó en mayo de 1937…
¿Y este es el personaje cuyo nombre se ha puesto a grandes plazas y avenidas en Cataluña y que ahora la gencat y la sencilla del bote que gobierna la alcaldía de Barcelon, han delicado loas, glosas y alabanzas? ¡Qué bochorno de personaje!
Lo diré claro, con palabras de mi progenitora: “Companys no tenía carácter. Era un pobre diablo, sin talla, sin genio para gobernar. Lo manejaron unos y otros”. Y lo reitero con las mías propias: Cataluña, durante el tiempo en el que gobernó Companys dejó de ser el “oasis catalán” para convertirse en una olla de grillos gobernada por el más fuerte, primero por los pistoleros de la FAI y luego por los comisarios soviéticos. Se reivindicó al ser fusilado por Franco.
De su primera esposa y de sus sesiones de espiritismo, había extraído la extraña idea de que el alma puede sobrevivir y regresar si se pisa la tierra (de ahí que a los condenados a fin en la antigüedad, se les ahorcara para evitar que su alma siguiera entre los vivos; y por eso mismo, en la propia Catedral de Barcelona, se exhibían las sogas con las que se había ahorcado a un reo que pasaban a tener un carácter sagrado)… Por eso se descalzó en el momento de ser fusilado.
Sinceramente, no creo que un muerto merezca ser maltratado, ni siquiera Luís Companys; pero tampoco exaltado, cuando no solamente no existen razones para ello, sino, más bien, para olvidarlo. Si la “memoria histórica” no fuera unilateral, Cataluña tendría que cubrir a Companys con la losa del olvido, a él, al menos apreciado de sus hijos, en su tiempo.
Pero, a fin de cuentas, ¿qué “héroes” puede presentar el independentismo a las nuevas generaciones? ¿Un macarrilla a lo Badía? ¿Un abuelete militroncho gagá como Macià? ¿Un Companys que, incluso, a la hora de morir tuvo que demostrar un carácter supersticioso? ¿Una saga de los Pujol que casi desbanca a los 40 ladrones de Bagdad?
Dime cuáles son tus héroes y te diré la altura de tu ideal…