inadaptat susial
Madmaxista
Sobre el escenario social ante el proceso de independencia en Cataluña
CNT tras*portes de Madrid
Los de abajo a la izquierda: Sobre el escenario social ante el proceso de independencia en Cataluña
Este escrito tiene la intención de aportar elementos para un debate sobre este tema señalando posiciones éticas, principios políticos del movimiento libertario, historia lejana y hechos recientes que nos ayuden a abordar una situación en que, sincera y humildemente, pensamos que los árboles no nos dejan ver el bosque.
Empezar por las ideas parece lógico. El internacionalismo rubricado en nuestros principios se ha caracterizado siempre por negar las limitaciones físicas que los discursos nacionales (con Estado o sin él) ponían a la geografía. Declaraciones de Reclús, de Anselmo Lorenzo y otros lo señalan (1). De hecho, en los antecedentes de nuestra organización encontramos a la Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Bakunin fundada en 1868 con estas bases de doctrina política:
La supresión de los Estados nacionales y la formación en su lugar de federaciones constituidas por libres asociaciones agrícolas e industriales.
La abolición de las clases sociales y de la herencia.
La igualdad de sexos.
La organización de los obreros al margen de los partidos políticos.
En general es contradictorio hacer convivir expresiones como estas con la formulación política del «derecho de autodeterminación de los pueblos», y se hace confundiendo al pueblo trabajador con el conjunto de personas a las que se atribuye identidad cultural (sean trabajadores o explotadores), y «autodeterminación» como una suerte de «autogestión política» sin explicar su significado real y sobre quién y de qué forma se ha pretendido históricamente aplicar ese derecho.
No está de más que se fijen los significados de las palabras que se están utilizando.
– Pueblo:
Del lat. popŭlus.
3. m. Conjunto de personas de un lugar, región o país.
– Patria:
1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
– Nación:
Del lat. natio, -ōnis, 'lugar de nacimiento', 'pueblo, tribu'.
1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.
3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
– Autodeterminación: De auto- y determinación:
1. f. Decisión de los ciudadanos de un territorio determinado sobre su futuro estatuto político.
El anarcosindicalismo, como aplicación práctica que toma los principios del anarquismo, no se sostiene sobre la tradición ni sobre la reivindicación cultural común como medio de agrupar a los seres humanos. A diferencia de otras ideas políticas, está fundamentado en los derechos universales de la persona, la libertad absoluta individual, y solo en segundo orden y como proyección de la misma, los derechos colectivos.
Por ello reivindica el internacionalismo como superación de los Estados-Nación, como defensa del cosmopolitismo formulado ya en la Grecia clásica y no como la caricatura que han querido hacer de ello redefiniéndolo absurdamente como «colaboración entre naciones».
La utilización del «pueblo» en el contexto de la crisis desatada por la convocatoria del referéndum de Cataluña hace referencia inequívocamente a todas las personas que viven en Cataluña a las que se les supone una vinculación a la cultura autóctona convenida, y por tanto no diferencia entre clases sociales ni entre gobernantes y gobernados.
En el caso de la «autodeterminación» hay que entender que incluso no siendo una formulación política del anarquismo o del anarcosindicalismo hay contextos donde se ha utilizado el término por la condición de práctica esclavitud y por tanto lesión de derechos fundamentales de los habitantes de un lugar concreto a diferencia de la consideración de que han gozado en las metrópolis (desde Eliseo Reclús se condena el colonialismo).
Los habitantes de Guinea Ecuatorial no tenían los mismos derechos que los españoles, ni los indios que los británicos, por lo que lesionado un derecho individual como es la igualdad se ha podido llegar a hablar de autodeterminación como medio de superar la injusticia y la explotación del grupo. Otra cosa distinta es, sin ningún tipo de vergüenza, simular en una región una falta de derechos comparándose con los ejemplos anteriores (2).
Toda la retórica nacional ha estado constantemente calificando de agravio, derecho o libertad, según convenga, aquellos comportamientos que ellos mismos ejecutan o defienden en su propio territorio respecto a regiones interiores. Los defensores de la autodeterminación, en este caso los independentistas catalanes, jamás concederán ese derecho al Valle de Arán (aunque le den un estatuto particular como el Estado español concede a Cataluña) ni reconocerán el centralismo de Barcelona, así como los castellanos incluyen León en sus planes independentistas, y estos a su vez al Bierzo, a pesar de que los bercianos mayoritariamente no se consideran leoneses. A nadie se le escapa que detrás de la pantalla de la reivindicación de derechos y libertades modernas habitan visiones históricas procedentes del feudalismo que de vez en cuando se ponen encima de la mesa.
Analicemos ahora algunas afirmaciones que se están haciendo continuamente desde el discurso independentista, empezando por la «imposición del Estado español».
¿Tienen menos o distintos derechos, gravosos comparativamente, los ciudadanos de Cataluña a los restantes? ¿Se ha impuesto la Constitución y el resto de la legislación española a Cataluña, incluido el Jefe del Estado?
No se puede contestar afirmativamente a ninguna de las dos preguntas. A la primera, porque es evidente que toda la legislación que el aparato estatal aplica a sus ciudadanos no hace distinciones en ninguna parte del territorio. Si acaso existen concesiones, en materia fiscal por ejemplo, como sabemos. Y desde luego, en lo que nos afecta como trabajadores (es conveniente no perder la perspectiva), no se puede afirmar que los trabajadores catalanes sufran ningún agravio con respecto a otros. Lo que sí hemos visto estos días es una manifestación gigantesca en Linares por el azote que el desempleo ejerce en ese lugar como en ninguno del país.
Con la segunda pregunta más gente dudaría porque los discursos falsos que el independentismo repite insaciablemente han sembrado la duda, no vaya a ser que nos cuelguen el sambenito de «españolistas» en la eterna dicotomía falaz.
Para ser honestos no podemos olvidar que en la propia redacción de la Constitución Española ratificada en 1978 participa un miembro de CiU, Miquel Roca, nieto de un dirigente carlista, galardonado entre otras cosas con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y que ha llegado a defender a la Infanta de Borbón en los juzgados, una vez que la justicia española la hizo sentarse en el banquillo. Fue secretario general adjunto de CDC de 1974 a 1979, partido al que ha pertenecido hasta 2016, en que defendió al candidato de Unió, partido que fundó su padre.
Y, ¿cuál fue la reacción de los catalanes a la votación de la Constitución aquel 6 de diciembre? Pues con una participación entre el 67% y el 74% (según la provincia) más del 90% de los catalanes votaron a favor del texto. Se pueden decir muchas cosas, pero desde luego son tan responsables o más de que se estén aplicando hoy en día sus artículos que los ciudadanos de Valladolid, que lo aprobaron con un 83% de síes (3). Y hay que recordar que es el texto donde se da legitimidad al Borbón como Jefe del Estado habiendo jurado hacía poco los Principios del Movimiento franquista. Es también tragicómico ver las críticas que hacen hoy al «régimen del 78» los miembros del PC que votaron a favor de todo aquél montaje desde las Cortes o desde la mesa de los Pactos de la Moncloa, donde también participó CiU.
Desde esto (si se quiere tomar como un principio) hasta hace cuatro días, quienes tienen las riendas del «procés» han sido el sostén de los sucesivos gobiernos felipistas y aznaristas aportando sus votos generosamente en el Congreso de los Diputados para aplicarnos a todos los súbditos de este Reino las sucesivas reformas laborales, los sucesivos recortes de libertades, los sucesivos programas de ajuste presupuestario en materia social. (4)
¿El independentismo históricamente es de izquierdas? ¿La independencia de Cataluña es un movimiento de izquierdas? ¿Lo son sus dirigentes y por ello tiene sentido esperar que un nuevo escenario independiente sea distinto, mejor?
Cualquiera que haya buceado mínimamente en la historia del último siglo sabe que no. Por no hablar de la patronal catalana más derechista, a la que no gusta hacer referencia porque no dudaba en acudir a las fuerzas policiales centralistas cuando las huelgas se le iban de las manos, vamos a hablar de una fuerza como ERC.
ERC, partido que hoy sube en las encuestas como la espuma, ha sido históricamente una amalgama de sectores que no podían estar más enfrentados. Pero incluso Jacinto Toryho, director del Solidaridad Obrera de 1936 a 1938, afirmaba que la Lliga Regionalista y ERC «en lo social no eran fracciones diferentes, sino dos expresiones reaccionarias a las que solamente separaba un matiz partidista electorero».
El cemento nacionalista obra milagros como mantener en el mismo partido a gente como Companys y a la de otro partido más pequeño llamado Estat Catalá. Uno de sus dirigentes y fundador de ERC, Josep Dencás, visitó personalmente a Mussolini en Italia y fue el responsable de la creación de milicias paramilitares que no dudó en utilizar contra la CNT. Influido por las ideas racistas de Pere Martir Rossell i Villar, se autodefinía como «nacionalsocialista». Como consejero de Gobernación mantuvo a su lado a los hermanos Badia. Miquel Badia, como Jefe Superior de la Comisaría General de Orden Público, movilizó a policías y paramilitares («Escamots») contra la huelga de tras*portes de Barcelona en 1933 convocada por la CNT. Acabaron muertos por disparos de militantes de la FAI. En 1937 las fuerzas de ERC se sumaron a las del PSUC para atacar a los libertarios en Barcelona en los hechos trágicos de mayo. Hay suficiente documentación publicada para quién desee profundizar.
Esto podría ser cosa del pasado si no hubiésemos visto cómo se celebra anualmente un homenaje a los hermanos Badia (5), y como hace unos años contaron en el acto con la presencia del señor Oriol Junqueras, hoy en día Vicepresidente de la Generalitat y Presidente de ERC.
Pero no es la única sorpresa del presidente de un partido que se denomina «Esquerra». Hace muy poco tiempo apareció en la portada del ABC (6) junto a otro grupo de serviles (¡ojo!, Bertín Osborne, Cospedal, Borja Prado…) defendiendo ni más ni menos que la retransmisión de la misa católica dominical. No en TV3, no, en Televisión Española. Todo ello debido a las críticas que sobre ello habían realizado diputados de Podemos.
Y por si su conservadurismo no había quedado claro, la página «InfoVaticana» se hace eco de declaraciones en diversos actos públicos de este personaje donde hace «llamamientos a que haya vocaciones» (7). Es importante señalar que en intención de voto hoy en día la antigua CiU, hoy PDeCAT, está en caída libre, pero es ERC quién recoge los votos perdidos por aquella formación, subiendo en las encuestas espectacularmente.
No podemos olvidar tampoco que Oriol Junqueras tiene un antecesor digno de mención: Heribert Barrera, el que fuera Secretario General de ERC (1976-1987), presidente del mismo (1991-1995), presidente del Parlamento catalán (1980-1984) y diputado del Parlamento Europeo (1991-1994). A pesar de sus opiniones sobre la inferioridad mental de los neցros o el peligro que corría la cultura catalana con la oleada turística de los pagapensiones, fue homenajeado sin pudor, no solo por Josep Anglada, dirigente de Plataforma per Catalunya (8), sino que recibió la Medalla de Oro de la Generalitat (9), además de haber sido miembro del Consejo Consultivo de Omnium Cultural. Hoy esta entidad es una de las que encabeza el impulso nacionalista en Cataluña estando presidida por el empresario Jordi Cuixart.
Resulta también cuando menos curioso que uno de los tópicos utilizados por el independentismo sea acusar de franquistas a todos al sur del Ebro, mientras uno de sus alcaldes a quien hemos visto ser aplaudido hace poco en su visita al juzgado para prestar declaración por el referéndum, Ferrán Bel, defendió la continuidad en 2010 del monumento franquista en su localidad, Tortosa, junto a varios de sus concejales. Su retirada se había llevado al Pleno del Ayuntamiento avalada por 2000 firmas de los vecinos que fueron aplastadas por sus votos (CiU) y los del PP. (10)
De igual modo, parece que pasa inadvertido a la memoria que los monjes de la abadía de Montserrat defendieron a sus homólogos del Valle de los Caídos (benedictinos todos) ante el intento de acabar con ese parque temático del franquismo en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Esos mismos monjes que lo mismo reciben en 1940 a Himmler buscando el Grial (11) que organizan actos por la independencia desde 2014 (12). Todo muy identitario.
Y aunque cuando se atacan las políticas del Gobierno catalán los independentistas suelen escurrir el bulto señalando a CiU como responsable, es conveniente recordar que solo se han cambiado la careta, prácticamente todos siguen ahí bajo la nueva marca PDeCAt con Artur Mas como presidente del partido. Como todos sabemos al frente de la Generalitat también se sitúa un convergente, Carles Puigdemont, y hemos tenido que ver respaldos sorprendentes a esta derecha catalana como el que brindó el dirigente de las CUP David Fernández abrazándose el 9-N a Artur Mas, las declaraciones de este y otros miembros de CUP ante la imputación del convergente diciendo que era «uno de los suyos», o a un «anarco»-independentista supuesto argumentando que a Pujol se le criminaliza por ser catalán porque solo ha recibido una herencia de su padre (13). No son casos aislados o extremos de una situación social. Son ejemplos del abandono generalizado de la lucha de clases y de la conciencia de la misma, que se aparta inevitablemente para dar paso a la cuestión nacional como ya advirtieron muchos antes que nosotros.
¿Qué hay del «derecho a decidir»?
Esta formulación novedosa ha sido uno de los escudos con los que se ha llegado al punto en el que estamos. Hay que reconocer a sus creadores que son fantásticos lanzando un eslogan con el que obligadamente hay que estar de acuerdo si no eres poco menos que un esclavista, claro. Habría que situarlo a la altura de los que decidieron llamar al movimiento antiabortista «provida», ¿quién va a ser promuerte? Nadie, quizá Millán Astray y sus locos legionarios.
Quienes enarbolan este «derecho» en el Parque de la Ciudadela como quienes se reúnen al lado de la Plaza de Neptuno nos lo recuerdan siempre que tienen oportunidad a los partidarios de la democracia directa. Por ello cuando esta gente nos aborda defendiendo el «derecho a decidir» lo primero que habría que haber preguntado es cuáles son los límites de la decisión, quién tiene ese derecho y si se dan las condiciones de libertad, seguridad e imparcialidad que cualquier consulta requiere para ser considerada como tal. Evidentemente la convocatoria y los hechos represivos que la han rodeado quedan lejos de reflejar la voluntad real de la mayoría de personas a quienes estaba dirigida.
Nadie diría que la votación del «Anschluss» fue la aplicación del «derecho a decidir» por más que se mostrase con la careta de un referéndum. Pues de igual forma, y con un resultado popular excelente por lo que hemos visto, han utilizado esa fórmula para decidir la separación de una estructura del Estado español e intentar generar a través de ella un Estado nuevo. Solo que esta vez en lugar de ejercer el miedo y la fuerza directamente sobre los votantes para forzar la decisión, se aprovecha la fuerza y la violencia del contrario en una suerte de aikido político. Tal es así que con poco más de un 40% de participación y un 38% de síes (sobre el censo) se pretende dar por bueno el resultado (14). Si es un derecho no puede ser extinguido por mucho que terceros me impidan ejercerlo, y es kafkiano que encima lo haga la parte que lo ha puesto encima de la mesa y no sea recriminada por ello. Esto evidencia la adhesión que se ha logrado a las élites catalanas que siempre han querido decir «derecho a la independencia», algo mucho más difícil de colocar en el mercado propagandístico.
¿Y qué hay de la represión?
Efectivamente ese es el otro escudo indestructible tras el que se parapeta el discurso independentista actual, incluso diría que también en el pasado, y lo que todo el mundo reconoce que ha generado más adeptos a la causa nacional. Lo hemos visto multiplicado exponencialmente este 1 de octubre. Cuando hacemos crítica del Estado como elemento subyugador no lo hacemos porque sí. Esta es la reacción normal de quien en esencia es violencia. Lo curioso es que esa coerción se está ejerciendo ahora mismo con las reglas que los mismos dirigentes catalanes han aprobado para «participar» y «cambiar las cosas desde dentro». Es indudable que una carga policial es la imagen más icónica de la violencia estatal. Sin embargo dependiendo del contexto no reaccionamos de la misma forma. No nos vamos a inmutar cuando los aficionados del Legia, o los Ultra Sur reciben los empujones y los gomazos de la Policía Nacional, sabiendo perfectamente por qué se utiliza la «herramienta». Condenaremos sin dudarlo un instante las agresiones que Guardia Civil y Policía Nacional perpetraron el día de la consulta (las grabaciones, como siempre, son espeluznantes), las entradas en domicilios y sedes políticas sin orden judicial que se han llevado a cabo, reconociendo al mismo tiempo que no podemos empatizar con muchos de esos miembros de partidos catalanes citados a declarar a los que se aplaude, cuando «antesdeayer» han estado llamando a gritos y justificando posteriormente la represión a movimientos populares. La sobreactuación ha sido amplia, pero por poner un ejemplo podríamos referirnos a la «indignación» del señor Junqueras diciendo que «dónde se ha visto que la policía cargue contra gente desarmada con los brazos levantados». Pues allí mismo, no hace tanto, muy cerca del asiento que su ojo ciego ocupa en el Parlament. Desde las declaraciones de Carod Rovira (ERC) contra el 15-M (15), hasta las cargas de los Mossos en Plaza Catalunya el 27-M, o las reacciones a la protesta ante el Parlamento catalán, que hizo salir entre otros al consejero de Interior, el orate Felip Puig, en helicóptero, y la posterior represión judicial a los manifestantes ilustran el carácter de esta gente que ahora muestra su mueca de víctima (cuando por cierto a ellos no los han tocado, los golpes se los han llevado los de siempre). En aquél momento la calificación de «violentos» fue repetida hasta la saciedad en todos los medios, e incluso en una declaración de todos los parlamentarios, contrastando con su integridad absoluta (bueno, resultó dañada una chaqueta pintada con spray y les tiraron una piel de plátano). Y mientras oíamos los discursos se pudieron ver multitud de imágenes donde la gente era golpeada, pisoteada, pateada y detenida. Todo en el mismo día en que se rechazaban las enmiendas a la totalidad que presentaban otros partidos a los presupuestos antisociales del gobierno catalán con los votos de PP y CiU. (16)
La gestión del terrorismo, como el discurso nacionalista obran milagros como el que hemos visto últimamente con los Mossos. Tan pronto era la policía europea con más acusaciones por tortura y malos tratos como los héroes de las Ramblas o del referéndum. Tan pronto había una mujer que perdía un ojo en una manifestación o un mantero se caía por el balcón de su casa cuando entraban en ella; o un hombre se moría de repente de madrugada mientras le daban una paliza; o veíamos imágenes de las torturas en la comisaría de Les Corts, que aparecía el señor Trapero (el mismo que salía a justificar todo lo anterior) y todo el mundo confiaba de repente en su carácter democrático y su defensa de las libertades. Hasta les hemos visto «llorar por la violencia».
Lo que está claro es que el discurso identitario se esconde detrás de la pantalla de «la represión inherente a España» olvidando que esa represión nos une a los que la sufrimos, ya sea el 1-O en Barcelona o el 22-M en Madrid (hay videos en youtube sin demasiadas diferencias), se ha ejercido en todas partes (en esto hay que reconocerles lo democráticos que son), y su aplicación se debe precisamente al cuestionamiento de la autoridad, sea la del actual Estado español con la Policía Nacional, la del Parlamento catalán con los mossos o la del buscado Estado catalán con los mismos agentes.
¿Hay posibilidades al menos de utilizar la coyuntura para beneficio de la clase trabajadora?
No vemos de qué manera. Máxime cuando sabemos que la desorganización de los trabajadores es la norma (17), que los sindicatos convocantes son minoría si no contamos con CCOO y UGT y su larga tradición traidora, y que incluso la ANC y Omnium Cultural con un empresario «moderno» a la cabeza convoca movilizaciones (18).
Y esto atendiendo únicamente a los trabajadores catalanes, porque la dinámica de las cosas (algo por lo que siempre se han criticado desde nuestras posiciones los planteamientos nacionalistas) hace que se establezca una división entre trabajadores de un lado y del otro de la nueva frontera que se está dibujando. La aparición de banderas españolas en muchas ciudades (cuando no de pajarracos o esvásticas) y de emisiones del himno a través de las ventanas, es el efecto colateral que seguro que muchos hemos apreciado últimamente en ciudades y pueblos fuera de Cataluña, algo que no se veía habitualmente.
Podríamos hacer futuribles sobre la república catalana con el beato Oriol Junqueras de presidente o la nueva mayoría absoluta de Rajoy para el resto, pero incluso desistiendo de hacer apuestas el panorama no parece halagüeño en ningún caso.
Lo que creemos que es de absoluta necesidad es repensar el papel que se está jugando en todo este asunto, la incoherencia que mantenemos aturdidos por la corriente mayoritaria o los discursos de los medios de masas para consumo de la «izquierda», y centrar de manera firme nuestros esfuerzos en el desarrollo y avance de la conciencia de la clase trabajadora, que nunca ha tenido patria.
CNT tras*portes de Madrid
CNT tras*portes de Madrid
Los de abajo a la izquierda: Sobre el escenario social ante el proceso de independencia en Cataluña
Este escrito tiene la intención de aportar elementos para un debate sobre este tema señalando posiciones éticas, principios políticos del movimiento libertario, historia lejana y hechos recientes que nos ayuden a abordar una situación en que, sincera y humildemente, pensamos que los árboles no nos dejan ver el bosque.
Empezar por las ideas parece lógico. El internacionalismo rubricado en nuestros principios se ha caracterizado siempre por negar las limitaciones físicas que los discursos nacionales (con Estado o sin él) ponían a la geografía. Declaraciones de Reclús, de Anselmo Lorenzo y otros lo señalan (1). De hecho, en los antecedentes de nuestra organización encontramos a la Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Bakunin fundada en 1868 con estas bases de doctrina política:
La supresión de los Estados nacionales y la formación en su lugar de federaciones constituidas por libres asociaciones agrícolas e industriales.
La abolición de las clases sociales y de la herencia.
La igualdad de sexos.
La organización de los obreros al margen de los partidos políticos.
En general es contradictorio hacer convivir expresiones como estas con la formulación política del «derecho de autodeterminación de los pueblos», y se hace confundiendo al pueblo trabajador con el conjunto de personas a las que se atribuye identidad cultural (sean trabajadores o explotadores), y «autodeterminación» como una suerte de «autogestión política» sin explicar su significado real y sobre quién y de qué forma se ha pretendido históricamente aplicar ese derecho.
No está de más que se fijen los significados de las palabras que se están utilizando.
– Pueblo:
Del lat. popŭlus.
3. m. Conjunto de personas de un lugar, región o país.
– Patria:
1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
– Nación:
Del lat. natio, -ōnis, 'lugar de nacimiento', 'pueblo, tribu'.
1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.
3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
– Autodeterminación: De auto- y determinación:
1. f. Decisión de los ciudadanos de un territorio determinado sobre su futuro estatuto político.
El anarcosindicalismo, como aplicación práctica que toma los principios del anarquismo, no se sostiene sobre la tradición ni sobre la reivindicación cultural común como medio de agrupar a los seres humanos. A diferencia de otras ideas políticas, está fundamentado en los derechos universales de la persona, la libertad absoluta individual, y solo en segundo orden y como proyección de la misma, los derechos colectivos.
Por ello reivindica el internacionalismo como superación de los Estados-Nación, como defensa del cosmopolitismo formulado ya en la Grecia clásica y no como la caricatura que han querido hacer de ello redefiniéndolo absurdamente como «colaboración entre naciones».
La utilización del «pueblo» en el contexto de la crisis desatada por la convocatoria del referéndum de Cataluña hace referencia inequívocamente a todas las personas que viven en Cataluña a las que se les supone una vinculación a la cultura autóctona convenida, y por tanto no diferencia entre clases sociales ni entre gobernantes y gobernados.
En el caso de la «autodeterminación» hay que entender que incluso no siendo una formulación política del anarquismo o del anarcosindicalismo hay contextos donde se ha utilizado el término por la condición de práctica esclavitud y por tanto lesión de derechos fundamentales de los habitantes de un lugar concreto a diferencia de la consideración de que han gozado en las metrópolis (desde Eliseo Reclús se condena el colonialismo).
Los habitantes de Guinea Ecuatorial no tenían los mismos derechos que los españoles, ni los indios que los británicos, por lo que lesionado un derecho individual como es la igualdad se ha podido llegar a hablar de autodeterminación como medio de superar la injusticia y la explotación del grupo. Otra cosa distinta es, sin ningún tipo de vergüenza, simular en una región una falta de derechos comparándose con los ejemplos anteriores (2).
Toda la retórica nacional ha estado constantemente calificando de agravio, derecho o libertad, según convenga, aquellos comportamientos que ellos mismos ejecutan o defienden en su propio territorio respecto a regiones interiores. Los defensores de la autodeterminación, en este caso los independentistas catalanes, jamás concederán ese derecho al Valle de Arán (aunque le den un estatuto particular como el Estado español concede a Cataluña) ni reconocerán el centralismo de Barcelona, así como los castellanos incluyen León en sus planes independentistas, y estos a su vez al Bierzo, a pesar de que los bercianos mayoritariamente no se consideran leoneses. A nadie se le escapa que detrás de la pantalla de la reivindicación de derechos y libertades modernas habitan visiones históricas procedentes del feudalismo que de vez en cuando se ponen encima de la mesa.
Analicemos ahora algunas afirmaciones que se están haciendo continuamente desde el discurso independentista, empezando por la «imposición del Estado español».
¿Tienen menos o distintos derechos, gravosos comparativamente, los ciudadanos de Cataluña a los restantes? ¿Se ha impuesto la Constitución y el resto de la legislación española a Cataluña, incluido el Jefe del Estado?
No se puede contestar afirmativamente a ninguna de las dos preguntas. A la primera, porque es evidente que toda la legislación que el aparato estatal aplica a sus ciudadanos no hace distinciones en ninguna parte del territorio. Si acaso existen concesiones, en materia fiscal por ejemplo, como sabemos. Y desde luego, en lo que nos afecta como trabajadores (es conveniente no perder la perspectiva), no se puede afirmar que los trabajadores catalanes sufran ningún agravio con respecto a otros. Lo que sí hemos visto estos días es una manifestación gigantesca en Linares por el azote que el desempleo ejerce en ese lugar como en ninguno del país.
Con la segunda pregunta más gente dudaría porque los discursos falsos que el independentismo repite insaciablemente han sembrado la duda, no vaya a ser que nos cuelguen el sambenito de «españolistas» en la eterna dicotomía falaz.
Para ser honestos no podemos olvidar que en la propia redacción de la Constitución Española ratificada en 1978 participa un miembro de CiU, Miquel Roca, nieto de un dirigente carlista, galardonado entre otras cosas con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y que ha llegado a defender a la Infanta de Borbón en los juzgados, una vez que la justicia española la hizo sentarse en el banquillo. Fue secretario general adjunto de CDC de 1974 a 1979, partido al que ha pertenecido hasta 2016, en que defendió al candidato de Unió, partido que fundó su padre.
Y, ¿cuál fue la reacción de los catalanes a la votación de la Constitución aquel 6 de diciembre? Pues con una participación entre el 67% y el 74% (según la provincia) más del 90% de los catalanes votaron a favor del texto. Se pueden decir muchas cosas, pero desde luego son tan responsables o más de que se estén aplicando hoy en día sus artículos que los ciudadanos de Valladolid, que lo aprobaron con un 83% de síes (3). Y hay que recordar que es el texto donde se da legitimidad al Borbón como Jefe del Estado habiendo jurado hacía poco los Principios del Movimiento franquista. Es también tragicómico ver las críticas que hacen hoy al «régimen del 78» los miembros del PC que votaron a favor de todo aquél montaje desde las Cortes o desde la mesa de los Pactos de la Moncloa, donde también participó CiU.
Desde esto (si se quiere tomar como un principio) hasta hace cuatro días, quienes tienen las riendas del «procés» han sido el sostén de los sucesivos gobiernos felipistas y aznaristas aportando sus votos generosamente en el Congreso de los Diputados para aplicarnos a todos los súbditos de este Reino las sucesivas reformas laborales, los sucesivos recortes de libertades, los sucesivos programas de ajuste presupuestario en materia social. (4)
¿El independentismo históricamente es de izquierdas? ¿La independencia de Cataluña es un movimiento de izquierdas? ¿Lo son sus dirigentes y por ello tiene sentido esperar que un nuevo escenario independiente sea distinto, mejor?
Cualquiera que haya buceado mínimamente en la historia del último siglo sabe que no. Por no hablar de la patronal catalana más derechista, a la que no gusta hacer referencia porque no dudaba en acudir a las fuerzas policiales centralistas cuando las huelgas se le iban de las manos, vamos a hablar de una fuerza como ERC.
ERC, partido que hoy sube en las encuestas como la espuma, ha sido históricamente una amalgama de sectores que no podían estar más enfrentados. Pero incluso Jacinto Toryho, director del Solidaridad Obrera de 1936 a 1938, afirmaba que la Lliga Regionalista y ERC «en lo social no eran fracciones diferentes, sino dos expresiones reaccionarias a las que solamente separaba un matiz partidista electorero».
El cemento nacionalista obra milagros como mantener en el mismo partido a gente como Companys y a la de otro partido más pequeño llamado Estat Catalá. Uno de sus dirigentes y fundador de ERC, Josep Dencás, visitó personalmente a Mussolini en Italia y fue el responsable de la creación de milicias paramilitares que no dudó en utilizar contra la CNT. Influido por las ideas racistas de Pere Martir Rossell i Villar, se autodefinía como «nacionalsocialista». Como consejero de Gobernación mantuvo a su lado a los hermanos Badia. Miquel Badia, como Jefe Superior de la Comisaría General de Orden Público, movilizó a policías y paramilitares («Escamots») contra la huelga de tras*portes de Barcelona en 1933 convocada por la CNT. Acabaron muertos por disparos de militantes de la FAI. En 1937 las fuerzas de ERC se sumaron a las del PSUC para atacar a los libertarios en Barcelona en los hechos trágicos de mayo. Hay suficiente documentación publicada para quién desee profundizar.
Esto podría ser cosa del pasado si no hubiésemos visto cómo se celebra anualmente un homenaje a los hermanos Badia (5), y como hace unos años contaron en el acto con la presencia del señor Oriol Junqueras, hoy en día Vicepresidente de la Generalitat y Presidente de ERC.
Pero no es la única sorpresa del presidente de un partido que se denomina «Esquerra». Hace muy poco tiempo apareció en la portada del ABC (6) junto a otro grupo de serviles (¡ojo!, Bertín Osborne, Cospedal, Borja Prado…) defendiendo ni más ni menos que la retransmisión de la misa católica dominical. No en TV3, no, en Televisión Española. Todo ello debido a las críticas que sobre ello habían realizado diputados de Podemos.
Y por si su conservadurismo no había quedado claro, la página «InfoVaticana» se hace eco de declaraciones en diversos actos públicos de este personaje donde hace «llamamientos a que haya vocaciones» (7). Es importante señalar que en intención de voto hoy en día la antigua CiU, hoy PDeCAT, está en caída libre, pero es ERC quién recoge los votos perdidos por aquella formación, subiendo en las encuestas espectacularmente.
No podemos olvidar tampoco que Oriol Junqueras tiene un antecesor digno de mención: Heribert Barrera, el que fuera Secretario General de ERC (1976-1987), presidente del mismo (1991-1995), presidente del Parlamento catalán (1980-1984) y diputado del Parlamento Europeo (1991-1994). A pesar de sus opiniones sobre la inferioridad mental de los neցros o el peligro que corría la cultura catalana con la oleada turística de los pagapensiones, fue homenajeado sin pudor, no solo por Josep Anglada, dirigente de Plataforma per Catalunya (8), sino que recibió la Medalla de Oro de la Generalitat (9), además de haber sido miembro del Consejo Consultivo de Omnium Cultural. Hoy esta entidad es una de las que encabeza el impulso nacionalista en Cataluña estando presidida por el empresario Jordi Cuixart.
Resulta también cuando menos curioso que uno de los tópicos utilizados por el independentismo sea acusar de franquistas a todos al sur del Ebro, mientras uno de sus alcaldes a quien hemos visto ser aplaudido hace poco en su visita al juzgado para prestar declaración por el referéndum, Ferrán Bel, defendió la continuidad en 2010 del monumento franquista en su localidad, Tortosa, junto a varios de sus concejales. Su retirada se había llevado al Pleno del Ayuntamiento avalada por 2000 firmas de los vecinos que fueron aplastadas por sus votos (CiU) y los del PP. (10)
De igual modo, parece que pasa inadvertido a la memoria que los monjes de la abadía de Montserrat defendieron a sus homólogos del Valle de los Caídos (benedictinos todos) ante el intento de acabar con ese parque temático del franquismo en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Esos mismos monjes que lo mismo reciben en 1940 a Himmler buscando el Grial (11) que organizan actos por la independencia desde 2014 (12). Todo muy identitario.
Y aunque cuando se atacan las políticas del Gobierno catalán los independentistas suelen escurrir el bulto señalando a CiU como responsable, es conveniente recordar que solo se han cambiado la careta, prácticamente todos siguen ahí bajo la nueva marca PDeCAt con Artur Mas como presidente del partido. Como todos sabemos al frente de la Generalitat también se sitúa un convergente, Carles Puigdemont, y hemos tenido que ver respaldos sorprendentes a esta derecha catalana como el que brindó el dirigente de las CUP David Fernández abrazándose el 9-N a Artur Mas, las declaraciones de este y otros miembros de CUP ante la imputación del convergente diciendo que era «uno de los suyos», o a un «anarco»-independentista supuesto argumentando que a Pujol se le criminaliza por ser catalán porque solo ha recibido una herencia de su padre (13). No son casos aislados o extremos de una situación social. Son ejemplos del abandono generalizado de la lucha de clases y de la conciencia de la misma, que se aparta inevitablemente para dar paso a la cuestión nacional como ya advirtieron muchos antes que nosotros.
¿Qué hay del «derecho a decidir»?
Esta formulación novedosa ha sido uno de los escudos con los que se ha llegado al punto en el que estamos. Hay que reconocer a sus creadores que son fantásticos lanzando un eslogan con el que obligadamente hay que estar de acuerdo si no eres poco menos que un esclavista, claro. Habría que situarlo a la altura de los que decidieron llamar al movimiento antiabortista «provida», ¿quién va a ser promuerte? Nadie, quizá Millán Astray y sus locos legionarios.
Quienes enarbolan este «derecho» en el Parque de la Ciudadela como quienes se reúnen al lado de la Plaza de Neptuno nos lo recuerdan siempre que tienen oportunidad a los partidarios de la democracia directa. Por ello cuando esta gente nos aborda defendiendo el «derecho a decidir» lo primero que habría que haber preguntado es cuáles son los límites de la decisión, quién tiene ese derecho y si se dan las condiciones de libertad, seguridad e imparcialidad que cualquier consulta requiere para ser considerada como tal. Evidentemente la convocatoria y los hechos represivos que la han rodeado quedan lejos de reflejar la voluntad real de la mayoría de personas a quienes estaba dirigida.
Nadie diría que la votación del «Anschluss» fue la aplicación del «derecho a decidir» por más que se mostrase con la careta de un referéndum. Pues de igual forma, y con un resultado popular excelente por lo que hemos visto, han utilizado esa fórmula para decidir la separación de una estructura del Estado español e intentar generar a través de ella un Estado nuevo. Solo que esta vez en lugar de ejercer el miedo y la fuerza directamente sobre los votantes para forzar la decisión, se aprovecha la fuerza y la violencia del contrario en una suerte de aikido político. Tal es así que con poco más de un 40% de participación y un 38% de síes (sobre el censo) se pretende dar por bueno el resultado (14). Si es un derecho no puede ser extinguido por mucho que terceros me impidan ejercerlo, y es kafkiano que encima lo haga la parte que lo ha puesto encima de la mesa y no sea recriminada por ello. Esto evidencia la adhesión que se ha logrado a las élites catalanas que siempre han querido decir «derecho a la independencia», algo mucho más difícil de colocar en el mercado propagandístico.
¿Y qué hay de la represión?
Efectivamente ese es el otro escudo indestructible tras el que se parapeta el discurso independentista actual, incluso diría que también en el pasado, y lo que todo el mundo reconoce que ha generado más adeptos a la causa nacional. Lo hemos visto multiplicado exponencialmente este 1 de octubre. Cuando hacemos crítica del Estado como elemento subyugador no lo hacemos porque sí. Esta es la reacción normal de quien en esencia es violencia. Lo curioso es que esa coerción se está ejerciendo ahora mismo con las reglas que los mismos dirigentes catalanes han aprobado para «participar» y «cambiar las cosas desde dentro». Es indudable que una carga policial es la imagen más icónica de la violencia estatal. Sin embargo dependiendo del contexto no reaccionamos de la misma forma. No nos vamos a inmutar cuando los aficionados del Legia, o los Ultra Sur reciben los empujones y los gomazos de la Policía Nacional, sabiendo perfectamente por qué se utiliza la «herramienta». Condenaremos sin dudarlo un instante las agresiones que Guardia Civil y Policía Nacional perpetraron el día de la consulta (las grabaciones, como siempre, son espeluznantes), las entradas en domicilios y sedes políticas sin orden judicial que se han llevado a cabo, reconociendo al mismo tiempo que no podemos empatizar con muchos de esos miembros de partidos catalanes citados a declarar a los que se aplaude, cuando «antesdeayer» han estado llamando a gritos y justificando posteriormente la represión a movimientos populares. La sobreactuación ha sido amplia, pero por poner un ejemplo podríamos referirnos a la «indignación» del señor Junqueras diciendo que «dónde se ha visto que la policía cargue contra gente desarmada con los brazos levantados». Pues allí mismo, no hace tanto, muy cerca del asiento que su ojo ciego ocupa en el Parlament. Desde las declaraciones de Carod Rovira (ERC) contra el 15-M (15), hasta las cargas de los Mossos en Plaza Catalunya el 27-M, o las reacciones a la protesta ante el Parlamento catalán, que hizo salir entre otros al consejero de Interior, el orate Felip Puig, en helicóptero, y la posterior represión judicial a los manifestantes ilustran el carácter de esta gente que ahora muestra su mueca de víctima (cuando por cierto a ellos no los han tocado, los golpes se los han llevado los de siempre). En aquél momento la calificación de «violentos» fue repetida hasta la saciedad en todos los medios, e incluso en una declaración de todos los parlamentarios, contrastando con su integridad absoluta (bueno, resultó dañada una chaqueta pintada con spray y les tiraron una piel de plátano). Y mientras oíamos los discursos se pudieron ver multitud de imágenes donde la gente era golpeada, pisoteada, pateada y detenida. Todo en el mismo día en que se rechazaban las enmiendas a la totalidad que presentaban otros partidos a los presupuestos antisociales del gobierno catalán con los votos de PP y CiU. (16)
La gestión del terrorismo, como el discurso nacionalista obran milagros como el que hemos visto últimamente con los Mossos. Tan pronto era la policía europea con más acusaciones por tortura y malos tratos como los héroes de las Ramblas o del referéndum. Tan pronto había una mujer que perdía un ojo en una manifestación o un mantero se caía por el balcón de su casa cuando entraban en ella; o un hombre se moría de repente de madrugada mientras le daban una paliza; o veíamos imágenes de las torturas en la comisaría de Les Corts, que aparecía el señor Trapero (el mismo que salía a justificar todo lo anterior) y todo el mundo confiaba de repente en su carácter democrático y su defensa de las libertades. Hasta les hemos visto «llorar por la violencia».
Lo que está claro es que el discurso identitario se esconde detrás de la pantalla de «la represión inherente a España» olvidando que esa represión nos une a los que la sufrimos, ya sea el 1-O en Barcelona o el 22-M en Madrid (hay videos en youtube sin demasiadas diferencias), se ha ejercido en todas partes (en esto hay que reconocerles lo democráticos que son), y su aplicación se debe precisamente al cuestionamiento de la autoridad, sea la del actual Estado español con la Policía Nacional, la del Parlamento catalán con los mossos o la del buscado Estado catalán con los mismos agentes.
¿Hay posibilidades al menos de utilizar la coyuntura para beneficio de la clase trabajadora?
No vemos de qué manera. Máxime cuando sabemos que la desorganización de los trabajadores es la norma (17), que los sindicatos convocantes son minoría si no contamos con CCOO y UGT y su larga tradición traidora, y que incluso la ANC y Omnium Cultural con un empresario «moderno» a la cabeza convoca movilizaciones (18).
Y esto atendiendo únicamente a los trabajadores catalanes, porque la dinámica de las cosas (algo por lo que siempre se han criticado desde nuestras posiciones los planteamientos nacionalistas) hace que se establezca una división entre trabajadores de un lado y del otro de la nueva frontera que se está dibujando. La aparición de banderas españolas en muchas ciudades (cuando no de pajarracos o esvásticas) y de emisiones del himno a través de las ventanas, es el efecto colateral que seguro que muchos hemos apreciado últimamente en ciudades y pueblos fuera de Cataluña, algo que no se veía habitualmente.
Podríamos hacer futuribles sobre la república catalana con el beato Oriol Junqueras de presidente o la nueva mayoría absoluta de Rajoy para el resto, pero incluso desistiendo de hacer apuestas el panorama no parece halagüeño en ningún caso.
Lo que creemos que es de absoluta necesidad es repensar el papel que se está jugando en todo este asunto, la incoherencia que mantenemos aturdidos por la corriente mayoritaria o los discursos de los medios de masas para consumo de la «izquierda», y centrar de manera firme nuestros esfuerzos en el desarrollo y avance de la conciencia de la clase trabajadora, que nunca ha tenido patria.
CNT tras*portes de Madrid