Eric Finch
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Ceterum censeo
Ceterum censeo
Publicado el 8 enero, 2020 de Tsevan Rabtan
Se cuenta que, en su últimos años, Catón el Viejo daba la paliza a diestro y siniestro añadiendo al final de cualquier discurso, da igual el tema que estuviese tratando, la frase: «por cierto, creo que Cartago debería ser destruida». El censor temía por la rápida recuperación del rival más peligroso de Roma y soñaba con borrarlo de la faz de la tierra para la seguridad de la patria. Aunque la fin le impidió ver su proyecto realizado, tres años después Cartago fue arrasada hasta los cimientos, se echó sal sobre el lugar en el que se había alzado y todos sus habitantes fueron vendidos como esclavos.
No se alarmen, no voy a patrocinar la destrucción de nada ni de nadie —sobre todo ahora que la tuna va camino de desaparecer de forma natural—, pero sí creo que se abre un momento en el que no quedará otra que aferrarse a ciertos principios y máximas, deducir de ellas determinadas consecuencias y descripciones, y recordar lo uno y lo otro constantemente y sin desfallecer. Aunque te llamen viejo y pesado.
Así:
El Gobierno de Pedro Sánchez es legítimo y democrático, pero se ha construido con el apoyo de los que quieren destruir la nación española.
Ese apoyo ha exigido del PSOE silencios y compromisos. Los silencios más sonoros han llevado al PSOE a eliminar la referencia expresa a la Constitución como marco legal para la discusión pública y a la renuncia de la defensa de la monarquía constitucional española —y de su naturaleza democrática plena—frente a los ataques y desprecios de sus socios. Los compromisos más sonrojantes obligan al PSOE a situarse en el marco mental y verbal del secesionismo y el nacionalismo, confundiendo el todo —la nación política— con sus partes y admitiendo saltarse los procedimientos ordinarios —que incluyen instituciones políticas perfectamente definidas y reglamentadas— para sustituirlos por otros innominados que se pretenden legitimar por referencias difusas a hermosas palabras —como democracia— a las que se ha vaciado previamente de contenido. Para entendernos, el PSOE ha reconocido que el creacionismo ha de enseñarse en las escuelas junto al darwinismo y que la RDA es una democracia porque lo pone en su nombre.
El acuerdo además supone admitir el blanqueamiento de los herederos de los terroristas, normalizando a los que no han reconocido la maldad absoluta de sus acciones o justifican la maldad de las acciones de otros. Esa normalización convierte el terrorismo en un «error», en una «respuesta» frente a una agresión ilegítima, en un «exceso» justificable entre otras «violencias». Para digerir este engrudo los dirigentes socialistas han construido una falsedad en la que la posibilidad de hacer política se ha convertido en una justificación jovenlandesal del pasado y del discurso actual, cualquiera que sea su contenido, si quien lo perpetra está en el lado correcto de los votos.
Los que intentan destruir la nación española (esencialmente secesionistas, nacionalistas y herederos de los terroristas) y los que quieren destruir su régimen jurídico-democrático y sustituirlo por «otra cosa» (comunistas y populistas de izquierdas) siempre han sostenido —contra toda evidencia— que la ley española y sus instituciones no son democráticas y no deberían servir de parapeto frente a la voluntad de las «naciones» o de la «gente». Naturalmente, la consecuencia de esto es que la ley y el poder judicial son un obstáculo que hay que remover. El actual Gobierno cuenta con un apoyo suficiente para cambiar muchas leyes y para adoptar determinadas decisiones ejecutivas, pero no para cambiar la Constitución, ya que esta se construyó sobre un acuerdo amplísimo que incluía la exigencia de un acuerdo igual de amplio para su reforma. La Constitución solo podrá servir de refugio si hay jueces dispuestos a cumplirla y a imponer su cumplimiento. También por esta razón, esos movimientos antisistema y enemigos de la democracia española han repetido hasta la saciedad que los jueces españoles —cada vez que toman una decisión que los incomoda— son franquistas, fascistas, de derechas. Puesto que el PSOE ha deglutido el marco mental y discursivo del secesionismo y el nacionalismo, en lo relativo a los procedimientos y a la creación de canales paralelos y no reglados de discusión de los asuntos públicos, sin esas molestas líneas rojas marcadas por la Constitución y las instituciones nacidas de ella, para el propio PSOE un poder judicial independiente se ha convertido en un problema, no en un dique natural, legítimo y necesario frente a las veleidades del momento político y de la actuación de los que ocupan los otros poderes del Estado. Ha comenzado la búsqueda de la solución al «problema» judicial.
Para justificar su comportamiento mendaz, el PSOE ha acusado a los partidos que hacen suyo de manera natural el modelo constitucional —y entre ellos estaba el PSOE hasta anteayer— y que no quieren destruir la nación española tal y como quedó establecida en dicho modelo, de ultraderecha que no acepta los resultados de las elecciones, aprovechando además que sí existe una ultraderecha que insiste en la ilegitimidad del Gobierno y que incluso empieza a introducir una retórica golpista. Con esto pretende lograr el doble objetivo de convencer a los suyos de que hay que tragarse un montón de sapos y bulos para evitar un mal mayor —que ellos han creado— y, a la vez, dar aliento a la auténtica extrema derecha populista. Su objetivo es evidente: dividir el centro y la derecha, y unificar a sus partidarios con una retórica bélica.
Todo lo anterior se resume en lo siguiente:
1.- El PSOE se ha convertido, de hecho, en un partido que promueve a partidos antisistema y con ello ha comenzado a convertirse, él mismo, en un partido antisistema.
2.- Es muy difícil que el PSOE dé marcha atrás. Una consecuencia de la mentira sistemática y de la traición permanente a la palabra y a las promesas es que solo el poder te protege.
3.- El PSOE ha eliminado muchas barreras psicológicas. No hay ninguna razón para no eliminar otras si hace falta para mantenerse en el poder. Debemos esperar cualquier deriva, ante la ausencia de principios y el uso estructural y no puntual de la mentira como método de acción política.
4.- El PSOE va a promover la demolición de los diques institucionales siempre que perciba que estos puedan entrometerse en lo que hay que hacer para mantener los apoyos actuales o lograr otros nuevos. Da igual de qué institución se trate: en nombre de la «política», el «diálogo» y la «democracia» hará lo posible por vaciarlas de contenido, creando puertas traseras y falsas salidas.
5.- El PSOE utilizará sin rubor las instituciones que controle para lograr sus objetivos políticos. Debemos asumir que la acción del Gobierno nunca se dirigirá hacia una mayor neutralidad e independencia de esas instituciones, sino en el camino contrario.
6.- El PSOE, una vez investido Pedro Sánchez, intentará ocultar su deriva antisistema apoyándose en la actividad normal de su Gobierno. Querrá acostumbrarnos. Para ello intentará ocupar el discurso público con una retórica activa y constante sobre otros asuntos, ridiculizando a los que insistan en cuestiones estructurales, institucionales o de principios.
7.- Esa actividad retórica evitará el centro, aunque formalmente se llame a la concordia. Solo con la radicalización de un número mayor cada vez de votantes de los partidos de centro y derecha podrá continuar con su estrategia de alimentación de la extrema derecha y de fidelización de sus propios votantes como reacción. La moderación real desaparecerá.
8.- Cada vez habrá menos actores políticos que defiendan el núcleo de los acuerdos adoptados hace cuarenta años y desarrollados durante décadas. En España habrá cada vez más partidos con posiciones iliberales, nacionalistas y populistas, de izquierdas y derechas. Gradualmente el PSOE pasará de comprar la retórica de esas formaciones a adoptar con naturalidad esas mismas posiciones, al intentar aplicar las consecuencias de su «diálogo» sin contar con las mayorías exigidas —algo para lo que necesitaría contar, al menos, con el Partido Popular—, más aún cuando el PSOE tendrá que competir con sus socios (secesionistas y populistas). Este PSOE se podemizará inevitablemente para intentar sobrevivir.
Naturalmente, frente a estrategias inadmisibles, la única opción para esos millones de españoles huérfanos es reclamar a los partidos que se autodenominan constitucionalistas y que no son extrema derecha populista:
a) Que se olviden de la táctica y de la respuesta día a día basada en ocurrencias. Solo una política pensada y basada en principios, y mantenida a ultranza en todos los lugares en los que gobierne y en la actividad de oposición, puede movilizar a esos millones de españoles que, a derecha e izquierda, quieren defender nuestro régimen constitucional. Ello aunque puntualmente pueda parecer contraproducente.
b) Que se reitere constantemente que no te puedes fiar de este PSOE y sus dirigentes, por lo que, con independencia de que se actúe conforme a lo explicado en el punto anterior, cualquier pacto con ellos es inútil, como lo es confiar en un estafador o dejar que administre tu dinero un ludópata. El corolario de lo anterior es que no se ceda en nada, por pequeño que parezca. La cesión y el acuerdo, como forma de hacer política, se basan en la existencia de una mínima lealtad y confianza en el otro. Un segundo corolario es que se renuncie a una estrategia de confrontación total. Las medidas se deben juzgar una a una, por su bondad o maldad intrínseca y por la posible inclusión en ellas de algún tipo de caballo de Troya contra las instituciones. Esto no es ceder, es actuar consecuentemente.
c) Que no favorezcan la estrategia de los populistas de extrema derecha apoyando sus posiciones concretas salvo cuando puedan justificar lealmente y sin contorsiones ese apoyo como una expresión de los principios que se supone defienden. Aunque pueda parecer que un ataque concreto debilite al PSOE, si corroe tu proyecto, asusta a tus partidarios, debilita su compromiso y puede llevarlos a creer que están en la trinchera equivocada, solo se favorece con ello la estrategia de las dos Españas enfrentadas. Es decir, favorece a este PSOE y al populismo de extrema derecha.
d) Que asuman que, puesto que todo está en cuestión y es provisional, la única forma de evitarnos desengaños y falsas sensaciones de calma es aplicar la hipótesis permanente de que los enemigos de nuestro régimen constitucional trabajan sin descanso para destruirlo. Debemos aplicar el consejo que se da en los aeropuertos y vigilar nuestro equipaje constantemente.
e) Que actúen a sabiendas de que participar en la guerra cultural declarada no implica admitir acríticamente que, en esa guerra, hay dos bandos, los de derechas y los de izquierdas. De hecho, es crucial sostener con argumentos que sí, que hay dos bandos: que en uno están situados los antisistema —incluido este PSOE— y en otro lo que defienden nuestro sistema constitucional. Es decir, hay que pelear por imponer el propio planteamiento de la cuestión.
f) Que no desfallezcan. Que no escuchen a los aduladores ni a los intoxicadores. Que se olviden de las encuestas. Que actúen a largo plazo, no solo porque sea lo correcto, sino porque es la única forma de prevalecer.
Este sería mi programa.
Sí, me consta que es irrealizable; no es necesario que me lo apunten. Pero, ceterum censeo.
Ceterum censeo
Publicado el 8 enero, 2020 de Tsevan Rabtan
Se cuenta que, en su últimos años, Catón el Viejo daba la paliza a diestro y siniestro añadiendo al final de cualquier discurso, da igual el tema que estuviese tratando, la frase: «por cierto, creo que Cartago debería ser destruida». El censor temía por la rápida recuperación del rival más peligroso de Roma y soñaba con borrarlo de la faz de la tierra para la seguridad de la patria. Aunque la fin le impidió ver su proyecto realizado, tres años después Cartago fue arrasada hasta los cimientos, se echó sal sobre el lugar en el que se había alzado y todos sus habitantes fueron vendidos como esclavos.
No se alarmen, no voy a patrocinar la destrucción de nada ni de nadie —sobre todo ahora que la tuna va camino de desaparecer de forma natural—, pero sí creo que se abre un momento en el que no quedará otra que aferrarse a ciertos principios y máximas, deducir de ellas determinadas consecuencias y descripciones, y recordar lo uno y lo otro constantemente y sin desfallecer. Aunque te llamen viejo y pesado.
Así:
El Gobierno de Pedro Sánchez es legítimo y democrático, pero se ha construido con el apoyo de los que quieren destruir la nación española.
Ese apoyo ha exigido del PSOE silencios y compromisos. Los silencios más sonoros han llevado al PSOE a eliminar la referencia expresa a la Constitución como marco legal para la discusión pública y a la renuncia de la defensa de la monarquía constitucional española —y de su naturaleza democrática plena—frente a los ataques y desprecios de sus socios. Los compromisos más sonrojantes obligan al PSOE a situarse en el marco mental y verbal del secesionismo y el nacionalismo, confundiendo el todo —la nación política— con sus partes y admitiendo saltarse los procedimientos ordinarios —que incluyen instituciones políticas perfectamente definidas y reglamentadas— para sustituirlos por otros innominados que se pretenden legitimar por referencias difusas a hermosas palabras —como democracia— a las que se ha vaciado previamente de contenido. Para entendernos, el PSOE ha reconocido que el creacionismo ha de enseñarse en las escuelas junto al darwinismo y que la RDA es una democracia porque lo pone en su nombre.
El acuerdo además supone admitir el blanqueamiento de los herederos de los terroristas, normalizando a los que no han reconocido la maldad absoluta de sus acciones o justifican la maldad de las acciones de otros. Esa normalización convierte el terrorismo en un «error», en una «respuesta» frente a una agresión ilegítima, en un «exceso» justificable entre otras «violencias». Para digerir este engrudo los dirigentes socialistas han construido una falsedad en la que la posibilidad de hacer política se ha convertido en una justificación jovenlandesal del pasado y del discurso actual, cualquiera que sea su contenido, si quien lo perpetra está en el lado correcto de los votos.
Los que intentan destruir la nación española (esencialmente secesionistas, nacionalistas y herederos de los terroristas) y los que quieren destruir su régimen jurídico-democrático y sustituirlo por «otra cosa» (comunistas y populistas de izquierdas) siempre han sostenido —contra toda evidencia— que la ley española y sus instituciones no son democráticas y no deberían servir de parapeto frente a la voluntad de las «naciones» o de la «gente». Naturalmente, la consecuencia de esto es que la ley y el poder judicial son un obstáculo que hay que remover. El actual Gobierno cuenta con un apoyo suficiente para cambiar muchas leyes y para adoptar determinadas decisiones ejecutivas, pero no para cambiar la Constitución, ya que esta se construyó sobre un acuerdo amplísimo que incluía la exigencia de un acuerdo igual de amplio para su reforma. La Constitución solo podrá servir de refugio si hay jueces dispuestos a cumplirla y a imponer su cumplimiento. También por esta razón, esos movimientos antisistema y enemigos de la democracia española han repetido hasta la saciedad que los jueces españoles —cada vez que toman una decisión que los incomoda— son franquistas, fascistas, de derechas. Puesto que el PSOE ha deglutido el marco mental y discursivo del secesionismo y el nacionalismo, en lo relativo a los procedimientos y a la creación de canales paralelos y no reglados de discusión de los asuntos públicos, sin esas molestas líneas rojas marcadas por la Constitución y las instituciones nacidas de ella, para el propio PSOE un poder judicial independiente se ha convertido en un problema, no en un dique natural, legítimo y necesario frente a las veleidades del momento político y de la actuación de los que ocupan los otros poderes del Estado. Ha comenzado la búsqueda de la solución al «problema» judicial.
Para justificar su comportamiento mendaz, el PSOE ha acusado a los partidos que hacen suyo de manera natural el modelo constitucional —y entre ellos estaba el PSOE hasta anteayer— y que no quieren destruir la nación española tal y como quedó establecida en dicho modelo, de ultraderecha que no acepta los resultados de las elecciones, aprovechando además que sí existe una ultraderecha que insiste en la ilegitimidad del Gobierno y que incluso empieza a introducir una retórica golpista. Con esto pretende lograr el doble objetivo de convencer a los suyos de que hay que tragarse un montón de sapos y bulos para evitar un mal mayor —que ellos han creado— y, a la vez, dar aliento a la auténtica extrema derecha populista. Su objetivo es evidente: dividir el centro y la derecha, y unificar a sus partidarios con una retórica bélica.
Todo lo anterior se resume en lo siguiente:
1.- El PSOE se ha convertido, de hecho, en un partido que promueve a partidos antisistema y con ello ha comenzado a convertirse, él mismo, en un partido antisistema.
2.- Es muy difícil que el PSOE dé marcha atrás. Una consecuencia de la mentira sistemática y de la traición permanente a la palabra y a las promesas es que solo el poder te protege.
3.- El PSOE ha eliminado muchas barreras psicológicas. No hay ninguna razón para no eliminar otras si hace falta para mantenerse en el poder. Debemos esperar cualquier deriva, ante la ausencia de principios y el uso estructural y no puntual de la mentira como método de acción política.
4.- El PSOE va a promover la demolición de los diques institucionales siempre que perciba que estos puedan entrometerse en lo que hay que hacer para mantener los apoyos actuales o lograr otros nuevos. Da igual de qué institución se trate: en nombre de la «política», el «diálogo» y la «democracia» hará lo posible por vaciarlas de contenido, creando puertas traseras y falsas salidas.
5.- El PSOE utilizará sin rubor las instituciones que controle para lograr sus objetivos políticos. Debemos asumir que la acción del Gobierno nunca se dirigirá hacia una mayor neutralidad e independencia de esas instituciones, sino en el camino contrario.
6.- El PSOE, una vez investido Pedro Sánchez, intentará ocultar su deriva antisistema apoyándose en la actividad normal de su Gobierno. Querrá acostumbrarnos. Para ello intentará ocupar el discurso público con una retórica activa y constante sobre otros asuntos, ridiculizando a los que insistan en cuestiones estructurales, institucionales o de principios.
7.- Esa actividad retórica evitará el centro, aunque formalmente se llame a la concordia. Solo con la radicalización de un número mayor cada vez de votantes de los partidos de centro y derecha podrá continuar con su estrategia de alimentación de la extrema derecha y de fidelización de sus propios votantes como reacción. La moderación real desaparecerá.
8.- Cada vez habrá menos actores políticos que defiendan el núcleo de los acuerdos adoptados hace cuarenta años y desarrollados durante décadas. En España habrá cada vez más partidos con posiciones iliberales, nacionalistas y populistas, de izquierdas y derechas. Gradualmente el PSOE pasará de comprar la retórica de esas formaciones a adoptar con naturalidad esas mismas posiciones, al intentar aplicar las consecuencias de su «diálogo» sin contar con las mayorías exigidas —algo para lo que necesitaría contar, al menos, con el Partido Popular—, más aún cuando el PSOE tendrá que competir con sus socios (secesionistas y populistas). Este PSOE se podemizará inevitablemente para intentar sobrevivir.
Naturalmente, frente a estrategias inadmisibles, la única opción para esos millones de españoles huérfanos es reclamar a los partidos que se autodenominan constitucionalistas y que no son extrema derecha populista:
a) Que se olviden de la táctica y de la respuesta día a día basada en ocurrencias. Solo una política pensada y basada en principios, y mantenida a ultranza en todos los lugares en los que gobierne y en la actividad de oposición, puede movilizar a esos millones de españoles que, a derecha e izquierda, quieren defender nuestro régimen constitucional. Ello aunque puntualmente pueda parecer contraproducente.
b) Que se reitere constantemente que no te puedes fiar de este PSOE y sus dirigentes, por lo que, con independencia de que se actúe conforme a lo explicado en el punto anterior, cualquier pacto con ellos es inútil, como lo es confiar en un estafador o dejar que administre tu dinero un ludópata. El corolario de lo anterior es que no se ceda en nada, por pequeño que parezca. La cesión y el acuerdo, como forma de hacer política, se basan en la existencia de una mínima lealtad y confianza en el otro. Un segundo corolario es que se renuncie a una estrategia de confrontación total. Las medidas se deben juzgar una a una, por su bondad o maldad intrínseca y por la posible inclusión en ellas de algún tipo de caballo de Troya contra las instituciones. Esto no es ceder, es actuar consecuentemente.
c) Que no favorezcan la estrategia de los populistas de extrema derecha apoyando sus posiciones concretas salvo cuando puedan justificar lealmente y sin contorsiones ese apoyo como una expresión de los principios que se supone defienden. Aunque pueda parecer que un ataque concreto debilite al PSOE, si corroe tu proyecto, asusta a tus partidarios, debilita su compromiso y puede llevarlos a creer que están en la trinchera equivocada, solo se favorece con ello la estrategia de las dos Españas enfrentadas. Es decir, favorece a este PSOE y al populismo de extrema derecha.
d) Que asuman que, puesto que todo está en cuestión y es provisional, la única forma de evitarnos desengaños y falsas sensaciones de calma es aplicar la hipótesis permanente de que los enemigos de nuestro régimen constitucional trabajan sin descanso para destruirlo. Debemos aplicar el consejo que se da en los aeropuertos y vigilar nuestro equipaje constantemente.
e) Que actúen a sabiendas de que participar en la guerra cultural declarada no implica admitir acríticamente que, en esa guerra, hay dos bandos, los de derechas y los de izquierdas. De hecho, es crucial sostener con argumentos que sí, que hay dos bandos: que en uno están situados los antisistema —incluido este PSOE— y en otro lo que defienden nuestro sistema constitucional. Es decir, hay que pelear por imponer el propio planteamiento de la cuestión.
f) Que no desfallezcan. Que no escuchen a los aduladores ni a los intoxicadores. Que se olviden de las encuestas. Que actúen a largo plazo, no solo porque sea lo correcto, sino porque es la única forma de prevalecer.
Este sería mi programa.
Sí, me consta que es irrealizable; no es necesario que me lo apunten. Pero, ceterum censeo.