: CAOS EN LA UNIVERSIDAD: Lo que hay bajo la alfombra roja de la Universidad española

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Lo que hay bajo la alfombra roja de la Universidad española

Recientemente, en un artículo titulado "Las manzanas podridas de la universidad", señalábamos algunas (sólo algunas) de las corruptelas y suciedades de la Universidad Española. A muchos españoles les preocupa el asunto del Máster de Cifuentes en términos de confrontación partidista. Ya se sabe: quítate tú para ponerme yo. Dentro de una estrategia general de erosión del Partido Popular, especialmente del PP madrileño, el famoso y quizá inexistente Máster de Cifuentes es un asunto de lo más "noticiable". Pero lo verdaderamente enjundioso del asunto no es que la presidenta regional de Madrid esté afectada en su credibilidad política debido a supuestas mentiras y supuestas trampas. A todo político fracasado y amortizado se le encuentra un fácil acomodo en algún Consejo de Administración o Fundación bien regada y de buen ordeño. No nos preocupemos mucho por Cristina Cifuentes. Saldrá adelante sin Máster y sin Presidencia.

Que nadie, ni simpatizantes ni detractores, se preocupe demasiado por el futuro de esta señora. Otro vendrá que mejor lo hará. Lo verdaderamente sustancioso, lleno de enseñanzas y lecciones, es el propio asunto de la Universidad española, y no de unos profesores, gestores o políticos presuntamente corruptos. Qué es y en qué se ha convertido la más alta institución educativa de un país es lo que a este columnista le preocupa de verdad. Pues quien les escribe ha pasado largos años en la Universidad, en ella ha estudiado e investigado, e incluso ha ejercido docencia, y los recuerdos, así como las sombrías dudas sobre su futuro, le atosigan y atenazan. La Universidad española pinta muy mal con estas chapuzas y fraudes. Chapuzas y fraudes que, por otro lado, todo el mundo conocía, pero sobre las cuales se corren velos y se alzan biombos para que no trasciendan.

Lo del Máster de Cifuentes puede a la postre servir de algo. Servir para que se acabe la impunidad, para que termine la fiesta, para que se revise de cabo a regazo tan pútrida institución. Debemos hacerlo si esperamos una formación y un trato serio para nuestros hijos y nietos, o para nosotros mismos, si es que estamos en edad y tesitura de pisar las aulas y recibir grados, másteres y doctorados. España se juega su futuro en la enseñanza, y en la enseñanza superior también.

Desde los tiempos bisoños en que uno pisaba a diario las aulas de la facultad, ya se cernía sobre la cabeza de muchos de nosotros esta pregunta, referida a tal o cual profesor: "¿Y este tipo cómo ha llegado aquí? ¿Es que regalaban las plazas en una tómbola?" Evidentemente la pregunta no se podía extender a todo un Claustro, a todo el personal. Por efecto del mero azar, dentro de un sistema nepotista y corrupto, siempre puede entrar un profesor competente y honesto. Es una cuestión probabilística, algunos son buenos por casualidad, una chiripa debido a que ese sistema carece de control absoluto sobre quiénes acceden a ocupar plazas. Que se falsifiquen firmas, que los políticos posean alfombras rojas, que todos seamos iguales, pero unos más iguales que otros… ¿Quién puede sorprenderse de que sucedan cosas así? Desde la llamada tras*ición y los "Tiempos del Cambio", años 70 y 80, respectivamente, las cosas funcionaron de esa manera.

En aquel entonces existía el hábito de achacar tales males, de todos conocidos, a "inercias del franquismo". Inercias del franquismo todas las que se quieran, pero queda por explicar por qué entraron tantos profesores marxistas en una "férrea dictadura", y por qué la clases obreras y campesinas españolas pudieron enviar masivamente a sus hijos a la Universidad en busca de un futuro mejor, siendo como era ésta España una dictadura feroz. La conclusión a la que se podía ir llegando era que la Universidad post-franquista tenía que ser "ultra-democrática" para unas cosas, pero oligárquica y caciquil para otras, y con tal arreglo salomónico la cosa universitaria podría ir saliendo hacia adelante. En el microcosmos universitario se dio lo que en toda la Piel de Toro ya estaba pasando. Libertad en las calles e impunidad en los palacios. Que las viejas élites, para no extinguirse y seguir ordeñando, abrieron la mano a nuevas élites, pero élites al fin y al cabo. Fue así que las calles o los pasillos de las facultades podían ahora llenarse de pancartas, asambleas maoístas y trotskistas, huelgas y "happenings", pero a la hora de ir mandando mandarían los de siempre y otros nuevos caciques más.

Metiendo a los "clientes" del cacique X o a los del cacique Y o a los del cacique Z, todos, si eran caciques, tendrían su propia cuota y potestad. Y así fue que el joven muchacho que vivió "el cambio" ochentero, entre reconversiones industriales brutales y agresiones feroces al campo, observaba que en esto del enchufismo no había ideologías, y que el régimen universitario hispano podía calificarse, justamente como el autonómico, el sindical, y tantos etcéteras, como de "Régimen neo-feudal". Hay baronías, hay capitostes, hay prebostes y vacas sagradas y ellos, de mil maneras y por mil trucos de tahúr consiguen "meter a los suyos" y reforzar sus feudos, prebendas y privilegios.

Ahora uno ya no pisa a menudo esas aulas de la "Enseñanza Superior", pero manda a sus alumnos de bachillerato catapultados hacia ese supuesto templo del saber, donde se falsifican firmas, notas, actas, donde sigue habiendo enchufadores y enchufados, donde los más vagos y necios, dotados de Másteres o Cátedras caídos del cielo o del limbo neo-feudal, se lamentan "de cuán mal está la Universidad en España".

Y ahora uno se acuerda de aquel cierto catedrático que enchufó a su hijo, a su esposa, al cuñado, a la sobrina y a media tribu consanguínea, todos los cuales llegaron a enseñar y a "investigar", cobrando a cargo del erario público y sin haber pasado por una verdadera oposición en su vida.

"Sacan" plaza y devienen académicos figurantes y fulgurantes, siempre prestos a firmar en las columnas de la prensa local, "opinando" desde su tarima elevada por encima de mentiras y tráficos de influencias.

Los recuerdos del pasado se vuelven visiones del presente, porque la Universidad española en lo sustancial no cambia, nunca cambiará.

Aunque existan cien mil Cristinas Cifuentes y cientos de miles de Másteres falsos, y aunque el acceso a las cátedras y becas se revelara a los ojos del mundo como una simonía evidente, un pago y tráfico de lupanar, un derecho de pernada feudal, aunque toda la materia excrementicia rebosara sobre el verde césped de los campus, esta institución no se renovaría. Porque para hacerlo habría que cerrar el ochenta por cien de las universidades españolas y crear exámenes de Estado donde tribunales competentes en unas pocas áreas de conocimiento revalidarían -o no- a los miles de docentes e investigadores que, sin oposiciones auténticas y sin sometimiento a una real meritocracia, ocupan plaza e imperan en sus feudos.

Y también, frente a la alfombra roja que se extiende a los políticos y mafiosos locales, una reforma en serio acabaría con las arbitrariedades y prepotencias. Uno recuerda cómo en sus tiempos de profesor asociado, habiéndose extinguido su contrato, los "jefes" desalojaron del despacho los libros, maleta y demás pertenencias personales, dejándolas en el suelo del pasillo, sin previo aviso ni llamada. Esto sucedió en la Universidad de Oviedo, hace muchos años. Un hecho que podría parecer propio de una cadena americana de pizzas o de una empresa cuasi-pirata de venta de chirimoyas a distancia. Pero no, ocurrió en la institución superior de la enseñanza.

Así pues, hay que afrontar los hechos con optimismo. Del Máster de Cifuentes podremos sacar algo en claro. Que hay muchas alfombras para levantar, que hay mucho polvo y sarama escondida, que todo pasa por una expansión sin control de estas instituciones, una inflación y burbuja universitaria a la que nadie le quiere hacer frente, porque todo el mundo tiene algo que ocultar. Que las vergüenzas de España se tapan con los títulos mal dados, con las plazas peor dadas, y la postergación mal hecha de la vida laboral de miles de jóvenes que, en realidad, no se están formando debidamente, sino que sólo sirven a los propósitos de engordar las matrículas de unas titulaciones. Unas titulaciones que precisan de muchos alumnos exclusivamente para mantener las abultadas plantillas de los departamentos y de los centros. Las burbujas acaban pinchando, el crecimiento de cualquier magnitud (número de universidades, número de profesores, número de titulaciones) sin un fundamento real, sin unas auténticas causas socioeconómicas que lo justifique, no podrá traer nada bueno a este país.

Es muy grande la cantidad de recursos que consumen unas instituciones torpes, lentas, elefantiásicas, que no están resolviendo en lo básico ninguna de las tareas pendientes. Y España tiene muchas tareas pendientes. Debe elevar su producción científica y ocupar un puesto mundial acorde con sus posibilidades. Debe renovar su tejido industrial-tecnológico y diversificar su producción, huyendo de la dependencia del sector turístico. Debe luchar por crear una capa juvenil de población altamente cualificada, capaz de generar ella misma posibilidades productivas, escapando de la dependencia de un Estado paternal creador de pseudo-empleos y con tendencia a ser un Estado clientelar-asistencialista. Debe renovar el espíritu crítico de las nuevas generaciones, procurándoles una sólida formación tanto humanística como científico-filosófica, lo cual es la única garantía para defender y ampliar nuestro sistema de libertades sobre bases duraderas. Ojalá miraran con lupa la Universidad española y no sólo el Máster de Cifuentes.
 
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