Barataria subvencionada.
El colectivismo agrario andaluz es una red clientelar recién subcontratada al servicio de un partido chavista
En el secarral subbético, donde la Sierra Sur corta como una asíntota las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga, existe desde hace décadas un feudo político, una suerte de Barataria subvencionada cuyo gobierno administran como capataces los líderes del antiguo movimiento jornalero. En ese territorio improductivo los dirigentes agrarios supieron montar un negocio clientelar basado en la perpetuación del estereotipo del subdesarrollo andaluz, alimentado cada verano con fotogénicas movilizaciones que aprovechaban el vacío informativo para copar cuotas de pantalla. Sánchez Gordillo, Cañamero y compañía convirtieron sus ocupaciones de fincas y supermercados en un clásico estival como el Tour de Francia. Mediante esa estrategia de moscas huevoneras consolidaron un rentable mecanismo de poder y se convirtieron en administradores de un torrente de ayudas públicas que, con el PER como bandera, les permitió tejer una red de influencias basada en la explotación del victimismo social y del escándalo mediático.
Ni siquiera el todopoderoso PSOE de Andalucía ha logrado jamás desmontar esa ínsula colectivista en la que, desgastado el veterano alcalde de Marinaleda, Diego Cañamero ha asumido el papel de liderazgo. Tras años de incrustación en Izquierda Unida, donde siempre constituyeron un núcleo autónomo, han encontrado en Podemos la nueva plataforma desde la que prolongar el protagonismo imprescindible para mantener engrasada la maquinaria de la protesta y su consiguiente correlato de apaciguamiento subvencional. La reivindicación agrarista chirría en un partido de clases urbanas y universitarias como el de Pablo Iglesias, pero su absorción le proporcionaba sumas de votos en un ámbito donde estaba fuera de cobertura. Y un diputado jornalero garantiza en el Congreso la dosis de exotismo alborotador que excita al periodismo con su impostada estética guevarista.
La revelación en ABC del tingladillo nepótico con que Cañamero beneficia en El Coronil a familiares y amigos -según la investigación del anterior y breve alcalde socialista- muestra el modus operandi de esta hegemonía territorial asentada en el control y reparto de los fondos subsidiales. Una población sin horizontes laborales ha de plegarse al amparo de quien distribuye los recursos obtenidos mediante la profesionalización reivindicativa. El antiguo sindicato campesino se ha tras*formado en una estructura de clientelismo puro subcontratada al servicio de una organización chavista. La propia evolución personal de Cañamero, de epígono predilecto del cura Diamantino -un hombre bueno cuya ideología radical era fruto de un compromiso humanista- a señor feudal disfrazado de apóstol revolucionario, es el testimonio de esa burocratización política de la rebeldía. Una farsa totalitaria cuyo elenco viaja en el camión escoba de Podemos, siempre dispuesto a recoger a lo mejorcito de cada casa