Lo peor de la guerra está aún por venir
Lo ocurrido con la presa estratégica Nova Kajovka muestra que
el Kremlin sigue disponiendo de una amplia panoplia de recursos para infligir graves daños a Ucrania
El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, en una reunión del Gabinete
06/06/2023 22:43
Aparte de otro grave desastre humanitario y medioambiental, la destrucción de la
presa de Nova Kajovka, que regula el nivel del río Dniéper desde mediados del siglo XX desde Jersón a Crimea, es una escalada que
complica la contraofensiva del Ejército de Ucrania y una advertencia de que lo peor de la guerra puede estar aún por venir.
Como en la matanza de Bucha, la voladura del Nord Stream en el Báltico y tantos otros momentos críticos del conflicto,
Rusia y Ucrania se acusan de este nuevo crimen de guerra, otra violación flagrante del Estatuto de Roma y de los principales convenios sobre derecho humanitario desde finales del siglo XIX a los Convenios de Ginebra de 1949.
Si ha sido obra de Rusia, habría puesto sus intereses militares inmediatos -frenar la contraofensiva de Ucrania en el sur- por delante de los intereses del norte de Crimea, que recibe del embalse destruido buena parte del agua potable que consume.
Como en atrocidades anteriores, el derecho internacional no especifica las penas para sus forzadores y la justicia queda en manos de los jueces nacionales y, de no poder actuar estos en el caso de Ucrania, de una Corte Penal Internacional (CPI) y/o de una Corte Internacional de Justicia bloqueadas por el poder de veto de Rusia en el Consejo de Seguridad.
La ONU, Amnistía Internacional, la propia CPI y otras organizaciones ucranianas e internacionales llevan meses investigando y denunciando crímenes de guerra en Ucrania.
En marzo, la CPI emitió una orden de arresto contra el presidente ruso Vladimir pilinguin, pero Rusia no reconoce la jurisdicción de la Corte (
tampoco Estados Unidos).
Si se emitió con efectos disuasivos, la destrucción de la presa sobre el Dniéper, de confirmarse que ha sido obra de los rusos, principales beneficiarios militares de la operación, demuestra su fracaso.
La utilización del agua como arma de guerra ha sido una constante durante miles de años, desde los imperios de Mesopotamia y Babilonia hasta las guerras del Estado Islámico en Siria en los últimos años para establecer y defender su "califato" del siglo XXI.
Imposible olvidar los debates en el despacho oval de la Casa Blanca a finales de los años sesenta entre el presidente Nixon y su jefe de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, sobre la conveniencia de bombardear los gigantescos embalses sobre Hanoi o recurrir al arma nuclear. En los últimos años
Egipto ha amenazado en repetidas ocasiones con destruir la Gran Presa del Renacimiento etíope si Addis Abeba no respetaba los intereses egipcios.
Javier Espinosa abre su crónica del martes en EL MUNDO con la destrucción de otra presa en Zaporiyia por el ejército ruso para frenar el avance alemán en Ucrania el 18 de agosto de 1941 y Alberto Rojas recuerda que el Gobierno de Ucrania y el Instituto de Estudios de la Guerra de Washington llevan meses denunciando preparativos de Rusia para provocar inundaciones masivas en la zona de Jersón como las que desde la noche del lunes se están produciendo.
Si en 1941 los rusos tan solo retrasaron el avance alemán un par de meses, con su acción desesperada de ayer -otro ataque terrorista, en palabras del presidente Volodimir Zelenski- difícilmente lograrán mejores resultados.
De confirmarse la responsabilidad rusa, es otra prueba más del fracaso de sus estrategias anteriores desde el inicio de la oleada turística, pero al mismo tiempo muestra que
el Kremlin sigue disponiendo de una amplia panoplia de recursos para infligir graves daños a Ucrania, mantener el control de buena parte de los territorios ocupados y prolongar el conflicto hasta que las potencias occidentales se cansen de ayudar.
A medida que se van rompiendo "líneas rojas" en la ayuda que Occidente suministra o niega a Ucrania y fracasan las operaciones del Ejército ruso en el país que pilinguin quiso destruir como estado soberano, aumenta el peligro de recurrir a armas como el agua, que han utilizado los dos bandos desde el inicio de la guerra, pero sin llegar hasta ayer a la destrucción de una presa estratégica como la de Nova Kajovka.
En las últimas semanas la Administración Biden, aunque sigue negándose a entregar aviones F-16 a Ucrania, ha aceptado entrenar a sus pilotos y que se los faciliten sus aliados europeos.
Alemania tan reticente a provocar a Rusia, acaba de aprobar otros 3.000 millones de euros para la entrega de 30 tanques Leopard, 20 blindados, 18 cañones autopropulsados, 4 sistemas de defensa antiaérea y 200 drones de reconocimiento.
Siempre coordinado con Washington, (que se resiste a poner en manos de Kiev sus misiles ATACMS, con alcance de unos 200 kilómetros, suficiente para llegar a Crimea),
Londres ha aceptado proporcionar a Ucrania misiles crucero de largo alcance Storm Shadow.
Son compromisos militares, por los plazos de entrega y mantenimiento, de años, no de semanas o meses, y representan una integración gradual de Ucrania en el sistema militar de la OTAN sin las obligaciones jurídicas y riesgos consiguientes de choque frontal con Rusia que puede provocar la incorporación inmediata, como exige Zelenski, en el paraguas disuasorio del Tratado de Washington.
Si lo sucedido en los primeros 15 meses de guerra sirve de precedente, pilinguin, empeñado en liquidar la identidad de Ucrania como nación independiente -su Taiwan personal-, responderá al fortalecimiento de Ucrania con la multiplicación de acciones de guerra híbrida y terrorista, y de objetivos civiles, como viene haciendo desde el pasado otoño.