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Jot Down Cultural Magazine | Biografía autorizada del Diablo: los orígenes
Biografía autorizada del Diablo: los orígenes
Publicado por Javier Bilbao
“Porque Jesús le había dicho: ‘¡Sal de este hombre, espíritu impuro!’. Después le preguntó: ‘¿Cuál es tu nombre?’ Él respondió: ‘Mi nombre es Legión, porque somos muchos’”
(Marcos, 5:8-9)
Según el tuitero y Papa Benedicto XVI “la casa de Satanás existe y es eterna”. No quisiera contradecir a tan alta autoridad, pero me gustaría puntualizar que aunque no tenga final, sí tuvo un origen. El Apocalipsis de San Juan ya menciona los convulsos sucesos que llevaron al Diablo a habitar el Infierno. Pero fue una de las obras clave de la literatura universal, El paraíso perdido de John Milton, la que nos dio a conocer en detalle el fallido golpe de Estado celestial, liderado por un ángel singularmente majestuoso y audaz que quiso arrebatar el trono de los Cielos al mismísimo Dios. Un alzamiento que dio lugar a una batalla acojonante que partió el universo en dos y cuyo eco aún resuena en nuestros días. Así ocurrió.
Nuestro protagonista, conocido bíblicamente como La Serpiente Antigua, El Gran Dragón Rojo, El Acusador de Hermanos, El Ángel del Abismo, Lucifer, Mammón, Belzebú, Abaddon, השָׂטָן, Belial, El Espíritu Inmundo y El Dios de Este Siglo entre otros muchos motes que nos asoman a lo que debió ser una infancia difícil, vivía junto a los demás ángeles en el Cielo antes de que la Tierra y el ser humano fueran creados, en un entorno de lujo y armonía aunque con una oscura indignación que iba apoderándose de él. Cierto día, congregó en su suntuoso palacio a gran número de seguidores, que según Daniel Defoe en su erudito Historia del diablo oscila entre 10.511.675,5 (ese medio correspondería a lo que posteriormente sería un cura veneciano) y nada menos que 15.000.050.000.002 billones —debía de ser un palacio bastante amplio en cualquiera de los casos— y una vez en torno a él reunidos, los arengó de esta manera:
“Tronos, dominaciones, principados,
Virtudes, potestades, si estos títulos
Ilustres permanecen todavía
Como no meramente nominales
Ya que otro se arroga todo el poder
Y nos deja eclipsados con su nombre
De Rey ungido”
Ya se le nota ahí malmetiendo. Pero sigue —cual Espartaco primigenio— incitando a la rebelión en nombre de la libertad y la igualdad, negándose a vivir de rodillas ante Dios:
“¿Quién puede, pues, por derecho o por razón,
Asumir la monarquía de quienes
Viven por derecho como sus iguales,
Si no con tanto poder y esplendor,
Iguales sí en la libertad? ¿Quién puede
Dictarnos leyes e imponer decretos
A quienes aún sin leyes nunca yerran?”
Pero su discurso se vio repentinamente interrumpido por Abdiel (cuyo nombre significa “siervo de Dios”) que se irguió airado al grito de “¡Argumento blasfemo, altivo y falso!” y le llamó ingrato y cosas peores. Pero nadie más le secundó y tuvo que irse, aunque sin dejarse amedrentar por ello. El único fiel entre infieles, entre tan inmensa congregación que en el palacio de Lucifer había reunida y crecientemente encorajinada por su líder. La Rebelión estaba en marcha y Abdiel debía acudir raudo al Creador para advertírselo… Pero Dios es Dios y cuando llegó su fiel siervo a su presencia él ya estaba al tanto del asunto. Con el fin de aplastar la insurrección puso al frente de los ejércitos celestiales a dos generales de su plena confianza, los arcángeles San Miguel y San Gabriel. Su misión era clara:
“Atacadles con fuego y con hostiles
Armas sin temor, y perseguidlos
Hasta los mismos límites del Cielo;
Arrojadlos de la gloria de Dios
Al lugar del castigo, el abismo
Del Tártaro, que con presteza abre
Su caos inmenso y sus fauces ardientes
Para acogerlos en su derrumbamiento”
No se harían prisioneros. No habría piedad. Acto seguido se llenó todo de humo y de fuego, que es lo que suele ocurrir cuando se desata la ira de Dios. Sonaron las trompetas de guerra y con gran presteza se formaron inmensas legiones de ángeles perfectamente alineadas. Marchaban levitando sobre el suelo, imparables, hasta que atisbaron en el horizonte “una feroz legión, apretada de cascos y de escudos que ostentaban jactanciosos emblemas”. Eran las fuerzas de Satanás. Ambos ejércitos “quedaron frente a frente y en formación las líneas de combate de la más pavorosa longitud”. Si alguna batalla merece tener por banda sonora a Carmina Burana o Lux Aeterna es esta que estaba a punto de estallar.
Entonces el Apóstata Supremo descendió altivo de su carro y avanzó al frente de sus líneas. Su porte era tan desafiante que el mismo Abdiel —a quien anteriormente vimos demostrar gran coraje— tuvo ahora que apartar la mirada amedrentado. Pero tras esa flaqueza inicial, sale de entre sus compañeros dispuesto a retar a Satanás: “Soberbio, ya ves como te hacen frente”. Tras un largo intercambio de insultos y alardes Abdiel lanza el primer golpe sobre el casco de su enemigo, con tal fiereza que le hace retroceder diez pasos e hincar la rodilla en el suelo, ante los gritos de entusiasmo de las tropas de Dios. En ese momento, San Miguel ordena tocar su arcangélica trompeta:
“(…)Tormentosa
Furia entonces se crispa y un clamor
Tan grande que jamás se había oído
Hasta ahora en el Cielo; con horrible
Discordancia se oía el bronco choque
De armas con armaduras, y rugían
Enloquecidas las ruedas de los carros
(…) Andanadas de flamígeros dardos,
Su vuelo cual bóveda cubría
A los ejércitos de los dos bandos.
Así debajo de esta nave ardiente
Se arrojaron el uno contra el otro”
Luchaban a ras de suelo y en las nubes. Todo el aire parecía fuego, contagiado de la furia mostrada por cada uno de los millones de ángeles en encarnizado combate. Pero Lucifer no parecía encontrar un enemigo a su altura, destrozaba sin dificultad a los enemigos que salían a su paso, de la misma manera que le ocurría a San Miguel contra la atea mesnada. Hasta que ambos se encontraron frente a frente. Con el fragor de la contienda como trasfondo iba a tener lugar la lucha entre los dos grandes líderes. Quisiera hacer aquí un breve inciso, tal vez esta escena le haya recordado al lector a la Batalla de los Campos del Pelennor en El Señor de los Anillos, cuando Éowyn, hija de Éomund, se enfrentó al Rey Brujo. O quizás tenga más reciente en la mente la lucha final en las calles de Gotham entre Batman y el terrorista anarquista Bane. O la escena de la batalla final de Excalibur, o de El Guerrero número 13, o de El último Mohicano o de El patriota, o de Gangs of New York con Di Caprio vs. Daniel Day Lewis. En definitiva, se trata de un elemento arquetípico del cine de acción y aventuras y es aquí donde tiene su origen. Pero volvamos al clímax en el que habíamos dejado a nuestros protagonistas. Como si dos planetas se embistieran, San Miguel y el malo se arrojaron uno contra otro, como ya viene siendo costumbre tras un intercambio de amenazas e insultos:
“Al terminar de hablar se dispusieron
Ambos para un combate indescriptible
Porque ¿Quién, ni aún con lenguaje de ángeles,
Pudiera relatar estas hazañas,
O a qué cosas terrestres compararlas
Que levantaran la imaginación
A tal altura de poder divino?
Puesto que dioses parecían, firmes
O en acción, estatura, movimiento
Y armas, prestos para disputarse
El Imperio de los Cielos. Agitaron
Sus fogosas espadas en el aire
Describiendo círculos espantosos
(…) al tiempo que reinaba
una horrorosa expectación”
Pero San Miguel contaba con una espada del arsenal de Dios, forjada en una aleación tan resistente que en un lance logró partir en dos la de Satanás y a continuación le hendió todo el costado derecho. Cayó herido y sus compañeros del ejército rebelde rápidamente acudieron a auxiliarle. Mientras unos montaban una línea de defensa, los otros lo tras*portaron sobre los escudos hacia su carro, donde quedó “rechinando los dientes”. Con su líder fuera de combate, las tropas se batieron en retirada en caótico desorden. Acababa ya el día y las Fuerzas del Mal habían perdido la batalla, pero aún no la guerra.
Dada la condición inmortal y etérea de Mammón, en tanto que ángel, esa misma noche ya estaba recuperado de sus heridas y planeó junto a su consejo de caudillos la estrategia para el día siguiente. En su enfrentamiento con San Miguel había comprendido que era la tecnología armamentística lo que podía marcar la diferencia, y menciona que bajo la superficie celestial se hallan grandes cantidades de una sustancia “nítrica y sulfurosa” que por la descripción se asemeja a la pólvora, y propone que:
“Colocadas en instrumentos huecos,
Largos, redondos, y bien atacadas,
Del otro extremo al contacto del fuego
Se dilatarán con furia, disparando
Desde lejos con ruido atronador
Su maléfica carga de ruina
Entre los enemigos, que en pedazos
harán saltar”
Es decir, el Príncipe de las Tinieblas es el inventor de la pólvora y la artillería —no en vano se dice que las armas las carga el Diablo— y en esta desigual batalla frente a la fuerza bruta y la magia de Dios, aporta el ingenio, la ciencia y la tecnología. Sus seguidores pasaron con rapidez aunque gran secreto del consejo a la obra. Esa misma noche excavaron las profundidades y elaboraron potentes cañones de hierro y bronce armados sobre ruedas. A la mañana siguiente ambos ejércitos se dispusieron de nuevo para el combate, que se presumía definitivo. Las tropas de Dios avanzaban confiadas por rematar la victoria del día anterior hasta que, una vez suficientemente cerca, las huestes de Satán mostraron las nuevas máquinas que habían permanecido astutamente ocultas por su apretada formación, entonces:
“Un súbito fulgor inflamó el Cielo,
Que pronto quedó todo oscurecido
Por el humo eructado por aquellas
Máquinas de garganta tan profunda,
Cuyo rugido destripaba el aire
Con un ruido estruendoso que rasgaba
Sus entrañas, al vomitar su horrible
Y demoníaca hartura, encadenados
Rayos y una espantosa granizada
De esferas de hierro, que cayeron
Sobre la hueste antes victoriosa,
Castigándola con violencia tal,
Que de aquellos que hirió ninguno pudo
Permanecer en pie, y aunque aguantaron
Como rocas, cayeron a millares”
Ante esta hábil jugada el Ejército del Bien tuvo que retroceder posiciones, ahora la victoria parecía decantarse del lado rebelde… pero no por mucho tiempo. Para resistir los cañonazos bastaba emplear escudos lo suficientemente grandes, pero como no había tiempo para elaborarlos y como si del mismo Bilbao fueran dichos ángeles, optaron por arrancar las montañas. Las esgrimieron por sus cumbres y apuntaron sus bases hacia el enemigo. La batalla una vez más volvía a estar igualada y Dios —contemplando todo ello desde lo alto— decidió que ya era hora de intervenir para zanjar el asunto. Ordenó a su hijo, el Mesías, que acudiera para aplastar definitivamente al Diablo. El Hijo montó entonces en un carro autopropulsado, conducido por cuatro querubines y tuneado con llantas que despedían fuego al girar y otra clase de adornos muy lujosos. En el otro asiento del carro iba acompañado por la Victoria, y a los lados le escoltaban otros 20.000 carros y una infantería de 10 millones de ángeles. ¿Sería ese por fin el punto de inflexión?
No tardó el Hijo en plantarse en pleno campo de batalla, pero su impresionante aparición, lejos de espantar a las tropas diabólicas, les sumió en la envidia y la ira. Dispuestos a luchar hasta el final, presentaron batalla con renovado brío. El Hijo se lanzó en su carro contra ellos enarbolando 10.000 rayos en su mano derecha:
“Los condujo ante sí anonadados,
Perseguidos de terrores y furias
Hasta el borde y el muro de cristal
Del Cielo, que al abrirse replegose
Hacia adentro, mostrando una espaciosa
Brecha que daba al desolado abismo”
Por ahí fueron despeñados Satanás y todos y cada uno de sus seguidores. De esta manera concluyó la mayor guerra que vieron los tiempos. Los ángeles del Ejército del Bien, jubilosos como ewoks al final de El Retorno del Jedi, lanzaron gritos de alegría, bailaron y entonaron cánticos de gloria al Creador. Mientras tanto, los rebeldes permanecieron nueve días cayendo —pues así de grande es la distancia que separa el Cielo del Infierno— hasta dar con sus etéreos huesos en la que pasaría a ser desde ese momento “La Casa de Satanás”. Expulsado del Paraíso, el Gran Dragón Rojo juró su venganza y repruebo inconmensurable por siempre jamás a Dios y a toda su obra.
Pero su historia solo acaba de comenzar…
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Bibliografía:
- Historia del Diablo, Daniel Defoe (Capitán Swing Libros)
- El paraíso perdido, John Milton (Ed. Espasa Calpe)
- Compendium Maleficarum, Fra Francesco Maria Guazzo (Ed. Club Universitario)
- El Diablo en la Edad Moderna, varios autores (Ed, Marcial Pons)
- Portentos y prodigios del Siglo de Oro, Luciano López Gutierrez (Ed. Nowtilus)
- Animales fabulosos y demonios, Heinz Mode (Fondo de Cultura Económica)
- Historia del diablo: Siglos XII-XX, Robert Muchembled (Historia Serie Menor)
- Y por último una visita a las Cuevas de Zugarramurdi donde percibí presencias demoníacas, o quizá solo eran franceses.