Unos días atrás, no hace falta saber cuántos exactamente, con algo de dinero en los bolsillos y muchas ilusiones rondando mi cabeza, decidí visitar una librería de las pocas que se ven ahora en un centro comercial, con los libros en los estantes de madera y toda la parafernalia que los acompaña. Fue como retroceder en el tiempo hasta el lejano 1998 cuando tus padres te llevaban a comprar un libro como merecido y ansiado premio a tus esfuerzos estudiantiles, y cuando llegabas los ojos se te salían de las órbitas mirando a todas partes los relucientes volúmenes exhibidos, las tapas brillantes y el olor a papel impreso. Nunca sabías cuál escoger porque el que querías leer desde hace tiempo ahora competía con los títulos recién llegados, o con otros clásicos que también querías leer.
Ahora en 2023, cuál no sería mi decepción cuando con gran ilusión y dedos temblorosos de impaciencia cogí Barnaby Rudge y comencé a ojearla. El lenguaje o mejor dicho las palabras escogidas y el estilo narrativo me recordaba el de un pasquín online, como una historia de Instagram. Pocas palabras, mal elegidas y con una pésima cadencia narrativa, como un niño dejando un comentario en Facebook. Me fijé en la primera hoja informativa y pásmate: era una "nueva" edición revisada como no podía ser de otra forma, por una editora
mujer.
Aterrado y con la respiración entrecortada, sintiendo los latidos de mi corazón en las orejas y en los botones de mi chaleco, me apresuré a coger un tomo diferente de la estantería. El azar escogió a Little Dorrit. Para mí desventura, más de lo mismo. Una mujer lo había destrozado y simplificado hasta hacerlo nauseabundo. Palabras simples, epítetos y expresiones modernas, descripciones sencillas sin magia ni cultura, como el resumen de estudio para niños haraganes y poco despiertos.
Con el corazón destrozado y el alma deseando volver a ese lejano 1998, cogí Historia de Dos Ciudades. El cáncer, creía ingenuamente, no podía haber llegado tan lejos. Pero me equivocaba. El wokismo democratizante que destroza las grandes obras del Hombre Blanco
para hacerlas asequibles, poco intimidantes, y comprensibles para mujeres, neցros, ignorantes y demás desposeídos culturales, había logrado corromper también Oliver Twist, Un Cuento de Navidad, y otras maravillosas joyas de Dickens.
En resumen, estimado lector, la progredumbre se ha instalado también en los mejores libros y novelas que hicieron las delicias de nuestra tierna infancia y sonrojada juventud. Los han destrozado para que, cuál papilla para bebés, sea consumible para ignorantes, incultos y simplones.
Mi esperanza radica en que aún hay ferias itinerantes y mercados de pulgas donde comprar ediciones antiguas, anteriores a los años 70 y 80, o previas a la Segunda Guerra mundial a ser posible.
Me despido pues, con el corazón acongojado pero con la esperanza intacta, de que todos podáis echar mano de los libros y títulos que aún os son esquivos, en una edición aún no corrompida por la peste pogre que todo lo contamina y destruye.