Batman el überfascista

Espartano27

Madmaxista
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A mediados de la década de los ochenta, o eras de Marvel o eras de DC. Marvel tenía al Capitán América, Iron Man y los X-Men. DC tenía a Superman, Batman y Wonder Woman. Marvel era el mito por excelencia de la cultura pop. DC era el plan B. Y entonces llegaron los cómics El regreso del Caballero Oscuro y Watchmen. Y todo cambió.

Sobre las diferencias entre Marvel y DC se han escrito cientos de libros y artículos. Pero la principal de ellas es que Marvel ha sabido retorcer sus personajes a lo largo de su historia para encajarlos en las modas estéticas y políticas del momento gracias a una visión comercial de la que ha carecido cualquiera de sus editoriales rivales. DC no ha sido capaz de ello… Pero hace treinta años inventó un género nuevo.

Dicho de otra manera. Lo de Marvel han sido pequeñas y constantes mutaciones; lo de DC fue un salto evolutivo de muy largo alcance. Marvel es una Coca-Cola a la que se le añade o se le quita azúcar para acomodarla cada cuatro o cinco años al paladar de su clientela del momento; DC es un jerez Tres Palmas y si tu paladar no lo entiende te jorobas y lo educas. Marvel es Madonna; DC es la Velvet Underground. Marvel es un producto comercial especialmente exitoso; DC cambió el paradigma.

Esa división tiene consecuencias en la práctica. Aquellos que en los años ochenta optaron por Marvel siguen hoy en día leyendo Marvel porque de un cómic de la Marvel se pasa a otro cómic de la Marvel. Los que optaron por la DC de la época, la de Alan Moore, Grant Morrison y Neil Gaiman, acabaron descubriendo a William Faulkner, H. P. Lovecraft, Stanislav Lem, Brian Eno, Timothy Leary, los Buzzcocks y Mikhail Bulgakov. Sin DC no existirían las novelas gráficas, los cómics de superhéroes continuarían siendo un producto para adolescentes con escasas habilidades sociales y la frontera con la literatura seguiría siendo una de las más férreamente custodiadas del mundo de la cultura. DC aportó profundidad, densidad y argumentos adultos a un mundo dominado comercialmente por los fuegos de artificio de la Marvel.

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Esa diferencia continúa vigente hoy en día en las adaptaciones cinematográficas de los cómics de la Marvel y de DC. Mientras las adaptaciones Marvel se basan en general en cómics recientes, las de DC se inspiran en los publicados en la década de los ochenta. Narrativamente, pero muy especialmente en sus atmósferas. Marvel, como buena empresa de espíritu adolescente, sigue obsesionada con encajar. Y de ahí el tono infantiloide de Deadpool, Guardianes de la Galaxia o cualquiera de las entregas de Iron Man, Thor o Los Vengadores. DC, por su lado, ha preferido recurrir a directores adultos (Christopher Nolan, Zack Snyder o David Ayer).

La diferencia es abrumadora. De una película Marvel, es decir de una de Disney, sales con una sonrisa boba y el mismo hartazgo estomacal que produce un atracón de Tigretones. Los chistes son de encefalograma plano, no hay escena sin su guiño-guiño-codazo-codazo y los personajes son la viva encarnación de la fantasía de un adolescente onanista: el malote buenote, el chuloputas con encanto, el compinche acondroplásico pero gracioso y con armas grandes-que-te-cagas y la jamona que reparte palos como panes mientras las berzas le rebotan desde el ombligo hasta las cejas y de ahí de vuelta al ombligo. Las películas Marvel son, en el mejor de los casos, un placer culpable. El conjunto final siempre da un poco de vergüenza ajena.

DC es otra cosa. A ello no es ajeno por supuesto el hecho de que Batman y Superman son dos héroes con una profundidad conceptual infinitamente superior a la de cualquier superhéroe de la Marvel. Superman es un dios caído en la Tierra: un alienígena superpoderoso educado con valores proletarios pero obligado a convivir entre una especie inferior que lo venera en la misma medida que lo teme. Batman es el arquetipo ultraderechista por excelencia: el überfascista.

Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia no ha recibido buenas críticas. Robbie Collin, del diario británico Telegraph, ha escrito que Marvel puede descansar tranquila porque la película es incoherente, descerebrada y, aquí viene lo que realmente le molesta, «carente de sentido del humor». Kate Muir, de The Times, echa de menos «trama, personajes e ingenio». En los EE. UU., las críticas han sido generalmente malas. Yo se las resumo todas con una sola frase: Batman v. Superman no es una película divertida porque pretende ser una película seria.

Vamos a decirlo rápido para que nadie se lleve a engaño: Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia no llega a los niveles estratosféricos de los tres Batman de Nolan pero es Dios Padre Nuestro Señor comparado con cualquiera de las películas Marvel.

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La primera escena de la película le abre las tripas en canal al espectador. Bruce Wayne, a pie de calle, asiste a la batalla entre Superman y el general Zod como la ve cualquier otro ciudadano de a pie: a partir de fragmentos inconexos. Un borrón casi invisible que cruza a velocidad supersónica el cielo y se estrella en un edificio cercano, una explosión a sus espaldas, nubes de polvo colosales avanzando apocalípticas hacia él, caos y destrucción total. Mientras en una película Marvel la acción siempre se nos presenta desde el punto de vista del superhéroe, en la primera escena de Batman v. Superman nos es mostrada desde el punto de vista de la víctima. No hay primeros planos de Superman ni de Zod poniendo cara de estreñidos sufridos. Y ese es el origen del conflicto entre Batman y Superman: mientras el primero es solo un ser humano, el segundo es un dios capaz de desatar fuerzas devastadoras e incomprensibles y al que apenas puede entreverse en el cielo. Un dios tan lejano como dudoso.

Esa sola escena vale por sí sola por toda la filmografía Marvel. Pero hay más. La primera aparición de Batman, puro cine de terror. O el duelo entre Batman y Superman, en el que una sola frase pronunciada por el segundo cambia por completo la percepción que el espectador había ido formándose de él a lo largo de la primera hora y media de película. Ben Affleck da el perfil de Batman cuarentón al que su nada disimulado fascismo ya no le supone ningún conflicto interior. El Superman de Henry Cavill es mucho más ambiguo y oscuro que el de El hombre de acero. Gal Gadot es una Wonder Woman muy poco previsible, un gran acierto de reparto. La aparición por sorpresa de otros superhéroes DC tiene toda la épica de la que carecen Los Vengadores. Ese duelo de un futuro hipotético entre un Batman polvoriento, casi un líder terrorista al estilo de Bin Laden, y un Superman totalitario, apoyado por un ejército de estética nancy, pone la piel de gallina. Algunas palos duelen solo de verlas y las peleas se intuyen verosímiles (sin serlo). La banda sonora de Hans Zimmer y Junkie XL, solemne y wagneriana, aporta gravedad al conjunto.

Por supuesto, Batman v. Superman tiene fallos. Jesse Eisenberg, el principal de ellos. No da la talla como Lex Luthor y sus tics, a medio camino de la tartamudez, la epilepsia y la merluzez, acaban cargando. Quizá es un problema de dirección de actores, pero se intuye que Eisenberg, lisa y llanamente, no ha sabido construir un personaje con entidad propia. Es muy probable que no sea tan buen actor como parecía en La red social. Doomsday resulta ser un mazacote de carne con mucho músculo pero escasa inteligencia. Carece de personalidad y no resulta amenazador en ningún momento, lo que lo convierte, paradójicamente, en un personaje más Marvel que DC. Es decir en un personaje prescindible, con el grosor de un folio. Algunos detalles de la película parecen apresurados o descuidadamente montados, y quizá los dilemas casi shakesperianos que se plantean en ella (el de la violencia, el de la justicia o el de cómo relacionarse con un extraño ajeno a nuestras pautas jovenlandesales) podrían tener un poco más de filo. Pero Batman v. Superman impresiona cuando la película pide épica, conmueve cuando pide pausa y sorprende cuando parece a punto de caer en la monotonía.

Otra cosa es que no sea una película para niños ni una película adaptada a su época. Pero entiéndalo: todavía quedan cineastas y guionistas que se resisten a tratar a su público como si este fuera fulastre. No deja de ser una buena noticia. No para todos, claro. Para algunos quizá deberían haber escogido a una Wonder Woman con las berzas más grandes. Una que hiciera chistes malos sobre ellas. Eso siempre ayuda a recibir buenas críticas.
 
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Vamos a disfrutar de los tebeos, ¡oh, wait! De esos no que son Marvel... Vaya ridiculez.


Por cierto, no he visto muchas crítica de pelis buenas que tengan que justificar porque son mejores que pelis malas.
 
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