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Así intentó engañar el nacionalismo catalán a Europa para obtener la independencia en la IGM
El independentismo mintió acerca de los voluntarios que lucharon en la Legión Extranjera francesa, elevando las cifras de manera exagerada, para conseguir el apoyo de las potencias vencedoras
Irene Mira@abc_historiaMadridActualizado:08/07/2019 09:09h1NOTICIAS RELACIONADAS
La neutralidad de España en el conflicto la dejó fuera de las negociaciones de paz, como era de esperar. No obstante, el nacionalismo catalán no desaprovechó la oportunidad para proyectar de cara al exterior su política independentista. Para ello se basó en el bulo de que 12.000 de sus voluntarios habían luchado en el bando aliado, por lo que sus peticiones debían ser escuchadas. El divulgador e investigador José Luis Hernández Gavi así lo confirma en «Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial»(Almuzara, 2019): «Las cifras fueron exageradas por las fuentes nacionalistas, por lo que hoy resulta difícil saber cuántos combatientes hubo en verdad».
Fotografía de familia del Primer Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera durante la Primera Guerra Mundial - Museu d'Història de Catalunya
La realidad es que, de los 32.000 voluntarios no franceses que reclutó la Legión Extranjera, solo 969 eran de nacionalidad española, conforme contaban los periódicos parisinos. Cierto es que la mayoría procedían de Cataluña, pero eso no justifica las desproporcionadas cifras que los independentistas propagaron.
La francofilia catalana
El estallido de la guerra en verano de 1914 fue recibido con entusiasmo por los sectores más intransigentes del nacionalismo, quienes vieron en ella una gran oportunidad para internacionalizar su política independentista. De esta manera, se centraron en la defensa de la victoria aliada, especialmente del lado francés. Pero, para que su cuestión fuese escuchada, era imprescindible hacer saber a Francia que Cataluña estaba con ella, por lo que se dedicaron a impulsar diversas iniciativas que pusieran de manifiesto su intensa francofilia.
La prensa francófila magnificó las cifras de los combatientes voluntarios, con el objetivo de divulgar el sacrificio de Cataluña por la justa causa francesa
Para ello, no dudaron en utilizar los órganos de prensa progresistas. Más ambiciosa fue, sin duda, la campaña de los voluntarios catalanes en la guerra, de la que sacarían el máximo provecho para divulgar el sacrificio de Cataluña, la que había derramado sangre por la justa causa francesa. De esta manera, pensaron que, cuando llegaran las negociaciones de paz, Francia se posicionaría a favor de la independencia.
A raíz de ello, en 1916 se constituyó el «Comitè de Germanor amb els Voluntaris Catalans», una plataforma que se dedicó a prestar ayuda jovenlandesal y material a los combatientes catalanes de la Legión Extranjera, con el mismo objetivo de siempre: hacer uso de la propaganda independentista. Fieles a este propósito, la prensa francófila catalanista magnificó las cifras de los combatientes voluntarios hasta extremos improbables y los retrataron como hombres idealistas movidos por el deseo de contribuir a la victoria gala y a la causa de la libertad de los pueblos y de las pequeñas nacionalidades.
Donación de la bandera de los Voluntarios catalanes de la Primera Guerra Mundial al Museo de la Armada de Francia
Sin embargo, esa relación con Francia se fue enfriando a partir de 1917. Albert Balcells, autor del «El projecte d'autonomia de la Mancomunitat de Catalunya del 1919 i el seu context històric»(Parlament de Catalunya, 2010), narra que el Estado galo se dio cuenta de la importancia de la neutralidad española y de su relación con la monarquía de Alfonso XIII, ya que era su mayor proveedor comercial durante la guerra. De esta manera, los galos empezaron a marcar distancia con los sectores nacionalistas catalanes, los cuales podrían suponer un peligro para la estabilidad política de España. La diplomacia francesa dio órdenes a sus embajadores y cónsules instalados en la Península de evitar cualquier acercamiento con las dependencias independentistas.
Wilson, la esperanza del independentismo
El catalanismo francófilo fracasó y se vio inmerso en un gran desconcierto, ya que había perdido su única baza para poder alcanzar el idealismo independentista. Pero poco tardarían en arrimarse a otra causa, como fue la de los «Catorce Puntos» del presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien propuso una solución para poner fin al conflicto europeo en enero de 1918. El estadounidense sugería una construcción de paz fomentada en la tras*parencia diplomática, la libertad económica, la desocupación militar y el reconocimiento de las nacionalidades. Fue precisamente en este último punto donde el independentismo catalán vio una nueva oportunidad de recuperar sus esperanzas.
Woodrrow Wilson, presidente de los Estados Unidos y creador de los «Catorce Puntos»
A partir de entonces, Wilson pasó a ser claramente el eje alrededor del cual giraría el sueño de internacionalizar el nacionalismo entre 1918 y 1919. El norteamericano se convirtió en el hombre de moda para toda Cataluña.
El paradójico sueño emancipador catalán parecía pasar por alto que el principio de autodeterminación que proponía en los «Catorce Puntos» poco tenía que ver con su caso. Estaba únicamente pensado para los pueblos del imperio Austro-Húngaro y los del imperio otomano. Es decir, el derecho de independencia solo estaba establecido para aquellos que habían estado sometidos a los imperios de las Potencias Centrales, y Cataluña no iba en el paquete.
La euforia de los separatistas aumentó con la firma del armisticio que ponía fin a la Gran Guerra, convencidos de que las potencias vencedoras darían paso a alcanzar la independencia
Sin embargo, esto no parecía importar mucho a los nacionalistas, quienes ya habían recogido con gran entusiasmo la propuesta del presidente estadounidense. Inmediatamente crearon el Comité Pro Cataluña para defender su causa. La organización publicó un díptico en varios idiomas (catalán, inglés y francés), donde se recogían los fragmentos del discurso wilsoniano a favor del principio de autodeterminación. A su vez, reclamaban la revisión del Tratado de Utrech de 1713 (el cual había dado la victoria a Felipe V de Borbón en la Guerra de Sucesión). Este era un nuevo intento de los separatistas para proyectar de cara al exterior la supuesta «opresión» que vivía el pueblo catalán por parte de la Monarquía española, la cual no le dejaba ser libre ni decidir.
«What says Catalonia», díptico en inglés con fecha del 11 de septiembre de 1918. El Comité Pro Cataluña pide a los Aliados que defiendan el derecho nacional catalán.
La euforia de los más patriotistas aumentó de forma notable cuando se firmó el armisticio que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, el 11 de noviembre de 1918. En Cataluña se celebró la victoria de los aliados por sus calles con enorme entusiasmo, como si ellos también se hubiesen visto obligados a sufrir las penurias de una guerra que ni habían llegado a tocar. Detrás de ese ímpetu estaba la convicción de que las potencias ganadoras darían paso a alcanzar la independencia, y que presionaría al Estado español en caso de que éste les impidiera hacerlo.
El fracaso del secesionismo en Versalles
Era el momento idóneo para conseguir un nuevo estatuto político para Cataluña y corroborar si los esfuerzos que se habían dado durante estos cuatro años de guerra daban sus frutos. Francesc Cambó, de la Lliga Regionalista, se encargó de dirigir la campaña autonómica y la retórica francófila, que había sido propia de los sectores republicanos e izquierdistas. El motivo de capitalizar la causa catalana por parte de los conservadores era impedir un cambio de régimen en España, por lo que contó con el permiso del monarca.
Gobierno de Romanones en 1918., de José Vidal (fotógrafo de La Tribuna)
Sin embargo, nadie confiaba en las maniobras que podría estar llevando a cabo el nacionalismo de Cambó en el exterior. Juan Eslava Galán cuenta en su libro «La Primera Guerra Mundial contada para escépticos» (Editorial Planeta, 2014), que el conde Romanones se presentó en París en diciembre de 1918 decidido a frenar las pretensiones catalanistas. Allí se entrevistó con Clemencau y con Wilson, quienes le aseguraron que la creación de los nuevos estados nacionales solo se concretaría en el centro y este de Europa. Por lo tanto, el tema catalán no tenía ninguna posibilidad de entrar dentro de la Conferencia de Paz.
Los conservadores de Francesc Cambó fracasaron en su internacionalización política. De esta forma, los sectores más intransigentes del catalanismo volvieron a coger fuerza, pero esta vez no se iban a contentar con una autonomía, sino que iban a defender una independencia pura y dura. Para ello se constituyó en París el Comité Nacional Catalán, que imitaba al Comité Nacional Checo, cuyo fin fue reclamar a los países vencedores que se ocupasen de la causa secesionista, argumentando la farsa de los «12.000» voluntarios catalanes que habían luchado en el ejército francés durante la contienda mundial.
George, Orlando, Clemenceau y Wilson , el «Comité de los cuatro», durante un descanso en las negociaciones de Versalles.
La obstinación de algunos sus dirigentes les llevó a presentarse en el hotel donde se alojaba Wilson durante su estancia en París y hablar directamente con él. Pero, el presidente norteamericano no los recibió. Al parecer, la cuestión nacionalista catalana nunca llegó a estar dentro de la agenda de la Conferencia de Paz.
El 28 de junio de 1919 se firmó el Tratado de Versalles, y la libre determinación de los pueblos solo se aplicó en los territorios de los estados vencidos en la guerra. Pese a los esfuerzos secesionistas, estos no fueron reconocidos por las potencias vencedoras, ya que España no había participado en la Gran Guerra y, por lo tanto, los principios de autodeterminación no podían recaer sobre Cataluña.
El independentismo mintió acerca de los voluntarios que lucharon en la Legión Extranjera francesa, elevando las cifras de manera exagerada, para conseguir el apoyo de las potencias vencedoras
Irene Mira@abc_historiaMadridActualizado:08/07/2019 09:09h1NOTICIAS RELACIONADAS
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La realidad es que, de los 32.000 voluntarios no franceses que reclutó la Legión Extranjera, solo 969 eran de nacionalidad española, conforme contaban los periódicos parisinos. Cierto es que la mayoría procedían de Cataluña, pero eso no justifica las desproporcionadas cifras que los independentistas propagaron.
La francofilia catalana
El estallido de la guerra en verano de 1914 fue recibido con entusiasmo por los sectores más intransigentes del nacionalismo, quienes vieron en ella una gran oportunidad para internacionalizar su política independentista. De esta manera, se centraron en la defensa de la victoria aliada, especialmente del lado francés. Pero, para que su cuestión fuese escuchada, era imprescindible hacer saber a Francia que Cataluña estaba con ella, por lo que se dedicaron a impulsar diversas iniciativas que pusieran de manifiesto su intensa francofilia.
La prensa francófila magnificó las cifras de los combatientes voluntarios, con el objetivo de divulgar el sacrificio de Cataluña por la justa causa francesa
Para ello, no dudaron en utilizar los órganos de prensa progresistas. Más ambiciosa fue, sin duda, la campaña de los voluntarios catalanes en la guerra, de la que sacarían el máximo provecho para divulgar el sacrificio de Cataluña, la que había derramado sangre por la justa causa francesa. De esta manera, pensaron que, cuando llegaran las negociaciones de paz, Francia se posicionaría a favor de la independencia.
A raíz de ello, en 1916 se constituyó el «Comitè de Germanor amb els Voluntaris Catalans», una plataforma que se dedicó a prestar ayuda jovenlandesal y material a los combatientes catalanes de la Legión Extranjera, con el mismo objetivo de siempre: hacer uso de la propaganda independentista. Fieles a este propósito, la prensa francófila catalanista magnificó las cifras de los combatientes voluntarios hasta extremos improbables y los retrataron como hombres idealistas movidos por el deseo de contribuir a la victoria gala y a la causa de la libertad de los pueblos y de las pequeñas nacionalidades.
Sin embargo, esa relación con Francia se fue enfriando a partir de 1917. Albert Balcells, autor del «El projecte d'autonomia de la Mancomunitat de Catalunya del 1919 i el seu context històric»(Parlament de Catalunya, 2010), narra que el Estado galo se dio cuenta de la importancia de la neutralidad española y de su relación con la monarquía de Alfonso XIII, ya que era su mayor proveedor comercial durante la guerra. De esta manera, los galos empezaron a marcar distancia con los sectores nacionalistas catalanes, los cuales podrían suponer un peligro para la estabilidad política de España. La diplomacia francesa dio órdenes a sus embajadores y cónsules instalados en la Península de evitar cualquier acercamiento con las dependencias independentistas.
Wilson, la esperanza del independentismo
El catalanismo francófilo fracasó y se vio inmerso en un gran desconcierto, ya que había perdido su única baza para poder alcanzar el idealismo independentista. Pero poco tardarían en arrimarse a otra causa, como fue la de los «Catorce Puntos» del presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien propuso una solución para poner fin al conflicto europeo en enero de 1918. El estadounidense sugería una construcción de paz fomentada en la tras*parencia diplomática, la libertad económica, la desocupación militar y el reconocimiento de las nacionalidades. Fue precisamente en este último punto donde el independentismo catalán vio una nueva oportunidad de recuperar sus esperanzas.
A partir de entonces, Wilson pasó a ser claramente el eje alrededor del cual giraría el sueño de internacionalizar el nacionalismo entre 1918 y 1919. El norteamericano se convirtió en el hombre de moda para toda Cataluña.
El paradójico sueño emancipador catalán parecía pasar por alto que el principio de autodeterminación que proponía en los «Catorce Puntos» poco tenía que ver con su caso. Estaba únicamente pensado para los pueblos del imperio Austro-Húngaro y los del imperio otomano. Es decir, el derecho de independencia solo estaba establecido para aquellos que habían estado sometidos a los imperios de las Potencias Centrales, y Cataluña no iba en el paquete.
La euforia de los separatistas aumentó con la firma del armisticio que ponía fin a la Gran Guerra, convencidos de que las potencias vencedoras darían paso a alcanzar la independencia
Sin embargo, esto no parecía importar mucho a los nacionalistas, quienes ya habían recogido con gran entusiasmo la propuesta del presidente estadounidense. Inmediatamente crearon el Comité Pro Cataluña para defender su causa. La organización publicó un díptico en varios idiomas (catalán, inglés y francés), donde se recogían los fragmentos del discurso wilsoniano a favor del principio de autodeterminación. A su vez, reclamaban la revisión del Tratado de Utrech de 1713 (el cual había dado la victoria a Felipe V de Borbón en la Guerra de Sucesión). Este era un nuevo intento de los separatistas para proyectar de cara al exterior la supuesta «opresión» que vivía el pueblo catalán por parte de la Monarquía española, la cual no le dejaba ser libre ni decidir.
La euforia de los más patriotistas aumentó de forma notable cuando se firmó el armisticio que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, el 11 de noviembre de 1918. En Cataluña se celebró la victoria de los aliados por sus calles con enorme entusiasmo, como si ellos también se hubiesen visto obligados a sufrir las penurias de una guerra que ni habían llegado a tocar. Detrás de ese ímpetu estaba la convicción de que las potencias ganadoras darían paso a alcanzar la independencia, y que presionaría al Estado español en caso de que éste les impidiera hacerlo.
El fracaso del secesionismo en Versalles
Era el momento idóneo para conseguir un nuevo estatuto político para Cataluña y corroborar si los esfuerzos que se habían dado durante estos cuatro años de guerra daban sus frutos. Francesc Cambó, de la Lliga Regionalista, se encargó de dirigir la campaña autonómica y la retórica francófila, que había sido propia de los sectores republicanos e izquierdistas. El motivo de capitalizar la causa catalana por parte de los conservadores era impedir un cambio de régimen en España, por lo que contó con el permiso del monarca.
Sin embargo, nadie confiaba en las maniobras que podría estar llevando a cabo el nacionalismo de Cambó en el exterior. Juan Eslava Galán cuenta en su libro «La Primera Guerra Mundial contada para escépticos» (Editorial Planeta, 2014), que el conde Romanones se presentó en París en diciembre de 1918 decidido a frenar las pretensiones catalanistas. Allí se entrevistó con Clemencau y con Wilson, quienes le aseguraron que la creación de los nuevos estados nacionales solo se concretaría en el centro y este de Europa. Por lo tanto, el tema catalán no tenía ninguna posibilidad de entrar dentro de la Conferencia de Paz.
Los conservadores de Francesc Cambó fracasaron en su internacionalización política. De esta forma, los sectores más intransigentes del catalanismo volvieron a coger fuerza, pero esta vez no se iban a contentar con una autonomía, sino que iban a defender una independencia pura y dura. Para ello se constituyó en París el Comité Nacional Catalán, que imitaba al Comité Nacional Checo, cuyo fin fue reclamar a los países vencedores que se ocupasen de la causa secesionista, argumentando la farsa de los «12.000» voluntarios catalanes que habían luchado en el ejército francés durante la contienda mundial.
La obstinación de algunos sus dirigentes les llevó a presentarse en el hotel donde se alojaba Wilson durante su estancia en París y hablar directamente con él. Pero, el presidente norteamericano no los recibió. Al parecer, la cuestión nacionalista catalana nunca llegó a estar dentro de la agenda de la Conferencia de Paz.
El 28 de junio de 1919 se firmó el Tratado de Versalles, y la libre determinación de los pueblos solo se aplicó en los territorios de los estados vencidos en la guerra. Pese a los esfuerzos secesionistas, estos no fueron reconocidos por las potencias vencedoras, ya que España no había participado en la Gran Guerra y, por lo tanto, los principios de autodeterminación no podían recaer sobre Cataluña.