Así es el Zendal, el hospital de pandemias que construyó Ayuso y que hace vomitar bilis al rojerío

Vlad_Empalador

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En el bunker
Un hijo camina tres centenares de pasos para ver a su padre. Uno está recuperándose, el otro lucha por su vida en cuidados intensivos. El padre está en una cúpula de cristal, sellada, pero se le puede ver allí, intubado, peleando contra el SARS-CoV-2. El joven está lo más cerca posible y tiene un hospital volcado en salvarlos... Están también María y su marido. Ella a punto de recibir el alta. Se la dan mañana. Él, en la unidad intermedia... Fernando Prados, a pesar de haber estado en tantas grandes tragedias humanitarias , observa aún a sus pacientes como quien ve a hijos que no quiere que se vayan.

Fernando Prados ha vivido antes como médico catástrofes en Indonesia y Haití. El centro roza ahora los 1.150 empleados y ya ha 'curado' a 560 contagiados
A sus 54 años, esa mirada vuelve cuando desde lo alto ve a los pacientes del Zendal. Es el coordinador general del hospital más denostado de la Sanidad española. Ningún reportero ha entrado a ver las tripas del lugar: desde el sótano de farmacia a su UCI de puertas selladas; del comedor de médicos a sus habitaciones. Desde la llegada de Nataniel hasta la despedida, en ambulancia del Ejército, de Nancy. Ambos, con las escleróticas enrojecidas. Es lo que tiene el cobi19 y más si te envían a este lugar con fama de mortuorio. Primera certeza: aquí hay más vida que fin.

Prados, uno de los artífices del Zendal, se levanta a las siete de la mañana. Media hora más tarde recoge al director médico. Arriban minutos antes de las ocho. «Al llegar miro cómo ha quedado por la noche, en qué situación estamos. A las nueve se hace reunión con los responsables para saber qué pasa. A partir de allí me dedico a resolver problemas».


La media de permanencia es de cinco días y medio. Desde que abrió han pasado por él 966 pacientes, cinco fallecimientos
Son las 10 y 30 de la mañana. Hay 334 pacientes en hospitalización, 27 en la Unidad de Cuidados Respiratorios Intermedios (UCRI) y 10 en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). En total, 371 y subiendo. Desde que se inauguró, por él han pasado ya 966 pacientes.

«Este es un hospital monográfico de libro, del que tenemos que estar orgullosos, el mejor para luchar contra el el bichito-19», dice ante las críticas que hay sobre el mastodonte que dirige: 80.000 m2, 1.056 camas. Para luchar contra una única enfermedad. No hay nada similar en Occidente. Los que se montaron en China eran temporales, como el de Ifema.

El Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal tiene vocación de ser permanente. Hay cajas en los pasillos, los operarios trabajan... Las costuras de la cirugía todavía no se cierran. «Se está haciendo ahora mismo». Pero es categórico: «Pido a quienes vengan que estén tranquilos: es un hospital a la cabeza de la Sanidad mundial».

El hospital impulsado por la presidenta de la Comunidad de Madrid tiene 80.000 m2 y capacidad para 1.056 pacientes. Su unidad de cuidados intensivos tiene equipos, por cama, valorados en medio millón de euros. Conforma un centro logístico sanitario junto el Instituto de Medicina Legal y es parte del Summa 112.

El hospital impulsado por la presidenta de la Comunidad de Madrid tiene 80.000 m2 y capacidad para 1.056 pacientes. Su unidad de cuidados intensivos tiene equipos, por cama, valorados en medio millón de euros. Conforma un centro logístico sanitario junto el Instituto de Medicina Legal y es parte del Summa 112.REPORTAJE GRÁFICO: ANTONIO HEREDIA / CRÓNICA / EL MUNDO
11 horas. Pabellón 1. Las enfermeras y auxiliares de enfermería están en plena vorágine. Revisan las vías, cambian ropas, toman la presión. Encontramos a Javier Marcos, 61 años, director médico, internista del Clínico y médico de Bruce Springsteen y U2 cuando estuvieron de gira por España. «Aquí están los mejores. Tengo 39 años de experiencia y puedo decir que hoy respiramos. Contratamos personal todos los días». La media es así: 67 médicos (uno por cada 5,5 pacientes), 435 enfermeros (1,2 por paciente), 355 auxiliares de enfermería (0,96), siete técnicos de laboratorio, 15 técnicos de radiodiagnóstico, 12 técnicos de farmacia, un técnico de prevención de riesgos laborales, 9 fisioterapeutas, 2 trabajadores sociales, un psicólogo y 70 celadores. Un batallón de 1.150 personas, que se completa con personal de limpieza, seguridad, administrativos...

Marcos tiene una sapiencia directamente proporcional a su vehemencia: «Tenemos la mejor tecnología. ¿Sabe cuánto cuesta una cama de UCI que tenemos aquí? 100.000 euros. Cada paciente en esa zona recibe equipamiento por medio millón de euros. Se compró lo top of the range. Es decir, los Ferraris de los aparatos médicos. Son habitaciones selladas, el aire no sale de afuera hacia dentro. Esto está pensado para el futuro. Aquí podremos tratar pacientes con ébola sin riesgo de contagio... Nadie quiere hablar de datos objetivos: nuestra media de internamiento es de 5,5 días, cuando la media nacional es de una decena. Y así con todo».

Le enfada que se hable de política y no de sanidad. «Aquí están los pioneros de la investigación médica, los jóvenes son los mejores de sus puestos». Lo dice alguien que puede presumir de 80 publicaciones científicas indexadas, más de 300 comunicaciones nacionales e internacionales. «¡No soy un burócrata del PP!». Lo dice defendiendo a su gente. Y a sus pacientes: «Nadie viene obligado, es una elección que se les da en sus respectivos centros médicos y ellos tienen el derecho a negarse». Nos invita a preguntarles a ellos, a los enfermos...

Manuel Serralta, electricista, vecino de Villanueva de la Cañada, se encontró afectado y fue a su centro de referencia, el Puerta de Hierro. «La comida no me sabía a nada. Di positivo y por mis circunstancias personales decidí internarme aquí. No entiendo lo que se dice. Yo mismo he hecho fotos para probar que todo es mentira. Recibimos cuatro comidas al día. Nunca nos ha faltado de nada. Pero por encima de todo me quedo con el trato humano». Saldrá mañana.

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María camina por la ruta que se les permite a los pacientes. Va en busca de su marido, que ha empeorado y está en Cuidados Intermedios, área clave en el Zendal. Al mando está Tomás Villén, 44 años, urgenciólogo del Ramón y Cajal. Un referente en la medicina en España por introducir las ecografías en las urgencias. Se formó en EEUU, en el Massachusetts General Hospital. Ha aplicado sus conocimientos aquí. «Tenemos ecógrafos portátiles y eso nos permite hacer diagnósticos sin mover al paciente de donde está. Nos permite conocer el grado de neumonía y aplicar las medidas precisas de oxígeno. Podemos saber incluso quién va a empeorar antes de que suceda». En su área se les aplica oxígeno sin intubación.

-¿A usted le obligaron a venir aquí?

-Yo lo pedí. Esta UCRI es la más avanzada del país. Siento lo que escucho fuera de aquí. Nadie que haya venido te diría eso. Es propio de estos tiempos. Los bulos van más rápido que la verdad -responde este médico aficionado al béisbol que tiene en sus crocs un pin de los Red Socks y toca la guitarra eléctrica cuando sale del centro.

Buscamos entre el personal a quienes les hayan forzado a venir. Nos encontramos con los anéstesiologos Laura Cotter y Daniel Carvallo; los sigue el neumólogo Miguel Lorente. Todos con 29 años, acaban de llegar. Son voluntarios. Entre las enfermeras y las auxiliares pasa lo mismo. Como Alberto Barberá, que viene del Madrid Summa 112, locutor de radio en su tiempo libre; o Noemí Hernández, que procede del Hospital Infanta Cristina; o Marilena Matei, 42 años, auxiliar de enfermería de La Paz.

Hallamos a Miriam, 22 años, recién graduada: «No quería venir, es cierto. Pero al estar aquí me di cuenta de lo que realmente pasa y no me iría...». Lo recalca. No quiere dar su apellido por temor a represalias. Cabe recordar que los sindicatos han declarado «inviable» la negociación sobre el Zendal, el hospital bandera contra la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Andrea, compañera de Miriam, añade: «La gente sólo ha escuchado pestes, cosas. Se debe contar lo que pasa».

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Por los pasillos, destaca la mascarilla rosa de Verónica Real, 41 años, coordinadora de Enfermería. «Es mi sello de distinción, porque le da tonalidad a lo gris...». Ella es uno de los símbolos del hospital. Es quien recogió el Premio Princesa de Asturias en representación de los sanitarios que lucharon en la primera ola. «Sonreímos y cuidamos a los pacientes, pero tenemos un sentimiento bélico». Recalca que éste es un hospital creado considerando, en primer lugar, la opinión de los profesionales. «Aunque todo es mejorable, lo estamos haciendo bien».

Ella viene de esa semilla que fue el hospital temporal de Ifema: 4.000 pacientes. Como Ignacio Pujol, 52 años, ex jugador de balonmano profesional. Quien fuera campeón de Europa compaginó su carrera deportiva con los estudios de Medicina y, tras retirarse, se convirtió en un experto en unidades de cuidados intensivos. Se siente identificado con este proyecto por ser un hospital monográfico. Es uno de los pocos con experiencia previa en un centro médico dedicado a una sola enfermedad. Dirigió la UCI del MD Anderson Cancer Center, sede española del centro médico del mismo nombre de Houston. Antes estuvo en el Ramón y Cajal.

-¿Por qué aquí?

-Cuando ocurrió la primera ola sólo quería ayudar, dejé lo que estaba haciendo y me ofrecí. «Vente ya», fue la respuesta. Me dijeron que me incorporara a montar la UCI de Ifema. No hay una varita mágica, pero conseguimos sacarlo adelante.

De ese hospital recuerda a la última paciente. Que estuvo tres semanas. Y salió por su propio pie de la mano de tres amigas. Está orgulloso de su UCI. Y se queda con una imagen. La del hijo que viene a visitar a su padre que está intubado, luchando por su vida. Y puede hacerlo porque las paredes son de cristal, con presión negativa, con un sistema de exclusas con doble puerta automática. Permite acercarse sin correr riesgo. Este hombre de 190 cm de estatura nos despide. Casi roza con su brazo una carta que está pegada al entrar. Es de aliento: «Me llamo Eva y tengo 12 años... Todo saldrá bien».

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Vamos al sótano, donde está la farmacia. Es un trajín de celadores, auxiliares de limpieza. Es el reino de Antonio Martín, 34 años. Nos enseña cómo es el procedimiento de distribución de medicinas. A mano, paciente a paciente, en unos carros con compartimentos. Reivindica su trabajo. «Hubo un leve problema de coordinación y ya hasta dijeron que faltaba Dexametasona. Aquí está». Las cajas, alineadas en el lugar que les corresponde por orden alfabético.

Caminamos al lugar donde todo comienza y todo acaba: la puerta de ingreso al hospital. Nancy Díaz se va. Con 69 años, de Caracas, ha pasado siete días aquí. «Estuve bien atendida. No tengo queja». Díaz, consultora de Recursos Humanos, volverá a su casa en Tetuán en ambulancia militar. Allí esperará a su marido contable, internado en La Paz. Sonríe levemente mientras los soldados de la UME la ayudan con su silla de ruedas. Entra Nataniel, 28 años, filipino, tatuaje de un caballo rojo en el tobillo. Le explican las instrucciones y va hacia su cama, la 303.

Durante el recorrido, visitamos las habitaciones con vistas al dónut de la Ciudad de la Justicia. Una cama de 90 cm y un baño por cuarto. «A mí me gusta darme una vuelta por todo el hospital. Ver a los pacientes es la forma de sentir el pulso del lugar, saber qué les hace falta», suelta el doctor Prados. Probamos la comida de médicos y pacientes. «Es sosa. La comida del hospital es así. Y se acentúa la percepción con la enfermedad. Se pierde gusto y olfato».

Jueves, 21 de enero de 2021. Nataniel, filipino, 28 años, entra al Zendal, un hospital que alberga el 10% de los pacientes de coronavirus de Madrid. Poco después, la venezolana Nancy Díaz partió en ambulancia militar a su casa en Tetuán tras 10 días aquí.

Jueves, 21 de enero de 2021. Nataniel, filipino, 28 años, entra al Zendal, un hospital que alberga el 10% de los pacientes de cobi19 de Madrid. Poco después, la venezolana Nancy Díaz partió en ambulancia militar a su casa en Tetuán tras 10 días aquí.
-¿Balance del Zendal?

-En plena esa época en el 2020 de la que yo le hablo, hacer un hospital monográfico es de libro. Tenemos todos los recursos. Se le ha buscado todo fallo. Pero esto va a ser un éxito: seguro. Cuando todo esto pase, nadie va a tener estos datos. Pido a quienes vengan que estén tranquilos: es un hospital a la cabeza de la sanidad mundial. Claro que se puede mejorar. Pero quienes lo critican no saben lo que dicen.

-¿Qué significa estar aquí para un médico?

-En su currículum va a figurar lo que hizo en 2021 y estará orgulloso de haber pasado por aquí... Estoy indignado con la irresponsabilidad de quienes atacan a un hospital de la sanidad pública española. Se hace con medias verdades, con irresponsabilidad. Es puro repruebo. Aquí se está volcando la experiencia de Ifema: avalada y contrastada por la Organización Mundial de la Salud. Aquí están los mejores profesionales para luchar contra el bichito. No tiene perdón que, por ejemplo, se diga que no tenemos fármacos. Increíble. Dicen que no tenemos quirófanos. Sería tirar el dinero: no se necesitan aquí. Se critica este proyecto porque creen que va a ser el éxito político de alguien.

El sol se apaga. El doctor Prados vuelve al despacho. A las 7:30 se quita «el pijama», como llama a su uniforme médico. Hacia las 20:45 parte a casa. Planea cenar con su mujer y su hija. Sigue con llamadas del hospital. «El fin de semana suelo dormir algo más. Igual me paso por aquí»... Balance: 560 altas desde la apertura del Zendal, 390 ingresados. De ellos, 343 en camas de hospital, 37 en intermedios y 10 en cuidados intensivos. Mortalidad del Zendal: cinco fallecidos cuando prácticamente se ha alcanzado el millar de ingresados, un 0,5%.
 
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Y este es el panorama que se encontró el Comité de prevención de riesgos laborales del Departamento de Salud de La Fe en las Ximocarpas valencianas de loneta y velcro, como mis chancletas de la playa.

El informe indicaba que se detectaban múltiples irregularidades hasta en siete áreas distintas que ponían en riesgo la salud de los trabajadores y de los pacientes e indicaba a la empresa constructora y a la propia Gerencia de La Fe que debían ser subsanadas.

La visita a las instalaciones contó con hasta cuatro participantes, uno de ellos técnico superior de seguridad. El informe fue completamente desfavorable.

Deficiencias encontradas

-Caídas de personas al mismo nivel. Ya que en esas fechas llovió y detectaron múltiples flitraciones de agua que habían encharcado el suelo de lignolio que era tremendamente resbaladizo con agua y aún más con barro. Indican que las filtraciones se producen por la estructura desde techo, ventanas, e incluso puertas y paredes.

-Riesgo de explosión. Detectaron que las conducciones eléctricas iban por el suelo al aire sin ninguna protección y que discurrían paralelo a los tubos de oxígeno. Cualquier cable pelado, fugas de oxígeno o deterioro al estar ambas conducciones juntas podrían provocar una explosión.

-Riesgos eléctricos. Observan que se han formado balsas de agua sobre la lona justo encima de los cuadros eléctricos, con el consiguiente peligro. Además se observan equipos informáticos y equipos portátiles de aire acondicionado dañados por las filtraciones de agua.

-Salidas de emergencias. Los expertos no saben qué normativa se ha utilizado, y además añaden que las salidas dan a zonas no seguras con escalones y obstáculos en la zona externa que imposibilitan una rápida evacuación en caso de emergencia.

-Temperatura y humedad. Los cierres de velcro en las puertas de lona y otros puntos de unión de toda la lona de la cubierta no permiten un buen sellado y por esas zonas se filtran corrientes de aire perjudiciales para pacientes respiratorios y para personal. Se producen multitud de filtraciones de agua.

-Ruído. Uno de los aparatos de climatización no tiene aislamiento acústico y se encuentra junto a zona de trabajo y estancia de pacientes. Ruído constante de alta intensidad.
 
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